Un trozo de cristal
.
Bill movía con cuidado el nuevo
tocador que había traído para su habitación. Era un objeto antiguo que había
encontrado en un bazar callejero de Los Angeles. Aún no comprendía cómo un
mueble tan hermosamente labrado podía ser desechado por alguien en su sano
juicio.
—Queda bien —comentó Tom.
—Es precioso, sólo le hace falta
algo de limpieza —en su voz se filtraba la alegría que sentía por el
descubrimiento que había hecho.
—¿Lo limpiarás tú? —preguntó su
hermano, burlándose.
—Puede ser.
El orgullo de Bill, incluso la
adoración que parecía despertarle el objeto, era evidente.
Días más tarde lo encontraría Tom,
con un paño de tela suave y un palillo, limpiando los surcos que formaban las
hojas de hiedra tallada sobre la madera.
—¿Vas a limpiar el cristal? —le
preguntó, al notar la capa opaca que aún permanecía cubriendo el reflejo.
—Sí claro, al final. Ese será el
broche de oro —explicó Bill.
—Ya. Bueno, cuando estés libre
podemos ir a mirar los trajes para Halloween.
—Sí, en un momento.
Faltaban poco menos de dos semanas
para esa noche festiva. Los gemelos la disfrutaban más que ninguna otra
celebración en el año. Bill, desde muy joven se sintió atraído por la frágil
belleza del horror.
Quizás por eso este tocador le
resultaba tan hermoso. Las hojas de la enredadera rodeando aquellos brazos de
manos finas, sosteniendo el espejo como si se tratara de una joya. Había una
representación sombría en aquel labrado hecho en madera oscura. Comenzó a
limpiar el cristal suavemente. La capa gris que no le permitía admirar su
propio reflejo, iba desapareciendo con lentitud. Un poco más de fuerza. Un poco
más de presión. Así hasta que pudo
observarse plenamente en aquella superficie. Sonrió complacido.
—Hermoso —dijo.
“Hermoso”
Fue el murmullo reflejo que llenó
la estancia. Un sitio oscuro y lúgubre. Un ser con sombrías alas observaba por
el cristal de un espejo como si se tratara de un portal. La luz que se
desprendía en el otro lado, lo convertía en prisionero de una nostalgia
arraigada en los milenios de su existencia. Tanta belleza, tan inusual
resplandor, sólo comparable con la luz que recordaba en las alturas.
.
Bill despertó confuso. Se sentó en
la cama, en medio de la oscuridad, rememorando las imágenes que había visto en
su sueño. Se encontraba en el centro del recibidor de una casa vieja y
abandonada. Recordaba el crujir de la madera bajo sus pies a cada paso, y el
frío. Había recorrido el lugar en busca de algo, aunque no sabía bien qué. Había
visto lámparas de bronce sucias, apagadas y cubiertas de telarañas. Al final de
la estancia, había hallado una escalera que subía los tres pisos que tenía la
casa, descendiendo también. Intentó saber cuántos pisos había hacia abajo, pero
no logró recordarlo. Dio un paso para descender, y en ese momento despertó.
Halloween estaba cerca. Él y Tom
habían pasado varias horas en una tienda escogiendo sus disfraces. Quizás todo
aquello lo había obsesionado. Observó su imagen en el espejo del tocador,
apenas lograba definirla debido a la oscuridad. Decidió que era mejor dormir un
poco más.
.
Dos noches más tarde Bill retomó
aquel sueño. Pocas veces en su vida le había sucedido. Está era una de ellas.
El primer escalón crujió bajo su
pie. La madera seca pareció quejarse y llenar el lugar con su lamento. Podía
distinguir parte de la escalera. Veía siete, quizás ocho escalones, después de
eso todo era oscuridad. Continuó bajando.
Cuando ya no lograba diferenciar
lo que le rodeaba, miró hacia atrás. La escasa luz de la estancia principal no
parecía tan lejana, así que se animó a continuar ¿Encontraría otra puerta? ¿Otra
habitación tal vez?
Comenzó a escuchar un lejano
rumor. Al principio pensó en el sonido que hace el aire al entrar con fuerza
por una rendija. Luego comprendió que no. Era la risa y el llanto de un niño. El
matiz que se formaba en las emociones de aquella pequeña voz, lo llevó a
detenerse. Reconocía esa voz. Una parte de él lo hacía. Volvió a mirar atrás,
comprobando que aún estaba cerca la luz. Continuó bajando.
