lunes, 11 de mayo de 2015

Cápsulas de Oro / Capítulo XLV




Capítulo XLV
.
Miré a Bill, me quedé prendada del modo en que observaba las fotografías esparcidas por el suelo como si fuesen los trozos de su propia vida: rotos e irreconocibles. Luego su gesto fue de espanto y me dolió el pecho ante su expresión. Sentí deseos de llorar, pero no era sólo por Bill o su sufrimiento, era también por mí y esta adicción por él que sin darme cuenta me estaba arrastrando a su abismo. Me sentí egoísta, mala ¿Cómo podía pensar en todo lo que estaba perdiendo al mantenerme a su lado, si él era el que más necesitaba ayuda?
—Bill —Tom mencionó su nombre, abstrayéndome de mis ideas confusas y poco amables. Él nos miró a ambos, respiraba agitado, como si el oxígeno en el aire no fuese suficiente para sus pulmones. Su mirada se mantuvo en nosotros por un instante en el que todo fue silencio, luego se dio la vuelta y se alejó por el pasillo. Tom se giró hacia mí y comprendí que esperaba que yo le diera una solución, que dijese algo que nos indicara el camino a seguir.
—¿Qué quieres que haga? —le pregunté, sin poder contenerme; un segundo después me respondí a mí misma y salí tras Bill.
Llevaba un paso errático hacia su habitación. Lo observé y mientras veía cómo se tambaleaba, brotó un resquicio de la psiquiatra para la que había estudiado por tantos años y comprendí que estaba bajo algún tipo de estimulante; droga, alcohol ¿Qué habría consumido?
—Bill —dije, está vez yo, encontrándome con el eco de la voz de Tom a mi espalda. Lo miré, su ceño estaba apretado, las marcas de la preocupación bailaban en su rostro como las sombras ante un fuego. Le hice un gesto con la mano, para que entendiera que ya me haría cargo, aunque ni siquiera sabía cómo.
Seguí a Bill hasta su habitación. Intentó cerrar, pero su gesto fue débil y la puerta no alcanzó a tocar el umbral, la cerré y apoyé la espalda en ella después de hacerlo. Él tiró de las cortinas hasta dejar el lugar en una penumbra que cegada y que nos sumergió en algo parecido a una guarida.
—Tenemos que hablar —dije, casi como una imposición—. No puedes huir todo el tiempo —por un momento me quedé mirando su nuca, porque Bill no me daba la cara y pensé en la triste forma en que su imagen ante mí se iba deteriorando.
¿Olvidaría, un día, la razón por la que lo amaba?
Lo vi de pronto, ante mí, como si recreara la escena de uno de nuestros primeros encuentros. Su rostro pálido y algo ojeroso, pero manteniendo una sonrisa ladina y una mirada inteligente. Por aquel entonces, a pesar de sus problemas, me parecía casi perfecto.
—¿Qué te ha pasado? —pregunté sin frenar mis pensamientos, quizás la tristeza que sentía había bajado mis barreras y ya no podía ocultarme más tras la racionalidad.
—Nada.
—No me mientas, sé que has consumido algo —continué.
—Ah, te refieres a eso —su voz sonaba fría, no parecía la misma persona que se había quebrado delante de mí un par de minutos atrás.
—Sí, ¿de qué creías que hablaba? —pregunté dubitativa. Me sentí descubierta y avergonzada por ello.
—De eso, de qué más —frialdad e ironía—. Quiero dormir —agregó y se dejó caer sobre la cama, sin quitarse nada, ni siquiera los zapatos.
—¿Cómo puedes parecer tan frío? —pregunté, dolida por su indiferencia hacía Tom, hacía mi preocupación, hacía sí mismo. La pregunta se quedó en el aire, huérfana, sin respuesta.
Me quedé mirándolo, lo adivinaba a través de la oscuridad y por un instante pensé en la posibilidad de dar media vuelta e irme. Volver a mi apartamento y descansar lo que me quedaba del día; mañana me levantaría a trabajar y haría mi mayor esfuerzo por todo paciente que se me acercara. Luego volvería a casa, ya tarde, y me daría un baño, comería algo y vería la televisión; quizás hablaría con Benjamín. Después me iría a dormir y al día siguiente a trabajar. Parecía una buena alternativa; parecía una alternativa cómoda y tranquila; una  rutina que sin duda me llevaría por un camino sin asperezas ni grandes preocupaciones.
—No, no, no —comencé a negarme a mí misma la posibilidad de aceptar algo tan vacío. Me acerqué y tiré de él para que se sentara en la cama, pero no hizo el menor esfuerzo para incorporarse—. Tienes que hablar conmigo de lo que acaba de pasar —tiré hasta que me cansé y me quedé de pie, de brazos cruzados— ¿Qué has consumido? —volví a preguntar, quizás sabiéndolo podría justificar su indiferencia—. Dime.
