No
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Quizás algún día comprenda la
causa de esta soledad. Quizás un día, en medio de tus jadeos y algún te amo que
se te estrangula en la garganta, pueda descubrir la razón de esta distancia;
qué digo: distancia, si tú y yo somos como dos laderas de un barranco imposible
de cruzar. Estamos tristemente apartados, desunidos, alejados.
Bebo de la copa que me he servido y
siento el alcohol quemándome en los labios desde el primer toque. Parece una
práctica autodestructiva, pero qué importa el desastre cuando el alma agoniza. Cada
vez que te pienso y razono la imposibilidad de tenerte, siento una nueva grieta
en el corazón y entonces es cuando quisiera ser de piedra y romperme en cientos
de partes sin que exista dolor.
¿Crees, amor, que halla un trozo
de universo para nosotros? ¿Una parte del cosmos en la que yo extienda mi mano,
como ahora sobre esta alfombra de hotel, y encuentre la tuya? O será que siempre
descubriré soledad.
Miro mis dedos tatuados que
reflejan el destierro de la muerte, se encuentran tan lejos de estar llenos de
ti, de enlazar tus dedos y mirar el gesto como lo más bello que existe.
Rememoro el último instante en el que te tuve y el modo casi delirante en que
te amé. No hay placer en recordarte, a pesar de la insistencia de mi sexo. Nada
aplaca la soledad que experimento cuando te necesito y no puedo ni siquiera
recurrir a una llamada de media noche ¿Estará tu cama vacía? ¿Estarás mirando
por un ventanal enorme hacia la nada?
¿Será un nosotros, algo que te mantenga insomne?
Estoy cansado, tan cansado de
decirlo todo, de vaciar mis sentimientos y no conseguir nada. A veces me
pregunto cuándo fue que el amor se me convirtió en nostalgia. Busco la
respuesta con el cuerpo calmo y la mente desesperada ¿Por qué no vienes cuando
me haces tanta falta? Si lo hicieras me evitarías noches como esta.
Alzo la copa y los hielos chocan
entre sí, me he bebido casi los tres dedos de whisky que puse en ella. Con el
último trago casi me siento libre y despego de la vida para llegar a ti, pero
entonces recuerdo lo que he hecho y el estómago se me oprime y siento miedo,
pero a la vez una completa indolencia. Es tan humillante buscar en el fondo de
una copa algo medianamente parecido al sosiego. Sin embargo, qué puedo hacer.
Ella, la que conocí esta noche, duerme en la cama, por lo tanto beber me
resulta un mal menor. Supongo que como todo lo que al principio asusta, un día
cruzas la línea y finalmente conviertes el miedo en hábito ¿Se sentirán así los
asesinos? ¿Los criminales más espeluznantes? Será que no podemos concebir la
vida si no siendo prisioneros de algo.
Será, quizás, que tememos al enorme potencial que existe en esa parte de
nosotros que no nos atrevemos ni a explorar y por eso nos anclamos a la
mediocridad y nos hundimos en el barro.
Me pongo de pie, en silencio. No
quiero dar explicaciones, sólo quiero alejarme, tomar aire fresco, caminar y
perderme, inhalar profundamente y volver a extrañarte como lo hacía horas antes
de meterme a la cama con otra persona; extrañarte como hice durante el sexo y
repetirle a mi mente que nunca amaré a nadie como te amo a ti. No importan los
besos que regale, ni las caricias más sinceras que pueda brindar, el amor que
te tengo se eleva tan alto y viaja tan lejos que sólo puede encontrar su lugar
en ti.
Recupero mi ropa de entre las
prendas esparcidas por el suelo. Me visto y miro una vez más la figura sobre la
cama; no le debo nada, ambos saldamos nuestras cuentas con placer. Una vez en
la calle, enciendo un cigarrillo y miro como se quema la punta mientras voy
liberando el humo de la primera calada; luego camino por el boulevard de
madrugada, impregnándome de su tranquilidad. Se escuchan risas a la distancia y
resuenan claras, chocando contra las paredes de los edificios.