Llegó a descender tres escalones
más, cuando una figura comenzó a iluminarse unos pasos más allá. Su primera
reacción fue de temor, pero no podía detenerse, necesitaba comprobar quién era
ese niño que lloraba con tanta tristeza. Entonces escuchó su risa, entrecortada
por el llanto. Vio sus ojos y su piel blanca. Estaba sólo y lo miraba con cierta
aprensión.
—Bill… —murmuró su nombre con
cautela.
Ante la mirada del niño, se sintió
de nuevo como si tuviese cinco años. Vio el rostro del pequeño, humedecido por
las lágrimas, y su tristeza le oprimió el corazón.
—¿Paul? —preguntó con cierta
incredulidad.
¿Por qué parecía tan pequeño? Debía
de tener su edad.
—¿Eres tú, Paul? —insistió en
preguntar, acercando una mano al rostro del niño sin llegar a tocarlo.
—No por favor —habló con temor,
intentando alejarse del toque—, no me pegues Bill…
En ese momento se llenó de
tristeza. Recordó que cuando estaban en el jardín de niños, había sido cruel
con él. Lloraba y reía, porque le pegaba y luego lo consolaba.
Se quedó muy quieto, observando
sus ojos temerosos. Esperando que con los años ese niño lo hubiese perdonado.
Sentía el peso de esa culpa en su interior.
Entonces escuchó otro sonido
perdido en la profunda oscuridad de aquella escalera descendente. Era el
chirrido de la madera, sobre la madera, al arrastrar un mueble. Miró nuevamente
a Paul, tras de él, pero ya no estaba. Observó la luz en el piso de arriba,
parecía algo más alejada. Otra vez oyó aquel ruido arrastrado, y miró hacia la
oscuridad. Pudo comprobar que algo se iluminaba ahí abajo, como si se tratara
de una nueva escena que debía ver.
Se sostuvo del barandal, la madera
estaba fría y sucia. Notaba la forma en que el polvo, y quizás las telarañas,
se le iban impregnando en la piel. La escalera descendía en espiral, así que
cuando miró hacia atrás y quiso encontrar la luz de la estancia principal, ya
no fue capaz de hacerlo. Sentía un fuerte peso adherido al pecho, se trataba de
la angustia que experimentó al recordar lo que le hacía de niño a Paul.
Cuando la luz hacia la que se
dirigía comenzó a iluminarle, el sonido
ya había cesado. Lo único que llenaba sus oídos era su propia respiración, y los
escalones que se quejaban bajo cada paso. Pudo ver ante él un tocador. La madera
oscura con la que estaba labrado formaba las hojas de una hiedra, además de dos
brazos sosteniendo un espejo. Se acercó, y pudo distinguir su reflejo en
aquella imagen. Del otro lado había luz
de día, y escuchó a Tom hablarle. Luego todo fue oscuridad. Se sintió
incorpóreo y ausente. Oyó nuevamente la voz de Tom, primero lejana, hasta que
estuvo tan cerca que abrió los ojos.
.
Se sentó frente a su tocador, y se
observó en el espejo, probándose las piezas que compondrían su máscara para Halloween.
Aún quedaban varias noches para esa fecha, y aunque siempre había sido una de
sus fiestas favoritas, en esta oportunidad parecía diferente. Se contempló con
detenimiento. Se peinó la barba con la mano, en un gesto habitual y pensativo.
Delineó con los dedos las ojeras que comenzaba a tener. Se sentía inquieto. Los
sueños que estaba teniendo no lo ayudaban. Era como si pudiese percibir la fina
línea que separaba este mundo… de algún otro.
Quizás todo era parte de la
sugestión. Llevaba varias noches recorriendo aquella escalera descendente, y en
cada oportunidad se encontraba con alguna parte de su pasado que preferiría
olvidar.
Miró la hora en su reloj. Ya eran
las cuatro de la madrugada, pero no deseaba dormir. Volvió a observar su
reflejo, estaba agotado. Pestañeo con la lentitud inherente al cansancio, y
cuando pudo mirarse nuevamente notó sus mejillas hundidas. La piel estaba
pálida, grisácea, y su cabello era largo y platinado, pero a pesar de ello,
hermoso. Extendió la mano para tocar aquella imagen, tan horrorosamente bella. Se
sintió, de pronto, enamorado de aquella fatalidad que descubría. Cuando notó el
frio del cristal contra los dedos, vio como se abrían dos oscuras alas a su
espalda en aquel reflejo. Instintivamente se echó atrás, siendo testigo de cómo
se difuminó aquel lóbrego retrato en el espejo.