—Déjame, quiero dormir.
—¡Dime! —exigí, con los puños ocultos y apretados. Ya no podía contenerme más.
—¡Qué quieres que te diga! ¡Qué quieres que haga! —se sentó en la cama y me enfrentó. No podía ver con claridad sus facciones, pero podía imaginar su mirada.
—Tienes que sobreponerte, porque esta situación no se solucionará sola —dije, casi como si me estuviese diciendo aquello a mí misma.
—No te das cuenta, pero me pides demasiado —habló con algo más de calma, con algo muy parecido a la resignación.
—¿Y qué harás? —le pregunté— ¿Echarte en esa cama hasta que tu cuerpo ya no pueda ponerse de pie, se seque y te mueras? —lo escuché reír sin ganas.
—Mira, no es mala idea —se mofó y ahí estaba otra vez ese tono frío.
En realidad, ¿podía considerar que había mejorado algo?
En ese momento, y ante mi propia pregunta, el corazón me dio un salto en el pecho que casi me ahogó de la impresión. Bill debía ser internado otra vez, no se curaría estando aquí fuera, no se curaría estando bajo mi cuidado. Se me llenaron los ojos de lágrimas ante el fracaso tan horrible que tenía que enfrentar; yo no podía ayudarlo. Me oí gimotear en medio del llanto, se había roto mi muralla y ya no podía contener lo que sentía. Me llevé una mano hasta la boca para acallarla, pero me era imposible. Mi cabeza razonaba el silencio, pero el resto de mí quería romperse en sollozos. Noté que se me ablandaban las piernas; no, ya no podía más. La voz de Bill llegó como un murmullo lejano que se mezclaba con el sonido de mi tristeza. Lo escuchaba decir mi nombre, pero no podía responder. Estaba en medio de una crisis, lo entendía, pero no era capaz de detenerla. Me senté al borde de la cama y me parecía ver como caían las paredes, se derretían ante el calor del infierno en el que estábamos él y yo y entonces lloré más fuerte, temiendo por que mi llanto alertase a Tom ¿Es que no podía parar de preocuparme por todo el mundo?  Cerré los ojos de forma instintiva; buscaba ocultarme de todo. Sentí una mano de Bill sobre mi brazo, era un contacto tímido, como si no quisiera tocarme. Yo debía ser su fortaleza; yo debía ser quien mantuviese la compostura, pero era incapaz. Se me escapó otro sollozo cargado de pena, sentía que me faltaba el aire. Me llevé la mano hasta el cuello, sólo podía tomar aire con pequeñas respiraciones ¿Qué iba a pasar?, ¿me iba a ahogar?, ¿me iba a morir? Mis pensamientos eran caóticos.
—Mira lo que te he hecho —lo escuché decir. Se había agachado frente a mí. Busqué mi voz, sentía que no podía hablar. Me dolía el pecho y la garganta por el llanto.
—No has sido tú… —conseguí articular, limpiando mis lagrimas con el dorso de la mano. Me lo he hecho yo, me dije.
—Quisiera poder decir que desearía no haberte conocido, de ese modo no estarías así —continúo—, pero hasta para eso soy egoísta.
Sabía que en alguna parte de mi mente existía una frase correcta para responder a eso, pero no podía hallarla. Alargué la mano y le toqué el final de una ceja con los dedos, apenas lo rozaba. Bill era frágil y hermoso incluso en su decadencia y a pesar de la mía; conseguía que el corazón me batiera en el pecho como un colibrí, deseando de él todo lo que podía llegar a ser. Si me iba a lo más profundo de mi misma, lo descubría sonriéndole a mis esperanzas.
—Te dije que este día llegaría —Bill tomó una de mis manos entre las suyas y dejó algo en mi palma—. Soy como una estrella fugaz que miras desde la distancia. No debiste intentar alcanzarme —miré lo que había dejado y a pesar de la poca luz, pude distinguir las cápsulas doradas—. Ahora que ya me conoces, que ya me tienes en tus manos, te das cuenta que mi brillo se apaga. Pronto sólo seré una piedra que un día abandonarás junto al camino; y estará bien, porque será la única manera en que te salvarás de mí.
Lo miré fijamente, mis ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra y podía distinguir sus facciones cansadas de vivir.
—No quiero que te apagues —supliqué. No, no quería que dejara de brillar para mí. En ese momento comprendí que el amor no es ciego, lo cegamos por desesperación.
