viernes, 25 de enero de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo V



Capítulo V
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El lápiz se movía inquieto entre mis dedos, mientras repasaba las notas que acababa de tomar sobre mi paciente. Su hermano me observaba, su mirada estaba puesta en mí como si tuviese que deliberar algo. Lo observé. Tom pareció aún más atento, haciendo más obvia su preocupación.
—Según lo que me explica —comencé— los cambios en Bill han sido paulatinos.
—Sí —aceptó Tom. Notaba como intentaba cooperar, pero entregando la información justa.
—¿No notó nada relevante? ¿Nada que marcara una diferencia en su conducta? —insistí, mientras continuaba moviendo el lápiz entre mis dedos.
Tom se dejó caer en el respaldo de la silla, un gesto que había repetido varias veces cuando tenía que darme alguna respuesta. No pude evitar hacer un pequeño análisis de eso: tomaba distancia.
—No en particular. Nuestro trabajo es voluble, tiene momentos altos y bajos —se encogió de hombros. Su mirada se posaba en los objetos a su alrededor—. En ocasiones no tenemos tiempo ni para dormir, y en otros contamos con todo el tiempo del mundo—entonces me miró—. Como comprenderá los estados de ánimo fluctúan mucho.
—Claro —acepté, escribiendo aquello en mis notas.
Él se mantuvo en silencio en tanto yo terminaba de apuntar. Sus manos permanecían unidas sobre su regazo y hacía chocar los dedos índices entre ellos. Parecía inquieto. Medité si correspondía hacerle una pregunta personal.
—¿Le puedo hacer otra pregunta? —interrogué.
—Adelante —me invitó con un gesto de su mano.
—¿Usted fuma?
—Sí —su respuesta fue acompañada de un mohín que mostraba cierta sorpresa.
—¿A qué edad comenzó a hacerlo? —continué.
Él se sentó erguido nuevamente, apoyando ambos brazos en la mesa.
—¿Está tratando de analizarme? —preguntó, con una sonrisa socarrona.
—No, intento ayudar a su hermano —aclaré.
—Gemelo —me aclaró él. Yo sonreí y bajé la mirada.
—Gemelo.
—¿Qué es lo gracioso? —quiso saber, en su tono había cierta molestia.
—Que él me hizo la misma aclaración —escribí aquello.
—Mmm… —volvió a recostarse en la silla.
—Tom, dígame ¿Cuál es la actual relación que tiene con… su gemelo? —me sonrió suavemente, aceptando el golpe. Podía notar en él una frescura que no poseía Bill, o al menos no mostraba.
—¿Eso también se lo ha preguntado a él? —quiso saber.
—No —negué con un gesto.
Pareció meditar su respuesta, y pude constatar que el control también hacía mella en él.
—Bill está enfadado —se encogió de hombros—, siente que lo he traicionado al meterlo aquí.
—Comprendo —agregué eso a mis notas.
Una pequeña pausa se produjo en nuestra conversación. Luego él habló.
—¿Cómo lo ve?
—No puedo dar una evaluación, aún es muy pronto —contesté con sinceridad. Tom apretó ligeramente los labios—. En cuanto saque algo más en claro, le avisaré —ofrecí, esperando que él también confiara más en mí.
—Bien.
—De todas maneras, cualquier dato que recuerde será importante —le expliqué—. Necesito que Bill quiera hablar.
Tom asintió en silencio. No parecía querer aportar nada más.
—¿Tiene alguna otra pregunta? —quise saber, él negó. Entonces me puse en pie—. Si le parece bien, podemos dar por finalizado este encuentro.
De ese modo ambos caminamos hacia la puerta. Una vez en el pasillo, Tom me habló.
—Bill siempre fue muy alegre —me detuve y me giré hacia él cuando lo escuché, prestándole la atención necesaria—, siempre lo ha sido —la pausa me hizo temer, pensé que dejaría de hablar, pero a pesar de ello, esperé— …cuando teníamos diecisiete, pasó una semana entera sin hablarme más que para lo necesario, eso es muy extraño en él. Supe que le había pasado algo, pero nunca quiso decirme qué… de hecho, nunca aceptó que hubiese un algo.
Me sentí emocionada. No sabía qué era lo que tenía en este momento, pero estaba segura de que era más de lo que había conseguido en las sesiones que había tenido con mi paciente.
—Muchas gracias Tom —le extendí la mano, esperando ocultar la alegría desmesurada que tenía ahora mismo. Una alegría poco apropiada de enseñar.
—No me las dé —estrecho mi mano—, quiero que mi hermano esté bien.
