sábado, 30 de marzo de 2013

Rojo - Capítulo IX


Capítulo IX
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No sabía cuánto tiempo llevaba allí. Había aparcado frente al club cuando el sol teñía de violeta las colinas del West Hollywood, y ya la luna estaba alta en el cielo. El tiempo había perdido consistencia mientras esperaba,  perdido en sus pensamientos y ensoñaciones. Miraba, sin ver realmente, a las personas que entraban y salían por las altas puertas del local, vestidas para la ocasión. El ambiente estaba cargado de esa alegre euforia que él conocía tan bien, la embriagadora sensación de las noches de fiesta en Los Angeles.
Cavilaba, haciendo girar inconscientemente el anillo de acero en su índice. Ya lo sentía parte de su mano. Si lo dejaba en casa, sobre todo por Tom y su forma de atar cabos basándose en pequeños detalles como éste, se sentía extraño. Al llevarlo puesto, podía notar su peso con cada pequeño gesto, y las letras de la leyenda se repetían  en su mente y en su piel. Ese pequeño detalle había cambiado las leyes de su universo.
Ahora, aquel anillo que rodeaba su dedo se había convertido en su auténtico centro de gravedad. Todo lo que hacía parecía acercarle a Nuit, cada movimiento lo atraía irremediablemente hacia la habitación roja y le recordaba a quién pertenecía… por su propia voluntad.
Pero había un freno. Ese sueño inquietante que noches atrás, lo había despertado sobresaltado y con la piel húmeda por el sudor.
El collar que había comprado y que aparecía en aquel sueño,  permanecía ahora mismo dentro del bolsillo de su chaqueta. Se lo ofrecería, a pesar de no saber si Nuit querría recibirlo. Ella se había convertido en su mayor misterio.
El espejo retrovisor le devolvió su propia mirada expectante. Seguía esperando, oculto tras los cristales tintados de su coche. No sabía si aguardaba el momento adecuado para entrar,  si reunía fuerzas antes de volver a verla, o simplemente esperaba una “señal” que le indicara que estar allí no era una locura. De algún modo sentía que aquella vez no era una más, que ese encuentro marcaría un antes y un después en su vida. El ansia se mezclaba con el temor y  este con el más puro deseo. Miró su maquillaje impecable, sus ojos oscuramente perfilados. Estaba bien pero, ¿lo estaría también para ella? Recordar la intensa mirada de Nuit explorando su cuerpo desnudo lo hacía dudar de sus dotes de seducción ¿Qué habría pensado ella al verle tan vulnerable?
El enfoque de su mirada pasó del espejo a la acera, a metros por delante de su coche. Sintió como si el corazón se le paralizara con el último latido que dio, antes de verla de pie ahí. Su largo cabello rubio estaba recogido en una suelta trenza que caía sobre su hombro izquierdo. Sus piernas enfundadas en un pantalón oscuro que se adhería a su cuerpo como una segunda piel. Parecía buscar algo dentro de su bolso. Las vaporosas mangas de su blus de encaje negro, casi transparente, se agitaban con sutileza con cada gesto. Bill no pudo evitar reparar en sus altos zapatos negro, que se ajustaban hasta su tobillo con finas tiras de cuero. Él no quería ni moverme, prisionero de una especie de pánico adolescente.
La vio sacar un cigarrillo y acomodar su pequeño bolso bajo el brazo, mientras lo encendía. Todos sus movimientos le resultaban exquisitos y eróticos. Bill separó los labios buscando aire, cuando notó que su corazón volvía a latir. Nuit dejó caer el encendedor dentro del bolso y liberó la primera exhalación de humo, con esa contundente delicadeza que sólo le había visto a ella.
Y lo miró.
Sus ojos serenos e intensos, se clavaron en el parabrisas del coche. Bill supo de inmediato que había sido descubierto. Su mente se quedó en blanco por un instante, observando el modo en que ella llevaba el filtro a sus labios y aspiraba el humo, con la misma calma con que lo esperaba a él.
Todas las sensaciones posibles se le desplegaron dentro del estómago.
Esconderse, como venía haciendo, ya no era una opción. Nuit lo había visto. Se quedó un momento cavilando sus pasos. Ella estaba ahí, lo esperaba. De pronto el nerviosismo fue más intenso. Se sintió tan inquieto como un chiquillo, pero sabía que la madurez le ayudaría a disimularlo.
Se bajó y avanzó hacia ella con las manos en los bolsillos de su chaqueta. No dejaba de mirar al suelo, sonriendo. Era como un niño al que habían sorprendido robando un caramelo. Intentó no mirarla a los ojos mientras se acercaba a ella, su atención parecía perdida en el paisaje, aunque no podía borrar la sonrisa delatora.
Cuando estuvieron frente a frente, miró sus ojos. Nuit retiraba el cigarrillo de su boca y le sonrió conteniendo el humo, para luego girar el rostro ligeramente y soltarlo. Luego le ofreció el cigarrillo a Bill, que se quedó mirando la mano y lo que sostenía. Notó como las sensaciones en todo su cuerpo se alertaban, se le había borrado la sonrisa. Apenas había probado sus labios, e imaginar que tocaría aquel filtro que había sido besado por ella, le resultaba poderosamente excitante.
