Capítulo VII
.
La escena era inquietante. Una habitación con paredes de
piedra y enormes argollas de acero pendiendo de ellas. Observando la escena,
unas mascaras de hierro con ojos y boca oscurecidos, incrustadas una junto a la
otra. El sonido de unas cadenas chocaban rítmicamente. El aire se llenaba de gemidos
ahogados por un pañuelo.
Nuit se encontraba atada. Los brazos estirados por encima de
su cabeza y apresados por unos grilletes de acero, suspendida de dos gruesas
cadenas que colgaban desde una polea situada en el techo. Tras ella, su Dom, su
maestro y su obsesión. La azotaba despacio, recreándose en el ritmo de su látigo.
Con cada golpe, se le enrojecía más la piel. Con cada latigazo, ella le
pertenecía un poco más.
A través de las máscaras de hierro, los espectadores
disfrutaban del espectáculo.
.
.
Tom se adentraba por el pasillo de su casa. A través de la
puerta entreabierta de su hermano, se escuchaba el golpeteo incesante del
teclado. Bill llevaba unos días pasando de la euforia al más profundo misterio,
eso lo intrigaba. Sabía que le sucedía algo, que estaba pasando algo nuevo en
su vida. Era su gemelo, con sólo mirarlo podía intuirlo. Además de las señales
que Bill le había dejado en el camino: las sonrisas, aquel extraño y largo
paseo nocturno… Tom era curioso, no se conformaba con sólo esperar. Él seguía
las migas de pan que le dejara su hermano, por pequeñas que fuesen, hasta
descubrir ese “algo”.
Tom asomó la cabeza encontrándose sentado sobre la cama a un
abstraído Bill, mirando la pantalla de su portátil, buscando algo con afán.
Abrió un poco más la puerta y la bisagra lo delató.
—¡Tom! —exclamó dando un salto, cerrando el computador de un
golpe.
Éste se sorprendió por la reacción.
—¿Qué haces? —preguntó extrañado.
Bill titubeo.
—Nada… revisando algunas cosas sin importancia —se puso en
pie, comenzando a pasearse por la habitación como si buscase algo.
Tom lo observó en silencio. Esperando descubrir alguna
pequeña miga en su actitud, pero Bill aún no dejaba filtrar nada. A cambio lo
observó y preguntó con decisión.
—¿Querías algo?
Ahora Tom titubeó. Enfocándose en el gesto inquieto de su
hermano, que giraba con el pulgar un anillo llevaba en el índice de la mano
derecha. Una sencilla argolla de metal que no recordaba haberle visto antes.
Pero claro, Bill tenía tantos anillos, que aquello no debía extrañarle.
—¿Tom? —insistió, dejando caer la mano a un costado,
cerrándola en un puño.
—Ehm… bueno… pensaba salir a comer —explicó Tom, lo que no
era del todo mentira.
—¿Qué hora es? —preguntó Bill, buscando en su mesilla de
noche el reloj.
—No estoy seguro… ¿las tres?, ¿las cuatro, quizás?
Bill miró la hora y luego cerró el cajón.
—Son casi las cuatro —informó a su hermano, que continuaba
de pie muy cerca de la puerta—. Me parece bien.
Tom asintió, notando que el anillo ya no estaba en las manos
de Bill.
.
Bill subía la corta escalera que había en la entrada de un
club al que él, su hermano y algunos amigos habían decidido ir. Al principio
Tom sugirió “aquel Club”, del que Bill había comenzado a conocer las entrañas…
al final había desistido ante el aparente tedio de su hermano a volver a visitar ese lugar. No es
que no deseara regresar, al contrario, el problema estaba justamente en que
quería hacerlo, pero no se sentía muy cómodo ante la idea de dar explicaciones.
Y si se encontraba a Nuit, tendría que darlas.
—No te quedes atrás —escuchó hablar a Tom que iba unos pasos
por delante de él.
Apresuró un poco más su andar, alcanzando a su hermano, y ambos
entraron al lugar tras sus amigos.
Bill dejó que la música llenara sus oídos, que el bullicio
de la gente lo rodeara. Quería saber si aquella extraña experiencia de días
atrás, había cambiado de alguna manera su percepción de las cosas. Quería saber
si podía dejar de ver a la gente “en gris”.
“¿Qué tomarán?”
Se acercó un camarero hasta la mesa que le habían asignado
al grupo. Cada uno pidió algo para beber. Las dos chicas se secreteaban
observando la pista de baile, de seguro estarían seccionando a alguno de los
hombres que había ahí. Tom se distraía con uno de sus amigos, planeando sus
pasos para, quizás, no irse sólo al acabar la noche. Bill suspiró al
encontrarse recorriendo los rincones en busca de una cabellera rubia que no
hallaría.