La música de un piano llega desde
un bar y me cautiva con las primeras notas. Tiro el cigarrillo y lo aplasto
contra la acera antes de entrar. El sitio resulta sombrío y con un aire a
decadencia que ahora mismo comprendo y comparto. Me siento en un rincón,
prestando atención a la letra melancólica del hombre que canta a sus ideales
perdidos. A veces, cuando te espero por
horas en las que cada minuto es eterno y cada segundo infinito, razono sobre lo
que soy y la triste materia que me compone. Me pregunto si llegaré un día a
conseguir sembrar la semilla que llevo en el alma; no, no me refiero a crear
vida a través del cuerpo, si no a expandir mi pensamiento y dejar algo a la
humanidad.
Mientras escucho, me paso los
dedos por el pelo; lo tengo revuelto y largo, mañana he de ir al salón para que
me cubran las raíces que me crecen como si en realidad fuese feliz. Siento tu
toque, tus propios dedos enredados en mi pelo y miro casi con temor hacia el
costado, me resulta tan difícil definir la realidad con mi mente mareada por el
alcohol y el amor. La música ajada y doliente sólo consigue que el volver a
verte sea más duro ¿Sabrás lo que he hecho? ¿Sabrás que he intentado incinerar
el alma en un cuerpo que no es el tuyo?
Enlazas mis dedos y me guías para
que camine tras de ti. La melodía del piano se va escuchando cada vez más
lejana mientras nos perdemos por un pasillo. No sé a dónde vamos y me importa
poco, únicamente sé que me adormeces como el opio lo hace con el adicto. Entramos
en una habitación y cierras la puerta. Parece un lugar solitario y alejado de
todo, aún así se perciben las notas tristes del piano como si se tratase de la
banda sonora de nuestro… ¿Amor?
A un lado, en una de las paredes hay un espejo
ovalado y viejo. Miro mi reflejo y éste me muestra la imagen difusa de un rostro
demacrado por el trabajo que me impongo como anestesia para el dolor. Te quedas
de pie delante de mí y me miras a través del cristal; lo sabes.
—No sé qué decir —confieso.
—¿Te arrepientes? —preguntas y quisiera
decir que sí, pero estaría mintiendo. Así que niego con un gesto— Lo imaginaba
—no suenas molesta, tampoco decepcionada y en esa independencia tuya, encuentro
mi talón de Aquiles.
—¿Sientes algo? —no consigo que el
tono de mi voz sea tranquilo.
—¿Importa?
La pregunta se queda en el aire,
se repite en la mirada que nos damos a través del espejo. El peso de la inminente
separación es aplastante y tan desesperanzador que llega un momento en el que
se anestesian las emociones; tal como con el dolor físico.
¿Es este el final? ¿Será este el
último momento en que te vea?
Quiero alzar la mano y tocar tu
cabello, enredar los dedos en él e impregnarme de su aroma.
—¿Ha llegado el final? —te
pregunto de forma neutral, como si no me importara, como si al decirlo en voz
alta consiguiese sentirme más valiente.
Separas los labios y por un
momento creo que vas a decir algo, pero no lo haces, sólo me observas esperando
a que adivine lo que piensas.
Ha llegado el final —sentencia mi mente ¿Qué es lo que esperaba que
pasara? Sé que no quiero dañarte; quizás busco dañarme a mí mismo por este
desdichado amor que te tengo. No lo quiero, ya no lo quiero porque duele
demasiado y no sé cuánto dolor puede aguantar un alma.
Comienzo a respirar agitado, me
mareo y siento que me ahogo. Me quito la chaqueta con prisa, me pesa en los
hombros como me pesa el control constante que aplico a mi vida. Voy abriendo la
camisa, tirando de los botones sin que me importe si se rompen o no; necesito
sentir libre la piel, respirar, salir de mí mismo ¿No te sientes tú igual? ¿No
necesitas rasgarte la piel para salir a la superficie?
Comienzo con los zapatos, a pesar
de que aún no me quito la camisa del todo. Me tiemblan las manos y me arden los
ojos, quiero llorar, pero no puedo, las lágrimas se me han quedado todas
atrapadas en la garganta.
