viernes, 4 de enero de 2013

La sombra en el espejo - Capítulo XVIII



Capítulo XVIII
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Iba guardando dentro de mi bolso una serie de objetos. Mi teléfono móvil, las llaves de casa, pañuelos de papel… la libreta con las direcciones posibles para visitar este día. Todo iba cayendo al interior a toda velocidad, pero me detuve cuando vi el álbum. Era uno que contenía mucho de mi pasado y de mi presente. Lo tomé como si se tratara de un delicado cristal que no quería que se rompiera. Lo abrí al azar, así como llevaba haciendo durante tanto tiempo. Me encontré con sus ojos castaños, iluminados por una sonrisa que era tan suya y a la vez tan imposible en el Bill que conocí.
Acaricié su mejilla plana en la fotografía, imaginando lo que debía de ser tocarlo y sentir en las yemas de los dedos el tacto de su piel. Quizás él nunca comprendería lo mucho que había llegado a amarlo en estos años. La forma en que mi corazón se paralizaba, con cada nueva noticia que escuchaba sobre él. Y el deseo infinito que tenía de abrazarlo.
Acaricié también su labio en la imagen, recreando en mi mente su tacto contra los míos. Una  ensoñación que llevaba tanto tiempo acompañándome. Recordé entonces la primera vez que lo vi en mi presente, no en aquel reflejo de su futuro que me mostraba el espejo, cuando lo vi con los dieciséis años que tenía en mi realidad. Lo busqué tanto… quería saber cómo era entonces. Y lo encontré en una página de internet en la foto de una revista, con su chaqueta blanca y su cabello oscuro. Los ojos maquillados, las uñas pintadas y una seguridad que no llegué a conocerle. Parecía tan diferente al chico que me encontré al otro lado del espejo. Rubio, demacrado hasta la enfermedad y tan dolido como me sentía yo por entonces.
Habían pasado ya siete años desde aquello, los mismos siete años que él había mencionado.
Me senté en la cama, olvidándome de toda mi prisa. Cerré el álbum y volví a abrirlo al azar, encontrándome con una fotografía más reciente. El corazón me dio un salto y creo que hasta la presión sanguínea me subió de golpe al verlo. Era un hombre ya, tan hombre como yo mujer. Y si años atrás sólo me inspiraba una enorme ternura, ahora esa ternura se mezclaba con algo más, y me temblaban hasta las manos.
Respiré profundamente, sabía que no podía pensar en ello ahora. Sólo me quedaban tres días para evitar que la sonrisa que le había visto todos estos años se apagara, convirtiéndolo en el fantasma que vi al otro lado del espejo. No, no podía permitir que eso le sucediese a Bill.
Cerré el álbum, y lo metí en mi bolso. Hoy tampoco iría a trabajar. Sabía que arriesgaba mi empleo con ello, pero era un costo asumible después de todo.
—¡Vamos! —me gritó Annie desde la puerta.
—Ya voy.
Me miré en el espejo por última vez, acomodando mi cabello algo menos rebelde. Si hoy era el día en que pudiera acercarme lo suficiente a él, al menos quería que me viese aceptable. Se me formó un nudo en el estómago que pesaba como una piedra.
No es momento Kissa, no es momento. Era la cantinela que se repetía en mi mente.
Tomé el bolso que estaba sobre mi cama, y salí del departamento que compartía con Annie. Iba en busca de Bill.
Llevaba prácticamente desde navidad buscándolo. No era fácil acercarse a él, siempre había alguien cerca. Siempre caminaba con prisa o subía a algún vehículo. Las pocas veces que lo tuve a alcance flaqueé, pensando en la imposibilidad de que me creyera. Y ahora mismo sabía que no tenía muchas más opciones.
—¿Qué te pasa a ti? —me preguntó Annie, sentada en el asiento del acompañante.
—Nada —dije, mirándola fugazmente.
—Hmm —no me creía, era obvio—. Te conozco hace demasiado.