—Ya no tengo esa opción —su voz sonaba extinta, tan triste como me sentía yo—. A veces me gustaría recordar lo que se siente al ser perfecto.
—Puedes volver a internarte —la voz se me quebró al terminar la frase. Decir aquello era reconocer mi derrota en voz alta.
—¿Crees que eso puede ayudar?, ¿de verdad lo crees? —preguntó.
—Podemos intentarlo —quizás él podía curarse; quizás podíamos conseguir que todo lo que sucedía se diluyera en aire. Tal vez podía intentar contarnos una historia; contarla y repetirla en mi cabeza y en la suya antes de dormir; cuestionarla, analizarla, seguramente llegaría el momento en que la consideraríamos una locura, hasta que ya la habríamos escuchado tantas veces que terminaríamos por creerla.
— Yo estoy perdido Seele, no tengo alma que se pueda reparar. Siento que las palabras brotan de mi garganta, rotas, abiertas por la mitad; sangran todas mis miserias y yo sólo puedo mirar el suelo empapado y esperar que alguien comprenda lo profunda que es mi herida —Bill hablaba y yo no podía parar de derramar lágrimas que se habían vuelto silenciosas. Ya no sollozaba, pero las gotas caían al piso, igual que las miserias de las que hablaba él—. No quiero ser esto que soy…
Abrí la mano, dejé caer las cápsulas al suelo y me deslicé, quedando arrodillada frente a él.
.
.
—Me las ha dado Michael —le conté, mirando las pastillas en el suelo—. Bueno, casi se las he robado…
—Shhh… —me dijo, con un suave siseo que  me alivió increíblemente. Me tomó la mano y oprimió mis dedos. Su boca buscó la mía casi a tientas, encerró mi labio con los suyos y se quedó así un instante, temblando. Yo le apreté un poco más la mano y me mecí hacia su cuerpo para que el beso durara un poco más. La amargura de las lágrimas se me acumulaba en la garganta y sabía que rompería a llorar en cualquier momento. Me sentí más pequeño y más miserable que antes, como si eso fuese posible. También me sentí poseedor de un milagro que no sabía cómo aceptar, uno que me emocionaba, pero que no era capaz de vivir.
Dejamos de besarnos, pero no de respirarnos; aún nos manteníamos uno pegado al otro.
—¿Cómo puedo aceptar esto de ti cuando te he hecho tanto daño? —le pregunté, entre lagrimas: las suyas y las mías— ¿Cómo puedo pretender amarte? —comprendí el milagro. Ella me regaló una sonrisa, mezcla de calma y melancolía. Decir te amo, debería ser algo hermoso, debería estar rodeado de un camino llano cargado de esperanzas, no al borde de un precipicio en el que parece el único anclaje para no caer.
—Ya no pareces tan frío —acotó. Le acaricié la mano con el pulgar.
—Si no controlo lo que siento, un día me moriré de pena —le confesé.
Su boca se volvió a acercar a la mía, su labio temblaba, me rozó queriendo iniciar otro beso que se reprimía por la tristeza tan profunda que compartíamos; nos estábamos partiendo por la mitad, lo sabíamos. La rodeé y la apreté contra mi cuerpo, con más torpeza que acierto. Quise besarla, pero aquello parecía una batalla por romperle la boca con la presión de la mía. Las lágrimas me corrían por las mejillas, ahogándome en la garganta y la escuché sollozar. La solté, levantando las manos como si me entregara, luego las llevé a mi rostro y contuve mi llanto con el dorso de ellas, mientras me sentaba sobre los talones.
—Lo siento —conseguí decir—… lo siento —repetí, sin saber qué, de todo, era lo que lamentaba más.
Nos quedamos así por un tiempo, uno frente al otro. No había palabras para decir, no había forma de explicar, ni razón capaz de comprender lo que nos sucedía. Ambos sabíamos que el paso más sabio era el de alejarnos, pero ninguno de los dos quería darlo.
—¿Por qué crees que amamos tanto? ¿Crees que sea para encontrar alguna salvación? —preguntó.
—Si me hablas de salvación, el mundo pierde sentido para mí —dije, en medio de una sonrisa adornada de lágrimas.
—Quizás te sientes más vivo en medio de la tragedia —razonó. Volvía mi Seele cubierta de analítica.
—Quizás… —concedí.
Mantuvimos el mutismo de un momento atrás. Ella se arrodillo y extendió una mano hasta la camiseta que yo vestía  para quitármela.
—Si te vieras como yo te veo… —su voz sonaba tan dulce, que parecía una invitación para perderme en medio de un sentimiento infinito.
—¿Y cómo me ves? —pregunté, sin poder ocultar el miedo de oír su definición.

