martes, 25 de febrero de 2014

Cápsulas de Oro - Capítulo XXXIV


Capítulo XXXIV

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La televisión pasaba el final de una película antigua, de aquellas que te dejan caer el corazón a pedacitos pequeños. Yo mantenía el volumen bajo, lo suficiente como para adivinar lo que se decían los protagonistas en una escena sobreactuada, que la hacía más intensa y profunda. Pero no podía centrarme en ella, sólo podía pensar en las palabras de Bill unos minutos atrás, diciéndome que se metería a la ducha; y en la llamada que había recibido en el coche y que no había respondido.

Todo, entre nosotros, se había vuelto tenso y de alguna manera: maquinado.  Podía sentir la barrera que yo misma estaba poniendo entre los dos, tan densa que podía tocarla.  Bill se había limitado a bajar la guardia lo suficiente como para dejarme entrar nuevamente a su zona de seguridad. Yo lo miraba desde una distancia prudencial, con demasiado miedo de mi misma como para, intentar, tocarlo.

Cuando veníamos en el coche de camino a su casa, se detuvo a fumar. La resistencia entre ambos era tan rígida que podíamos golpearla y escuchar los trozos caer. Luego de una pequeña conversación muy característica entre nosotros, con los tira y afloja adecuados, me sentí un poco menos reacia a la cercanía. Y es que Bill conseguía que perdiera mi propio centro y lo reemplazara por el suyo. Él era capaz de hacerme ver el mundo a través de sus ojos y con ello perder mi propio prisma. Nos habíamos mirado a los ojos de ese modo profundo e insondable que sólo pertenece a los amantes. La piel me hormigueaba en busca de la calma de su abrazo, pero antes de llegar a dejarme caer contra su cuerpo su teléfono había sonado, y lo que al principio fue una molestia por la interrupción, pasó a convertirse en otra clase de molestia. El teléfono que descansaba delante del volante, se iluminó con el nombre de Eglé. Era obvio que no supiera quién era cada uno de los conocidos de Bill, y más obvio aún que no supiera de todas las personas que aparecían entre sus contactos de teléfono, pero no saberlo me había llenado de una incertidumbre pasmosa y muy cercana a los celos. El momento entre nosotros se había roto, a pesar de que él no respondió la llamada. Yo no había podido dejar de pensar en quién sería Eglé, y Bill no volvió a hablar durante todo el trayecto.

Voy a darme una ducha —había dicho, pocos minutos atrás. Y mientras la película terminaba, yo pensaba en si alcanzaría a mirar su teléfono antes de que concluyese su baño. Apreté los labios, molesta por mi propia forma de reaccionar. Me sentía ansiosa, incapaz de calmarme. Me puse en pie y volví a sentarme, poniéndome en pie nuevamente casi de inmediato. Observé el pasillo, y la puerta de la habitación de Bill que no estaba cerrada del todo. Me abracé a mi misma y comencé a apretar una uña entre los dientes. Finalmente, antes de alcanzar a reprenderme, ya iba de camino a su habitación. Al llegar a la puerta presté atención al sonido que había dentro y sólo pude oír el repiqueteo del agua de la ducha. Empujé la puerta suavemente, esperando a que no hiciera ruido. Me adentré en la habitación casi de puntillas y comencé a observar el lugar. Reconocía el espacio y los muebles, de la vez anterior en la que estuve aquí. Miré alrededor, intentando dar con el teléfono de Bill. Me sentía impulsada por una parte irracional y hasta malévola que debía residir bajo todas las capas de compostura con las que siempre me vestía. Finalmente lo vi en una cómoda junto a la puerta del baño. Me acerqué y lo tomé con miedo de mover cualquier cosa que le indicara que había estado espiando.

El agua continuaba cayendo en la ducha, así que comencé a buscar en las llamadas perdidas. Eglé y su número se repetían varías veces, por lo que asumí que Bill tenía por costumbre no responder a sus llamadas. Luego me fui a los mensajes leídos, necesitaba mirar alguno que me indicara qué clase de relación tenía Bill con esa mujer. Encontré unos cuántos mensajes pero me detuve antes leerlos. En ese momento supe que estaba trasgrediendo mis propios valores, mi propia forma de enfrentar lo correcto e incorrecto ¿A tanto había llegado mi desesperación? ¿Qué me pasaba? ¿No había suficientes fantasmas en esta especie de relación que teníamos Bill y yo?

Cerré los ojos e intenté calmarme. No iba a cambiar lo que había hecho, bien o mal, por martirizarme con ello. Debía encontrar otra salida para mi frustración como profesional, y para qué me iba a engañar, también como amante. Estaba fallando en ambas y lo hacía a consciencia, conociendo el resultado de cada paso.

