sábado, 8 de diciembre de 2012

La sombra en el espejo - Capítulo VII



Capítulo VII
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Los días iban pasando más rápido de lo que podía llegar a pensar, considerando el solitario, silencioso y tranquilo lugar al que había venido. Este día en particular la lluvia no había dado tregua, convirtiendo el exterior de la casa en un auténtico lodazal. Estaba incapacitado para salir, a no ser que quisiera volver empapado. Observé una vez más a través del bosque, la visibilidad era tan mala que apenas podía distinguir la casa. Aspiré del cigarrillo que tenía entre los dedos, y dejé que la ceniza cayera fuera por la ventana entreabierta.
Kissa llevaba muchos días ausentándose por horas. La veía escasamente cuando la suerte, o quizás mi propia nostalgia, lograba que el espejo me mostrara su habitación. Durante esas horas yo me quedaba repasando las frases sueltas que había podido escribir, todas ellas hablaban de melancolía, de dolor… de soledad. Cuando no lograba centrarme en la libreta, observaba los detalles de la habitación de ella. El modo en que los dibujos del papel que decoraba la pared se entremezclaban en grises oscuros y violetas. La sabana que se veía colgando bajo la colcha, asegurándome que Kissa había extendido la cama, a medias, antes de salir. Absorbía todos los detalles que podía,  hasta que ella cruzaba nuevamente la puerta y yo volvía a sentirme medianamente vivo.
¿Qué estaría haciendo ahora? ¿La tendría prisionera la lluvia igual que a mí?
Apagué el cigarrillo. Qué absurdo era pensar que el mundo en el que ella vivía, fuera cual fuera, no tenía porque regirse por las mismas normas que el mío ¿No?
Arrugué el ceño, pensar en esas cosas me causaba dolor de cabeza. No quería cuestionarme, si comenzaba a hacerlo empezaría también a pensar, y ahora mismo sin hacerlo estaba más cómodo. Me dejé caer en la cama y cerré los ojos, apoyando un brazo sobre ellos para bloquear la luz. Quise recordar a Kissa, imaginarla; recrearla en mi mente como algo hermoso e inaccesible. Recordé el modo en que el timbre de su voz vibraba cuando le contaba algunos detalles a Annie de su encuentro furtivo con Adrian. Parecía tan emocionada que llegaba incluso a molestarme.
El día anterior dijo entre risas.
“Vamos a casarnos”
Y yo noté como se me apretaba el pecho y el estómago ¿Cómo que iba a casarse? No llevaba con él ni un mes, con suerte llegaba a la mitad de ese tiempo  ¿No? ¿O era más? Ya no estaba seguro del tiempo que yo llevaba aquí, aunque de todas maneras no era relevante ¿No? Kissa decía que iba a casarse y eso sí era importante, era la mayor estupidez que había escuchado en mucho tiempo.
Dejé caer el brazo a un lado en la cama y miré al techo. Notaba la angustia y la ansiedad abriéndose paso poco a poco. El sonido de la lluvia golpeando el tejado se escuchaba muy claro,  a pesar de encontrarme en el primer piso. No aguantaba más la espera. Me senté en la cama y volví a enfocarme en el paisaje, intentando ver la casa. Tomé el abrigo que tenía, no sabía si lograría evitar que el agua me mojara la ropa al pasar por el bosque, pero no quería quedarme aquí sin al menos intentar ver a Kissa.
Salí de la habitación, encontrándome con la casa en silencio. Era extraño, normalmente a esta hora Sarah estaba en la cocina preparando la comida. Por lo que había llegado a notar ella se levantaba muy temprano, y salía por las cosas que podía necesitar ese día. La zona comercial del pueblo no estaba demasiado lejos, y todos los días pasaba un hombre en una camioneta ofreciendo sus verduras.
Hoy no había nadie. Por una parte me alegré, ya que me evitaría el tener que dar explicaciones de a dónde me dirigía en un día de lluvia. Llegué a la cocina y me fui directo a la puerta. La lluvia entró ligeramente en la casa pero de inmediato salí. Caminé rápidamente por el sendero que yo mismo había creado con mis múltiples idas y venidas.
En cuanto entré liberé el aire que había contenido. Notaba el rostro mojado por la lluvia, y a pesar del frío que hacía dentro me pareció acogedor en comparación con el exterior. Me quité el abrigo y subí de inmediato a la habitación del espejo. Para mi suerte, la ropa no se me había mojado demasiado, sólo el borde de los pantalones pero nada que las botas altas no pudieran contener.