Mi torso estaba desnudo y ella me miró como si buscara la definición en los tatuajes que tenía mi piel. Luego negó con un gesto suave. La luz que se encendía en el jardín y se filtraba por entre la cortina, me permitía verla un poco mejor.

—Por más que pienso en las palabras que definan lo que eres para mí, llego a la conclusión de que las palabras son un lenguaje hecho para los que aún no escuchan el alma —su voz estaba cargada de sentimiento. Se quitó la camiseta que llevaba, que era la mía, la misma que le había dejado por la mañana. Sonrió como si se diese cuenta de algo—. Demasiado sentimentalismo para una mente científica —agregó. Yo deslicé un dedo por la hendidura que se formaba en su estómago, desde el pecho hasta el ombligo.

—Seele significa alma —le repetí aquellas palabras que eran lo primero que recordaba de ella con total claridad. En cuanto la había conocido, lo había relacionado y de alguna manera eso era relevante para mí.

—Sí, eso significa —aceptó, tirando del primer ojal de mi pantalón—. Anda, quítatelos —me pidió. Bajé la mirada y ésta fue a caer sobre las cápsulas doradas. Mis pensamientos me llevaron hasta las fotografías que acababa de ver desperdigadas y a lo que representaban.

—No creo que sea buen momento —confesé. Ella acababa de abrir la cremallera de su pantalón.

—Sí lo es —aseguró—. Es momento de quitarnos las capas.

—¿Y qué ganaremos con eso? Nada cambiará —desnudó una pierna y luego la otra.

—Claro que ganaremos —insistió, liberando el segundo botón de mi pantalón—. Conseguiremos vivir en el presente que nos debemos. Ya deja de masticar el pasado; no cambiará porque te ahogues en él. Sólo podemos intentar vivir lo mejor posible con lo que nos han dejado los errores —para ese momento ya estaba libre el tercer botón.

—Sabes, cuando te decides y me hablas de la vida como si valiese la pena, llego a creerlo —sin darme cuenta, las lágrimas habían cesado— ¿Te enseñaron esto en la facultad?

La escuché reír bajito, como quien guarda un secreto celoso en el fondo de un baúl bajo la cama.

—Anda, quítate todo —pidió una vez más, mientras buscaba en su espalda el broche de su sujetador. Su pecho estuvo desnudo ante mí y se me vinieron a la cabeza varías frases profanas que no llegué a decir. Sin embargo, acerqué la mano a uno de sus senos y lo acuné en la palma para sentir su peso. Ya la conocía suficiente, la había tenido en muchas noches de amor como para saber el modo en que encajaba, pero no me cansaba; y ahora, en medio de la fragilidad del momento, tocarla me parecía lo más racional y lo más cercano a una droga; y a la paz.

—Me gusta el tacto de tu piel —le confesé; hipnotizado por el claroscuro que se formaba en su pecho—. Me gusta cómo se contrae tu pezón cuando lo tocó, así, despacio —la escuché suspirar.

