miércoles, 19 de marzo de 2014

Cápsulas de Oro - Capítulo XXXV


Capítulo XXXV
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Escuchaba un susurro a lo lejos o una voz en otra habitación, no estaba demasiado seguro. Comencé a abrir los ojos y noté la luz que entraba por la ventana. Miré la hora en el reloj que había sobre la mesilla y comprobé que empezaba a amanecer. Seele y yo habíamos tenido una noche intensa y carente conversación. Había una fuerte necesidad en cada beso y en cada caricia, en el modo en que ella se enredaba a mi cuerpo y en como yo me hundía en el suyo. Nos encontramos inmersos en las miradas y en un lenguaje corporal que intentaba desesperadamente hacerse entender. Me estiré, esperando tocarla en el proceso pero eso no sucedió, entonces fui completamente consciente de su voz dentro del baño. La puerta estaba entreabierta y podía oírla discutir en murmullos con alguien.

Te digo que no, Benjamín. No necesito que te comportes como un hermano mayor, no quiero tener uno.

Me senté en la cama, abrazando mis rodillas. Observé la puerta del baño con atención, intentando comprender lo que sentía al saber que Seele se ocultaba de mí para hablar con alguien ¿Por qué tenía que darle tantas explicaciones a ese Benjamín? ¿Había algo que yo debería saber de su relación con él?

No, no necesito que des excusas por mí, sólo avisa que no iré a trabajar hoy. Ya hablaremos luego… sí, yo pasaré por tu casa…

Una parte de mí sabía que no podía pedirle explicaciones. Pero otra, esa parte egoísta y posesiva que siempre había tenido, me pedía a gritos saber qué sucedía.

Ella apareció por la puerta, un instante después de terminar la conversación. La miré acercarse y apreté los labios para no exigirle esa explicación. Se acercó a la cama vestida con mi camiseta, una que había llevado puesta el día anterior y que tenía una boca roja y sangrante en el pecho. Me dejé caer nuevamente, y observé el techo liso y pulcro. Seele se acomodó a mi lado en la misma posición, y el silencio nos envolvió ¿Cómo era posible no poder hablar?

Me sentía trabado, aturdido, incapaz de entablar una conversación dulce y ligera con ella ¿Y Seele? ¿Por qué ella tampoco podía hablar?

Giré la cabeza y la miré, se tardó un momento en hacer lo mismo y mirarme a los ojos. Cuando lo hizo quise decirle algo hermoso. Algo, cualquier cosa que la ayudara a comprender lo que significaba para mí.

—Seele —pero sólo pude decir su nombre.

En ese momento entendí que nunca había mirado a una mujer y me había sentido vulnerable de este modo desgarrador, desolado; y a la vez tan confiado y sútil.

—Bill —habló ella. Sentí miedo ante lo que podía acompañar a mi nombre. Pensé en la soledad y el frío que a pesar de no ser desconocidos para mí, dolían.

—Deberíamos dormir un poco más —dije, intentando escabullirme del miedo. Seele se tardó un instante en responder.

—Tengo que ir a mi casa por ropa —parecía tan inquieta como yo.

—Mi camiseta te sienta muy bien —sonreí—, mejor que a mí.

Ella sonrió también, quizás por la misma necesidad de cercanía que yo.

—Bill —repitió mi nombre, y a mí se me volvió a apretar el estómago—, tenemos que hablar.

Fije la mirada en el techo nuevamente, no podía mirar a Seele a los ojos. Ella sin embargo se giró hacia mí, buscando proximidad. El corazón me latía con prisa, agitado por el desasosiego y la incertidumbre, quería escapar de mi pecho del mismo modo que yo necesitaba escapar de Seele.

—Tengo que levantarme —dije, sentándome en el borde de la cama con un solo movimiento rápido.

—Aún no son las siete —me hizo notar.

—Ya, pero —comencé a buscar una excusa—… tengo que regar un cactus.

—¿Un cactus? —preguntó. Su confusión era comprensible.

—Eh… sí. Tengo uno que necesita ser regado cada semana y ayer lo olvidé —la mitad de la explicación era cierta, el cactus existía pero el día de riego no era ayer.

—Oh, ya veo —no me creía, sabía que estaba poniendo una excusa—. De todos modos, lo que tengo que decir no tomará mucho tiempo —insistió.

—¿No tienes que trabajar hoy? —cambié de tema. Parecía un desesperado que se sostenía de cualquier superficie para no caer al vacío.