Lo sabía, me conocía muy bien porque llevaba tanto tiempo conmigo, que ya no recordaba el tiempo sin ella. A pesar de ello, no le había contado jamás lo de Bill. Annie creía que coleccionaba sus fotografías, su música y seguía cada paso que daba sólo por afición. Como haría cualquier fan rematadamente loca por su artista. No, nunca había intentado siquiera mencionárselo. Al principio por temor a que me tachara de loca, y luego… creo que luego fue simplemente por egoísmo, por no compartirlo. De ese modo lo mantenía sólo mío, al menos en recuerdo.
¿Cuándo había dejado de sufrir por Adrian? No lo sé. Sólo sé que Bill me sostuvo. Él, su música, su amor por la vida… su apasionamiento. É me había dado la mano sin saberlo.
—¿No me lo dirás? —volvió a insistir Annie. Le sonreí.
—No me pasa nada.
Quizás algún día se lo contaría, cuando ella ya tuviese hijos, o quizás nietos. Cuando yo viera a Bill feliz y con una vida hermosa. Necesitaba por todos los medios evitarle el dolor que le había visto vivir. Él no se merecía ese dolor.
—Ya me enteraré, dame tiempo —me amenazó mi amiga, y luego de un pequeño silencio ambas reímos.
Varias horas más tarde, luego de esperar a Bill oculta frente a la casa de su madre, lo seguí a él y a su hermano desde una distancia prudente. Esperaba que no se escucharan los latidos de mi corazón tal como los oía yo, o me descubrirían muy pronto.
Caminaban tranquilos y reían. Bill recibió un empujón por parte de Tom, que desde luego le fue devuelto con un intento de punta pie. Todo parecía en calma, aunque no dejaban de mirar en todas direcciones. Al parecer yo estaba siendo discreta ya que no habían reparado en mí, a pesar de que Bill miró hacia el sitio por el que yo caminaba más de una vez. Lo cierto es que no sabía si sentirme defraudada por ello. Él no me veía.
De pronto se detuvieron. Bill sacó algo de su bolsillo, ambos deliberaban, y entonces Tom hizo un gesto y avanzó hacia una tienda a unos pasos de Bill. Él observó alrededor, y comenzó a fumarse un cigarrillo.
La oportunidad estaba ahí, y yo casi no podía respirar pensando en acercarme a él.
¿Cuánto tiempo había esperado esto?
Sí, lo sabía. Siete años.
Entonces vino a mi mente la imagen del Bill que conocí, sus ojos tristes, su rostro desmejorado y el rubio de su cabello, apagado. Esa misma imagen tan triste y dolorosa, fue la que me empujo a dar ese primer paso. Crucé la calle hacia él.
—¿Bill? —murmuré su nombre casi sin voz. Tenía tantas emociones contenidas en mi interior que me sentía a punto de explotar.
Me miró.
—Sí —sonrió, comenzando a mirar a su alrededor. Ya suponía que algo así podía suceder, con todo lo que le había tocado pasar con fans de todo tipo. Aún así no parecía una persona desconfiada, quizás cautelosa, y tal vez eso me emocionó más aún.
Podía notar como mis ojos se condensaban, era incapaz de dejar de mirarlo. Cerré la mano en un puño por miedo a alzarla para tocarlo. Era él, el mismo chico que me había consolado cuando más lo había necesitado. El que había impedido que abandonara la vida por cobardía, aunque nunca escuché de su boca un reproche, sólo comprensión. Bill, mi razón de ser.
—Soy Kissa —le mencioné, indicándome a mí misma. Sabía lo imposible que era que me conociera, pero necesitaba decirle mi nombre.
—Oh… hola Kissa —continuó sonriendo. Me quedé por un instante hechizada con la forma en que sus labios se marcaban en una sonrisa. Quería llorar únicamente con verlo sonreír.
Perfile su rostro con mi mirada, reconociendo sus detalles.
—¿Quieres que te firme algo? —me preguntó entonces, y comprendí la imagen que estaba dando. Me reí nerviosa y miré al suelo.
—Oh no, no —tenía que centrarme.
