viernes, 21 de marzo de 2014

Cápsulas de Oro - Capítulo XXXVI




Capítulo XXXVI

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Viajábamos en mi coche de camino al departamento de Seele. La noche comenzaba a caer en Los Angeles y una vez más nos servía como marco para un silencio que nos engullía. Había una especie de desesperación arraigada en nuestra piel que solamente se rompía con el calor que brotaba de nuestros cuerpos al hacer el amor. La canción que se escuchaba en el reproductor de música ayudaba a que la sensación se mantuviera, y es que ni ella ni yo nos sentíamos capaces de articular palabra. Tom nos había llamado hacía un par de horas, contándonos lo que llevaba averiguado. Su investigación le ratificó mi historia, al menos en parte: una chica hallada muerta en el parque de Tiergarten. Nos habló de su siguiente paso que sería intentar averiguar algo en el Instituto Médico Legal de Berlín, quizás ahí encontrara el nombre la de chica en cuestión. Me moría de ganas de reunirme con él, el ansia por saber más me estaba consumiendo el estómago y lo único a lo que podía apelar para calmarme era a un cigarrillo, una copa de vodka y el sexo. Sabía que sonaba frívolo, pero la alternativa era aún peor. Casi sin darme cuenta, estaba acariciando el relicario que colgaba de mi pecho.

Me sobresalté cuando mi teléfono sonó por tercera vez desde que nos subimos al coche. En la pantalla se leía el nombre de Eglé. Seele miró el aparato con insistencia, sin abandonar su postura de brazos cruzados, hasta que esté dejó de sonar; en ese momento volvió a enfocarse en la calle. En mi mente jugaba un incoherente qué pasa, y me mordía la lengua para no pronunciarlo.

Llegamos a su departamento, envueltos en el mismo silencio sepulcral, roto únicamente por una melodía melancólica y casi susurrada.

—No me quedaré mucho —le dije, una vez fuera del coche, refiriéndome a la reunión a la que asistiría con Eglé— ¿Quieres que pase por ti, o algo?

Seele miraba a la distancia, a algún lugar a lo largo de la calle. Negó con un gesto.

—Mañana tengo que trabajar —me aclaró.

Me miré los zapatos, unas botas de charol negro que brillaban como espejos y que eran parte del atuendo que había escogido para ser letal en mi trabajo con Luther. No quería dar más vueltas.

—Puedo pasar de todas maneras —insistí. Seele me miró directamente.

—¿Y si te espero, y resulta que en esa fiesta hay alguien interesado en quitarte la ropa? —preguntó sin cortes, sin evasivas; directa a la yugular.

—Es una reunión —le aclaré. Ella pareció exasperarse.

—Reunión, fiesta, lo que sea —se permitió gesticular ligeramente con la mano— ¿Qué pasará? ¿Me quedaré esperándote?

—En las fiestas de West Hollywood siempre hay alguien interesado en quitarse o en quitarte la ropa —confesé, con esa sinceridad visceral que poseía y que afloraba en el peor momento. Ella me observó, fulminándome con la mirada—. De todos modos yo no tengo pensado hacer ni lo uno ni lo otro.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —volvió a reclamar—  ¿No es lo que —se calló de pronto, y pude ver el pánico en sus ojos.

—… he estado haciendo? —terminé la frase por ella.

Seele apretó los labios.

No podía decir que me doliera, no podía dolerme porque era la verdad y la verdad no debe doler. Sin embargo bajé la mirada y sonreí sin ganas. Sabía que me merecía sus palabras y que no me dolían porque yo mismo me lo había repetido muchas veces.

—Será mejor que me vaya —dije, dispuesto a subir al coche.

—Bill —dijo, sosteniendo mi brazo. Ese era el primer contacto que teníamos desde que salimos de casa—. Para mí no es fácil. Lo comprendo, pero me hace daño.

Después de todo éramos dos adultos, enfrentando situaciones que nos superaban. Toqué su mano y la arrullé con la mía.

—Para mí tampoco lo es, no lo ha sido nunca —le aclaré. Seele separó los labios, mostrándome un gesto entristecido. Yo deseé besarla y embriagarme de sexo para poder seguir adelante, pero no lo hice—. Vendré —le avisé. No podía dejar caer la máscara que me había puesto para enfrentar a Luther.

Ella asintió, deslizando su mano fuera de la mía.

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El dedo de Eglé se paseaba por entre los botones abiertos de mi camisa blanca. Si me escabullía lo suficiente, sus caricias me resultaban placenteras y hasta deseadas. Ella ya había firmado, así que mi trabajo de cara a Luther estaba hecho, pero sentía que le debía algo, que Eglé no era responsable de mis errores y del modo en que tenía que pagarlos.