—No —fue la escueta respuesta de Seele. Su mirada parecía quemarme la espalda, sabía perfectamente que esa cabeza suya estaba analizándome.

Me puse en pie con rapidez. Busqué en mi armario una camiseta y recogí los pantalones que estaban sobre una silla perfectamente ordenados, al contrario de la ropa de ella que permanecía desperdigada por el suelo.

—Bill —volvió a decir Seele, un poco más alto esta vez— ¿Por qué no quieres hablar?

La miré, tenía tantas razones que no podía ni siquiera expresarlas.

Porque no quiero contarte más verdades sobre mí. Porque no quiero que me dejes. Porque soy egoísta y quiero aferrarme a la mínima opción de felicidad que me da el saberte aquí a mi lado. Porque tengo demasiado miedo.

Me abroché el pantalón y salí de la habitación sin mediar palabra.

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Esperé cinco, diez minutos a que Bill volviera. El temor bordeaba su mirada y en su garganta se encerraban las palabras. Luego había huido. No había otro nombre para definir el modo en que salió de la habitación, alterado, perseguido por el pánico. Suspiré, demasiado ansiosa como para intentar controlar su ansiedad.

Me acurruqué en la cama, que me parecía enorme ahora que Bill no estaba en ella. Las sábanas estaban revueltas y la almohada de su lado permanecía cóncava. Me arrastré despacio hasta ella y olí el predominante aroma que lo caracterizaba. Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación de estar a su lado. En cuestión de segundos los recuerdos afloraron y la piel se me erizó al oír de forma nítida sus jadeos rompiéndose contra mi cuello. Abrí los ojos, sintiéndome sorprendida por el modo en que el deseo podía prenderme de manera tan brutal. Me sentí dolida, abatida y huérfana; todo a la vez. Recorrí mi cuerpo con una mano desde el cuello, pasando por mi pecho hasta tocar mi ingle. Bill lo había dicho, el sexo resultaba adictivo y en mi caso hasta terapéutico; me ayudaba a liberar la mente de tensiones. Pensé en acariciarme y en conseguir un alivio para la tensión que no nos abandonaba a él y a mí, a pesar de las horas de sexo que habíamos compartido ¿Qué nos sucedía? ¿Por qué en medio de la intimidad de las caricias no podíamos decir nada?

Desistí de mi idea de sexo solitario e intenté buscar una respuesta entre mis conocimientos profesionales. Presentía que algo me estaba ocultando, es más, sabía que todo giraba en torno a Eglé. Miré sobre la mesa de noche que estaba de su lado y el teléfono aún permanecía separado en dos partes, como si Bill no quisiera que éste sonara más. El ruido lejano de algunas tazas y cubiertos llamó mi atención. Bill parecía estar poniendo en orden la cocina para calmar su inquietud. Cerré los ojos nuevamente y me pregunté si podría dormir un poco más, pero sabía que la respuesta sería un no. Me levanté, sin procurarme más abrigo que la camiseta de Bill que impregnaba mi piel con su olor. Caminé descalza por el pasillo y llegué hasta la cocina, quizás por eso no me escuchó llegar. Había preparado dos tazones en una bandeja y los acomodaba persistentemente en un lado y otro del pequeño espacio, como si buscara el lugar más adecuado para cada uno. Los dejó unidos en el centro, los observó un instante y luego los separó, dejando a cada tazón en una esquina de lo que parecía un cuadrilátero para él. Volvió a observarlos y luego fue acercando uno de ellos a la esquina del otro ¿Quién sería yo, y quién él? ¿Quién sería el que cedía ante la tozudez del otro?

—Me quedo con el de la esquina —dije, sonriendo al entrar en la cocina. Quizás debía entender que Bill estaba pasando por la etapa más difícil de dejar las adicciones: no volver a ellas cada vez que encontrabas un obstáculo en el camino.

—Oh... No te escuché venir —me contestó, quedándose con el tazón que se acercaba en la mano. Comprobando mi teoría de que era él quien iba a mí.

—¿Tienes tostadas? —pregunté. Quería que el ambiente enrarecido comenzara a despejarse, dando paso al sol.

—Sí —se acercó a un armario y sacó un paquete con tostadas.

—¿Y mantequilla? —le sonreí, adoptando una actitud desenfadada que al parecer él precisaba para relajarse.

