viernes, 29 de abril de 2016

NO / Serie Erótica


No
.
Quizás algún día comprenda la causa de esta soledad. Quizás un día, en medio de tus jadeos y algún te amo que se te estrangula en la garganta, pueda descubrir la razón de esta distancia; qué digo: distancia, si tú y yo somos como dos laderas de un barranco imposible de cruzar. Estamos tristemente apartados, desunidos, alejados.
Bebo de la copa que me he servido y siento el alcohol quemándome en los labios desde el primer toque. Parece una práctica autodestructiva, pero qué importa el desastre cuando el alma agoniza. Cada vez que te pienso y razono la imposibilidad de tenerte, siento una nueva grieta en el corazón y entonces es cuando quisiera ser de piedra y romperme en cientos de partes sin que exista dolor.
¿Crees, amor, que halla un trozo de universo para nosotros? ¿Una parte del cosmos en la que yo extienda mi mano, como ahora sobre esta alfombra de hotel, y encuentre la tuya? O será que siempre descubriré soledad.
Miro mis dedos tatuados que reflejan el destierro de la muerte, se encuentran tan lejos de estar llenos de ti, de enlazar tus dedos y mirar el gesto como lo más bello que existe. Rememoro el último instante en el que te tuve y el modo casi delirante en que te amé. No hay placer en recordarte, a pesar de la insistencia de mi sexo. Nada aplaca la soledad que experimento cuando te necesito y no puedo ni siquiera recurrir a una llamada de media noche ¿Estará tu cama vacía? ¿Estarás mirando por un ventanal enorme hacia la nada?
¿Será un nosotros, algo que te mantenga insomne?
Estoy cansado, tan cansado de decirlo todo, de vaciar mis sentimientos y no conseguir nada. A veces me pregunto cuándo fue que el amor se me convirtió en nostalgia. Busco la respuesta con el cuerpo calmo y la mente desesperada ¿Por qué no vienes cuando me haces tanta falta? Si lo hicieras me evitarías noches como esta.
Alzo la copa y los hielos chocan entre sí, me he bebido casi los tres dedos de whisky que puse en ella. Con el último trago casi me siento libre y despego de la vida para llegar a ti, pero entonces recuerdo lo que he hecho y el estómago se me oprime y siento miedo, pero a la vez una completa indolencia. Es tan humillante buscar en el fondo de una copa algo medianamente parecido al sosiego. Sin embargo, qué puedo hacer. Ella, la que conocí esta noche, duerme en la cama, por lo tanto beber me resulta un mal menor. Supongo que como todo lo que al principio asusta, un día cruzas la línea y finalmente conviertes el miedo en hábito ¿Se sentirán así los asesinos? ¿Los criminales más espeluznantes? Será que no podemos concebir la vida si no siendo prisioneros de algo. Será, quizás, que tememos al enorme potencial que existe en esa parte de nosotros que no nos atrevemos ni a explorar y por eso nos anclamos a la mediocridad y nos hundimos en el barro.
Me pongo de pie, en silencio. No quiero dar explicaciones, sólo quiero alejarme, tomar aire fresco, caminar y perderme, inhalar profundamente y volver a extrañarte como lo hacía horas antes de meterme a la cama con otra persona; extrañarte como hice durante el sexo y repetirle a mi mente que nunca amaré a nadie como te amo a ti. No importan los besos que regale, ni las caricias más sinceras que pueda brindar, el amor que te tengo se eleva tan alto y viaja tan lejos que sólo puede encontrar su lugar en ti.
Recupero mi ropa de entre las prendas esparcidas por el suelo. Me visto y miro una vez más la figura sobre la cama; no le debo nada, ambos saldamos nuestras cuentas con placer. Una vez en la calle, enciendo un cigarrillo y miro como se quema la punta mientras voy liberando el humo de la primera calada; luego camino por el boulevard de madrugada, impregnándome de su tranquilidad. Se escuchan risas a la distancia y resuenan claras, chocando contra las paredes de los edificios.