.
Tom entró en la habitación de su
hermano muy avanzada la tarde. Había tocado la puerta varias veces sin
respuesta. Lo encontró aún dormido, a pesar de la luz del día que entraba a
raudales por la ventana. Tom sabía muy bien que Bill no era capaz de dormir si
el sol le daba en la cara como hacía ahora. Se acercó, con una extraña
sensación de temor. Muchas veces, cuando era niño y encontraba a Bill durmiendo
muy profundamente, se preguntaba qué sentiría si no despertara nunca más. El
dolor se le hacía tan insoportable, que prefería borrar el pensamiento de
inmediato y despertarlo con un golpe rápido.
Ahora ya no eran niños, pero la
pregunta se gestó en su mente del mismo modo. Tocó el hombro de Bill y lo
sacudió con deliberada fuerza.
—Bill.
Su nombre brotó ansioso, y oprimió
con más fuerza el hombro de su gemelo cuando éste no respondió.
—¡Bill! —insistió, escuchando un
pequeño lamento por parte de su hermano.
En ese momento respiró aliviado.
—Despierta, es muy tarde —le dijo.
Bill apretó el ceño antes de abrir
los ojos con dificultad. Se sentó en la cama y miró a Tom. Notaba sus
pensamientos difusos y erráticos. Observó su reflejo en el espejo, sin
comprender del todo si había despertado o si seguía soñando.
.
Bill continuaba bajando los peldaños
de aquella escalera. El recorrido no parecía terminar nunca, y aunque
descubriese alguna luz, ésta siempre lo llevaba junto a un antiguo dolor. Si
intentaba subir, hacer el camino de regreso, el aire se volvía pesado e
irrespirable. Lo ahogaba. Si se detenía, podía sentir la angustia de sus
faltas, todas las que habían aparecido ante sus ojos. Y aunque sabía que
continuaría encontrando más, el único camino era descender. Se sentía
prisionero de sus propios errores. De todas las cosas inconclusas de su vida. Cerró
los ojos en medio de aquella pesadilla, bajando de forma automática. Abrió los
ojos cuando sintió el roce de una garra sobre su brazo. No podía ver nada, la
oscuridad amparaba a cualquier ser, monstruo, o criatura sobrenatural. Un
suspiro sobre su oído lo hizo estremecerse y aferrarse al barandal del que se
sostenía. El suelo bajo sus pies se desvaneció, y aunque continuaba en pie, le
pareció estar sobre el aire. El único punto de anclaje que podía reconocer era
el barandal. El suspiro en su oído se convirtió en la caricia de unos labios
fríos sobre su mejilla.
“Pronto”
Escuchó una voz. Su propia voz.
.
—¿Qué te pasa? —preguntó Tom,
mientras él y su hermano comían— estás demacrado.
—No estoy durmiendo bien —le
explicó, mientras revolvía el arroz en su plato.
—Yo diría que no estás durmiendo
—acotó, sabiendo que al menos la noche anterior Bill la había pasado en vela. Y
estaba seguro que no era la única en esa semana.
Bill llevaba días luchando por no
dormir. Sintió escalofrío al pensar en la razón. Aquella angustiante pesadilla
que lo hacía descender, cada vez más, en sus miserias y horrores.
—Hace unas noches soñé con papá
—le contó a Tom. Éste lo miró con sorpresa. No por el sueño, aunque no lo
conociera, si no porque Bill hablara de su padre. Hacía mucho que el hombre se
había convertido en un innombrable para su hermano.
—¿Qué soñaste? —preguntó,
cauteloso.
Bill lo observó.
—¿Alguna vez te has preguntado si
hemos sido justos con él? —quiso saber. Tom se encogió de hombros.
—¿Justos?
—Sí… en lo referente a mamá.
Tom arrugó el ceño y comenzó a
jugar con su propia comida.
—Cómo saberlo… él nos dejó
—simplificó.
—Nosotros nos fuimos —aseguró
Bill. Su hermano se mantuvo en silencio— ¿recuerdas cuando nos íbamos de
vacaciones con él, y le pedíamos siempre lo más caro?
Tom arrugó el ceño.
—Pero eso ya es pasado —se
defendió.
Bill volvió a fijar la mirada en
su comida. El pasado no se podía cambiar.
.