Me miré frente al espejo, observando mi reflejo en él. Su fría y acristalada superficie no me mostraba nada de lo que quería ver. Sin embargo, y por primera vez, noté el fondo que se reflejaba en él. La pared que había tras de mí junto a la puerta estaba cubierta por un papel gris muy oscuro, matizado de violeta. Me giré para mirar mejor, pero en ese momento escuché la puerta de la habitación de Kissa cerrarse de un golpe y me giré hacia el espejo, encontrándome con ella y con su infaltable novio.
Suspiré mientras los observaba perderse en medio de los besos.
“Podría subir”
Entendí que murmuraba Kissa en medio del beso, cuando el chico intentaba quitarle la blusa.
“Cierra la puerta”
Le sugirió él. Ella rió.
“No puedo”
Él se quejó y volvió a intentar, empujándola para que retrocediera hasta la cama.
“Adrian”
Lo reprendió Kissa aún entre risas. Él suspiró y alzó las manos soltándola.
“Bien”
“No te enfades…”
Pidió ella, arreglando su ropa. Pero ¿Por qué le pedía disculpas?
En ese momento se escuchó la voz de un niño al otro lado de la puerta. Comprendí inmediatamente que no estaban solos. Kissa cuidaba algunas tardes, de un niño.
“¡Ya voy!”
Habló Kissa, asegurándose de tener la ropa en su lugar.
“¿Hasta cuándo estará aquí?”
Preguntó Adrián algo molesto.
“Hasta que llegue su madre…”—se produjo una pausa— ¿Por qué no lo llevamos a pasear?”
Propuso ella dulcemente.
Adrian suspiró y asintió con desgana.
“Llevamos tres días… sin…”
Quiso quejarse él, pero no terminó la frase.
—Idiota —se me salió decirle.
“Vamos” —sonrió ella, tomando su mano— “quizás tengamos suerte más tarde…”
De ese modo los vi salir, y me quedé nuevamente solo. El un silencio era tan abrumador, que me sentí angustiado de golpe.
No, no quería ese sentimiento.
Me puse en pie y comencé a caminar por la habitación como un prisionero en una pequeña celda. Miraba al espejo y la habitación reflejada en él, como si fuese una ventana a la libertad. Acerqué la mano hasta él, con la absurda idea de entrar en aquel espacio que había al otro lado. Me encontré sólo con la superficie fría del cristal, y el repiqueteo constante de una gotera en una esquina, que me recordaba el abandono en el que se encontraba la casa.
—¡Ahhhh!... —grité furioso y frustrado, deseando arrojar algo, cualquier cosa contra él. Romperlo.
Respiraba rápida y agitadamente, apretando los puños para contenerme.
Lo notaba, sabía que la tristeza estaba ahí. Se asomaba por la grieta que se había producido en la corteza y que yo mismo había creado. Me sentía asustado de que finalmente rompiera del todo. No quería sentir, no iba a ser capaz de soportar el dolor. La necesitaba a ella, necesitaba que Kissa me mostrara su vida, sus risas y sus preocupaciones. De ese modo podía seguir aquí un día más.
Me acerqué nuevamente al espejo y me arrodillé frente a él, suspirando cansado. Los accesos de emociones me agotaban de inmediato. Observé la habitación una vez más, en detalle. Creo que casi podía describirla con los ojos cerrados. Desde el umbral que alcanzaba a ver hasta la cantidad de piezas de madera que componían el piso. En ese momento fui completamente consciente de la necesidad que tenía que distraerme en cosas nimias, completamente irrelevantes; absurdas incluso, con tal de no pensar en Tom.
Toqué el espejo con los dedos justo en la zona en la que podía ver la cama de Kissa. Notaba dentro de mí el deseo de hundirme en medio de sus sabanas, sólo para olerla. Cerré los ojos ante mis propios pensamientos. Resultaba patético.
¿Qué había sido del cantante? ¿De la estrella de la música que era?
No quería pensar. No quería.
Me dejé caer sobre la manta que había traído aquí hacia días, intentando escabullirme en medio de los escasos recuerdos que tenía de Kissa. Sin saber muy bien cómo, aquellos recuerdos comenzaron a convertirse en ensoñaciones. Me imaginé traspasando aquel espejo, casi podía describir el modo en que mis pies tocaban el suelo del otro lado, y el tacto del manillar de la puerta al abrirla. Lo demás ya era pura imaginación. Y me vi bajando una escalera como la que había en esta misma casa, buscándola en medio de las habitaciones, deseando llegar a su lado. Cuando estaba en medio del pasillo ella abría la puerta de entrada y se quedaba mirándome, para luego sonreírme. En mi fantasía no había obstáculos ni presentaciones, ella simplemente me conocía.
—¿Me has extrañado? —me preguntaba, con aquella coquetería que tan bien le conocía ya.
—Quizás un poco… —aceptaba sonriéndole también. Y por un instante, en medio de aquella realidad imaginaria, sentí que mi corazón se agitaba.