—Cálmate —te escucho decir y lejos
de hacerlo me siento agredido. No, no quiero calmarme, no quiero sentir que no
ha pasado nada ¿Es que no te das cuenta de que todo esto es por ti? ¿No ves que
trasgredo mi propia moral por ti? Que me rompo en pedazos que no reconozco, que
me miro al espejo y lo que contemplo me aterra, porque son demasiadas partes
las que te has llevado. No, no me pidas que me calme…
—No quiero calmarme. Quiero que
sientas algo, que te enfades que me grites ¡Que te duela como me duele a mí! —pones
tu mano sobre mi pecho y en ese instante me doy cuenta que te estoy gritando.
Supongo que todos alguna vez nos cansamos de contener la pena; de encontrarnos
con las personas y no poder contar todo lo que nos daña por dentro. Supongo que
todos necesitamos decir un día: No, no
estoy bien.
Tu mano, posada en mi pecho me
acaricia con un movimiento lento y corto, como si se adaptara a la melodía
triste del piano que aún nos acompaña. Yo respiro agitado, aún sin comprender
la inercia que te invade ¡Grítame! ¡Por favor!... dime algo. Me trago la
angustia, pero esta no consigue bajar de mi garganta y me sale un quejido
estrangulado. Me falta el aire y tiro otra vez de la camisa, las costuras se
quejan por el mal trato, pero qué importa, finalmente esta en el suelo. Acercas
las manos a la cintura de mi pantalón y te das a la tarea de abrirlo ¿No lo
entiendo? ¿Qué quieres? No dices nada; no me demuestras nada ¡¿Qué quieres?!
Sostengo tus manos para que te
detengas, no hay razón para buscar en la piel lo que no podemos retener en el
alma. Se me está escapando la vida en una ilusión que nunca se cumplirá.
—Déjame —insistes, intentando
liberarte de mi sujeción—. Déjame —pides. Noto que te tiemblan las manos, pero
no te permito avanzar. No tiene sentido, no le encuentro sentido—. Déjame —vuelves
a pedir, luchando.
—¿Por qué? —la pregunta es tan
simple y a la vez tan dolorosa. Es horrible lo que se experimenta en el momento
en que se da todo por perdido. Me miras a los ojos y finalmente veo algo en
ellos.
—Porque te entiendo —esa simple
frase agota toda mi razón y las notas perdidas del piano se desgranan en mi
pecho horadando mis emociones. Aligero la presión de mis manos sobre las tuyas
y te permito abrir el pantalón. Quiero besarte y tocar con la punta de la
lengua el amargor de las lágrimas que tú también contienes.
Rodeas la cintura del pantalón y
tiras de ella por la parte de atrás, junto con la ropa intima, para que me la
quite; yo lo hago. Te quitas los zapatos y tomas el bajo de tu vestido para
hacer lo mismo con él, pero ahora soy yo quien te detiene y lo alza por encima
de tu cabeza, dejando al descubierto tu cuerpo, a excepción de una pequeña prenda
intima; encajo los índices por el borde, entre la prenda y tu vientre, deslizándolos
hasta tu cadera para comenzar a quitarla. Te abrazas a mi cuerpo en el proceso
y no puedo contener el estremecimiento que experimenta mi piel al contacto con
tu piel. Finalmente, cuando ya estoy erguido del todo, apoyas tu cabeza contra
mi pecho y me rodeas con los brazos. Tus manos se abren en mi espalda, una
sobre la otra y me pegas a ti como si tuvieses frío; así que te encierro en un
abrazo invulnerable que nos ayude a recomponernos. Mi mente repite como si se
tratara de una súplica: Amor, no me
rompas.
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N/A
Este capítulo, parte, one shot, de Erótica ha estado invadido de
emociones diversas y es probable que se note en su trenzado. Erótica nunca es
fácil, sin embargo no me gusta ponerle límites porque dejaría de ser.
Espero que les guste, es mi modo de homenajear el nuevo trabajo de
Bill.
Siempre en amor
Anyara
Melancolía: el estado de un enamorado terminal... Me viene perfecto antes de ver las imágenes que espero durante meses. Cómo comprendo su deseo de buscar otras pieles. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMuy hermoso homenaje Any, es como encontrar el trasfondo de la historia q Bill nos ha querido mostrar en este proyecto.
ResponderEliminarSiempre un placer leerte
Extrañar a quien amas no resulta ser nada bueno
ResponderEliminarMe saltan lagrimitas... esta hermoso... un precioso escrito..
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