—Sí —volvió a proveerme de lo que pedía. Lo miré intensamente, mientras sostenía la mantequilla en la mano, ofreciéndomela.

—¿Y ganas de besarme? —pregunté con cierto tono juguetón, apelando a su diligencia en complacerme.

Sin embargo, bajo la mirada.

—Seele, yo —parecía a punto de confesar algo. Yo sentí como todo mi sistema nervioso se ponía en alerta ¿Qué más podía tener para confesar Bill Kaulitz?

—Te escucho —fue todo lo que conseguí articular. De pronto me sentí ridícula, con mi actitud de médico psiquiatra y vestida únicamente con una camiseta que ni siquiera era mía.

En ese momento Bill me miró. Sus ojos castaños, limpios de los aditivos de los estimulantes, me regalaron una de las miradas más limpias que recordaba, o quizás simplemente no había mirado tan atentamente a alguien en toda mi vida.

—¿Nunca has sentido que te encuentras algo tan bueno en la vida lo disfrutas y eres feliz con ello, pero sabes que no te lo mereces, y de ese modo lo boicoteas hasta que nada bueno queda de aquella ilusión? —sus palabras se adentraron en mi pecho abriendo todas las capas que podían existir entre la vida cotidiana y lo más hondo de mi alma. De pronto la desnudez que traía bajo la camiseta fue lo último que me importó, y se me llenaron los ojos de lágrimas.

Rodeé su rostro con mis manos, sin poder evitar las lágrimas que se me escapaban nublándome la vista. Me puse en puntillas y lo besé con fuerza, rozando el descontrol. Pegué mi cuerpo al suyo, deseando decirle todo lo que mi cabeza, con toda su capacidad racional, no era capaz de procesar en palabras comprensibles.

Te amo, era lo único que podía comprender de todo aquel mar de emociones que se desbordaba por mis ojos.

Y es que a veces te conviertes en un prisionero de los convencionalismos, los sigues, los acatas, los obedeces porque que es el modo en que te han enseñado a vivir… pero el alma siente más allá de todo lo que nos resulta aprendido y a la vez inútil, y entonces comenzamos a vivir realmente.

Su boca se apoderó de la mía. Sus manos sostuvieron mi cuerpo hasta que la punta de mis pies ya no tocaban el suelo. Me alzó sobre alguna superficie de la cocina que no fui capaz de concluir en medio de los besos profundos pero inservibles para estar más dentro de él. Mis piernas rodearon su cadera, porque sólo me quedaba abrirme para poder reducir el espacio que nos separaba, y tras unos pocos movimientos lo sentí dolorosamente dentro de mi cuerpo. Jadeé, y Bill me preguntó a media lengua si estaba bien.

—Sí… —suspiré yo, necesitando de su contacto tanto como de respirar.

Me aferré a sus hombros y lo sentí entrar repetidamente. El placer físico era un segundo plano para todo lo que experimentaba. Mi mente daba vueltas sobre palabras inconexas: necesidad, complacencia, dolor, fragilidad; pero todas ellas encontraban un significado bajo la sombra del amor.

La casa permanecía en silencio, y casi vacía a excepción de nosotros y los perros que debían seguir dormidos en alguna habitación. Bill acallaba sus gemidos contra mi hombro, y yo contenía las exclamaciones de deleite en la garganta, como si al desprenderlas de mí se me fuese a escapar algo esencial para estar completa. Sus manos aferraban mi cadera empujándome hacia él cada vez que entraba en mí. Mis brazos se enganchaban de su cuello y aferraba su cabello rubio y despeinado con los dedos, tirando un poco más de él cada vez que la satisfacción se asomaba y me quemaba desde dentro. Comencé a perderme en medio de las sensaciones. Todo mi cuerpo se iba cargando de energía, un poco más con cada roce interior, con cada sonido emitido por Bill. Sentía como me preparaba para estallar en miles de partículas que nadie vería, que sólo él y yo seríamos capaces de percibir e intentar descifrar. Miré por la ventana, con la mejilla pegada a su mejilla, escuchando sus jadeos roídos y sensuales. El sol comenzaba a despuntar por encima de las copas de los árboles del jardín, otorgándome un hermoso paisaje de resurrección. Cerré los ojos cuando sus dedos se cerraron en mi cabello y todo en mí estalló, arrastrada por el gemido profundo y ahogado de Bill que se desperdigaba en mi interior, temblando entre mis brazos en espasmos imprecisos.

