Capítulo I
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Algunas
creencias aluden a la existencia de un alma o espíritu que viaja, con el fin de
aprender en diversas vidas las lecciones que se pueden llegar a tener durante
la presencia en la tierra, de ese modo se llega a un nivel en el que las almas
gemelas pueden llegar a reunirse. Siempre que todas las lecciones sean
aprendidas.
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Podía notar
un suave cosquilleo en el contorno del oído izquierdo, algo tan ligero como la
brisa de una tarde de primavera, cálido y relajante. Me giré en la cama con
cierta pereza, y abrí los ojos. La habitación se encontraba prácticamente a
oscuras, sólo iluminada por una suave penumbra. Y la vi. Su figura esbelta,
casi etérea, elevada varios centímetros por encima de mi cuerpo. Me sonrió
ligeramente y con voz adormilada le hice una pregunta.
—¿Quién
eres?
Su mano
suave como un soplo de aire, se poso sobre mi pecho junto a mi corazón. Inhale
profundamente, y aunque seguía sin conocer su nombre la reconocí a ella, una
parte de mí lo hizo. La vi acercarse, noté el roce primero efímero de sus labios
que se fue haciendo más real, más concreto. El toque de su cuerpo, que iba
posándose delicadamente sobre el mío, me transmitió su calor. No había notado
hasta ese momento que ella estaba desnuda, y también lo estaba yo. Durante una
fracción de segundo pensé que aquello no era posible, pero la idea se esfumó
del mismo modo que llegó, permitiéndome centrarme únicamente en ella.
—Recuérdame…
Me susurró
apenas moviendo los labios. Y sin preverlo me sentí profundamente dentro ella,
de un modo pleno. Sólo en ese momento comprendí cuánto la había extrañado, y la
falta que me hacía.
—Siénteme…
Volvió a
susurrar. La estreché contra mi cuerpo, queriendo impregnarme de ella.
—Te he
extrañado…
Murmuré,
pegando mi boca a su oído. Noté el fresco aroma a limón que tenía su cabello,
un aroma añorado y lleno de evocaciones. Ella tomó mi mano y se la llevó a los
labios, besando mis dedos con tanto amor que me emocionó.
—Encuéntrame
—me pidió, y pude ver una lágrima brotar de sus ojos—. Devuélveme la vida —suplicó.
Tomó mi
rostro entre sus manos, besándome en el instante en que un enorme placer me
surcó, logrando en mí un estado de sumisión e ingravidez que casi podría decir
que recordaba.
Su calor me
abandonó cuando aún estaba inmerso en la levedad de las sensaciones. Creo que
en ese momento desperté, aunque mis ojos ya estaban abiertos. Observé los
rincones de mi habitación, y vino a mí un susurro que no supe si escuché o mi
mente recreo.
“Encuéntrame”.
Me levanté
de la cama, comprobando que mi ropa interior no estaba en su sitio. A pesar de
que intenté recordar en qué momento me la había quitado, no logré hacerlo. Miré
por la ventana, encontrándome con las tenues luces nocturnas de Nueva Orleans.
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Pasaba
ligeramente de medio día, un hermoso medio día. Di un par de golpes en la puerta
de la habitación de Tom y entré, únicamente porque tenía la absoluta seguridad
de que estaría solo.
—Buenos días
—hablé alzando la voz de forma leve.
La
habitación se mantenía en la penumbra, así que abrí un poco las cortinas para
que entrara algo de luz. Miré a mi hermano sobre la cama, que se removió
molesto sin dejar pasar el reclamo pertinente.
—Quiero
dormir.
Me acerqué.
—Nos estamos
perdiendo la ciudad —le hablé a poca distancia de la cama.
Tom contestó
oculto bajo la almohada.
—La ciudad
estará ahí mismo en tres horas más.
—¡Tres
horas! —exclamé
Él se
oprimió más la almohada contra la cabeza, como si con ello pudiera evitar mis
palabras.
Dejó pasar
un momento, en el que yo me mantuve esperando. Se giró, observó el techo un
instante, luego tomó la almohada y me la arrojó. La atajé.
—¡Bien! ¡Lo
conseguiste! —se quejó.
—No sé de
qué te quejas —le dije—,
has dormido más que yo.
—He tenido
un mal sueño —me contó, mientras se sentaba en la cama y se masajeaba la sien.
—¿Quieres hablarlo?
—pregunté, cuando tenía malos sueños siempre me servía contárselos a él.
Tom me miró considerando
mi ofrecimiento, luego hizo una mueca de molestia y negó.
—No vale la
pena —se puso en pie y se estiró como si quisiera tocar el techo, tal como hacía
yo al despertar. Bostezó y se rascó la nuca de camino a la ducha.
—Pediré el
desayuno —le avisé, tomando el teléfono que había en su mesilla.
—Yo paso —fue
su respuesta, desde la puerta del baño.
Lo pensé un
momento y colgué. Ya comeríamos algo por ahí, después de todo habíamos venido
para ‘explorar’ ¿O no?