Varios minutos más tarde se acercó a la barra para pedir,
por su cuenta, un vaso de whisky con coca cola. En tanto esperaba a que el
barman se lo sirviera, observaba a su hermano bailando y sonriendo con una
chica a la que acababa de conocer. Sus amigos hablaban en la mesa que él había
abandonado. Se preguntaba en qué momento habían dejado de interesarle ciertos
temas. Se sentía desgastado y ligeramente viejo. No era una cuestión de
energía, era más bien una sensación, como si el mundo que conocía se le quedara
pequeño.
El barman le entregó su copa y Bill bebió el primer sorbo.
Cuando el vaso reposó nuevamente sobre la barra, observó a una chica de cabello
oscuro que sostenía grácilmente un cigarrillo entre sus dedos, y sonreía a una amiga
con la que estaba conversando.
Sus miradas se encontraron por un instante, cuando ella
apagó su cigarrillo en un cenicero que había sobre la barra. No le sonrió. Sin
embargo, la intensidad de su mirada le hizo pensar en una posibilidad.
Quizás habría mundo fuera de Nuit.
Medio cigarrillo, de Bill, más tarde, la chica se quedó sola
en la barra mientras su amiga se iba a bailar. Lo miró con disimulo, como si
quisiera cerciorarse de que seguía ahí.
Él apagó su cigarrillo contra el cenicero que tenía más
cerca y se le acercó.
—¿Te viene bien la compañía o prefieres la soledad? —le
preguntó a modo de saludo. Directo, sin rodeos. Ya no necesitaba de ellos.
La chica lo observó, evaluándolo. Por un momento el corazón
le dio un salto al pensar en encontrar alguna barrera difícil de derribar.
Luego ella sonrió.
Era una sonrisa hermosa, no lo podía negar. Una sonrisa dibujada
en sus labios cubiertos de brillo, y sospechaba que también vibrantes. Probablemente
sabían entregar sensaciones placenteras para el cuerpo, pero Bill estaba
descubriendo que las sensaciones que buscaba, pasaban por una mezcla insana que
aún estaba dilucidando.
—¿La compañía tiene nombre? —preguntó la chica con
coquetería. Una elegante coquetería, reconoció.
—Bill.
—¿Bailas Bill? —insistió con las preguntas. Aquel jueguecito
le estaba gustando. Sonrió.
—Lo intento —confesó con sinceridad.
La chica le mostró una sonrisa más amplia, bajando la mirada
ante la amabilidad de Bill. Él prefirió pasarlo por alto. Ese tipo de seducción
simple ya no era algo que le apasionara.
—Me llamo Amy —se presentó ella.
Un nombre suave. Quizás demasiado, sin matices ni
sugerencias. Sólo Amy.
Eso también quiso pasarlo por alto.
Cuando encontraron un rincón junto a los demás bailarines,
comenzaron a buscar el modo de acoplar sus movimientos a la música. No se
tocaban, al menos aún no. La canción era un tema electrónico de hace unos
cuantos años, Bill lo recordaba de los clubes de Berlín. La voz sugerente de la
cantante invitaba a la pareja a suavizar los movimientos. Amy se atrevió un
poco más, buscando la cercanía.
La chica miró a Bill insinuando mucho más que los pasos de
un baile. La invitación de los dedos de Amy, en medio de los botones de su
camisa era obvia, podría decir que incluso complaciente. No podía negar que las
formas femeninas destacaban admirablemente, pero cuando ya todo lo que puedes
imaginar está marcado con un ceñido traje ¿qué le queda a tu imaginación? Si
todo te lo brindan con tanta libertad ¿dónde está el reto?
Bill le sonrió, no quería ser descortés, para qué. Su tedio,
su falta de interés, sólo le pertenecían a él.
La canción cambió sin pausa, del modo en que sucedían las
cosas en esta clase de sitios. Era como subirte a un carro en una montaña rusa
y dejarte caer por ella, subiendo y bajando sin detenerte.
Respiró más profundamente cuando la chica tocó su estómago
con los dedos, él se lo permitió. No podía negar las sensaciones físicas que estaba
experimentando. Estaban ahí, como el filo de una guillotina condenándolo a sus
instintos más básicos, pero no se sentía cómodo con la idea de dejarse llevar
por ellos. Él nunca se había sentido cómodo con eso, no estaba dentro de su
rutina el llevarse a la cama a alguien por puro placer.
¿Entonces? Se preguntó retóricamente, sin poder responder.
Ella lo observaba con atención, buscando en el hermoso
rostro masculino una ligera muestra del deseo que esperaba estar despertando. Los
ojos de Bill permanecían puestos, intensamente, en los suyos. Amy separó los
labios para respirar un poco más profundo. El chico le gustaba.