¿Tendría su sabor?
Lo recibió sin tocar sus dedos, aunque deseara hacerlo. Se llevó el cigarrillo a los labios y lo degustó. Aspiró el humo, siendo consciente en todo momento de los ojos de Nuit. Bajó el cigarrillo y le sostuvo la mirada liberando el humo suavemente, para que se diluyera en el aire sin interponerse en su visión. Ninguno de los dos hablaba. Se sentía inmerso en algo parecido a una “extraña primera cita”.
Bill recordó y acarició el collar que estaba dentro de su bolsillo, libre de envolturas, sólo el collar. Lo sacó y se lo mostró con la palma abierta, ofreciéndoselo. Nuit lo miró y se sintió sorprendida. No estaba dentro de sus normas recibir regalos.
Observó los ojos de Bill. Sus miradas eran tan intensas que parecían capaces de destruir la fuerte y fina línea que los separaba.
Ella extendió los dedos y acarició las perlas con suavidad. Dejó que su anular se enrollara en el collar y comenzó a tirar de él. Vio las argollas que conformaban los brazaletes, ya había visto collares como éste, pero no pensó jamás en que Bill pudiese traerle uno. Por un instante sintió que era una fantasía demasiado romántica. Una ilusión absurda.
Recogió el obsequió poco a poco, apoderándose de las perlas. Sin tocarlo a él.
—No tienes permitido hacerme regalos —habló con angelical severidad.
Bill miró al suelo y sonrió como un adolescente. Se sintió ilusionado ante la aceptación de Nuit.
—Ahora tendré que castigarte —dijo ella, con un tono de diversión decorando aquellas palabras.
Bill la miró con rapidez y notó como todo se revolucionaba en su interior. El concepto de castigo, había variado para él violentamente.
Nuit cruzó la calle hacia el club. Él recordó la cadencia y la exquisita solidez de los pasos de la mujer de cabellera rojiza que había perseguido días atrás.
La entrada al club fue diferente a las demás. Bill notó como al seguir los pasos de Nuit, todo parecía más fácil. Recorrieron la primera y la segunda estancia. Él no pudo evitar reparar en las manos de las personas que tenía más cerca, buscando un anillo como el que llevaba puesto. Había estado considerando la posibilidad de que existieran más. La posibilidad de no ser la única pertenencia de Nuit.
Pero no le fue posible ver demasiado. En cuestión de un momento estuvieron frente a la primera puerta.
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Me encontraba en mitad de la habitación roja. Las cortinas que delimitaban las estancias estaban completamente cerradas a excepción del expositor. Nuit se había preparado como solía hacer, no sin antes pedirme que me pusiese cómodo. Ahora ya comprendía aquella orden.
La esperé, sólo con tres objetos puestos. Mi ropa intima, la venda negra atada a mi muñeca y el anillo.
Cuando ella salió de detrás del biombo, se me cortó la respiración. Si al verla fuera del club, me pareció que su atuendo era increíblemente seductor, ahora ya no tenía forma de describirla.
Sus piernas estaban enfundadas en unas botas de tacón alto, que ascendían hasta la mitad de su muslo. Se ajustaban desde el empeine, por un entramado de cordones que me permitían adivinar su pálida piel. Los guantes que llevaba, eran unos mitones largos que dejaban sus dedos al descubierto, sujeto por el mismo tipo de entramado que las botas. La cubría un corsé fino, tan negro como el resto de accesorios, cuyos costados de encaje me permitían recrearme en la piel de su cadera.
Deseaba tanto acariciarla.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó, pasando junto a mí, dirigiéndose al expositor.
—Me gusta lo que imagino —me atreví a responder. Ella se giró y me miró intensamente.
—¿Tienes mucha imaginación? —su voz parecía cargada de un mezcla de diversión y sensualidad. Esta sesión estaba desarrollándose de un modo diferente. Una parte de mí lo entendía.
Dejé que mi espalda reposara contra el pilar de metal, como si esperase por ella en una esquina.
—Bastante —respondí, desplegando mi propia sensualidad.
Nuit me miró y sonrió. Una sonrisa más amplia, una que no le había visto. Alzó un montón de correas en su mano y me la enseñó.
—¿Imaginas qué es esto? —preguntó expectante. Pude notar en el tono de su voz y en la forma como me miraba, que mi respuesta le interesaba.
Observé lo que sostenía con una ligera idea de lo que era. La respuesta brotó de mí, con cierta incredulidad.
—¿Un arnés?
Nuit amplió la sonrisa, mientras el contoneo de sus pasos la traían hasta mí.
—Eres observador —me aduló.
Se detuvo muy cerca. Ya no me sentía intimidado, pero sí excitado. A pesar de la pequeña complicidad que se había generado entre nosotros, sabía que no podía tocarla. No quería romper las normas.