—¿Nos vamos? —me pregunto, con la voz a punto de caramelo. La reunión, que finalmente había terminado siendo una fiesta, estaba en su apogeo. Las luces y sombras ocultaban a las parejas que se habían formado durante la parte seria, en la que se habían cerrado tratos y adquirido compromisos a largo plazo.

—¿A dónde quieres ir? —le pregunté con una sonrisa, sosteniendo su mano con la mía para evitar que abriese más botones.

—No sé —se encogió de hombros—a tu casa, a mi departamento… me da igual —no me miraba, pero sus palabras dejaban en claro sus intenciones.

¿Le debía algo?

La pregunta jugaba en mi mente y no conseguía evitarla.

—¿Y qué quieres hacer? —jugué un poco más, no me sentía capaz de cortar con ella con tanta frialdad. Eglé sonrió y acercó su boca a la mía.

—Una chica decente no cuenta esas cosas… sólo las hace —sonrió, antes de darme un pequeño beso.

—¿Ah, sí?

—Sí…

El beso se convirtió en algo más profundo, candente y desesperado. Mis manos permanecían en su cintura, y sentí la necesidad de aprisionarla un poco más. Alcé la cabeza y tomé aire, intentando despejarme. El vodka que había bebido aún deambulaba en mi sistema, otorgándome el sopor suficiente para bloquear la culpabilidad. Eglé tomó una de mis manos y la puso en sus costillas, al inicio de su pecho. Me estaba invitando a acariciarla, y la oscuridad del rincón en el que estábamos nos solaparía sin problemas. Era una chica hermosa, dúctil y dispuesta. Respondí al beso con un poco más de ansia, continuando con la caricia que ella me había propuesto. Acaricié su pecho, suspendido por la ropa íntima. Llené mi mano y tiré del escote del vestido lo suficiente como para liberar un pezón. Seele suspiró con ansiedad, clavándome las uñas en el hombro. Arrastré la boca por su cuello hasta llegar al pecho. Mordí, lamí, chupé y besé. La escuché gemir y balbucear mi nombre. Mi otra mano oprimió la parte baja de su espalda, ajustando su cuerpo al mío. Siseé a causa del dolor del deseo y la miré a los ojos.

Seele significa alma. Recordé mis propias palabras.

Sentí tanta angustia cuando me di cuenta de que se trataba de Eglé que se me cerró la garganta, como si una mano con garras afiladas le estuviese cerrando el paso al aire. El control era algo indispensable y que no podía permitirme perderlo. No podía.

La solté, como si me quemara en las manos.

—¿Qué pasa? —preguntó, alterada, mientras se arreglaba el escote del vestido.

—No puedo —dije, comenzando a sentir arcadas.

—¿Qué? —notaba como se alteraba. No podía darle una explicación, ni tampoco podía fingir.

Ambos nos quedamos en silencio. Imaginaba lo que Eglé estaría pensando: que acababa de cometer el peor error de su vida al firmar para Luther. Eso la obligaría a compartir estudio, reuniones y fiestas; quizás escenarios. No nos libraríamos el uno del otro.

—¿De verdad? —preguntó, luego de repasar mentalmente todo lo que yo había enumerado en mi propia cabeza.

No podía mirarla a los ojos ¿Qué podía decirle?

Las nauseas comenzaban a hacerse cada vez más fuertes y sentí pánico ante la escena que montaría, vomitando en medio de la fiesta. Hasta imaginé el titular: Bill Kaulitz, borracho en fiesta de West Hollywood. No sabía qué me causaba más nauseas.

—¿Bill? —escuché mi nombre, desde algún sitio a mi espalda. Miré atrás casi por inercia— Hola —la mirada alegre de Michael, con algunas notas de estimulantes, me pareció un oasis en medio del desierto.

—Hola —dije, conteniendo el estómago con dificultad—… necesito aire —le dije, sin volver a mirar a Eglé.

—Claro, vamos —sonrió él.

Escuché la voz de ella mientras me alejaba y comencé a respirar rápido y corto para no devolver en medio del salón.

Cruzamos una estancia y otra hasta que nos encontramos en la puerta de salida y luego el ascensor. Ni Michael ni yo pronunciamos palabra hasta llegar a la calle.

—Toma —me ofreció uno de sus cigarrillos, y yo lo tomé con las manos temblorosas— ¿Qué te pasó ahí arriba? Parecías muy acaramelado y de pronto ¡Paf! Te explotó la burbuja en la cara —la sonrisa que me dedico me dijo que llevaba algunos minutos observándome. Bajé la mirada, no estaba como para enfadarme.

—Una mala decisión, nada más —dije, quitando importancia al tema— ¿Caminamos? Tengo el coche aquí cerca. Michael se encogió de hombros.

—Caminemos.