Bill miró su boca humedecida por el brillo labial, intentando
imaginarla en rojo.
Para ese momento, la música marcaba un ritmo que ellos
seguían con cierta pereza. Ella porque se sentía atraída. Él porque necesitaba
sentirse, nuevamente, normal.
Los dedos de Bill rozaron suavemente los brazos de Amy, desde
el codo hasta el hombro. La complacida expresión de ella le indicaba la
aceptación. Podía notar sus cuerpos cada vez más cerca. Los puntos de unión se
marcaron en sus caderas y poco a poco en el pecho. La música era rítmica, ellos
bailaban pegados y con mucha más lentitud.
—¿Quieres ir a algún sitio? —preguntó Amy con suavidad,
intentando seducirlo. Buscaba esclarecer aún más la invitación que ya había
abierto con toques y miradas.
Bill se imaginó de inmediato, con la velocidad de un rayo de
luz, el cuerpo de aquella dulce chica bajo el suyo, el movimiento, la precaria
satisfacción. Y supo la respuesta.
—No, esta noche no —le sonrió con toda la amabilidad y
encanto que necesitaba, para que Amy no se sintiera del todo rechazada.
.
Faltaban pocos minutos para la media noche y Bill se había
estacionado fuera del club. No había movimiento, era un día entre semana, pero
se había atrevido a ir de todos modos. Llevaba las últimas veinticuatro horas
en medio de una batalla personal con su ansiedad, y ésta había ganado.
El pulgar de su mano derecha hacía girar el anillo que se
había puesto antes de salir, como un modo de recordar lo que allí le había
sucedido. La euforia que había estado experimentando los primeros días, se
convirtió de pronto en angustia, nada menos que comparable con la desazón
posterior al consumo de alguna droga.
La suya se llamaba Nuit. Noche o Diosa, no estaba seguro.
Había averiguado por internet algunas cosas. Sabía un poco
más de lo que ella estaba haciéndole. El modo en que los pasos lo llevaban a
convertirse en su esclavo, pero ¿quería serlo?
Sabía muchas más cosas. Sabía que las experiencias podían
llevarlo a límites que, desde luego, no conocía. ¿Dónde estaría su propio
limite? ¿Qué tan capaz era Bill Kaulitz de ceder el control absoluto?
El anillo giraba con algo más de lentitud en su dedo.
Había encontrado imágenes que le mostraban formas de
dominación, páginas enteras, y en algunos casos se había sentido obligado a
desviar la mirada. ¿Le haría ella cosas como esas? ¿Las deseaba él?
Sabía que ahora mismo no estaba atado a nada, no existía un
vínculo, todo estaba sujeto a lo que él deseara hacer. El problema estaba en
que sus deseos se erizaban hacia ella, como la piel se eriza hacia el infinito
en medio de un clímax.
Sabía que Nuit estaba enseñándole, poco a poco, lo que se
escondía tras las cortinas de la habitación roja. Ahora sabía también, que el
anillo que le había dado era un símbolo, y conocía el significado de aquel
grabado.
“Pertinent
ad Nuit”. Perteneces a Nuit.
Quizás esa era la única clave.
.
.
Nuit se encontraba de pie frente al espejo de su habitación.
Se masajeaba con una emulsión, y con mucho cuidado, la muñeca de la mano
izquierda, ya que los grilletes habían dejado alguna huella algo más profunda
en su piel. Observó las marcas que llevaba en las caderas, dos líneas a cada
lado, suavemente amoratadas por la presión de la soga que la había
inmovilizado. Respiró profundamente y soltó el aire con lentitud. Aquellas eran
marcas que le parecían hermosas, eran como un grabado que había dejado su Dom
en ella, y Nuit se enorgullecía. Él había estado más dogmático que en otros
encuentros, parecía satisfecho con el trabajo que ella había estado ejecutando.
Y eso la llenaba de placer.
Arrugó un poco el ceño ante el pinchazo de dolor que notó en
la zona lastimada, pero se relajó de inmediato, porque le gustaba. A veces se
preguntaba cuán diferente era ella de esos fanáticos religiosos que apretaban
el silicio hasta sangrar. Casi siempre concluía que no demasiado.
Sabía que lo que ella experimentaba en aquel lugar, era un
placer adictivo, que sólo podía ser derribado por una adicción aún mayor.
Continuará…
Este capítulo nos va
dilucidando un poco más de lo que sucede con Nuit. Ya quiero ver por dónde nos lleva
ese camino. Y Bill… mmm… Bill… intentando reencontrarse con una vida que ya no
le satisface.
Esperamos que les
haya gustado el capítulo y que nos dejen sus mensajitos.
Archange~Anyara
No hay comentarios:
Publicar un comentario