Apoyó su mano en mi hombro, como si necesitara de eso para no perder el equilibrio.

—¿Crees que hacer el amor cambiará algo? —le pregunté.

—No lo sé —confesó, conteniendo el aire cuando cerré los labios entorno a su pezón. Noté como la piel se arrugaba contra mi lengua y saboreé el gusto particular que tiene la piel en esa zona. Sí, tocarla, amarla y sentirla, parecía lo más racional.

La abracé con insistencia, quizás con más fuerza de la que debía, me llené la boca con su pecho, con uno y luego con el otro. Metí las manos bajo sus bragas y comprimí su trasero para acercarla más. No medía mis pasos, no los pensaba porque lo único en lo que podía pensar era en el miedo a no tenerla, a dejar que partiera de mi vida ¿Y si esta era la última vez? Me sentía tan ansioso, tan terriblemente angustiado que por más que deseaba clavarla con mi sexo, este no respondía. Mi cuerpo no conseguía conectar con mi mente, o quizás sí. Deje que mi frente descansara en su seno, Seele me acunó y dejé que mi oído escuchase a su corazón.

—No corras, no hay prisa —susurro—. Se puede hacer el amor así, sólo así.

—¿Abrazados? —pregunté.

—Abrazados, en silencio y sin movernos —sus dedos se enredaban en mi cabello revuelto. Me reí.

—Como los ancianos —no podía dejar de sentir lástima de mí mismo.

Seele tomó mi rostro y enfocó sus ojos en los míos. Había una exquisita mezcla en ella entre la amante y la psiquiatra.

—¿Por qué pareces enamorado de tu dolor? —la pregunta me atravesó la cabeza, del mismo modo que lo haría una lanza entre los ojos.

¿Estaba, realmente enamorado de mi sufrimiento?

.

.

Continuará.

.

N/A

Este capítulo ha salido complicado porque quiero expresar la situación del alma a través de hechos físicos. Solemos actuar sin meditar y mis escritos siempre buscan un sentido profundo a lo que somos. Espero que les haya gustado y espero, también, no tardar demasiado con el siguiente.

Besos.

Siempre en amor.

Anyara













6 comentarios:

  1. Pero que hermosooooo cada día esta historia se carga mas de emociones ... Que bonito de verdad es algo nas allá de.lo físico cuando leo lo que seele siente por Bill puedo verte a ti también porque lo amas bonito;con el cuerpo y con el alma 😍 gracias por un capitulo mas de cápsulas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias mi Lixi ♥ Me alegra mucho que la historia te siga gustando, es un poco complicada de escribir, pero ahí vamos... jejejejeje...
      Creo que es inevitable que una se filtre en las palabras cuando él es mi muso ♥ ♥ ♥ ♥

      Eliminar
  2. Ufff uno de los caps más intensos emocionalmente hablando, ambos estan en un punto del que no saldran sino es juntos, creo q ella lo sabe, el aun esta demasiado absorto en su pasado como para querer hacerlo....
    }
    Enamorado de su sufrimiento, esa frase me dejó pensativa, cuantas veces nos dejamos arrastrar por esa actitud no?

    Gracias por el cap, ha sido un hermoso regalito para comenzar la semana, besito Any

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo también creo que no salen si no es juntos. A veces me cuestiono de si los personajes deben mantenerse unidos, pero al final concluyo que sí porque la esencia de mis historias está en el amor, no en el trágico, en el que suaviza la vida.
      "Enamorado de su sufrimiento" es algo que no descubrí hasta que estaba terminando el capítulo y sí, muchas veces veo a mi alrededor más dolor que alegría.
      Me alegra que te gustara Eve.

      Eliminar
  3. Lo prometido es deuda y Yo vengo a pagar.
    Siempre he amado el que puedas plasmar en letras cada emoción, mi imaginación vuela y vive en la admosfera de la historia. Genial. jejejeje me encanto eso de estar enamorado del dolor :) Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por pagar Gabi! :D "Su review es mi sueldo"
      Me alegra que te gustara el capítulo. Ha salido complicado de explicar, pero al final ha salido. Hay capítulos que son como un parto.

      Eliminar