Ella avanzaba hacia mí y más latía mi corazón. El deseo de besar esa boca tan suave y de labios redondeados, se fue haciendo cada vez más evidente. Sus ojos grises me investigaron, como solía hacer Kissa con cada cosa que se presentaba ante ella. Curiosa.
—Si sólo es un quizás… entonces no debería besarte ¿No?... —me decía. De alguna manera era como la había recreado, exenta de prudencias, completamente jovial y dulce.
Me humedecí los labios de inmediato, tanto en mi imaginación como en la realidad, aún me encontraba recostado en el suelo de aquella casa.
Kissa se enfocó en mi boca y se estiró intentando llegar a mis labios, yo me incliné hacia ella facilitándole la labor. No llegué a sentir su tacto, cuando un golpe seco me distrajo. Abrí los ojos asustado, mirando dentro del espejo. Vi como Kissa rebuscaba en los cajones en los que estaba su ropa, desperdigando prendas por el suelo con desesperación. Hasta que dio con algo y volvió a salir. Olvidándose de cerrar la puerta, que se había golpeado contra la pared por la fuerza con que la había abierto.
Algo pasaba, lo presentía, y el corazón me latía vertiginoso. No estaba seguro de si por la fantasía que antes recreara en mi mente, o por verla a ella tan exaltada.
Me quedé sentado frente al espejo por largos minutos, no creía que fueran horas, pero la noche comenzó a llegar al otro lado del espejo al igual que en este lado gris en el que vivía yo. Y nadie apareció.
—¡¿Bill?!
Escuché fuera la voz de Frederick. La lluvia se había calmado. Ya no se escuchaba su repiqueteo contra el techo, y la gotera del rincón había pausado notoriamente su ritmo.
—¡Voy! —avisé.
Me puse en pie, saliendo de la casa para encontrarme con el esposo de Sarah. Traía consigo una chaqueta impermeable que probablemente sería de él.
—Definitivamente muchacho, no hay como alejarte de esta casa —se quejó, pasándome la chaqueta para que me la pusiera por encima del abrigo que llevaba, y que para este momento estaba menos mojado—. Sarah está muy preocupada —continuó hablando mientras caminábamos de regreso a su casa—. En este tiempo, y con las lluvias, el río tiene crecidas y esta casa está demasiado cerca de la orilla.
No le respondí. Lo cierto es que no tenía nada que decirle.
—Este no es un buen día para ella —continuó hablándome. Lo miré de reojo, parecía necesitar hablar.
—¿Por qué? —pregunté finalmente, cuando noté que no se animaba a seguir.
—Bueno —se encogió de hombros. Su expresión bajo la escasa lluvia y la luz que nos proporcionaba la linterna que llevaba lo hicieron parecer, de pronto, diez años más viejo—. Nuestro hijo murió, hoy, hace siete años.
Era extraño sentir que la muerte estaba tan cerca de mí, y sin embargo no había forma de que pudiera decir nada sobre ella. Para mí era simplemente un hecho más, como caminar ahora, dormir o lavarse los dientes. Un hecho tan irrelevante, que darme cuenta me abrumaba.
Frederick suspiró.
—Entraremos ahora que la casa está caliente y nos tomaremos algo —intentó parecer más animado—, y tú deberías cambiarte esa ropa mojada.
—No tengo demasiada ropa —hablé finalmente, saltándome todo lo que él me dijera, como si no hubiese existido.
—Tu madre envió algunas cosas —me avisó—, y dijo que la llamaras.
Era cierto, llevaba… no recordaba ni cuantos días llevaba sin llamarla.
Frederick empujó la puerta de entrada a la cocina y me invitó a pasar delante de él. El calor del lugar me bañó de inmediato las mejillas.
—¡Muchacho! —exclamó Sarah en cuanto entré por la puerta, con aquella voz maternal que le recordaba, y me abrazó.
—Estoy bien —le dije, necesitando calmarla para que me soltara.
Me miró.
—¡Deja ya de ir a esa horrible casa! —expresó con tanto ímpetu, que logró sorprenderme— No es un buen lugar. Mala gente vivió ahí.
—¡Sarah! —se escuchó la voz seca y contundente de Frederick, frenando cualquier otra cosa que ella pudiese decir.
Sarah lo miró, arrugó el ceño, y paseo la mirada por el piso y luego por la cocina.
—Hay té recién hecho —ofreció, apartándose de mí mientras se quitaba el delantal—. Yo iré a descansar.
Dejó el delantal colgando en el sitio de siempre ,y se perdió por el pasillo. Ese día ya no volví a verla.
Continuará…

A ver por donde sale la historia. Poco a poco iremos enlazando cada hecho y cada conversación.

Muchas gracias por leer.

Siempre en amor.

Anyara

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