Unión
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¿Será tu mundo como el mío?
¿Tendrá las mismas calles? ¿La misma gente? ¿Las mismas montañas y atardeceres?
Supongo que sí. Sin embargo, esa misma suposición me resulta inútil; todo
contigo es irreal y a la vez se trata de lo más vivo que he experimentado jamás. Entonces me pregunto si se puede
medir la realidad. Miro a mi alrededor y veo los patrones de la vida como si
fuesen meridianos que marcan lo que es real, pero incluso éstos mismos no son
más que producto de nuestra imaginación. En este momento, todo lo que se mueve
en torno a mí me habla de que debo sentir alegría y debo estar eufórico como
los demás. La música lo llena todo, el sol calienta y me da bienestar, también
están las risas de aquellos que no conozco y de los han venido conmigo;
Coachella exuda vida, y aunque muchas capas de mí se sienten afines al resto de
seres existente en el entorno, parte del patrón, algo muy profundo, me dice que
no es verdad. Sé que mi corazón está en lo cierto, aunque esa razón duela.
Quisiera tener un nombre para
suspirar, algo que me ayude a anclarte a mi memoria, porque a veces temo que te
olvido y el vacío, como un agujero en mi pecho, me vuelve insensible. Es
entonces cuando comienzo a mirar los rostros que recorren este extenso campo de
personas y busco conectar con alguna que le de vida a mi piel y llene de
mentiras el hueco de mi pecho; para que no duela, para que no esté vacío.
En la distancia, a varios metros
de mí, te distingo o al menos creo que lo hago. Mi corazón brinca dentro del pecho,
como si viviese independiente del resto de mí y te amara tanto que no quiere
seguir dentro de mi cuerpo. Cierro los ojos por un segundo, para que mi razón
encaje tu figura en mi realidad, para que el entorno se ordene contigo dentro y
me asegure que no te estoy imaginando. Ojalá pudiese tener un sello que fijé la
vida para que no se mueva y mantenerte en la mía. Al abrir los ojos nuevamente,
experimento el calor denso del agua del mar, cuando el agua es caliente. Noto como
fluye la sangre por cada extremidad y si me concentro lo suficiente, consigo
ser consciente de un poco más y reconozco incluso la velocidad con la que
empieza a correr. Estás aquí a metros, a pasos de mí, y siento que todo se
detiene menos nosotros que nos atraemos con la única finalidad de unirnos.
¿Es esto a lo que algunos llaman
amor?
No, esto es mucho más que lo
vulgarmente conocido como amor; esto es amor.
A medida que nuestros pasos se
acercan, siento que todo va pausado y a la vez demasiado rápido como para
guardar en mi memoria cada gesto de tu rostro, cada movimiento de tu pelo
cuando el viento lo alza y arremolina. Creo que jamás podré expresar todo lo
que me arrebata de ti en un solo pensamiento. Es el modo en que alzas la mano y
no usas todos los dedos para asir tu cabello, si no el índice. O cómo cierras
los ojos, sin cambiar la expresión, pero con la suficiente energía como para
notar que te has molestado. A veces, cuando vienes o voy y hacemos el amor, tus
cejas se alzan apenas unos milímetros antes de que llegues al orgasmo y es con
ese mínimo gesto que leo, pero no comprendo del todo en ese instante, que yo
consigo liberar el mío. Creo que si pudiese pasar un día entero a tu lado, me
dedicaría, simplemente, a consumir las pequeñas muecas que me muestran todo de
ti.
A medida que nuestros pasos se
acercan y advierto el modo en que atrapas el aire, cuando me ves como si te
ahogaras, todo mi ser se expande en tu dirección. La piel se me eriza,
llamándote y noto un fuerte escalofrío recorriéndome la espalda ¿Sentirás tú la
misma ansia?
Dos metros nos separan, quizás
tres, y se convierten en un espacio infinito que quisiera cruzar en un solo
pestañeo. Finalmente estas aquí, a diez centímetros, y como si temiésemos a que
los caminos se separaran al querer unirnos, sólo nos rozamos. Mueves tu mano
hacia la mía y yo hago lo mismo. Siento el roce de tus dedos y cada milímetro
de piel que me toca es reconocido y amado. La emoción que experimento es tan
fuerte e inexplicable, que sólo encuentra una definición para mí. Cierro los ojos
y detengo mi andar a la vez que tú. Mis dedos buscan el enlace de los tuyos,
sin invasión o desesperación, sólo encajan en una suave caricia que nos hace
plenos. Siento como mi aura se abre para ti, para cobijarte en el espacio vital
en el que existo y sólo entonces me atrevo a mirar a tus ojos que se fijan en
los míos como si tu mirada me protegiese de caer a la deriva de este mar de
emociones. Te aferro y tu mirada brilla y tu boca suplica por un beso que no te
daré aquí, que sólo me sentiré libre de brindarte cuando nada pueda romper el
frágil umbral de nuestros universos.
