viernes, 4 de enero de 2013

La sombra en el espejo - Capítulo XVII




Capítulo XVII
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—Borra a ese —le dije a Tom, que tenía la lista con todos los teléfonos de personas apellidadas Meier, que vivían en Hamburgo y los alrededores.
Él suspiró.
—¿Sabes cuántas personas hay en esta lista?—preguntó.
—No. Dame el siguiente —le pedí, refiriéndome al siguiente número.
Tom y yo, llevábamos varias horas intentando encontrar a Kissa. La habíamos buscado por su nombre pero no aparecía en el registro.
—Sabes que tendremos que volver a Los Ángeles ¿No? —su pregunta fue cautelosa. Tom sabía que ahora mismo estaba empecinado con Kissa, y aunque él estaba un poco más convencido de su existencia, presentía su temor a que ella no supiera ni de qué le hablaba.
—Puedes adelantarte —me encogí de hombros—. El número —repetí.
—¿Qué? ¿Y dejarte aquí sólo? ¿Buscando a saber qué? —no podía ser más claro. Aún no confiaba en mi juicio.
Tomé el listado de sus manos y comencé a marcar.
—No voy a discutir Tom, entiendo que no me creas —dije, llevándome el teléfono al oído.
—No es que no te crea… bueno sí es… bueno…
—¿Sí? ¿Casa de los Meier? —pregunté cuando la voz de una mujer sonó al otro lado de la línea.
No podía evitarlo, cada vez que alguien contestaba yo alertaba los sentidos para intentar reconocer a Kissa. La mujer me confirmo que era la casa de los Meier, pero dada las circunstancias había muchas “casa de los Meier”.
—Verá, estoy intentando encontrar a Kissa Meier —el nombre salió de mi boca con total normalidad. Sólo yo sabía el modo en que mis labios acariciaban ese nombre—. Comprendo —dije, cuando la mujer me explicó, como en todos los lugares anteriores a los que había llamado, que ahí no vivía ninguna Kissa—. Gracias y disculpe las molestias.
Corté la llamada, tachando de inmediato el número que acababa de marcar. A medida que el lápiz marcaba las líneas sobre los números, yo me preguntaba si en algún momento me daría por vencido, pero en cuanto pensaba en decir “basta”, algo me dolía en el pecho.
—Déjame, te ayudo —dijo mi hermano, arrastrando la lista hacia su lado.
—Gracias.
—Marca.
Comenzó a dictarme el siguiente número.
—¿Sí? Buenas tardes ¿La casa de los Meier? —la voz de un hombre, que podía ser su padre, me atendió— Estoy intentando encontrar a Kissa… Meier —suspiré—. Comprendo, gracias.
Tiré el teléfono sobre la mesa, me eché atrás en la silla y me llevé las manos a la cabeza.
—Ven, vamos a dar una vuelta. Tomar aire te hará bien —sugirió Tom.
—Quiero encontrarla.
—Seguirá estando dónde sea que esté. Podemos permitirnos dar un paseo —insistió. Lo miré.
Sabía que tenía razón, Kissa seguiría estando en el mismo lugar en unas horas más. Necesitaba despejarme, o terminaría destrozando el teléfono.
—Pero conduzco yo.
Tom suspiró y extendió su respuesta, mientras caminaba fuera de la habitación.
—Bueno…
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—Esa, esa —decía Georg a Gustav, mirando a una de las chicas que estaba en la pista de baile.
Nos habíamos reunido con ellos, y habían insistido en que fuésemos a un club. La idea no me convencía demasiado pero los seguí con la premisa que me arrojó Tom.
“Quizás puedas encontrarla en un sitio así”
Aunque sabía bien que era una tontería pensar en ello, pero ¿Cuántas cosas improbables me habían sucedido últimamente? Como para descartar posibilidades estaba yo.
—¿Cómo va a ser esa? —preguntó Gustav— Tom dijo que era rubia.
Yo suspiré bebiendo un poco de mi bebida. Nada de alcohol había dicho el médico, aunque ahora mismo me moría por un vodka.
—Tampoco es rubia, rubia —quiso aclarar Tom. Les había contado a los chicos que yo buscaba a alguien con las características de Kissa. Que la había visto hace un tiempo a la distancia. Y vaya distancia— Bill —lo miré—, no es rubia del todo ¿Verdad?
Me resultaba tan gracioso ver a los tres, intentando encontrar a alguien que ni siquiera conocían.
—Ya no sé —me encogí de hombros.