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La habitación está sumida en la oscuridad. Hace horas que ha anochecido, y aunque he intentado dormir no lo consigo. Tiro de la manta que me cubre en la cama. Intento protegerme del frío que me atenaza, pero sé que es inútil ya que es un frío que nace dentro de mí. Es mi cuerpo inservible y codicioso el que no se calma, el que tiembla.
Aprieto los parpados en un intento por encontrar ese limbo que visito cuando el sueño me vence, pero sé que será imposible. Esta noche será una de aquellas en las que no podré rescatar a mi pobre alma de la angustia.
Respiro agitado, puedo escuchar mi respiración como la de un animal perseguido. Me cubro la cabeza con la manta, mis manos la sueltan con un temblor errático.
—Mierda —me quejo, casi sin separar los labios, con los dientes apretados y la mandíbula tensa.
¿Cuánto falta para que amanezca? ¿Cuántas horas para la siguiente dosis?
Me ovillo un poco más en la cama. Siento miedo de abrir los ojos. Sabía que este temor me aferraría, lo presentía desde hacía horas. No quiero que ella aparezca otra vez, no quiero que me toque. Noto el aire helado, me duele la nariz al respirar, la garganta.
—No, por favor… —suplico al silencio.
Mi cuerpo tiembla con tanta fuerza, que apenas puedo mantener la posición. Y entonces siento su mano sobre mi hombro. Mi garganta oprimida por el frío se abre en un grito que la rasga. Y mi espalda choca contra la pared dolorosamente. Huyo de ella.
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Escuché un sonido suave e insistente. Me hundí un poco más en la almohada, esperando a que ese ruido molesto cesara, pero no lo hace. Un instante después, mi mente va comprendiendo que se trata de mi teléfono y logro reaccionar.
—¿Si? —pregunto con muy poca voz.
—¿Doctora Lausen? —escuché a un hombre al otro lado de la línea, pero a pesar del esfuerzo que hice no logré reconocerlo.
—Sí, ¿quién habla?
—Llamo del centro de reposo —la voz del hombre parecía controlada, pero podía notar la tensión en ella. Me senté en la cama, esperando despejarme—, hay un paciente suyo que nos está ocasionando problemas.
Pestañeé al encender la luz de la mesilla para mirar la hora. Las dos treinta y cinco de la madrugada.
—Voy para allá —le avisé. Iba a colgar cuando lo escuché hablar otra vez.
—No es necesario que venga podemos someterlo con algún medicamento, pero necesitamos su autorización —me explicó.
—¿Someterlo? —repetí, incomoda por aquella palabra. De pronto en mi mente apareció la imagen de mi paciente envuelto en una camisa de fuerza, y me resultó inadmisible— Espérenme, estaré ahí en media hora.
—Bien —escuché la voz cortante al otro lado.
Me levanté y me puse lo primero que encontré. Nada de tacones o blusas delicadas. Algo muy casual. El tráfico de esa hora en Los Angeles hizo el resto, permitiéndome llegar más o menos en el tiempo estipulado.
Cuando estuve ahí, el guardia que custodiaba la entrada por la noche me permitió pasar sin problemas. El resto del recorrido lo hice casi corriendo. Nunca había estado frente a una emergencia psiquiátrica que estuviese bajo mi responsabilidad. Apreté el teléfono en mi mano, preguntándome si debía avisar al doctor Hayman.
Cuando llegué a la última puerta que debía cruzar pasé la tarjeta por la cerradura. Ésta se abrió y por un momento no se escuchó otra cosa que el suave eco de mis pisadas.
—Buenas noches —me saludo el guardia que reemplazaba a Brett.
—Buenas noches, soy la doctora Lausen —me expliqué de inmediato, esperando ahorrar tiempo.
—¿Tiene su identificación? —me preguntó. Comprendí que no me permitiría saltarme el protocolo. Le extendí la tarjeta con la que había abierto la puerta. En ella aparecía mi foto y mi número interno. El hombre me miró para comprobar que se trataba de mí y yo le sonreí, conteniendo la mueca de fastidiada diversión que me sentí tentada a hacer— Bien —dijo, y comenzó a escribir.
—¿Qué sabe del paciente de la habitación ocho? —pregunté, observando a la distancia por el pasillo. 
—Que no deja dormir a los demás —me aclaró, entregándome la tarjeta y extendiendo el libro en el que había apuntado mis datos, para que lo firmara.
—¿No ha dejado dormir? —insistí con las preguntas.
—Eso me dijo un enfermero que salió a fumar —se explicó.
