domingo, 24 de marzo de 2013

Rojo - Capítulo VIII


Capítulo VIII
.
Tom empujaba la puerta de la habitación de su hermano. Éste acababa de irse y él no había dejado su posición de vigilancia junto a la ventana, hasta que vio el coche de Bill perderse más allá de la reja que delimitaba su propiedad.
Necesitaba mirar dentro de la mesilla de noche y encontrar ese anillo que su gemelo había escondido de él. Creía que su comportamiento se había vuelto raro debido a ese objeto, o lo que fuese que significaba. Bill parecía extraño, no del tipo “extraño” que dispara todas las alarmas con un chispazo. No, era algo mucho más sutil, más peligroso, porque es la clase de conducta que una vez que se instala en tu vida, se vuelve irreversible.
Bill le ocultaba algo.
Abrió el cajón de la mesilla y se encontró con lo habitual. Removió las cosas que había allí. Cigarrillos, encendedor, pañuelos de papel. También halló pastillas para el dolor de cabeza y los tickets de compra que su hermano acumulaba sin tirar, pero no había rastro del anillo. Tom arrugó el ceño intentando recordar si se lo había visto puesto antes de salir, pero estaba seguro de que Bill no lo llevaba.
Su siguiente paso fue el joyero que había sobre el tocador. Sabía que era improbable que su hermano guardase ahí algo que quería mantener escondido, porque a Tom no le cabía duda de que Bill quería mantener oculto aquel objeto.
Revisó los anillos y removió los collares, sin encontrar lo que buscaba.
Se giró sobre sí mismo y dio un repaso visual a la habitación, pensando en dónde, además de los sitios que ya había mirado, Bill podía esconder un tesoro como ese. Sus ojos se clavaron de inmediato sobre la almohada. Avanzó hasta el lado derecho de ésta, que era el que su hermano usaba para acostarse. Metió la mano bajo ella, y encontró lo que buscaba.
Observó un instante la argolla sobre su mano, notando el peso que esta tenía. Luego la miró por dentro.
—Pertinent ad Nuit… —murmuró y arrugó el ceño. El latín nunca había sido su fuerte, pero casi podía adivinar lo que eso significaba.
.
Bill había salido por la comida. Le había dicho a Tom que salieran juntos a comer a algún sitio, pero su hermano comenzó a quejarse de un malestar de estómago. Cuando le propuso visitar a un médico, le dijo que no era nada, que sólo le dolía un poco la cabeza. Así que Bill concluyó, simplemente, que Tom no tenía deseos de pasear bajo el calor de Los Ángeles.
Aparcó el coche unas manzanas antes del restaurante en el que compraría algo de comida italiana. Se detuvo frente a un escaparate para mirar unas botas altas, que lo estaban seduciendo desde su posición sobre una tela de raso blanca. Combinarían perfectamente con su chaqueta gris, ya que eran de color negro desgastado.
Mientras debatía aquello, completamente despreocupado de lo que sucedía a su alrededor. Escuchó algo que lo puso en alerta en un instante.
“Estaré a la hora acordada”
Era su voz, podría asegurarlo.
Giró la cabeza por encima de su hombro izquierdo, siguiendo con la mirada a la mujer que acababa de pasar tras él hablando por su teléfono. Arrugó un poco el ceño cuando vio su cabello de un vivaz color rojo. Sabía que no podía ser ella, pero de todas maneras comenzó a seguirla, tomando su misma dirección y olvidándose de las botas.
La observó desde la pequeña distancia que los separaba. El sinuoso movimiento de sus caderas, acentuado por los tacones que llevaba, lo hicieron rememorar la oscilación característica de Nuit. La misma cadencia, el mismo suave contoneo.
Ella continuaba hablando por su teléfono y Bill intentó agudizar el oído para poder escucharla nuevamente, pero el sonido constante de la urbe no se lo permitía. Debía acercarse más, pero se negaba a parecer un acosador.
Observó aquellas largas piernas femeninas. El modo en que se tensaban y se relajaban con cada nuevo paso.
¿Y si se adelantaba a ella y luego la miraba?
Sí, quizás aquella fuese una alternativa. Lo meditó un segundo, sintiéndose torpe ante la idea.
Entonces ella giró en una esquina y Bill apresuró el paso para no perderla. Al menos quería ver su rostro sólo una vez. Asegurarse de que todas aquellas similitudes no eran más que deseos de su enfebrecida mente.
Cuando llegó a la esquina, repitió los pasos que aquella mujer había dado. Alcanzó a ver su melena rojiza perderse por la entrada de una tienda. Bill avanzó un poco más, deteniéndose de forma abrupta, cuando vio la composición del escaparate.