Ella si las rompió. Al menos las que había impuesto silenciosamente hasta este momento.
Los dedos de su mano derecha, acariciaron el borde de mi ropa intima. Los introdujo muy ligeramente rozando mi vientre. Sus ojos fijos en los míos, atentos a mi reacción.
—Quítalos.
Me ordenó.
Obedecí. Mi cuerpo segregaba excitación y deseo. Ahora sólo me quedaban dos piezas como vestimenta.
Nuit se acerco a mi boca, acariciándome la mejilla con la fusta que llevaba en la otra mano, junto con el arnés. Su lengua recorrió mis labios y quise besarla, pero la presión de la vara contra mi rostro me indicó la sumisión. Yo estaba ahí para acatar.
Cerré los ojos y respiré agitado. Los abrí nuevamente, cuando sentí sus manos rodeando mi cintura. No me abrazaba, estaba acomodando la correa del arnés que debía ir en ese sitio. Intentaba respirar con algo más de calma, llenándome la boca con bocanadas silenciosas y  profundas. Un ligero aroma a vainilla se instaló en mis sentidos. Una aroma tan suave, que sólo podía percibirlo a esta distancia tan intima.
Ese sería, por siempre, el aroma de Nuit.
Sisee sin proponérmelo, cuando sus dedos rozaron mi cintura. Ella permanecía atenta a su labor. Fuerte y estable. Dominante. Contrastando con la pobre imagen de sometimiento que yo demostraba.
Un suspiro se me escapó cuando Nuit ajusto la correa con un suave movimiento. Mis ojos que permanecían puestos en ella, se encontraron con los suyos, siempre analíticos.
Por un momento me pregunté ¿Qué sentía Nuit?
No me lo preguntaba como algo físico, era una pregunta mucho más profunda.
Sus manos, que hasta ahora no me habían tocado sin guantes, acomodaron las correas en forma de suspensores sobre mis hombros.
—¿Puedo besarte? —pregunté, casi con un tono infantil, mientras le permitía que me atara como a un siervo.
Nuit me miró y dejó que una suave sonrisa se delineara en su boca. Pero no me respondió.
Jadeé, cuando ella apretó una de las correas que había puesto en una de mis piernas. El tirón que dio para hacerlo me excitó aún más. Mi mente relacionó aquello con los movimientos impetuoso del sexo.
Luego de eso se alejó unos pasos y observó su obra. Mi deseo erguido clamaba por ella. Nuit lo acarició con la punta de su fusta. Cerré los ojos deleitándome con la sensación, llevando mi mano hasta ese punto, acariciándome.
—Shhh…
La escuché y abrí los ojos. Ella negó con un gesto, dándome a entender que tenía para mí otros planes.
Volvió hasta el expositor y un sonido de metal pesado, me angustió y me excito por igual.
Nuit traía en sus manos unos grilletes de acero.
No podía apartar la vista de ellos. Por su tamaño supuse que serían para mis manos. La miré, pero ella no me devolvió la mirada. El corazón me seguía latiendo con fuerza.
Los extendió frente a mí, esperando a que yo le cediera una vez más mi voluntad.
Sentí el frio del metal cerrarse en torno a mi piel. Con un certero chasquido noté como el ansia que precede a lo desconocido, se instalaba en mi estómago nuevamente.


Nuit se alejó hacía un punto de la habitación y movió otra más de las cortinas, dejando al descubierto un gruesa cadena que ascendía bordeando la pared. La seguí con la mirada confirmando que su extremo estaba justo sobre mí. Me estremecí.
A continuación escuché el sonido del metal rozando el metal. La cadena contra el pilar de hierro mientras esta se acercaba, acechándome.
Ya junto a mí, Nuit enganchó el grillete a los eslabones. La seguí expectante cuando volvió junto a la pared. Ella accionó un mecanismo y mis brazos comenzaron a ascender por encima de mi cabeza. Cerré los ojos, cuando noté el costado rígido y el corazón disparado. Mis pies aún tocaban el suelo cuando la cadena se detuvo.
Nuit volvió a observarme, como si observara un trabajo bien ejecutado.
Pero aún le faltaba algo. Observó mi sexo, que a pesar de la tensión del momento, estaba más erguido que antes; demostrándole a ella y a mí cuan placentera podía resultarme la dominación.
Su boca se acercó a mi oído, como si deseara evitar que en medio de la soledad en la que nos encontrábamos, otra persona la escuchara.
—Ahora te castigaré.
Gemí, completamente entregado cuando su mano me tocó. Sentir el roce de su palma contra la delgada piel de mi erección, me aturdió. Lo siguiente fue la presión de una nueva correa, esta vez encerrando la base de mi pene.
Continuará 
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*Se esconden debajo del escritorio*
Por favor, guarden los látigos y los objetos punzantes xD
Lo sabemos, somos un par de perversas por dejarlos así, sobre todo a nuestro pobre Bill… pero en el siguiente capítulo llegará el climax, prometido *revolotean las pestañas como niñas buenas*
Un beso gigante para todas nuestras Rojoadictas.


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