Firmé. Me sentía preocupada y esperaba que la situación no me desbordara. Sabía que podía pedir que le inyectaran al paciente algún calmante, pero ¿Sería eso un avance?
—Gracias —me dirigí al hombre y comencé a caminar a paso rápido, agradecida porque las zapatillas que calzaba me lo permitieran.
Poco antes de llegar al final del pasillo, y tener que tomar el único camino hacia la izquierda, escuché un grito que aunque lejano sonaba estridente. Por un momento ralenticé el paso ¿Había sido ese un grito de Bill?
Volví a retomar el camino con más decisión. Sabía que los pacientes en estadios cuatro, y aún más en el cinco, presentaban crisis a la hora de dejar sus adicciones. Sabía también que no tenía experiencia en esto.
—¿Doctora Lausen? —se dirigió a mí uno de los enfermeros. Por el tono de su voz, presumí que era quién me había llamado.
—Sí.
Ambos caminamos en dirección a la puerta de la habitación de mi paciente. Observé por la mirilla y vi a Bill sobre la cama, arrinconado contra la pared. Otro auxiliar se le acercaba.
—¿Qué le va a hacer? —pregunté con cierto punto de indignación. El cuerpo del hombre no me permitía ver el rostro de mi paciente.
—Intentar sacarlo del rincón en el que está. Usted se negó a que lo medicáramos —contestó.
Ambos fuimos testigos de cómo el auxiliar tocó la manta con la que Bill se cubría, y del grito que ese gesto provocó.
—¿Cómo se suponía que iban medicarlo? —le pregunté al encargado junto a mí— ¿disparando dardos?
Le solté la ironía sin pensarlo demasiado. Desde luego, inyectarlo en el estado en el que estaba no parecía una tarea fácil. La alternativa, según yo lo veía, pasaba por la fuerza y no era algo que aplicáramos habitualmente. Este no era cualquier centro. Giré la manilla y entré.
—Doctora, no creo que sea prudente —escuché la voz de mi acompañante.
—¿Y para qué me llamó entonces? —pregunté, dejando que saliera mi mejor parte médica. O al menos era lo que yo creía.
—Peter —le habló al otro hombre. Éste se alejó de mi paciente, pero no salió de la habitación.
Sólo en ese momento pude ver a Bill. Estaba encorvado y temblaba. Sus manos metidas bajo la manta la apretaban a la altura de su barbilla. Tenía la cabeza agachada, pero sabía que de reojo miraba a quien se le acercara. Di un pequeño paso hacia él, esperando por su reacción. No gritó, al parecer no lo hacía si no querías tocarlo, pero se pegó más aún a la pared.
—Bill —le hablé con suavidad. Él movió la cabeza—… soy la doctora Lausen —por un momento pensé que me respondería, pero sólo conseguí que se ocultara más. Avancé un paso, y él respiró con fuerza—… soy Seele —volví a insistir, esta vez buscando su mirada con la mía. Él quiso responder, pero no alcanzamos a hacer contacto.
—No, no, no, no —comenzó a negar de forma reiterada.
—No qué, Bill… soy Seele… —insistí.
Lo cierto es que me estaba costando separar a la persona de la profesional. Verlo tan vulnerable y de alguna manera dolido, me costaba. Me había acostumbrado a encontrarlo con la coraza siempre en alto.
Noté como se tensaban los músculos de su rostro, y el esfuerzo que estaba haciendo por no temblar. Parecía buscar la fortaleza necesaria para mirarme a los ojos. Quise acariciarle el cabello, pero me contuve. Cuando finalmente me miró, pude ver su lucha. La realidad, y la angustia de una fantasía de su mente peleaban dentro de él. Bill estaba exhausto.
—Dime qué pasa —hablé con sutil seguridad.
—No la ves, ¿verdad? —me preguntó, para luego asegurar— Nunca la ve nadie.
—Sólo la ves tú —aseguré, sabiendo que hablaba de su ilusión. Él asintió— ¿Te hace daño? —le pregunté.
Negó suavemente. Luego su voz brotó como un dictamen.
—Soy yo quien se lo hace… siempre… todo el tiempo…
En ese momento comprendí la profundidad de su mirada. Bill se sentía reflejado en la maldad.
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Continuará…
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N/A
Hola a todas.
Este capítulo ha tenido un poquito de todo, espero que se comprendieran bien las diferentes partes. A ver cómo continuaremos, creo que Seele tiene más material para ayudarse.
Besos y muchas gracias por leer.
Siempre en amor.
Anyara

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