Volví a la
ventana y observé el lugar. Habíamos visitado muchas ciudades durante estos
años, aunque no siempre podíamos recorrerlas. Esta en particular no parecía ser
una ciudad de las más visitadas, no parecía tener nada demasiado relevante;
pero me gustaba la idea de hacer una parada de un par de días en ella. Quería
transitarla, sentirla.
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—¿Crees que
podamos encontrar algo interesante aquí? —preguntó Tom, mientras paseábamos por
las calles más céntricas de la ciudad.
—Eso espero —confesé,
mientras observaba los letreros luminosos que colgaban de las tiendas. En su
mayoría eran pequeños sitios que no parecían ofrecer gran cosa, pero había algo
en la precariedad y en el deterioro de los rincones que lograban que el lugar
me interesara.
En mi mente
se repitió la frase de mi sueño, esa que sonó cuando me desperté.
“Encuéntrame”.
—Ya llevamos
casi una hora fuera, y a mí me está entrando el hambre —habló Tom.
—No vinimos
para encerrarnos ¿O sí? —contesté.
Como Tom no
me respondió me giré para mirarlo, y lo descubrí perdido en la corta falda de
una chica con unas piernas estupendas.
Lo esperé, cuando
volvió a mirarme me reí y continué caminando.
—¿Qué? —me
siguió.
Reí un poco
más.
—¡¿Qué?! —volvió
a insistir, alcanzándome.
—Nada —hice
un leve gesto negativo, aún sonriendo.
—Estaba bien
—se defendió, refiriéndose a la chica.
—¿Te he
dicho algo? —me encantaba molestar a Tom, jugar con su poca paciencia y hacerlo
tropezar consigo mismo.
—No, pero… ¿Viste
esa minifalda? —preguntó, volviendo a girarse pero para ese momento la chica ya
estaría fuera de su vista.
—En realidad
vi sus piernas —confesé.
—Bueno,
claro… aunque la falda cubre justo el sitio…
—¡Calla! —lo
interrumpí.
Ahora Tom
rió.
—¿Por qué te
escandalizas? —continuó riendo.
—Ya, ya —le
hice un gesto con la mano para que se detuviera—… me conozco tus explicaciones
gráficas.
—No me dirás
ahora que no piensas en el sexo —lo conocía, ya no se callaría.
—¿Te parece
que es una conversación para tratar en plena calle? —lo miré.
Se encogió
de hombros.
—No creo que
muchos aquí hablen alemán —expresó. Tenía que darle la razón.
—De todos
modos —me defendí, no le iba a dar una victoria tan fácilmente.
—Qué
aburrido te has vuelto —bufó—, hasta los quince no pensabas más que en los
rinconcitos húmedos de las chicas —cerré los ojos, lo tenía que decir— y luego
se te metió en la cabeza la idea del amor verdadero.
—Cuando
madures lo entenderás —me escudé.
—Eso es lo
que siempre dices, pero no creo que sea cuestión de madurez —se defendió él.
Comenzaba a
acercarse otra chica que vestía provocativamente, sabía que la atención de Tom
se perdería en ella.
Y así fue.
—¡Wow! Este
lugar mejora por momentos —se animó.
—Me alegro —quise
ser amable.
—No me
refiero a las chicas —aclaró.
Lo vi caminar
delante de mí, y entrar a una pequeña tienda cuya puerta parecía obligarnos a
inclinar la cabeza para poder entrar.
—Zapatillas —susurré.
—Sí… —su expresión
era nuevamente animada, como un niño feliz.
—Qué
aburrido —me quejé, pero mi hermano ya había comenzado a avanzar dentro de la
tienda, que no parecía tan pequeña una vez que entrabas.
—¡Ah! Te
toca aburrirte por mí —sonrió.
Y tenía
razón, habíamos acordado estar juntos en todo momento, como una especie de
medida de seguridad. No habíamos querido traer guardaespaldas. Habíamos venido
por influencia mía, Tom no tenía precisamente demasiados deseos de conocer esta
ciudad. Lo cierto es que yo tampoco tenía muy claro cuál era la razón que me
había traído hasta aquí. Hacia algunos días, pasando los canales de televisión en
una de esas tardes muertas y aburridas, mostraron un poco de éste lugar. Se
comentaba que intentaban llamar la atención del turismo para poder resurgir
después de los duros golpes que la naturaleza le había dado. Vi una especie de
recuento de los lugares que se podían visitar, y entre ellos nombraron una
tienda de antigüedades que desde ese momento he querido visitar.
—Mira ésta —me
dijo Tom, atrayéndome nuevamente a la actualidad.
En el
expositor había una serie de zapatillas, de diversos diseños y colores.
—¿No son
iguales a las que hay en la tienda de Los Ángeles que sueles visitar? —pregunté,
mientras comenzaba a buscar mi móvil en el bolsillo para jugar un poco, y matar
el tiempo.
—¿Qué dices?
—se indigno.
Lo miré.
—Sólo
pregunto —me encogí de hombros.
