sábado, 30 de marzo de 2013

Rojo - Capítulo X


Capítulo X
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Mi respiración se mantenía agitada, no podía controlar los pequeños sonidos ahogados que yo mismo producía. Estaba inmovilizado, comenzando a notar la presión de la sangre abandonando mis dedos, mis manos.
Nuit se paseaba a mi alrededor con una calma angustiante, deleitándose con su obra. Comprendí en ese momento que estar desnudo no era la única forma de sentirse vulnerable.
Cerré los ojos con una mezcla de placer y sorpresa, cuando el extremo de la fusta que ella sostenía me acarició lentamente el costado tatuado. Un sonido proveniente de su boca acentuó el deseo, tanto suyo como mío.
—Mmm…
Era la primera vez que la veía disfrutar.
Su aliento chocó contra el sitio que parecía desear y cerré los ojos. Cuando su lengua tocó mi piel, apreté los puños y escuché sonar las cadenas. El calor subió. Mi sexo peleó, prisionero de la correa que Nuit había ajustado en torno a él. El ansia me mordió el vientre, y volvió a hacerlo cuando la fusta golpeó la zona de mi tatuaje.
La miré
Sus ojos se mantuvieron fijos en los míos. Había una nota de profundo sadismo en la sonrisa que sus labios apenas dibujaban. Esos labios que deseaba profanar.
Cuando la fusta golpeó mi costado, respiré violentamente. Nuestras miradas continuaban unidas en su contienda. Luego su boca se acercó a la zona agredida y el aire que había contenido se escapó de mis labios como un suspiro agónico.
En ese momento de letargo, observé la gruesa cadena que cruzaba el techo y que sostenía mis manos que cosquilleaban por la falta de sangre. Debía estar muy loco para permitir que alguien doblegara de este modo mi voluntad, pero en ese momento, otro golpe del instrumento que Nuit estaba usando, me hizo sisear. Mi sexo respondió a aquella caricia primitiva.
Volví a mirarla. Sus ojos avivados por la posesión. Y de  sus labios asomó lentamente la lengua, que me quemó la piel, más caliente y dolorosa que el extremo de la fusta. Su recorrido fue más largo. Cerré los ojos cuando noté que ondeaba, bajando por mis costillas. Me retorcí, y aspiré el aire entre los dientes cuando llegó a mi cintura. Un quejido doloroso brotó de mi boca cuando me mordió.
Ansioso y exaltado la observé. Nuit se encontraba frente a mí otra vez. La piel de la fusta recorría mi torso, mis brazos, mi cuello. Buscaba un nuevo sitio para desplegar su castigo. Me tensé de deseo y temor cuando acarició mi sexo. Lo sentía oprimido por la correa e incapaz de llenarse a pesar de la excitación.
Su boca se acercó a la mía. Nuestros cuerpos se encontraban escasamente separados. Esperé a su siguiente movimiento. Apreté los puños hasta que me dolieron las muñecas por la presión de los grilletes.
Ella se alejó tras de mí y yo resoplé como una bestia.
El sonido de la madera contra el piso despertó mi curiosidad, ésta desapareció cuando vi a Nuit arrastrando una silla. La posicionó a unos metros delante de mí, se sentó y cruzó sus largas piernas. Observándome.
¿Qué tenía pensado hacer?
Por un momento me sentí absurdo. Atado, desnudo y escrutado.
Pero mis inquietudes se esfumaron tan rápido como habían llegado. Nuit acarició la punta de su bota con la fusta. Extendió su larga pierna, mientras la piel del instrumento que manipulaba ascendía por ella, acariciando el entramado de cordones. Noté como el ansia volvía a florecer desde mi vientre con aquel simple gesto.
Nuit no dejaba de mirarme. Separó los labios y respiró profundamente cuando la fusta toco la piel desnuda de su muslo al final de la bota. Descruzó las piernas. Yo aún no era capaz de dilucidar lo que pretendía, pero los dedos de su otra mano aportaron luz, comenzando a desatar la cinta que aseguraba su ropa intima.
¿Se la quitaría?
La idea de vislumbrar su sexo me provocó, pero su siguiente movimiento me hizo arder.
La piel de la fusta acariciaba la piel.
Lamió su vientre como una lengua, y como tal buscó bajo la ropa intima.
Mi espalda se tensó como la de Nuit. La punta de la fusta abrió sus pliegues, que aunque permanecían ocultos, se recreaban en mi mente como si los viese. Nítidos. Cálidos. Húmedos.
Un ligero gemido se escapó de su boca. Yo quise encogerme por el dolor y la presión en mis testículos, pero la rigidez de las cadenas me lo impedía.