De pronto escuché un quejido corto y casi tenebroso. Reconocí el sonido de inmediato, como si mi oído estuviese hecho para él. Me acerqué a la puerta del baño y el vapor tibio que salía me acarició el rostro. Oí un nuevo quejido, está vez un poco más largo que el anterior, pero exacto en intensidad e intención. Pensé en empujar la puerta y mirar dentro a Bill, pero estaba atrapada en demasiadas sensaciones como para saber qué hacer. Un espejo, medio empañado por el vapor, me enseñó la imagen que suponía que iba a encontrar. Exhalé al hallar a un Bill mojado por el agua tibia, con el cabello pegado a la cabeza y cubriéndole la frente. Tenía los ojos cerrados y movía el cuello ligeramente, dejando que las gotas de agua rompieran contra los hombros. No tenía un cuerpo fuerte, de esos que se forman a bases de horas en un gimnasio, pero tenía cada músculo delicadamente definido. Sus piernas eran largas y delgadas; sus brazos obedecían a la misma tónica. No, Bill no era una belleza típica; era bello como debían ser los nefilim: hijos de ángeles caídos, desterrados de su paraíso, con una parte humana. Así me lo parecía, y era justamente esa apreciación tan subjetiva la que me estaba ahogando, la que me hundía hasta que la luz era sólo un punto bajo las olas.

Una de sus manos le daba soporte contra la pared, mientras que la otra frotaba con lentitud su sexo. Me sentí mareada, sumergida en un sopor inquietante. El movimiento resultaba casi hipnótico, pausado y suave. No había desesperación en la caricia que se estaba dando, pero sí había deseo ¿En qué estaría pensando? ¿Qué escena estaría recreando su mente en este momento?... ¿Pensaría en mí?

El ritmo de sus dedos aumento, presionando en las partes que sólo él conocía para otorgarse placer. Dejó escapar un suspiro profundo, y yo notaba como el calor me licuaba los huesos. Movía la cadera, evocando la insistencia de una embestida, y el vapor de la ducha iba empañando el espejo, hasta el punto de ocultar la belleza blasfema de Bill. Me apoyé en el umbral de la puerta y cerré los ojos, centrándome únicamente en los sonidos que me envolvían: su respiración agitada, un que otro siseo que encendía mi deseo; el ritmo acompasado de su mano sacudiendo su sexo. La masturbación era un acto tan íntimo. Yo sentía como me invadía una necesidad ineludible de estar presente como una espía que se apodera de un secreto que jamás revelará.

Su respiración era cada vez más rápida; mi propia respiración se había agitado, y me descubrí abrazándome al umbral de la puerta con la necesidad de asirme a algo para que el deseo no me hiciera caer. Bill estaba a punto de terminar, de llegar a una culminación intensa y vertiginosa. Egoístamente quise ser la causa de aquel acto rebelde de autosatisfacción.

Justo antes de que acabara, o quizás justo al momento de hacerlo, el teléfono en mi mano sonó y yo lo dejé caer por la impresión. El golpe contra el piso lo hizo abrirse en dos partes y lo siguiente que escuché fue a Bill saliendo de la ducha.

Quise correr, esconderme detrás de algún sofá como había hecho uno de los perros de Bill  cuando llegamos a casa y él lo reprendió por destrozar uno de los cojines de la sala; pero sólo retrocedí y me detuve cuando choqué contra la cama. Bill abrió la puerta del baño y salió con una toalla a medio sostener en la cintura. Tenía el cabello y el cuerpo mojados y goteaba agua al piso. Me miró, sin poder ocultar su sorpresa, luego miró el teléfono en el suelo.

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Las imágenes en mi cabeza eran sucesiones sin organizar de besos, de caricias; de piel, de gemidos. No había un orden para lo que imaginaba. Me veía perforándola con mi sexo, de ese modo poco amable y lleno de deseo con que los hombres fantaseamos más de lo que a las mujeres les gustaría. Veía a Seele, con su pulcritud rasgada y con toda esa serenidad que suele  blandir como una espada, rota en medio de suplicas para que me apoderara de ella más fuerte y con más fiereza. Podía notar como mi sexo se endurecía hasta el dolor. Insistí un poco más con la caricia que me estaba dando, presionando la zona por la que mi semen saldría disparado contra las baldosas, de forma real, y dentro de Seele en mi imaginación. Casi podía recrear el modo en que aquella mezcla blanquecina se desbordaba de su interior y como la limpiaría bajo el agua de la ducha.

En mi imaginación, ella me pertenecía sin trabas; sin razonamientos que nos impidieran amarnos; sin moral.

Escuché la melodía de mi teléfono demasiado cerca. Pensé en ignorarla, pero un segundo sonido me hizo reaccionar. Muy a mi pesar, dejé lo que estaba haciendo poco antes de que llegara mi orgasmo. Me cubrí a medias con una toalla y salí del baño para saber qué pasaba.