Podían haber sucedido tantos cambios en siete años. Aunque en medio de mis sueños, o recuerdos, la veía muy similar a como la había conocido. Me enfoqué en ese recuerdo. Creo que me dolió el alma cuando recordé como la había tratado. Su cabello era algo más oscuro, sólo un poco, como si el tono ligeramente anaranjado que tenía predominara. Sus rizos que solían ser una maraña, estaban más definidos.
—¡¿Esa?! —exclamó Tom.
Miré de forma instintiva.
Había una chica, esperando a que la atendieran en el bar, junto a otras dos. Se mantenía de lado, de modo que no me era posible ver bien su rostro, pero su cabello se ajustaba a la descripción que le había dado.
—No creo que lo sea —dije, acercándome un poco más a Tom. La escasa luz que había en el sitio que nos habían dado, nos protegía a los cuatro.
—Ve a ver —me instó— ¿Qué pierdes? Más tiempo hemos gastado hoy en llamadas telefónicas.
No podía quitarle razón. Tomé aire.
—Ve —insistió Gustav, con su tono de mando.
—Y si no es ella, háblale igual —concluyo Georg, riendo.
Lo pensé un momento. Observé con detención a la chica. Sabía que si no encontraba a Kissa pronto, mi vida volvería a la normalidad y ya sería casi imposible pensar en hallarla. Quería hablarle y agradecerle.
Me puse en pie, y los chicos soltaron a coro una exclamación alegre. Los miré sorprendido, cualquiera diría que había roto una marca olímpica o algo parecido. Entonces la mire, ella se había girado de modo que podía distinguir su rostro.
No, no era Kissa.
Me sentí estúpido sólo por pensar en que pudiera tratarse de ella. Era absurdo sólo imaginarlo.
—¿Qué? —preguntó Gustav.
—¿Qué? —preguntó Georg, mirando a la chica y luego a mí.
Ambos chicos no entendían mi expresión. Sin embargo Tom lo supo.
—Que no es ella —dijo, con seguridad.
Aunque la posibilidad era mínima, por un pequeño instante me sentí ilusionado.
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Al día siguiente me levanté pronto. Había entrado a la cocina, en un intento fallido de prepararme algo para desayunar. Estaba marcando algunos números de los que había en el listado que tenía, cuando Tom apareció.
—¿Y tú? ¿A qué hora te has levantado? —me preguntó.
—Hace una hora… más o menos —me llevé el teléfono al oído.
—¿Desayunaste? —quiso saber. Negué con un gesto.
—¿Sí? ¿Quería saber si vive ahí Kissa Meier? — miré a Tom con la expectativa de la pregunta, y luego con el fracaso de la respuesta—. Disculpe.
Apreté el teléfono, llevaba catorce llamadas desde que me había levantado, y aún me quedaban la mitad de los Meier de Hamburgo.
Suspiré.
—¿Café? —preguntó mi hermano, que realmente estaba teniendo una paciencia digna de ser premiada.
—Gracias.
Comenzó a preparar la cafetera.
—¿Qué crees que podría estar haciendo ella ahora? ¿Estudiar? ¿Trabajar? —preguntó, posicionando la cafetera. Se quedó de pie junto a la mesa de la cocina, observándome.
—No lo sé, trabajando… creo —Tom miraba el teléfono en mi mano.
Se sentó y lo tomó entre sus dedos. Imaginé que querría suplirme en lo de hacer llamadas, así que se lo dejé. Comenzó a manipularlo.
—¿Sabías que Kissa significa hermana de gemelos en egipcio? —me preguntó.
—¿Qué haces? —quise saber. No era momento de ponerse a jugar.
—¿No es obvio? —respondió, sin quitar la mirada de la pantalla.
—No, no lo es.
—La estoy buscando en internet. Quizás encuentre algo —se encogió de hombros.
No lo había pensado, y era una posibilidad como cualquier otra.
Creo que casi me subí sobre la mesa para llegar a ver la pantalla del teléfono.
—Busca por diseño publicitario —le sugerí.
Tom me miró.
—¿De verdad? Si esa chica en tus sueños te dijo tantas cosas, debería haberte dejado una dirección —ironizó, pero luego ambos reímos del absurdo que nos rodeaba. Seguimos buscando.
—¿Hay algo?
—Calma, acaba de abrir —Tom parecía muy concentrado. Yo miraba de medio lado la pequeña pantalla—. Kira… Kira diseños… decoraciones.
—¿Algo? —insistí.
Tom negó con un gesto.
—¡Espera! —exclamó entonces.