El frío al descender se iba
haciendo cada vez más notorio. Bill sentía la piel de su rostro y su cuello
tensarse. Por un momento pensó en la piel rígida de un muerto. Miró atrás,
hacia arriba en la escalera, a ese punto que parecía su salvación. Pensó en lo
lejano que le resultaba ahora que la oscuridad lo ocultaba de él. Sabía que
estaba atrapado, este sueño parecía durar mucho más que los anteriores. Había
dejado atrás a su padre, a Paul e incluso hasta ese pequeño gato negro que no
había recogido una mañana. Siempre se preguntó qué sería de él ¿Habría muerto?
¿Lo habría recogido alguien más? Cada pensamiento, cada acción inconclusa de su
vida se le aparecía en esta escalera y lo convertía en un prisionero de sus
lamentos.
Vio nuevamente la luz. Sabía que
se acercaba a otro hecho, y aunque casi podía sentir las lágrimas quemando sus
ojos no podía dejar de descender.
Se encontró aquel tocador de
madera oscura. Aquí, en medio de su sueño, reconocía aquel mueble, pero cuando
despertaba lo olvidaba completamente. Se sentó frente al espejo y se vio
dormido en la cama de su habitación. El sol comenzaba a despuntar y él estaba
echado sobre la cama aún vestido. Había luchado contra el sueño pero éste lo
había vencido. Se observó por largos minutos. Vio el modo en que los rayos del
sol le iluminaban el rostro y él no despertaba. Se miró, esperando con ansia el
momento en que su cuerpo reaccionara. Las lágrimas le nublaban los ojos y
sentía miedo de no volver a despertar.
¿Dónde estaría Tom? ¿Dónde estaría
su hermano para ayudarlo?
Sintió la caricia de una garra
sobre su mejilla. Era un toque fatídico y dulce. Se paralizó. La imagen de sí
mismo en la habitación comenzó a perderse, a difuminarse. Se vio de este lado,
con el fondo negro de oscuridad que cubría todo. Aún sentía la garra, aunque no
pudiese verla. Y su cabello comenzó a platinarse y a crecer ante sus propios
ojos. Su rostro se veía pálido, pero extrañamente hermoso. Una belleza
siniestra.
Apretó la mano en un puño, y
golpeó el cristal con todas sus fuerzas.
Abrió los ojos, notando un fuerte
sobresalto. El corazón le latía acelerado y en su memoria se iba desvaneciendo
el sonido de unos cristales rotos. Miró su reflejo en el espejo de su tocador.
Aún llevaba la ropa del día anterior. Debió de dormirse sin remedio. La
angustia de la pesadilla continuaba en él. Se tocó la mejilla cuando recordó el
toque espeluznante de una garra.
.
—¿Estarás listo dentro de dos
horas? —preguntó Tom, desde la puerta de la habitación de su hermano.
—Sí, no será tan difícil ponerme
todo esto —indicó Bill las piezas de su máscara de Halloween, que descansaban
sobre la mesa de su tocador.
—Si tú lo dices… —aceptó su gemelo
poco convencido, antes de cerrar la puerta.
Bill observó su reflejo en el
espejo. La luz en la habitación era localizada. Una lámpara iluminaba su mesa
de noche, en tanto otra sobre el tocador iluminaba su rostro. Delineó con los
dedos las marcas oscuras de las ojeras. No era la primera vez que las tenía,
pero el motivo ahora era muy diferente. No podía quitar de su pecho la
sensación de angustia y pesar. Tampoco lograba olvidar las palabras de aquel
hombre en la tienda.
Acarició la garra que había
comprado en ella y a su mente vino aquella extraña conversación.
Bill revisaba el objeto que quería llevar. No podía pasar por alto que
aquel hombre, con imágenes que parecían talismanes tatuados en los brazos y en
el cuello, no dejaba de mirarlo.
—¿Pasa algo? —preguntó finalmente.
—Has estado viendo tu reflejo —dijo el hombre.
—¿Mi reflejo? —preguntó Bill.
—Todos tenemos un reflejo atrapado, no permitas que él te atrape.
—¿Cómo me puede atrapar?—habló, cauteloso.
—Buscará tu debilidad y te atraerá.
—¿Por qué?
El hombre negó.
—Nadie ha vuelto para explicarlo —Bill ya no pudo decir nada—. Sólo sé
que esta noche su fuerza es mayor. Esta no es una noche para disfrutar, es una
noche para temer. Esta no es una buena noche para soñar.
Se contempló otra vez en el espejo
¿A qué se referiría aquel hombre? Él no podía evitar los sueños. No podía
evitar dormir. Sentía como su alma se debilitaba a cada paso que daba en esa escalera,
sabía que él tenía razón.