La música de un piano llega desde un bar y me cautiva con las primeras notas. Tiro el cigarrillo y lo aplasto contra la acera antes de entrar. El sitio resulta sombrío y con un aire a decadencia que ahora mismo comprendo y comparto. Me siento en un rincón, prestando atención a la letra melancólica del hombre que canta a sus ideales perdidos.  A veces, cuando te espero por horas en las que cada minuto es eterno y cada segundo infinito, razono sobre lo que soy y la triste materia que me compone. Me pregunto si llegaré un día a conseguir sembrar la semilla que llevo en el alma; no, no me refiero a crear vida a través del cuerpo, si no a expandir mi pensamiento y dejar algo a la humanidad.
Mientras escucho, me paso los dedos por el pelo; lo tengo revuelto y largo, mañana he de ir al salón para que me cubran las raíces que me crecen como si en realidad fuese feliz. Siento tu toque, tus propios dedos enredados en mi pelo y miro casi con temor hacia el costado, me resulta tan difícil definir la realidad con mi mente mareada por el alcohol y el amor. La música ajada y doliente sólo consigue que el volver a verte sea más duro ¿Sabrás lo que he hecho? ¿Sabrás que he intentado incinerar el alma en un cuerpo que no es el tuyo?
Enlazas mis dedos y me guías para que camine tras de ti. La melodía del piano se va escuchando cada vez más lejana mientras nos perdemos por un pasillo. No sé a dónde vamos y me importa poco, únicamente sé que me adormeces como el opio lo hace con el adicto. Entramos en una habitación y cierras la puerta. Parece un lugar solitario y alejado de todo, aún así se perciben las notas tristes del piano como si se tratase de la banda sonora de nuestro…  ¿Amor?
 A un lado, en una de las paredes hay un espejo ovalado y viejo. Miro mi reflejo y éste me muestra la imagen difusa de un rostro demacrado por el trabajo que me impongo como anestesia para el dolor. Te quedas de pie delante de mí y me miras a través del cristal; lo sabes.
—No sé qué decir —confieso.
—¿Te arrepientes? —preguntas y quisiera decir que sí, pero estaría mintiendo. Así que niego con un gesto— Lo imaginaba —no suenas molesta, tampoco decepcionada y en esa independencia tuya, encuentro mi talón de Aquiles.
—¿Sientes algo? —no consigo que el tono de mi voz sea tranquilo.
—¿Importa?
La pregunta se queda en el aire, se repite en la mirada que nos damos a través del espejo. El peso de la inminente separación es aplastante y tan desesperanzador que llega un momento en el que se anestesian las emociones; tal como con el dolor físico.
¿Es este el final? ¿Será este el último momento en que te vea?
Quiero alzar la mano y tocar tu cabello, enredar los dedos en él e impregnarme de su aroma.
—¿Ha llegado el final? —te pregunto de forma neutral, como si no me importara, como si al decirlo en voz alta consiguiese sentirme más valiente.
Separas los labios y por un momento creo que vas a decir algo, pero no lo haces, sólo me observas esperando a que adivine lo que piensas.
Ha llegado el final —sentencia mi mente ¿Qué es lo que esperaba que pasara? Sé que no quiero dañarte; quizás busco dañarme a mí mismo por este desdichado amor que te tengo. No lo quiero, ya no lo quiero porque duele demasiado y no sé cuánto dolor puede aguantar un alma.
Comienzo a respirar agitado, me mareo y siento que me ahogo. Me quito la chaqueta con prisa, me pesa en los hombros como me pesa el control constante que aplico a mi vida. Voy abriendo la camisa, tirando de los botones sin que me importe si se rompen o no; necesito sentir libre la piel, respirar, salir de mí mismo ¿No te sientes tú igual? ¿No necesitas rasgarte la piel para salir a la superficie?
Comienzo con los zapatos, a pesar de que aún no me quito la camisa del todo. Me tiemblan las manos y me arden los ojos, quiero llorar, pero no puedo, las lágrimas se me han quedado todas atrapadas en la garganta.
—Cálmate —te escucho decir y lejos de hacerlo me siento agredido. No, no quiero calmarme, no quiero sentir que no ha pasado nada ¿Es que no te das cuenta de que todo esto es por ti? ¿No ves que trasgredo mi propia moral por ti? Que me rompo en pedazos que no reconozco, que me miro al espejo y lo que contemplo me aterra, porque son demasiadas partes las que te has llevado. No, no me pidas que me calme…