Camino, como si huyera de la realidad que me persigue. Te aferro casi
con miedo de hacerte daño. No sabes, amor, la dulce agonía que es tenerte tan
cerca, tocarte y no poder morir ahogado en tus besos. Muchas veces por las
noches, contengo el aliento cuando creo que el aire me roza como lo harías tú;
muchas veces me pierdo en ese débil estado de sopor que precede al sueño y
consigo sentirte junto a mí.
Te miró y me aseguro, a pesar del
tacto de tu mano, que aún sigues a mi lado. Atravieso el mar de personas que de
pronto se han convertido en simples halos de luz que lo llenan todo. Por un
instante siento que nos hemos vuelto invisibles a los ojos de los demás y me
lleno de euforia. Avanzo contigo asida de mi mano y siento el toque de tu otra
mano que afianza la unión, mientras adelanto a quienes esperan a subir a la
noria. No sé qué magia tan maravillosa obras tú, que consigues que nadie nos
detenga. Ocupamos una de las cabinas y cuando te sientas frente a mí, al fin
puedo mirarte con la calma que necesito para embriagarme de tu presencia.
Amor, amor, amor… ¿Qué haces?
¿Cómo es que consigues que todo lo que soy se vuelque hacia ti?
Cuando la noria se mueve, me acerco
y quedo arrodillado, como si aquel gesto representara lo que ahora siento. Eres
preciosamente sagrada para mí, de un modo que esta mente cautiva no consigue
comprender.
—Dime que me amas —te susurro en
medio de un arrebato de amor. Tú inhalas como si te ahogaras y contienes el
aire.
—Oh, Bill —tomas mi rostro entre
tus manos. Tus ojos, tu cuerpo, toda tú me hablas de amor; y sin embargo, no
puedes regalarme una declaración. Te miro fijamente y las luces de neón que
comienzan a hacerse más intensas debido al atardecer, brillan en tus ojos, se
pierden y se mezclan como las ideas de mi mente y tu universo.
Acerco mis manos hasta las tuyas y
las retiro de mi rostro. Guío a una de ellas hasta mi pecho, para que toque el
corazón que me he tatuado a causa de tu amor; a la otra, la llevo directamente
a mi sexo, para recordarme que ese es todo el amor que puedo tener contigo.
La resignación se colorea con
grises, se saborea amarga y a pesar de ello se retiene en la boca y en los ojos
hasta que arde la garganta y las lágrimas queman. Los sentimientos tiemblan en
ese espacio que llamamos alma y brotan desesperados, porque, ¿qué somos sin
aquello que amamos?
Me acerco a tu boca y la tomo,
sintiendo cómo me tiemblan los labios. Me sabe a beso triste, a humillación, a
la agonía de un miserable que se alimenta de agua cuando la bilis le consume el
estómago. Presiono con fuerza tu boca, para que el beso me sepa a algo más que angustia.
Hago lo mismo con la mano que mantienes sobre mi sexo, para que éste despierte
y ansíe y me haga olvidar que te quiero junto a mí para ver los colores del
cielo cuando se hace de noche.
Te escucho gemir en medio del beso
e intento imaginar que no es congoja lo que percibo.
Tu mano oprime sobre la ropa, se
arrastra y busca llenarse con mi pene. Te beso con insistencia, hasta que atrapo
tu labio con los dientes, porque quiero morderte, arrancar un pedazo de ti como
lo hacen las fieras cuando se alimentan. El esfuerzo de contener aquel instinto
me hace jadear y cuando consigo volver a la naturalidad de un beso, mi boca se
deshace sobre la tuya y alzo la mano para tocar tu labio con los dedos y
explorar su textura, luego los meto dentro de tu boca, porque necesito
agraviarte, ultrajar la imagen inmaculada que tengo de ti y quizás de ese modo
un día te deje de anhelar. Me miras mientras toco el interior de tu boca y no
te resistes. Hundo los dedos en tu garganta y noto los espasmos de ésta. Me
siento sombrío y sé que cuando me concibo así, la noche no es suficientemente
oscura para esconder mis demonios. Bajas la cremallera de mi ropa y buscas mi
sexo hasta aprisionarlo en un puño que mueves de arriba a abajo. Oprimes los
labios en torno a mis dedos y emulas la caricia que me darías. La excitación se
convierte en un bálsamo que me ablanda los huesos. Te toco los labios con la
lengua y retiro los dedos que se han quedado húmedos por tu saliva, los llevo
entre tus piernas y busco a dos manos, desesperado, el descubrir tu sexo para
hundirlos en él. Te estremeces cuando lo consigo y detienes todo lo que has
estado haciendo y yo me detengo contigo. La noria continúa con su movimiento,
la música suena y el mundo se prolonga ajeno a nosotros; como un discurso
aprendido que tú y yo necesitamos alterar para que nuestro amor tenga sentido. Vuelvo
a besar tu boca, la toco tembloroso como al principio, con miedo a quedarme con
las manos vacías de ti. Cierro los ojos y te beso con insistencia, porque se ve
tan inalcanzable el horizonte, cuando se siente como si fuese el último beso.