Respiró profundamente. Lo mejor
sería dejar las preocupaciones a un lado. De todas maneras esta noche no
dormiría.
Comenzó a limpiar su rostro, para
poner las piezas que debía pegar en los costados de su cara. Mientras se
miraba, pudo ver a su espalda como la luz de la lámpara se iba apagando. Detuvo
sus movimientos, esperando a que su mente procesara la posibilidad del hecho.
No había razón comprensible, pero lo cierto es que estaba en medio de la
oscuridad. Entonces su reflejo comenzó a cambiar. La imagen que veía era tan esplendorosa,
que enamoraba. Los ojos almendrados que podía distinguir le mostraban una
deliciosa malicia. La seguridad y la impunidad que puede existir en la mirada
de aquellos que no tienen consciencia. El cabello largo y platinado, invitaba a
ser acariciado. Bill se toco su propio cabello, comprobando que seguía corto. Sintió
unas caricias suaves en sus mejillas, cuello y hombros. Eran los toques de un
amante enamorado. Comenzó a respirar agitado cuando creyó comprender lo que su
reflejo quería. Anhelaba la fragilidad de su alma mortal, la consciencia que no
poseía.
“Todos tenemos un reflejo atrapado, no permitas que él te atrape”
Las manos labradas que sostenían
el espejo se extendieron hacia él, llamándolo.
Se puso en pie de un golpe,
apretando en su mano la garra de metal que había comprado esa misma tarde. Recordó
la pesadilla, cada acto de su vida que había encontrado en ella. El tocador. Éste
mismo tocador, y la forma en que había roto el cristal en su último sueño.
Arrojó con todas sus fuerzas la
garra contra el espejo, en medio de un grito desesperado que le hirió la
garganta. Escuchó el cristal quebrarse, y sintió una punzada fina y dolorosa en el pecho. Se
miró y pudo ver la sangre manchando su ropa. Roja, brillante, hermosa.
Se sentó en el borde de su cama y
miró el espejo roto. Tocó su pecho y percibió la punta de un cristal enterrado
en él. La miró mientras tiraba de ella notando la forma en que su propia carne
la aferraba. Observó el trozo ensangrentado brillar en su mano, y otra mano
cuyos dedos alargados terminaban en finas garras lo tomó. Bill no alzó la
mirada de inmediato. Temía lo que iba a encontrar ¿Qué horripilante criatura se
hallaría frente a él?
Cuando se atrevió a hacerlo,
encontró a su propio reflejo. Ese que se le había aparecido a través del
espejo. Su rostro, su figura entera parecía esculpida con mimo y perfección
¿Debía temer? Aquellos ojos almendrados y felinos lo observaban. Vio la sonrisa
que se formó en sus labios, y notó los dedos fríos que tomaban su mano, con
adoración. Se levantó y caminó con él hasta el tocador que había en medio de la
oscuridad. Las manos labradas en la madera oscura, tenían largas garras
afiladas. El espejo estaba quebrado, aunque todos los trozos mantenían su
lugar, excepto uno. El ser, el reflejo de sí mismo, un reflejo oscuro y sin
consciencia del bien o el mal, acercó el trozo ensangrentado de cristal como si
fuese la pieza de un puzzle. Lo encajó y el espejo brilló enseñándoles una
imagen. Bill pudo ver su habitación. La luz de la lámpara en su mesa de noche
estaba encendida, y él permanecía echado sobre su cama. Soñaba.
“Esta no es una buena noche para soñar”
Escuchó en su mente la voz de
aquel hombre con talismanes tatuados en el cuerpo. Escuchó, también, la voz de
su hermano desde la puerta. Le hablaba en tono interrogativo, luego lo hacía
con más fuerza a medida que se acercaba y él no respondía. Sintió un fuerte
dolor en el pecho, cuando Tom lo sacudió en medio de gritos sin lograr
despertarlo. Dos lágrimas frías descendieron por sus mejillas cuando su gemelo
comenzó a llorar.
Su voz, en aquel ser, le susurró
alegremente.
“Al fin estás conmigo”
Luego todo se llenó de un súbito
silencio.
.
N/A
Esta es una historia que ya tiene un tiempito y que por alguna razón había olvidado publicar aquí. Me gusta mucho la temática de terror, aunque escribo poco sobre ella. Este one shot salió de un sueño, espero que les guste.
Siempre en amor.
Anyara
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