“Tiene que ser ella” Gritó su mente.
Un maniquí vestido de negro, como una novia con su torso hermosamente engalanado con un corsé, se mantenía de pie en el centro de aquel escaparate, rodeado de cajas envueltas para regalo, todas con cintas de raso negras. El corazón se le disparó de improviso y tuvo que respirar por la boca para controlarlo.
Sin pensarlo mucho más entró al recinto de la tienda, decidido a encontrarla.
Un pequeño jardín interior lo recibió. Las puertas de cristal le permitían ver el interior elegantemente decorado, y aquel hecho sólo acentuaba más su certeza. Aquella debía de ser Nuit.
La vio a través de una de las puerta, oculta tras unos enormes lentes de cristales oscuros, dejándose guiar por una mujer.
Bill dejó atrás el jardín y entró, esperando no perderla de vista. En cuanto avanzó unos pasos en el interior, salió a su encuentro otra mujer, tan alta y espigada como la primera que había visto, y enfundada también en un fino vestido negro.
—¿Puedo ayudarle en algo? —le preguntó, con una sonrisa adornando sus palabras.
Bill comprendió que no podía decir lo que realmente buscaba.
—Busco un… regalo —manifestó. Recorriendo con la mirada la dirección en la que, hacía sólo un momento, se encontraba aquella encendida cabellera rojiza.
—¿Qué idea tiene? —preguntó la mujer, invitándolo a pasar.
Bill obedeció.
La mujer lo llevó hasta un mostrador que había en mitad de la primera estancia. Dentro de él se encontró con una serie de objetos, muy similares a los que había visto en la habitación roja.
—¿Algo de aquí, por ejemplo? —preguntó la mujer, extendiendo su mano como un abanico por encima del mostrador.
Bill no pudo evitar la pequeña dosis de inquietud que lo sacudió, cuando sus ojos localizaron una fusta. Recordar el roce de aquella piel, sobre su propia piel. Y el castigo que Nuit le daba con ella, fue suficiente para que su cuerpo reaccionara.
—Podría ser… —respondió, esperando que su voz sonase clara y sin matices.
La mujer le sonrió.
—Lo dejo, la tienda está a su disposición —le ofreció.
Bill asintió, embelesado con los objetos que había en aquel mostrador. Alzó la mirada, buscando nuevamente. En la tienda sólo estaba él y la encargada, no encontraba señales de la supuesta Nuit, ni de la mujer que la había atendido. Pero ya no confiaba en lo que le decían sus ojos, desde que había estado en aquella habitación roja, tenía sospechas de que nada era lo que parecía.
Encontró frente a él una fotografía del dorso descubierto de una chica, que llevaba como única vestimenta un cinturón de cuero atado con dos hebillas en la parte delantera. Una imagen sugerente y erótica como todo lo que había en el lugar, desde la cálida iluminación hasta la mullida alfombra que pisaba. Todo parecía creado para insinuar.
Fue recorriendo las estancias, al principio con la sola idea de encontrar a Nuit, pero poco a poco su atención resultó atrapada por los múltiples objetos que había a su paso. Algunos tenían usos obvios, otros le resultaban simplemente incomprensibles. Mientras más recorría la tienda, más ideas llenaban su cabeza. Estaba seguro que sólo quienes habían probado, aunque fuese débilmente, del elixir de ese deseo, podían comprender su fascinación.  Lencería, correas, zapatos de tacones altos. A su paso encontró hermosos collares, pulseras y esposas de oro. Se preguntó cuál era el límite real del deseo. Todo lo expuesto aquí estaba hecho para fascinar los sentidos, para incitar al pecado. Cada brillo y cada trozo de piel que componían los objetos eran tentación pura. Velas que ardían sobre altos candelabros. Cuadros en las paredes insinuando el clímax.
Anheló ser el deseo oculto de Nuit. Algo que no se vendiera, algo que no pudiese comprar.
Quizás si se esforzaba, podría lograrlo.
Sus ojos se detuvieron como hipnotizados sobre una hilera de perlas. Tuvo que observarla un instante más, para poder dilucidar su uso. Era una larga pieza que finalizaba en dos brazaletes formados por las mismas esferas nacaradas y que se ajustaban a las muñecas. Lo imaginó como un collar rodeando su cuello y sus manos encadenadas con ese grillete de perlas.
La imagen de Nuit vistiendo únicamente ese collar, fue brutal.
Lo quería.
No estaba seguro de si tenía permitido regalarle algo, pero no se detuvo a pensarlo. Miró hacia atrás, y esperó un instante hasta encontrarse con la mirada atenta de la mujer que lo había recibido. Cuando ella se acercó, él formuló la única pregunta que tenía antes de llevárselo.