—Mira ésta —volvió
a pedir, tomando unas de color azul.
—Son azules,
como las otras azules que tienes —puntualicé.
—Y tú tienes
más de un pantalón negro —contestó, dando en uno de mis puntos débiles.
—Entendido —acepté
con voz resignada.
Le tocaba a
Tom perder mi tiempo.
En ese
momento se nos acercó una vendedora. La observé atentamente, buscando en ella
algo que no comprendía del todo. Esperaba que nuestras miradas se encontraran,
y cuando sucedió ella me sonrió con amabilidad, pero nada pasó. Entonces miró a
mi hermano y él comenzó a pedir algunas cosas, y a sonreír a la chica como si
también quisiera llevársela. Yo bajé la mirada a mi teléfono y me senté en un
rincón a esperar.
—Insisto, el
día mejora por momentos —expresó Tom alegremente, sentándose junto a mí.
—Sólo
venimos por un par de días —le recordé.
Tom sonrió.
—Justamente
por eso es tan bueno —contestó alegremente.
Liberé una
sonrisa irónica.
—Tú no
tienes arreglo —le dije.
—¿De verdad
no te dan ganas de desempolvarte un poco? —preguntó.
Yo perdí una
vida en el juego que tenía en el móvil, pero decidí contestarle con
tranquilidad.
—Me
controlo.
—A ver, déjame
la mano —tiró de mi mano derecha, pero yo tiré en contra.
—Déjame en
paz —se me estaba esfumando la tranquilidad.
—Créeme
hermanito, eso no puede ser bueno.
Resoplé.
—Me iré a
recorrer esto yo sólo —le advertí.
—Tranquilo, ahí
viene mi vendedora favorita —volvió a sonreír.
—Te espero
aquí —le avisé, pero no se puso de pie de inmediato.
—No puedes
decirme que esa no es una delantera excelente —susurró cuando la chica comenzó
a acercarse.
La miré
fugazmente para comprobar lo que Tom decía, luego volví a la pantalla de mi
móvil.
—Buen envase
¿Conoces el contenido? —le pregunté.
Ese era el
eterno cuestionamiento que hacía a las aventuras de mi hermano. Quizás no a las
chicas que conocía que bien podían ser chicas muy buenas, sino a él; a su poco
interés en el fondo de esas mismas chicas.
—Eres un
mata pasiones ¿Sabías? —volvió a susurrar— No me extrañaría que esta noche yo
durmiese acompañado… ¿Y tú?
Se puso en
pie para recibir lo que la chica traía. En mí jugó nuevamente el recuerdo de
aquel susurro de mi sueño.
“Encuéntrame”.
Salimos de
aquella tienda veinte minutos más tarde, con un par de zapatillas, hambre y un
número de teléfono que Tom había guardado en el bolsillo trasero de su pantalón.
En el rostro llevaba una sonrisa radiante.
—¿Ahora nos
vamos a comer algo? —me preguntó.
Y su ánimo,
desde que habíamos salido del hotel, había cambiado completamente.
—Quiero ver
una dirección que hay en la calle siguiente —le conté.
—¿La tienda
de antigüedades?
—Sí, ya que
estamos aquí, podemos aguantar el hambre un poco más.
—Bien, yo
voy tan contento que hasta puedo esperarte.
—¿Cómo te
pone a ti una cita? —lo miré, divertido.
—Casi cita,
todavía no lo es —aclaró.
—Por esta —indiqué
la calle a nuestra izquierda.
Nos metimos
por ella. Las tiendas no eran muy diferentes a las que ya habíamos visto. Lo
cierto es que esta parte de la ciudad había aguantado muy bien los embates de
la naturaleza, aunque claro, habían pasado algunos años ya desde aquello.
—Tendría que
ser —murmuraba, mirando los números en los edificios que estaban puestos en
diferentes tamaños, colores; materiales y diseños—… aquí.
Nos
encontramos frente a una casa de dos pisos, con una reja de metal que en su
mejor tiempo debió ser negra y que estaba entreabierta. Un pequeño antejardín
de no más de cuatro metros cuadrados, y al final de él había unas puertas con
cristales y marcos de madera de color blanco que parecían muy antiguas. El
interior apenas se distinguía por la escasa luz.
—Esto es un
poco tétrico ¿No? —preguntó Tom.
—Es una
tienda de antigüedades —respondí, empujando la reja de metal que chirrió con el
movimiento y un escalofrío me recorrió la espalda. Me sentí como si pudiera
reconocer el pequeño camino que ahora estaba andando hasta esa puerta blanca.
Continuará…
Aquí les dejo el primer capítulo de esta
historia y espero que les guste. Muchas veces me cuestiono en si las historias “románticas”
no son un cliché, pero en más de una ocasión llego a la conclusión de que
intento contar lo que supongo es el amor. Entrega, pasión y un Universo entero
cuando lo encontramos.
Un beso, y gracias por la compañía de
quienes se animen a recorrer esta historia conmigo.
Siempre en amor.
Anyara
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