La mirada de Seele fue de antología. Sus ojos asustados me observaban, contándome todo lo que necesitaba saber: me había estado espiando. El color enrojecido de sus mejillas la delataba. Miré el teléfono a mis pies, separado en dos partes por el golpe que había dado contra el suelo.

¿Había estado revisando mi móvil?

—¿Y esto? —pregunté, con un leve tono de reproche. Era increíble como la culpabilidad hacía que las personas magnificaran sus propios actos.

Ella dudo un momento. Yo la miré fijamente y alcé una ceja, aún sosteniendo la toalla en mi cintura. Sus ojos transitaron mi cuerpo sin reparo y hasta me pareció verla contener el aire.

—¡¿Podrías secarte?! —me indicó, algo molesta, con un gesto de la mano que me recorría de arriba a abajo.

Pasé por alto el teléfono y me acerqué despacio hasta Seele.

—¿Incómoda? —la interrogué. Ella desvió la mirada de mí, para posarla en un punto a través de la ventana.

—¿Por qué, debería? —ahí estaba esa dura capa de pulcritud que se empeñaba en alzar entre los dos y que yo fantaseaba con despedazar.

—No, claro que no —dije, soltando la toalla que cayó justo a los pies de Seele. La escuché gemir bajito cuando se dio cuenta de que mi sexo aún estaba erecto.

—Oh, por Dios, Bill —quiso quejarse, pero el reclamo estaba matizado de demasiadas emociones como para ser sólo decencia.

—¿Qué? —pregunté, fingiendo una inocencia que ambos sabíamos que era mentira. Después de todo me había estado espiando, así que me debía un poco de diversión.

—Cúbrete, por favor —me pidió, dándose un cuarto de vuelta que la dejo de perfil a mí. Me incliné un poco hacia su oído y le hablé lento, casi susurrando.

—A veces me sorprende que debajo de tanta mujer, exista tanto pudor —volví a mi sitio. Ella me miró enfadada. Era extraño el modo en que Seele respondía a la incitación. Siempre que la enfrentaba contra sí misma, estallaba, y eso me hablaba de la enorme pasión que mantenía siempre a raya; siempre prisionera y medida.

—¿Qué quieres que haga? —alzó la voz— ¿Esto? —su mano tomó por sorpresa mi sexo y lo oprimió.

—Ahh… —fue todo lo que alcancé a exclamar. La sangre se arremolinó de inmediato en esa zona, como si la hubiesen requerido con un grito de urgencia.

—¿Te he hecho daño? —sonó algo preocupada, disminuyendo la fuerza. Yo negué con un gesto suave. Recuperé la excitación en un segundo.

Encerré su mano con la mía. La acaricié suavemente, deseando que Seele se diluyera conmigo en aquella caricia. La vi separar los labios y mirarme la boca con insistencia. Aquella mirada era puro deseo contenido, era un llamado, una súplica para sacarla de su letargo. Me incliné hacia ella y la besé lentamente, acariciándole la boca con mimo, quitándole el aire y esa impenetrabilidad que la escudaba. Su mano comenzó a masajear mi sexo de arriba abajo. Yo dejé que una exhalación de placer se le metiera en la boca, profundamente. Busqué su cintura con los dedos y la atraje hasta mi cuerpo, pegándola a mí; acoplándola a mi forma, o yo a la suya. La caricia de nuestros cuerpos fue pausada, larga y desesperante.

—Deberías secarte… —murmuró, antes de acariciar el interior de mi boca con su lengua. Apreté un poco mi mano sobre la suya, creando mayor presión en su toque.

—Deberías quitarte la ropa —le sugerí. Demasiado excitado como para pensar en otra cosa que no fuese llevarla contra la cama y adentrarme en ella del mismo modo que lo hacía en mis fantasías.

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Continuará.

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N/A
A veces la pasión es simplemente inevitable. Creo que podemos ser racionales, pero razonamos no serlo y ahí las emociones ganan la partida.

Espero que el capítulo les haya gustado. Para mí es una pequeña dosis de una fantasía que se quedará en eso, pero por lo mismo tenemos la facultad de escribir y crear nuestros propios universos.

Un beso.

Siempre en amor.