En medio del placer y de la agónica vuelta a la realidad, aún abrazada a él, me pregunté si está sería la única manera de comunicarnos. Noté como la mano que antes sostenía mi cabello, ahora me acariciaba con mimo. Mis propios brazos, que antes se aferraban a Bill como a la vida misma, ahora lo rodeaban relajados. Él todavía permanecía en mi interior dando pequeños y suaves bandazos hacia mí a modo de caricia.

—Eglé —comenzó a decir. Un escalofrío me recorrió al oír el nombre—… ella es una de las cosas que hago por Luther.

La confesión llegó clara y sin adornos. Me pregunté si debía enfadarme por el momento que había escogido para sincerarse, pero finalmente entendí que no podía haber elegido otro mejor; en este instante él y yo éramos uno. Cerré mis piernas en torno a su cadera y lo atraje  hasta mí para mantenernos unidos un poco más.

—No quiero hacerlo —continuó, y volví a notar un pequeño espasmo, está vez por las lágrimas que mojaron mi cuello.

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Tom revisaba en silencio los fotogramas de los periódicos que se encontraban en la biblioteca nacional alemana ubicada en Leizpig; un majestuoso edificio de principios del siglo veinte y que albergaba la mayor parte de la hemeroteca del país. Repasaba los titulares de los principales periódicos, ajustándose al rango de fecha que le había dado Bill. Se echó atrás en la silla y pensó en salir a fumarse un cigarrillo, a pesar del frío. El eco abovedado de los pasos que daban los visitantes, acompañados de algún carraspeo y una tos, era todo el sonido ambiente al que se podía aspirar. La tranquilidad era buena, pero cuando ya llevabas cerca de dos horas sentado frente al mismo computador, esperando encontrar algo, o más bien con la esperanza de no hallar nada, la tranquilidad resultaba agobiante.

Decidió mirar un par de páginas más para luego salir a comer algo, el cambio de horario lo tenía descompensado aún.

Chica hallada muerta en el parque de Tiergarten de Berlín.

Fue el segundo escalofríos que Tom experimento con toda esta historia. El primero lo disimuló lo mejor posible, y lo tuvo cuando Bill le confesó que había matado a una chica.

Comenzó a leer la noticia casi atropellando las palabras. Tuvo que devolverse en más de una ocasión para estar seguro de haber leído bien.

Una mujer de unos veinte años de edad fue hallada muerta en el interior del parque de Tiergarten, en Berlín. Por el estado de su cuerpo se presume la muerte en unas cuarenta y ocho horas, información que será confirmada por el servicio forense de la ciudad. Se desconoce el nombre de la fallecida, así como las causas del deceso. No se descarta la hipótesis de un asesinato.

Tom se llevó una mano al rostro, tapándose la boca de forma refleja, quizás para evitar la exclamación que le bullía en el pecho.

Mierda, ¿y si era cierto?

Le costó un instante asimilar que Bill matase a alguien. Arrugó el ceño, aferrándose una vez más a su teoría de que lo habían engañado. Tom sabía mejor que nadie que habían muchas trampas asociadas al mundo de la música y demasiados intereses que iban más allá de la fama. Apuntó la referencia en un papel y cerró todo, saliendo del lugar. El aire frío de Leizpig le otorgó cierta calma. Lo siguiente sería encender un cigarrillo y cuando terminase de fumarlo, si estaba más tranquilo, llamaría a Bill.

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Continuará.
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N/A
Este capítulo se me hizo complicado. La primera parte no quería salir y creo que a pesar de todos mis esfuerzos, el único modo que encuentras Bill y Seele para comunicarse es el físico. Ya veremos cómo fluye eso.

Sobre Tom… Se le está complicando la investigación, pero al menos tiene un hilo para seguir. También debemos ver hasta dónde lo lleva.

Espero que les gustase el capítulo y que me dejen sus opiniones.

Un beso.

Siempre en amor.


Anyara.