Comenzamos a recorrer la calle. El aire fresco y el cigarrillo me iban calmando poco a poco.

—Hay una fiesta aquí cerca —me dijo.

—Ya está bien de fiestas para mí —decidí. Aunque no estaba seguro de cuál sería mi destino. Le había dicho a Seele que iría a su departamento…

—¡No seas aburrido! —me acusó, Michael, dando un golpe con su hombro en el mío. Lo miré, su entusiasmo era envidiable ¿Cómo podía un chico tan jovial pensar en el suicidio?

Probablemente nunca lo había visto sin estar drogado con algo.

—Anímate, es en el departamento de un amigo, ahí nadie te tendrá en la mira —intentó convencerme. Nos detuvimos y lo observé mientras me terminaba el cigarrillo—. Además, me dijiste que si te llamaba, vendrías —sonrió, recordándome nuestra última conversación.

—¿Tu amigo es el distribuidor? —tiré el cigarrillo y lo pisé.

—No —coqueteó con la palabra—, pero estamos cerca.

Tomé aire profundamente y suspiré. Qué remedio, si iba con Michael quizás podría hacer algo bueno este día. Lo medité un instante, miré la hora en mi reloj y pensé en que Tom estaría dormido aún, en Alemania. Tal vez tuviera suerte y pudiese llamarlo con alguna noticia.

—Vamos —accedí. Michael decoró su rostro pálido y ligeramente ojeroso, con una flamante sonrisa.

El lugar al que me llevó era una especie de enorme buhardilla, bastante oscura, con algunas lámparas en el suelo, casi sin muebles. Era un espacio pequeño en el que apenas cabían dos sofás. Podía vislumbrar una cocina, un baño y una habitación. A pesar de ello, debían de haber unas treinta personas. Por suerte tenía una terraza amplia, casi más grande que el interior.

—Buenas vistas —acoté, mirando la noche angelina.

—Sí, es lo mejor que tiene este sitio —abrió una pequeña cajita, ofreciéndome del contenido.

Las cápsulas doradas brillaban suavemente bajo la luz de una farola cercana. Parecían burlarse de mí desde ese sitio de privilegio dentro de una caja igualmente dorada. Miré a Michael, que me observaba casi con fascinación.

—¿De dónde las sacas? ¿Quién te las das? —miré alrededor. Todos los que se encontraban ahí parecían estar familiarizados con el lugar, parecían conocerse. Me pregunté si alguno de ellos sería el distribuidor.

—¿Qué más da? —se encogió de hombros— Yo te las doy gratis, sólo tienes que venir.

—¿Este sitio es tuyo?

—A veces —parecía despreocupado, y desde luego, sin intención de decirme nada— ¿Quieres? —volvió a ofrecerme las pastillas.

Las miré un momento. Conocía sus efectos y era consciente de lo mucho que necesitaba sentirme ligero. Mi fuerza de voluntad estaba al límite, pero negué con un gesto y le cerré la mano con la mía, para ocultar las cápsulas.

—Hoy no —intenté parecer amable, tenía el presentimiento de que Michael podía ayudarme, pero debía encontrar la forma de conseguirlo. Sin embargo esta noche estaba demasiado agotado para intentar convencerlo con los medios que él valoraba.

—Bien —aceptó, echándose unas pastillas a la boca y pasándola con un trago de su copa.

—¿Vives aquí? —una conversación trivial nos podía servir de momento.

—A veces —otra vez la misma respuesta.

—Es tuyo, a veces. Vives aquí, a veces ¿Eres un okupa o algo así? —miré la hora, pasaban de la una de la madrugada, Seele estaría dormida.

—Es de mi padre, ya sabes, ese magnífico espécimen humano que no me acepta como hijo —sonrió con ironía, como solía hacer al hablar de su padre.

—Espera —razoné—. La fiesta en casa de un amigo, ¿era tu fiesta? —se encogió de hombros, un gesto que tenía muy arraigado.

—Sí.

—¿Y qué hacías en la reunión? —de pronto comencé a tener más y más dudas sobre las amistades de Michael.

—¿Ahora me vas a decir que te interesa mi vida? —se me acercó ligeramente, coqueteando de modo descarado.

Le sonreí y volví a mirar las luces de Los Angeles.

—Buenas vistas —repetí.

—Estoy de acuerdo —aceptó, sin quitarme la mirada de encima.

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Continuará.

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N/A

Aquí llego con un nuevo capítulo un tanto complicado ¿Y cuándo no?... jejejeje… esta historia me apasiona y me da dolores de cabeza por igual. Ojalá el resultado final sea del agrado de todas.

Un beso grandote.

Siempre en amor.

Anyara

8 comentarios:

  1. Interesante, interesante....Michael aparece otra vez en el radar...ainchsss y mis sospechas toman mas fuerza, Michael-Luther...Mmmmmmm......