—Ese collar, el de perlas, ¿lo tiene en rojo?
La mujer sonrió.
—Sígame —le pidió y Bill lo hizo.
Cuando estuvieron frente a otro mostrador. Ella levantó la tapa de cristal y sacó desde el interior una caja de un opaco color negro, decorada con cinta de raso de igual color. Puso la caja sobre el mismo mostrador y la destapó con delicadeza. Bill notó un abrumador placer, cuando las perlas de color rojo aparecieron ante sus ojos.
—Me lo llevo… —declaró.
—Muy bien.
La siguió, notando cierto movimiento en un rincón a su derecha. Miró, encontrándose con la mujer que antes atendiera a la que él suponía era Nuit. Arrugó un poco el ceño. No la había visto salir.
—Perdone —se dirigió a la mujer que lo estaba atendiendo—, antes entró una chica de cabello rojizo.
La dependienta lo observó fugazmente, siempre sonriendo.
—Aquí sólo está usted —le respondió.
Bill pareció incomodo.
 —Pero… no la he visto salir —insistió.
La mujer metió la caja con el collar, dentro de una bolsa con el nombre de la tienda impreso de forma discreta en una esquina y se la extendió.
—Como comprenderá, una de nuestras garantías, es la privacidad de nuestra clientela —sonrió la mujer, esperando el pago.
Bill entendió que no obtendría más información de ella.
Antes de salir de la tienda, volvió a recorrer los rincones con la mirada. Y al salir, desde el jardín interior que separaba la tienda de la calle, vio a la mujer que lo había atendido, abriendo una puerta y perdiéndose a través de ella.
.
El pasillo parecía diferente, más adusto, más frío y la luz mucho más escasa. En mi mano llevaba las perlas que había comprado para ella. Notaba la suave textura contra mi palma y mis dedos. Las acariciaba, en tanto avanzaba buscando a Nuit.
Sentía el aire pesado al respirar, húmedo. Se condensaba en mis pulmones obligándome a respirar por la boca. Los gemidos provenientes del final del pasillo, me envolvían y se perdían más allá de mí, metálicos y abovedados. Como ecos procedentes de otro mundo.
Sabía que seguía la dirección correcta, que ella estaría en alguna parte. Lo presentía.
Bajé una pequeña escalinata, me sentí confundido, no la recordaba. Apoyé una mano en la pared y noté la roca fría que me rodeaba. Una fuerte sensación de angustia comenzó a invadirme. El lugar me pareció extraño, diferente a como lo guardaba en mi memoria y un atisbo de temor me atenazó cuando bajé el último escalón. Ante mí un largo pasillo oscuro, y al fondo, una puerta entreabierta desde la que podía ver una intensa luz roja. Tan intensa como Nuit.
Debía estar ahí.
Ese pensamiento me confirió el valor necesario para seguir. Acaricié las perlas enrolladas en mi mano y avancé. Los latidos resonantes de mi corazón me cortaban la respiración.  Cada paso que daba estaba matizado de demasiadas sensaciones a la vez. Ansiedad, angustia, temor. Mientras más cerca me encontraba de la puerta, más nítidos eran los sonidos que provenían de la habitación. Podía escuchar un látigo, podía escuchar los gemidos acallados, y un siseo que me helaba los huesos. Dolor y placer.
Extendí una mano, en tanto con la otra oprimía el collar. Empujé la puerta lentamente, dejando que la luz roja inundara mi figura. Y la vi. Nuit sostenía un látigo corto, compuesto por varias tiras de cuero y con él golpeaba a un chico que, inclinado, se sostenía contra un caballete de metal. Pero aquello no fue lo que me heló la sangre. Lo que me cortó la respiración, fue el vaivén de las caderas de Nuit contra el cuerpo de aquel chico. Lo estaba penetrando con un falo atado con correas.
Me sintió extrañamente traicionado. Ilógicamente traicionado. Y murmuré su nombre.
—Nuit…
Ella me miró y sin dejar de mover sus caderas, me sonrió. Se llevó un dedo hasta los labios en señal de silencio.
—Shhh…
Continuará.
Llegamos al final… y parece que con cada incógnita que Bill comienza a resolver, surgen otros misterios cada vez más difíciles y oscuros. Paso a paso veremos como Bill se adentra en lo desconocido… y nosotras con él.
Esperamos que hayáis disfrutado el capítulo de hoy tanto como nosotras. Este es especial, porque es el primero que publicamos en el nuevo grupo Rojoadiccion<3
Nos vemos en el próximo, amores

No hay comentarios:

Publicar un comentario