Anyara




9 comentarios:

  1. Que capítulazoooo!!!! Sexy! Erótico! Excitante!!! Me encantó! Las emociones son fuertes con el problema que están adoptando pero la pasión se les interpuso!!! Ole!!! Quede volando en una nube <3

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  2. Hallo Hallo Any... pues me ha parecido un capi encantador... cuando leo me meto bajo la piel de Seele y croe que hasta mi respiración se aceleró con lo que ella vio jajajaja... Imagino la curiosidad por saber quien era la tal Eglé... y esas dudas de si Bill se tocaba pensando en ella o en otra mujer... me pareció realmente exitante y sensual estarlo espiando ... aunque jejeje Bill noto que estaba revisando su celular pero le quito importancia por el momento y que bien en lo que se entretuvieron jejeje me senti super cortada creo que cuando llegue al continuará que shokeo jajajaja queria massss XD pero siempre se quiere mas de esto no?... gracias por el capi y concuerdo contigo ... al escribir cumplimos nuestras fantasias

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  3. Uffff!!!! Q capitulo!!!! Asi lo quiero a Bill mojadito y bien dispuesto!!! Ame el capitulo!! Excitante y lleno de pasion... por un momento pense que se arruinaria el momento con lo del celular pero la pasion fue mas grande que cualquier otra cosa, eso ya vendra despues! Jejeje...


    "Encerré su mano con la mía. La acaricié suavemente, deseando que Seele se diluyera conmigo en aquella caricia. La vi separar los labios y mirarme la boca con insistencia. Aquella mirada era puro deseo contenido, era un llamado, una súplica para sacarla de su letargo. Me incliné hacia ella y la besé lentamente, acariciándole la boca con mimo, quitándole el aire y esa impenetrabilidad que la escudaba. Su mano comenzó a masajear mi sexo de arriba abajo. Yo dejé que una exhalación de placer se le metiera en la boca, profundamente. Busqué su cintura con los dedos y la atraje hasta mi cuerpo, pegándola a mí; acoplándola a mi forma, o yo a la suya. La caricia de nuestros cuerpos fue pausada, larga y desesperante.

    —Deberías secarte… —murmuró, antes de acariciar el interior de mi boca con su lengua. Apreté un poco mi mano sobre la suya, creando mayor presión en su toque.

    —Deberías quitarte la ropa —le sugerí. Demasiado excitado como para pensar en otra cosa que no fuese llevarla contra la cama y adentrarme en ella del mismo modo que lo hacía en mis fantasías."

    Y me lei ese parrafo como mas de 5 veces... jejejeje... uffff!!! Espero ansiosa el siguiente!!

    Pd: besitos y abrazos muy muy apachurrantes! <3

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  4. Y dices que hace frío... Mmm... Pues será que después de la tormenta viene la calma, después de este candente capítulo, ya postrados en la cama, agotados pero satisfechos, viene el frío XD

    Excelente episodio, digno de Bill, dándole unas cuantas lecciones a Seele. Me agradó mucho que ella se racionalizara :)

    Mil gracias. No se las demás chicas, pero leer esto, a la 1:14 pm, me deja mentalmente agotada como para continuar el día en actitud de "aquí no pasó nada", nein, nein, nein :D

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  5. No, no. Yo no quiero hechizos. A menos que... me taiga a Bill Kaulitz!!! XD

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  6. uf super candente el asunto, un muy mal habito el de los celos y el de espiar, pero bueno Bill no se enojo, el calor evaporaba el agua de la bañera. y luego lo que seguirá a continuación pues quien sabe a donde llegaran. Saludos

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  7. Mmmm, mmmm...Seele aprovecha por favor, que no todos los días se presenta un Bill mojado, húmedo...y , y con la luna en todo su esplendor. (Seele te tengo una envidia que no te imaginas) por un momento pensé que Seele iba a entrar al baño y sustituir la mano de Bill por su...joder, mejor no escribo eso!
    ¿será probable que Bill cumpla su fantasía de sexo intenso y duro con Seele?^^ je je yo quiero leer eso!.
    Celos, malditos celos, pero ni modos, dicen que la curiosidad mató al gato y pues por lo menos la vista que le dio la curiosidad a Seele es memorable...ainss Bill ¿te tallo la espalda?
    Espero pronto este la continuación de este momento, porque merece una escena muyyyyy detallada.
    Besitos Andy♥

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  8. Este momento me ha podido. pensar que empieza realmente con una Seele digamos no muy en su sitio, espiando móviles y a Bill en la ducha y que de ese momento políticamente poco correcto por así decirlo salga nada menos que este pedazo de escena de sexo espontáneo e inevitable, me ha dejado taaaaan tocada ajajajajaja he visto a Bill muy desprejuiciado, ya que cualquiera se moriría de vergüenza al ser sorprendido en una situación así, en cambio él se desprende de la toalla y deja todas sus armas en posición de revista; eso lo hace de un valor y arrojo la verdad y una entereza impresionantes además de muy apasionado y muy él; sinceramente creo que Bill real lo haría así. Andrea, nos has dejado con la miel chorreando en los labios jajajajajaja ♥

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  9. UUffffff q calorrrrr....y q capitulazo mi Any querida, adoro tanto tu forma de escribir porque es capaz de hacernos ver lo q narras, lo cual en situaciones como estas se agradece inmensamente....Seele gózatelo por todas nosotras *____*

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