—¡¿Qué?! —quise tirar del teléfono.
¿La habíamos encontrado?
—Mierda —masculló Tom. Lo miré y por su expresión supe que no era algo bueno.
—¿Qué? —pregunté con la voz contenida. Podía notar la presión en el pecho. El miedo.
Tom me miró. Resopló
—Bill, aquí hay una noticia sobre un accidente —en sus ojos se notaba la tristeza.
No dos veces, pensé.
—¿Habla de ella? —murmuré.
—Sí, te leo —miró la pantalla—. En malas condiciones quedó la conductora del coche que fue chocado lateralmente por el primero.
Un choque. Un accidente.
—¿Cuándo? —pregunté ansioso, sosteniendo con la mano el colgante de Kissa que llevaba al cuello desde que lo había encontrado.
Tom buscó en medio de la noticia, y creo que poco le faltó para ponerse blanco como una hoja de papel.
—Diecinueve de Enero…
Ambos nos miramos. De alguna manera yo comprendía lo que podía significar, para Tom era una confirmación más de lo que yo le había contado.
Comenzamos buscando el parte policial sobre el accidente. En la policía no podían darnos mayores datos, sólo se ofrecieron a facilitar un teléfono de contacto. Aunque a cambio tomaron todos nuestros datos, para asegurarse de que no utilizaríamos de manera indebida esa información. Cuando salimos de la policía y entramos en el coche. Yo mantenía mi teléfono en una mano y el número en la otra, ambas con un ligero temblor.
—¿Quieres que lo haga yo? —preguntó Tom, que permanecía a mi lado. Negué, sin quitar la mirada de lo que tenía en las manos.
Sabía que esta llamada abriría una puerta para seguir avanzando, o la cerraría definitivamente.
Marqué el número con más lentitud de la habitual, escuchando el ‘tic, tic, tic’ de cada número al marcar. Esperé, y la voz de una chica al otro lado logró sobresaltarme, durante el segundo exacto que tardé en comprender que no se trataba de ella.
—Sí… ehm —titubeé, escuchado la pregunta de ‘quién es’, al otro lado—. Me han dado este número para encontrar a Kissa Meier...
El corazón batía en mi pecho con fuerza.
—Es su casa ¿Quién llama? —continuó preguntando la chica.
—Un amigo… Bill —agregué al no obtener respuesta.
—Hablas con Annie, una amiga —así que era Annie—. Kissa y yo compartimos departamento —al oír aquello me sentí un poco menos ansioso, al parecer estaba bien— ¿Qué tan amigos son? —quiso saber— Ella no tiene muchos amigos.
—Un… amigo lejano —cerré los ojos ante la estupidez de mi propia explicación. Tom se dio con la palma en la frente.
Annie espero un momento. Luego habló.
—Verás, ella tuvo un accidente —comenzó a explicarme.
—Sí, lo sé… por eso llamó para saber cómo está —la ansiedad se filtraba en cada palabra.
—Sigue en el hospital —su voz se fue haciendo más apagada, como cuando quieres dar una mala noticia. Yo sentí el peso de cada sílaba—. No ha despertado.
—¿Despertado? —miré a Tom. Mantenía los ojos muy abiertos, me observaba inquieto— ¿Me podrías decir dónde está?
De ese modo Annie me dio la ubicación de Kissa. Hospital, piso y habitación.
El blanco pasillo se me hacia interminable, a pesar de los largos pasos que estaba dando. Tom caminaba junto a mí con el mismo ritmo, ambos en absoluto silencio. Me detuve frente a la puerta que indicaba el número de la habitación de Kissa, y tuve que tomar aire antes de decidirme a empujarla con suavidad. La prisa y la ansiedad me traían el corazón acelerado.
La puerta comenzó a abrirse, y recorrí el pequeño pasillo que había en la entrada antes de poder ver la cama. Cuando la vi a ella recostada y conectada a una serie de máquinas que median sus contantes vitales, me quedé estático y sin poder avanzar,
—Kissa —susurré muy despacio. Notaba el nudo que se formaba en mi garganta por las lágrimas—… mi preciosa Kissa.
“Un día te vi, estabas envuelta en la luz pálida de mis anhelos que comenzó a hacerse más intensa, cuando tus ojos me vieron a mí”
Continuará…
No me linchen… que de lo contrario no puedo terminar la historia ¡!!...
Al menos la ha encontrado. Sé que no parecen las mejores circunstancias pero hay ciertas cosas necesarias para que la historia se sostenga.
Siempre en amor.
Anyara

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