Continúe observándola a pesar de la agonía. Su mano se movía creando círculos lentos. Gimió nuevamente, esta vez algo más fuerte, sin dejar de mirar mis gestos y mis reacciones. Mi sexo batalló una vez más, sin lograr liberarse de su cárcel. Apreté los dientes, siseando ante el padecimiento. Tiré de mis brazos hacia abajo, queriendo liberarme de las cadenas. El sonido pesado del hierro chocando, me recordó que era imposible.
Nuit parecía disfrutar con mi frustración. Cada vez que yo tiraba de mis ataduras, ella acentuaba el movimiento de la fusta entre sus piernas. Comencé a mover la cadera, recreando en mi mente el vaivén con el que deseaba hundirme en ella. Fantaseaba sin reparo y Nuit estaba complacida con ello.
Mi respiración estaba agitada, me dolía el cuello, los brazos y notaba los dedos helados e insensibles. Pero a pesar de ello, parecía estar a sólo un roce del placer.
En ese momento Nuit se quejó intensamente, tal como había imaginado en mis fantasías. Notaba el cuerpo pesado y la sangre caliente. Mi sexo, que permanecía confinado en la cárcel de aquella correa, sólo deseaba derramarse. Estallar como un relámpago en medio de la tormenta.
Jadeé vencido, mareado. Sabía que no obtendría liberación, hasta que ella lo quisiera. La cabeza comenzaba a dolerme, la presión en mi sien se hacía constante y molesta.
Bajé la mirada.
Nuit se puso en pie. La miré con la angustia y la derrota reflejada en los ojos. Sacó la fusta con suavidad, para luego acercarla a mi rostro. El aroma caliente de su sexo casi me desvaneció. Observé sus ojos, pero ella no miraba los míos. Sus ojos estaban fijos en mi boca. El corazón se me descontroló, cuando la punta de su lengua tocó la rígida vara de la fusta.
No mediaron palabras, pero la comprendí aún sin ellas. Esperaba por mí.
Mi lengua se encontró con la suya en un contacto íntimo y ardiente. Me temblaron los labios de puro deseo. El sabor de su boca y de su sexo se mezclaban, y por un instante me sentí dentro de ella. El estremecimiento que experimentó mi cuerpo, batió las cadenas sobre mi cabeza.
En ese momento supe, que si existía la posibilidad de experimentar un orgasmo sensitivo, sería de esta forma.
Los latidos de la sangre en mi sien se hacían más constantes. Me sentía debilitado, incapaz, sumiso. Su lengua comenzó a ascender, recorriendo la piel de la fusta. La mía le hacía compañía, aferrándose a aquel único contacto. El sabor de su sexo entró en mi boca como un lento y efectivo veneno.
Pero aún no era suficiente. No para Nuit.
Sus dedos liberaron con agilidad mi erección.  Me sacudí violentamente, cuando noté su mano sosteniéndome.
La miré aturdido.
¿Qué quería? ¿Qué esperaba de mí?
Me sentía como un insensato mortal, perdido en el tártaro.
Entonces su boca se abrió para mí. La fusta que separaba nuestras lenguas desapareció, y mi lengua penetró en ella, en el más primitivo acto de posesión que existe. Profundicé en el interior de su boca, hambriento. Enrosqué mi carne con la suya y saboreé sus rincones. Gemí de placer, ahogado  y perdido. Su mano masajeó mi sexo y mi simiente se disparó.
Salí de su boca, y mi frente se apoyo en su hombro cuando el orgasmo me destrozó, con la misma fiereza con la que un tornado destroza una hoja. Temblaba y jadeaba, soportando el dolor que todo mi cuerpo comenzaba a acusar.
Nuit se separó de mí ligeramente. Yo me mantuve cabizbajo, vencido. Abrí los ojos y vi mi semen manchando su vientre. Por un momento me sentí exaltado, como si hubiese hecho algo malo, pero el sentimiento de temor dio paso a la sorpresa. Ella abrió la parte superior de un anillo que llevaba en la mano derecha y recogió en su interior parte de ese semen.
La miré atónito, pero Nuit no me devolvió la mirada.
Desde el interior de su escote asomó aquella llave que nos abría la puerta de este cuarto. Se pegó a mí sin censura, casi abrazándome. Yo me perdí en el suave aroma a vainilla que desprendía su piel. Un aroma que ahora se matizaba con la sensualidad del sexo.
Escuché las cadenas removerse. El metal de los grilletes en contacto con la llave. Y luego, el aplastante dolor. Un dolor tan intenso y difícil de definir, que sólo podía atribuirlo a todo el cuerpo.