—No quiero calmarme. Quiero que sientas algo, que te enfades que me grites ¡Que te duela como me duele a mí! —pones tu mano sobre mi pecho y en ese instante me doy cuenta que te estoy gritando. Supongo que todos alguna vez nos cansamos de contener la pena; de encontrarnos con las personas y no poder contar todo lo que nos daña por dentro. Supongo que todos necesitamos decir un día: No, no estoy bien.
Tu mano, posada en mi pecho me acaricia con un movimiento lento y corto, como si se adaptara a la melodía triste del piano que aún nos acompaña. Yo respiro agitado, aún sin comprender la inercia que te invade ¡Grítame! ¡Por favor!... dime algo. Me trago la angustia, pero esta no consigue bajar de mi garganta y me sale un quejido estrangulado. Me falta el aire y tiro otra vez de la camisa, las costuras se quejan por el mal trato, pero qué importa, finalmente esta en el suelo. Acercas las manos a la cintura de mi pantalón y te das a la tarea de abrirlo ¿No lo entiendo? ¿Qué quieres? No dices nada; no me demuestras nada ¡¿Qué quieres?!
Sostengo tus manos para que te detengas, no hay razón para buscar en la piel lo que no podemos retener en el alma. Se me está escapando la vida en una ilusión que nunca se cumplirá.
—Déjame —insistes, intentando liberarte de mi sujeción—. Déjame —pides. Noto que te tiemblan las manos, pero no te permito avanzar. No tiene sentido, no le encuentro sentido—. Déjame —vuelves a pedir, luchando.
—¿Por qué? —la pregunta es tan simple y a la vez tan dolorosa. Es horrible lo que se experimenta en el momento en que se da todo por perdido. Me miras a los ojos y finalmente veo algo en ellos.
—Porque te entiendo —esa simple frase agota toda mi razón y las notas perdidas del piano se desgranan en mi pecho horadando mis emociones. Aligero la presión de mis manos sobre las tuyas y te permito abrir el pantalón. Quiero besarte y tocar con la punta de la lengua el amargor de las lágrimas que tú también contienes.
Rodeas la cintura del pantalón y tiras de ella por la parte de atrás, junto con la ropa intima, para que me la quite; yo lo hago. Te quitas los zapatos y tomas el bajo de tu vestido para hacer lo mismo con él, pero ahora soy yo quien te detiene y lo alza por encima de tu cabeza, dejando al descubierto tu cuerpo, a excepción de una pequeña prenda intima; encajo los índices por el borde, entre la prenda y tu vientre, deslizándolos hasta tu cadera para comenzar a quitarla. Te abrazas a mi cuerpo en el proceso y no puedo contener el estremecimiento que experimenta mi piel al contacto con tu piel. Finalmente, cuando ya estoy erguido del todo, apoyas tu cabeza contra mi pecho y me rodeas con los brazos. Tus manos se abren en mi espalda, una sobre la otra y me pegas a ti como si tuvieses frío; así que te encierro en un abrazo invulnerable que nos ayude a recomponernos. Mi mente repite como si se tratara de una súplica: Amor, no me rompas.
.
N/A
Este capítulo, parte, one shot, de Erótica ha estado invadido de emociones diversas y es probable que se note en su trenzado. Erótica nunca es fácil, sin embargo no me gusta ponerle límites porque dejaría de ser.
Espero que les guste, es mi modo de homenajear el nuevo trabajo de Bill.
Siempre en amor
Anyara












4 comentarios:

  1. Melancolía: el estado de un enamorado terminal... Me viene perfecto antes de ver las imágenes que espero durante meses. Cómo comprendo su deseo de buscar otras pieles. Me ha gustado mucho.

    ResponderEliminar
  2. Muy hermoso homenaje Any, es como encontrar el trasfondo de la historia q Bill nos ha querido mostrar en este proyecto.

    Siempre un placer leerte

    ResponderEliminar
  3. Extrañar a quien amas no resulta ser nada bueno

    ResponderEliminar
  4. Me saltan lagrimitas... esta hermoso... un precioso escrito..

    ResponderEliminar