A veces, a través de ti, de
tenerte, tocarte y besarte; me formulo mil preguntas sobre mí y las incógnitas
de mi propia vida. Quisiera comprender de qué modo imposible perteneces a mi ella,
que aún sabiéndote inalcanzable, este sentimiento por ti no hace más que
crecer. Creo que jamás conseguiré contarte, por más besos que te dé o caricias
que te conceda, el modo en que tocas mi alma sólo con recordar tu sonrisa. Tampoco
podré decirte jamás, la inmensa oscuridad que me invade cuando me hundo en mi
realidad. Es por eso que intento olvidarlo, volver a la resignación que me
ayuda a encajar el dolor e insisto en
las caricias.
Mis dedos te invaden y se
humedecen con los fluidos de tu interior. El aire se ha llenado del aroma de tu
deseo, excitándome a través de los recuerdos que relaciono con él. Tus ojos que
han permanecido cerrados, se abren para enfocarse en los míos. Pareces
desesperada del mismo modo en que los sentimientos me desesperan a mí ¿Ansías
tú también la unión sólo para no perderme?
—Te quiero a ti —dices, tirando de
la empuñadura en la que mantienes mi sexo.
Contengo un estremecimiento y
retiro los dedos, limpiando la humedad de ellos sobre mi pene, preparándolo para
el reemplazo. Lo tomo, la erección ha alcanzado un estado óptimo, la acerco a
tu entrada y acaricio con la punta la superficie inflamada por tu propia
excitación, sin perderme detalle de tus reacciones; hay algo armónico e
insustituible en el momento exacto en que mi sexo atraviesa la primera barrera
del tuyo, es como si se rompiese una membrana que separa a nuestros dos mundos.
Nunca temo a que desaparezcas mientras te hago el amor, quizás a que lo hagas
cuando deje de estar dentro de ti, pero jamás mientras lo estoy. Observo
nuestra unión, mientras me voy hundiendo hasta que mi sexo se pierde por
completo. Al salir, la humedad que lo ha impregnado, brilla con los tonos
fucsia, azules y violetas de los neones de la noria. Cuando vuelvo a tenerte
completamente anclada, te sostengo y me siento contigo sobre mí. Me besas y tu
cadera comienza un vaivén continuó que busca nuestra liberación. Echas las
manos atrás, te apoyas en mis rodillas y me miras con el cabello revuelto; Toda
tú eres pura intención, eres etérea y a la vez real. Cuando te veo así,
envuelta en la atmósfera de un ritual chamánico, comprendo que nada existe si
tú no existes. No eres un ser más allá de mí, eres yo mismo, ni siquiera una
mitad, mi yo extirpado para que en el ansia de encontrarte, como meta y laurel,
mi vida tenga sentido. No eres una tú; somos, y en la conjunción final: SOY.
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N/A
Cosas que tiene Erótica. Este capítulo se ha escrito a lo largo de
varios días, varias ideas y sentimientos, así que es una mezcla de los que
somos como personas.
Espero que lo disfruten
Siempre en amor
Anyara
Anyara: tu fantasía ha volado al desierto, mostrando el amor y la agonía de la distancia emocional como solo tú sabes hacerlo. Eres Bill y Ella, y cuando te leo, soy Bill y soy ella, hasta que llego saboreando cada palabra a la esencia del relato y mi imaginación se dispara hacia otro vértice. Y empiezo a soñar mi propio sueño... Voy a estar en la luna hasta el viernes. Gracias por alimentar mi propio poder para vivir mis ensoñaciones... Eres delicada, fuerte y honesta en tus historias. Buenas noches, Sherezade. El gran visir nunca recibirá la orden de matarte. Bendita cremallera��
ResponderEliminarSiempre me dejas con el alma en un puño...amo cada palabra y cada sentimiento.
ResponderEliminarBueno estoy completamente extasiada pensando en la noria jejejejeje eso es valentía
ResponderEliminarOtra vez me deje ir por tus palabras y nuevamente me acercaste a Bill y ese amor.
ResponderEliminarGracias Anyara por este episodio.
Besos
Uuufff bendito talento el tuyo conjugado con la belleza hecho hombre *-*
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