Cuando mis muñecas fueron liberadas, me sentí desmadejado e incapaz de sostenerme en pie. Quise asirme del pilar de metal, pero mis brazos apenas me obedecían. La mano de Nuit en mi espalda me otorgó cierta seguridad.
Escuché su voz cerca de mi oído, en tanto me ayudaba a avanzar la escasa distancia hasta la silla.
—Siéntate.
Obedecí.
Nuit se alejó de mí y dejé que mi cabeza reposara en el respaldo de la silla. Cada segundo que pasaba, me hacía más consciente de mi desnudez y vulnerabilidad. Necesitaba un baño. Necesitaba dormir. Aunque ahora mismo, no sabía si sería capaz de conducir hasta casa. Me sentía demasiado débil.
El sonido del agua cayendo dentro del cristal, avivó mi sed. Un momento después, había un vaso de agua delante de mí. Miré a Nuit, ella mantuvo un silencio inmutable.
Recibí el líquido con manos temblorosas y comencé a beber ansiosamente.
—Despacio.
Pidió ella. Asentí, deteniendo el movimiento de mi cabeza, cuando el dolor que sentía en los hombros me lo advirtió. Arrugué el ceño.
—Procura que eso no se infecte —me indicó, señalando mis muñecas.
Sólo en ese instante reparé en las pequeñas llagas que se habían marcado en ellas.
Entonces Nuit se inclinó hacia mi oído y murmuró.
—Te espero aquí dentro de tres noches —dijo de modo impersonal.
Pero a pesar de ello, era la primera vez que Nuit me citaba.
La observé. Sus ojos fijos en los míos y una pequeña sonrisa escondida bajo su imborrable labial rojo.
Después de eso se alejó y desapareció tras la cortina de siempre.
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La Dom se había retirado. El sumiso continuaba en la habitación, sentado y cansado. Probablemente buscaba la energía que se le había diluido con el orgasmo. Pronto se vestiría y abandonaría el lugar. Había superado la prueba.
Los observadores, vestidos con sus impecables smokings negros, comenzaban a abandonar sus posiciones. Todos estaban ocultos tras sus máscaras, e iban dejando la elegante sala. Uno a uno, tomaban las copas de burbujeante champagne, que otros hombres también  enmascarados les ofrecían al salir.
La sesión había estado bien. La podían considerar un “buen entremés”.
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Tom conducía el coche de regreso a casa. La reunión de trabajo a la que habían asistido, se alargó más de lo pensado. Miró a su hermano de reojo, Bill consultaba nuevamente su reloj.
—¿Tenías planeado salir? —le preguntó, cuando sólo les faltaban unas calles para llegar a casa.
—No —respondió Bill, observando por la ventana.
—Si necesitas que te lleve a alguna parte…
—No —interrumpió Bill, remarcando el monosílabo con una mirada molesta.
—Okey —aceptó Tom.
No podía quitarse de encima la incómoda sensación que lo invadía, cada vez que quería hablar con Bill y éste lo impedía.
Volvió a mirarlo de reojo. El anillo de acero estaba en su dedo, llevaba días con él. Tom podría asegurar que su hermano no se lo quitaba ni siquiera para dormir.
Para cuando finalmente estacionaron el coche, Bill había mirado la hora dos veces más. Se bajó sin mediar palabra y Tom lo observó mientras se adentraba en la casa.
Negó desanimado.
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Bill entró en su habitación. Recorrió con la mirada el lugar luchando con su deseo de ir al club.
“Te espero aquí dentro de tres noches” había dicho Nuit, y ésta era la tercera noche. Pero sabía que ya se le había acabado el tiempo.
Sacó la caja de cigarrillos del bolsillo de su pantalón y tomó uno, dejando caer el resto de un golpe sobre la mesa de noche. Lo encendió.
Aspiró el humo profundamente, eso siempre lo calmaba. Volvió a mirar la hora, convenciéndose de que era imposible que la encontrase ya.
Se dejó caer sobre la cama y puso el cenicero sobre su estómago. En medio de la penumbra, sólo se veía la lumbre del cigarrillo y  un rayo de luz que entraba por la cortina, partiendo la habitación en dos.
Su teléfono comenzó a sonar, lo sacó del bolsillo de su pantalón y arrugó el ceño cuando no pudo reconocer el número.
—Sí —respondió con cautela.
Al otro lado de la línea había un profundo silencio.
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Continuará…
Muchas gracias por esperarnos todos estos días. Volver a escribir ha sido exquisito, e imagino que lo habrán notado… jejejjejej.

Besos a todas y nos estaremos encontrando en el siguiente.
Archange~Anyara

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