    Bill, Seele, Eglé, vaya lio, sentí penita por Eglé la dejaron media desvestida y alborotada y peor aun muy confundida....

    Me encantó la fuerza de voluntad de Bill en rechazar las tan ansiadas capsulitas y mas en la situación en q se encuentra, en la que necesita calmar sus angustias, bien por é !!!.

    Muaakk Any siempre un placer leerte *__*

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  2. Uffff!!! Tantas cosas pasan por la cabeza del pobre Bill y se le ve confundido... este Michael tiene cierto punto importante en la historia, a ver a donde nos lleva y la pobre Egle definitivamente no quisiera estar en sus zapatos oh deoz no!!!! Jajajaja!!!

    Pd: besitos y abrazos muy muy apachurrantes ♥ te quiero

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  3. Este capi me ha hecho reflexionar sobre hasta qué punto es duro el mundo del entretenimiento; Luther parece utilizar a sus artistas como prostitutos y mantenerlos maniatados gracias a hombres de paja como Michael a través de drogas como estas cápsulas doradas q resultan ser sustancias alucinógenas... Bill , la verdad te hará libre pero probablemente te saque del sistema; es una jungla con demasiados depredadores. Abrazando y besando a quien no es el centro de tus pensamientos... mmm sí , tiene que ser duro ;_;

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  4. Aaaaahhhh!!!! Michael!!! Creo que ya te lo había dicho, pero lo repito: es un personajazo <3 Lo amo con toda su coherente vida loca (y aquí viene Ricky Martin cantando, XD) Me recuerda a algunos personajes de la serie Queer as folk XDDDD

    Fue muy dura la auto-reflexión de Bill cuando completó la frase que iba a soltar Seele, pero, la verdad Seele, antes de llegar a ese renglón, ¡ya lo había pensado! Cuando leí: "En las fiestas de West Hollywood siempre hay alguien interesado en quitarse o en quitarte la ropa..." me dije: "eso estás haciendo Bill......." XDDD

    Pues tengo la sensación de que pronto comenzaremos a descubrir las trampas de Luther. Aunque la historia ha ido lenta comparada a las anteriores tuyas -y que me mal acostumbraron a tener capi al menos cada tercer o cuarto día (te estoy hablando de 2011-2012), me has tenido atrapada totalmente. La tengo fresca, aun cuando hayan pasado semanas sin leer capi. Mil gracias Anyara <3

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  5. Primero, disculpa por pasar tarde a comentar...
    Esa vida Angelina, sumada al estilo de vida de la farándula y más a la que maneja Luther pues en cierta forma no deja nada bueno, solo los excesos, al final los remordimientos y la culpa.
    Jeje, lástima Egle, lo tenías a casi nada, pero debemos aplaudir a Bill por si lu negativa porque aunque suene cursi, él está enamorado de Seele y eso al menos (trabajo o no) )para mí es traición.
    Michael, tan jovial, tan despreocupado ¿en serio no tienes cola que te pisen)... apuesto a que si.
    Espero que Tom de con algo más en Alemania.
    Besitos mi Andrea♥
    Adriana.

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  6. Holis ya porfin puedo leerte.
    Lo haremos todo por puntos
    1)No me parece la actitud que tiene Seele, yo se que la situacion en la que se encuentra Bill es muy delicada pero alejandose de el no lo va a solucionar, el necesita de todo su apoyo y no solo fisico, el necesita oir que ella lo quiere y lo apoya.
    2) Egle no me interesa, triste por ella
    3) Michael es una mala influencia, lo bueno es que Bill no ha caido
    4) Espero que Tom descubra algo mas, la investigacion esta muy lenta :'(
    Aun tengo creo que un capitulo mas para seguir leyendo.
    Besos!. Jen Gatta Marquez

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  7. Egle un peón en el juego, fácil de sacrificar, pobre mujer seguro y lo odiara igual que la katty jojojojo Michael el "héroe" si así lo podemos llamar aunque seguro no será de a gratis. Seele hizo la escena nada digna de una psicóloga ops perdón ella es psiquiatra, jejeje debería ser mas controlada no?

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  8. Michael sigue siendo para mi un personaje tan misterioso, pero creo que para Bill tambien lo es, me pregunto que será lo que hay detras de la historia de Michael, que lo relaciona tanto con Bill.
    Pobre de Egle, solo puedo decir eso =(
    me alegro que Seele deje libre sus emociones, aunque es esta ocacion... mmm...creo que debía controlarse un poco, pero bue... los personajes decien y hacen lo que sienten ¿no? =)

    Me encanto el capítulo y disculpa por no comentar en los capítulos anteriores, ya no voy a ser una "lectora fantasma" :D

    Te mando besos y cariño =)

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