—Bueno, entonces no sé cómo puedo ayudarte —dijo con cierta inquietud, producida seguramente por mi extraña actitud.
Lo miré nuevamente. Tenía que hablar.
—Cuando tenías ocho años le escribiste una carta a una niña que se llamaba Lilith. Ella tenía once —le hablé, mencionando todo tal como él me lo había contado. Esperaba que aquel secreto lo ayudara a confiar en mí.
Me miró serio, la sonrisa de su rostro se había borrado.
—¿Cómo sabes tú eso?—preguntó molesto. Lo cierto es que nunca pensé en que no me creyese.
—Me lo contaste tú —quise explicarle, pero en cuanto lo dije supe que no serviría.
Me miró fijamente, pero aquella mirada distaba mucho de la que yo me había imaginado en sueños, durante años.
—Mira, tengo prisa —habló con decisión, dándose la vuelta para alejarse de mí. El pánico me hizo tomar su mano, y ya no sabría explicar el modo en que mi corazón latía o si lo seguía haciendo.
—Bill, escúchame por favor —le pedí. Miró mi mano, para luego mirarme a los ojos. Buscaba explicaciones en ellos.
—¿Qué? —preguntó, tirando de su mano. Deseaba liberarse de mí. Lo solté.
¿Cómo podía decirle lo que iba a suceder? ¿Cómo podía disfrazar algo así?
No, no podía.
—Dentro de tres días —comencé del único modo que tenía de advertirle— Tom sufrirá un accidente —sus ojos se abrieron, mostrándome su espanto.
—¡¿Qué?! —me increpó. En su gesto, en sus ojos, se podía leer claramente el desprecio. Y dolía.
—Y morirá —terminé, sabiendo que ahora mismo me estaba condenando ante él. Pero si eso servía para evitar la muerte de Tom y con ello evitar el dolor de Bill, valía la pena.
—¡Estás loca ¿eh?!  ¡Será mejor que te vea un médico! —me dio la espalda. Estaba furioso pero yo necesitaba que me creyera, que evitara el accidente.
—¡Bill, por favor! —lo seguí.
—¡Lárgate! —alzó la mano, y se me heló la sangre.
Se me llenaron los ojos de lágrimas, y en mi mente se repetía su lamento.
“Tom solía cuidar de mí… pero yo también lo hacía, también cuidaba de él…éramos un complemento perfecto…”
—Bill —murmuré su nombre. Él bajo el puño y me abandonó ahí.
Sabía que no iba a lograr que me creyera, pero también sabía que no permitiría que sufriera como lo había hecho.
Esa noche lloré mucho, y la siguiente. Antes de dormirme, la víspera del accidente, le escribí una carta que guardé entre las fotografías que había en el álbum que tenía con sus fotos.
“Te amo Bill”
Decía a un lado del papel doblado.
El día del accidente, me mantuve desde muy temprano fuera de la casa de su madre. Esperaba una señal, algo que me indicara que tenía que arrancar el coche e impedir ese accidente, aunque fuese a fuerza de interponerme entre ambos coches. Pero nada sucedió. Nadie salió de esa casa ese día. Al menos no mientras yo estuve ahí.
Comencé a conducir cuando la noche avanzó, y ya no había personas en la calle. Me sentía medio congelada. Quizás Bill había decidido después de todo, tomar precauciones frente a la premonición absurda de una loca que se le cruzó en la calle. Tal vez debería venir mañana también y asegurarme.
La fuerte luz de un coche me iluminó por completo el rostro, encandilándome. Cerré los ojos y escuché un golpe, luego es coche fue arrastrado varios metros. Mi mente vagó, pasando por muchas imágenes. No sé si mi voz logró emitir algún sonido, pero lo último que recuerdo son las cuatro letras que forman su nombre.
Bill.
Continuará…
Ainsss… sé que parece un poco cruel, pero al menos en el universo de mi cabecita, no se puede borrar un hecho, sin que otro lo reemplace ¿No?
Esperemos a ver qué pasa con el siguiente capítulo.
Muchas gracias por leer.
Siempre en amor.
Anyara

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