6 comentarios:

  1. Uff pues mi any... primero que todo... aun no puedo decifrar que parte me ha gustado mas del capitulo... quizas la escena donde ambos estan recostados en la cama y se miran uno al otro... no lo se para mi ese tipo de detalles vale muchisimo... hay veces que mi esposo y yo hablamos en esa posicion y me encanta... verla reflejada aqui es facinante... tambien el pensamiento de Bill "Porque no quiero contarte más verdades sobre mí. Porque no quiero que me dejes. Porque soy egoísta y quiero aferrarme a la mínima opción de felicidad que me da el saberte aquí a mi lado. Porque tengo demasiado miedo." me a arrugado el corazoncito <3 pobre d emi niño... en fin esta historia esta tan cargada de sentimientos que me estremesco en cada capitulo... por cierto me gusta lo que has agregado de Tom... es una pieza importante en la vida de Bill y que coloques su punto de vista y loq ue esta haciendo por su hermano pequeño me gusta mucho... jejeje el investigando sobre el caos y Bill alla cof cof jajajaja XD gracias por el capi mi any espeor que Bill deje de resistirte y te deje escribir mas seguido... amo esta historia, amo leerte... Te quiero Inmensamente <3 con I mayuscula jejejeje

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  2. Uinnnnsss un capi complejo cargado de tantas emociones por parte de Bill y Seele, ambos tienen tanto q decirse pero sin encontrar las palabras, por suerte tienen otra mejor forma de comunicarse y eso es lo mas importante, me encanta la forma en que ella reacciona ante la declaración de Bill, el solo necesita su amor y saber q está ahi, quizá en las situaciones mas complejas de la vida eso es lo único q necesitamos....

    Tom, aahhh casi lo veo con su traje de investigador y pobre q susto se ha llevado, saber q la declaración de Bill podría ser cierta....

    Besito mi Any me encantan tus capsulitas

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  3. Uuuyyyy!!! Qué escena tan compleja, cargada de fuertes actitudes de necesidad y carente de palabras. Es una bella (contundente diría yo :) )forma de comunicación, pero no basta... Nuevamente nos ofreces un excelente lemon XD ... en la cocina ... al amanecer ... Bill temblando ¡¡¡OMG!!! Buahhh! Me hace casi llorar la post-culminación... Yo quiero llorar con él, junto a él, sobre él <3

    Poco a poco van saliendo las pesadillas de Bill. En el momento que menciona a Eglé, Andrea, ¡casi me da el "telele"! Mujer, no me asustes de esta forma que soy cardiaca XD

    Y Tom -ajeno a lo que ocurre en la cocina de su casa- haciendo el papel de William de Baskerville. No tengo ni la menor idea de cómo sea esa biblioteca, pero lo veo nítidamente frente a un viejo y aparatoso visor de microfilms buscando información XD, con ese olor característico de guarida de tesoros bibliográficos.

    Mil gracias por el capi! :)

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  4. Gracias por el cap preciosa Anya como siempre me quedo toda suspirosa ♥ me encanta ver como se comunican estos dos... aunque aun hay muchas barreras por romper ellos van lento, a su paso pero quizas eso sea lo mejor :)

    "—¿Nunca has sentido que te encuentras algo tan bueno en la vida lo disfrutas y eres feliz con ello, pero sabes que no te lo mereces, y de ese modo lo boicoteas hasta que nada bueno queda de aquella ilusión? —sus palabras se adentraron en mi pecho abriendo todas las capas que podían existir entre la vida cotidiana y lo más hondo de mi alma. De pronto la desnudez que traía bajo la camiseta fue lo último que me importó, y se me llenaron los ojos de lágrimas."

    Ainsssss que me digan eso y me derrito!!! Tal y como ha hecho Selee jejejeje!!

    Pd: besitos y abrazos muy muy apachurrantes ♥ te quiero

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  5. Me parece muy hermoso ver cómo dos personas que se aman y se necesitan lo expresan a través del contacto y la necesidad física de estar juntos; es una forma de comunicación tan intensa o más si cabe que las palabras. Mi pobre Bill; me ha dado mucha ternura eso de que tenía que irse a regar un cactus. Es lógico que Bill esté bloqueado y así y todo la comunicación entre ellos sí fluye; le ha dicho a Seele todo lo que puede decirle, que es lo que sabe. La parte policiaca que lleva a cabo Tom me encanta; así lo veo siempre, dando incluso la vida por su hermano. Las escenas de amor, siendo eróticamente intensas, me transmiten sin embargo una cierta sensación de angustia, como si ellos estuvieran sufriendo mientras hacen el amor.

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  6. Hola. Los celos, el miedo, la falta de control son enemigos de un ser tan vulnerable,el sexo y la falta de tacto chutas que capitulo, todo en uno. Me ha gustado cada cosa y luego " Mierda, ¿y si era cierto?" único. Te felicito me encanto ahora disculpa tengo que ir a regar un cactus jajajajajaja un abrazo

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