martes, 21 de mayo de 2013

Oscuridad - Serie Erótica XIII



Oscuridad
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Me encuentro en mi habitación sentado en medio de la oscuridad. Mi única compañía es un vaso de whisky, un cigarrillo y el acento francés de una cantante que me recuerda con las notas de su voz la soledad que ahoga mi alma.
Las palabras cantadas a capela se abren paso por el enorme vacío que me envuelve. Inerte y desprovisto como la misma muerte. Desolado.
No tengo fuerza, no quiero tenerla. Los últimos días han estado llenos de la más absoluta incomprensión.
Nada me hace feliz.
Razones tengo muchas, y una sola. Tú no has venido. He necesitado tanto de tus caricias, del modo en que tus manos despliegan esperanza, pero no has llegado. Y ahora me pesa la oscuridad como la consciencia misma.
Bebo y fumo, y la voz de aquella mujer vuelve a cantar: “enferma, completamente enferma”… una declaración que me refleja de forma dolorosa.
Cierro los ojos y suspiro. Esta noche tampoco vendrás.
Me voy a la cama. Las sábanas me reciben con su arrullo característico. Su tacto frío dura sólo un instante, de inmediato se hace más cálido aunque igual de solitario. Cierro los ojos, esperando a que mi mente descanse.
Me ovillo, deseando custodiarme de la tristeza que se ha ido infiltrando en mí con cada respiración. Quiero llorar pero no puedo, y la oscuridad se hace enorme, recordándome que no puedo escapar.
Entonces te noto llegar. Siento como tu cuerpo se acomoda bajo la sábana a mi lado. Me mantengo muy quieto como si estuviese dormido. Tu pecho se amolda a mi espalda, tus piernas buscan la forma de las mías… y el alivio es tan fuerte como el dolor. El sentimiento es tan profundo que me hunde el pecho, y me lleno los pulmones con la boca abierta, ahogado en mi propio amor.
—Shhh… —te escucho pedir.
El aliento que liberas toca mi nuca. Siento tu mano acariciando mi cabello, peinando las hebras desordenadas de mi pelo en una caricia tan humana e intima. Tus labios tocan mi cuello, y ni siquiera puedo quejarme por tu ausencia. Noto las lagrimas quemando mis ojos, y las obligo a permanecer en ellos. La composición en francés sigue decorando con sus notas la oscuridad.
Tomo tu mano y la llevo contra mi pecho. La sostengo ahí como un tesoro.
¿Serás consciente alguna vez de lo mucho que te amo? ¿Verás, en ese indefinible mundo en el que existes, cuánto te necesito?
Tus labios detonan sobre mi piel pequeñas cargas de inconsciente gozo. Suspiro, deseando más que el aire el amor y la comprensión de una caricia.
Me giro hacia ti, apenas distingo tus ojos en medio de la oscuridad. Enmarco tu rostro entre mis manos, y me alimento de tus labios.
Dulce placer errante que marchitas los pétalos de mi corazón con tu ausencia.
Me permites la caricia sin oponer resistencia, tan entregada y mía que me dueles. Desgarras mi ansiedad, obligando a mi cuerpo a suplicar por tenerte. Necesito de la posesión como única posibilidad de que me pertenezcas.
Me desprendo de lo que nos separa y me abro paso entre tus piernas sin consideración. Las notas de la melodía que se repite, penetran en mi alma como yo penetro tu cuerpo. Me rompen con un sentimiento tan insondable que las lágrimas se me escapan mojando tu rostro. Escucho tu queja ahogada, y tus uñas amenazan con rasgar la piel de mi espalda.
¿Cuántas veces te he entregado mi voluntad con este gesto? ¿Cuántas veces lo has visto?
Recorro tu interior que apenas comienza a humedecerse. Soy consciente de la violencia de mis acometidas, pero lo necesito… el alma se me parte en dos ¿Es que no lo ves?
Gimes, y me buscas con tu cuerpo. Me hundo más y jadeo con cada encuentro, con cada limite; imposibilitado de enterrarme en ti hasta ser tú.
Y lloro como lo haría un niño. Lloro porque me duele el espíritu, porque todo a mi alrededor se cae en pedazos y no soy capaz de evitarlo.
—Shhh… —vuelves a pedir.
Me abrazas, intentando detenerme. Lucho, no quiero parar porque si me detengo la tristeza me aplastará. Me aferras a tu cuerpo con más ahínco; conteniéndome. Ya no me muevo, permanezco en tu interior y te abrazo también. El llanto me rompe la voz, y tú besas mis mejillas mojadas.
—Duele tanto… —te confieso. Tu corazón late contra mi pecho.
—Así es la muerte —me dices, y tu voz en medio de mi congoja es un ancla en el mar tempestuoso.
—Te he necesitado tanto… —te estrecho más fuerte, y mi cadera se empuja dentro de ti hasta el dolor.
Te quejas y me domas con una caricia. Me abrazas, permitiendo que mi cabeza descanse en tu hombro.
—Líbrate de ese dolor, déjalo como lágrimas en mi piel… yo me lo llevaré… —me pides, dejando suaves toques de tus labios en mi frente.
Suspiro. Exhalo el aire descomprimiendo mi pecho.
Ahora tú también lloras. Veo tus lágrimas brillar bajo la escasa luz que entra por la ventana.
—Muchos no lo entienden —te digo.
—El amor siempre es amor —tu voz me calma.
Me remuevo suavemente en tu interior, tú suspiras.
—Ha sido todo tan violento y triste —te sigo explicando. El calor de tu piel me resulta reconfortante.
—Perdónate —me pides. Tus dedos recorren el arco de mis cejas.
—Es difícil —expreso.
Las lágrimas van remitiendo en ambos. Te observo y comprendo la fortaleza que me das.
—El amor lo cura todo, si ese sentimiento no fuese tan inmenso en ti yo no estaría aquí.
Tus dedos tocan ahora mis labios. Perfilan los aros que custodian tu nombre.
—¿Estás aquí por mi amor? —te pregunto.
Me miras. Descifro tu sonrisa en la oscuridad.
—No, estoy aquí para amarte.
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Este capítulo surgió de la tristeza, de las ganas enormes de darle a Bill algo de consuelo.  Espero que les guste.
Gracias por leer.
Siempre en amor.
Anyara


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