Capítulo XLV
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Miré a Bill, me quedé prendada del
modo en que observaba las fotografías esparcidas por el suelo como si fuesen
los trozos de su propia vida: rotos e irreconocibles. Luego su gesto fue de
espanto y me dolió el pecho ante su expresión. Sentí deseos de llorar, pero no
era sólo por Bill o su sufrimiento, era también por mí y esta adicción por él
que sin darme cuenta me estaba arrastrando a su abismo. Me sentí egoísta, mala
¿Cómo podía pensar en todo lo que estaba perdiendo al mantenerme a su lado, si
él era el que más necesitaba ayuda?
—Bill —Tom mencionó su nombre,
abstrayéndome de mis ideas confusas y poco amables. Él nos miró a ambos,
respiraba agitado, como si el oxígeno en el aire no fuese suficiente para sus
pulmones. Su mirada se mantuvo en nosotros por un instante en el que todo fue
silencio, luego se dio la vuelta y se alejó por el pasillo. Tom se giró hacia
mí y comprendí que esperaba que yo le diera una solución, que dijese algo que
nos indicara el camino a seguir.
—¿Qué quieres que haga? —le
pregunté, sin poder contenerme; un segundo después me respondí a mí misma y
salí tras Bill.
Llevaba un paso errático hacia su
habitación. Lo observé y mientras veía cómo se tambaleaba, brotó un resquicio
de la psiquiatra para la que había estudiado por tantos años y comprendí que
estaba bajo algún tipo de estimulante; droga, alcohol ¿Qué habría consumido?
—Bill —dije, está vez yo,
encontrándome con el eco de la voz de Tom a mi espalda. Lo miré, su ceño estaba
apretado, las marcas de la preocupación bailaban en su rostro como las sombras
ante un fuego. Le hice un gesto con la mano, para que entendiera que ya me
haría cargo, aunque ni siquiera sabía cómo.
Seguí a Bill hasta su habitación.
Intentó cerrar, pero su gesto fue débil y la puerta no alcanzó a tocar el
umbral, la cerré y apoyé la espalda en ella después de hacerlo. Él tiró de las
cortinas hasta dejar el lugar en una penumbra que cegada y que nos sumergió en
algo parecido a una guarida.
—Tenemos que hablar —dije, casi
como una imposición—. No puedes huir todo el tiempo —por un momento me quedé
mirando su nuca, porque Bill no me daba la cara y pensé en la triste forma en
que su imagen ante mí se iba deteriorando.
¿Olvidaría, un día, la razón por
la que lo amaba?
Lo vi de pronto, ante mí, como si
recreara la escena de uno de nuestros primeros encuentros. Su rostro pálido y
algo ojeroso, pero manteniendo una sonrisa ladina y una mirada inteligente. Por
aquel entonces, a pesar de sus problemas, me parecía casi perfecto.
—¿Qué te ha pasado? —pregunté sin
frenar mis pensamientos, quizás la tristeza que sentía había bajado mis
barreras y ya no podía ocultarme más tras la racionalidad.
—Nada.
—No me mientas, sé que has
consumido algo —continué.
—Ah, te refieres a eso —su voz
sonaba fría, no parecía la misma persona que se había quebrado delante de mí un
par de minutos atrás.
—Sí, ¿de qué creías que hablaba?
—pregunté dubitativa. Me sentí descubierta y avergonzada por ello.
—De eso, de qué más —frialdad e
ironía—. Quiero dormir —agregó y se dejó caer sobre la cama, sin quitarse nada,
ni siquiera los zapatos.
—¿Cómo puedes parecer tan frío?
—pregunté, dolida por su indiferencia hacía Tom, hacía mi preocupación, hacía
sí mismo. La pregunta se quedó en el aire, huérfana, sin respuesta.
Me quedé mirándolo, lo adivinaba a
través de la oscuridad y por un instante pensé en la posibilidad de dar media
vuelta e irme. Volver a mi apartamento y descansar lo que me quedaba del día;
mañana me levantaría a trabajar y haría mi mayor esfuerzo por todo paciente que
se me acercara. Luego volvería a casa, ya tarde, y me daría un baño, comería
algo y vería la televisión; quizás hablaría con Benjamín. Después me iría a
dormir y al día siguiente a trabajar. Parecía una buena alternativa; parecía
una alternativa cómoda y tranquila; una rutina que sin duda me llevaría por un camino
sin asperezas ni grandes preocupaciones.
—No, no, no —comencé a negarme a
mí misma la posibilidad de aceptar algo tan vacío. Me acerqué y tiré de él para
que se sentara en la cama, pero no hizo el menor esfuerzo para incorporarse—.
Tienes que hablar conmigo de lo que acaba de pasar —tiré hasta que me cansé y
me quedé de pie, de brazos cruzados— ¿Qué has consumido? —volví a preguntar,
quizás sabiéndolo podría justificar su indiferencia—. Dime.
—Déjame, quiero dormir.
—¡Dime! —exigí, con los puños
ocultos y apretados. Ya no podía contenerme más.
—¡Qué quieres que te diga! ¡Qué
quieres que haga! —se sentó en la cama y me enfrentó. No podía ver con claridad
sus facciones, pero podía imaginar su mirada.
—Tienes que sobreponerte, porque
esta situación no se solucionará sola —dije, casi como si me estuviese diciendo
aquello a mí misma.
—No te das cuenta, pero me pides
demasiado —habló con algo más de calma, con algo muy parecido a la resignación.
—¿Y qué harás? —le pregunté—
¿Echarte en esa cama hasta que tu cuerpo ya no pueda ponerse de pie, se seque y
te mueras? —lo escuché reír sin ganas.
—Mira, no es mala idea —se mofó y
ahí estaba otra vez ese tono frío.
En realidad, ¿podía considerar que
había mejorado algo?
En ese momento, y ante mi propia
pregunta, el corazón me dio un salto en el pecho que casi me ahogó de la
impresión. Bill debía ser internado otra vez, no se curaría estando aquí fuera,
no se curaría estando bajo mi cuidado. Se me llenaron los ojos de lágrimas ante
el fracaso tan horrible que tenía que enfrentar; yo no podía ayudarlo. Me oí
gimotear en medio del llanto, se había roto mi muralla y ya no podía contener
lo que sentía. Me llevé una mano hasta la boca para acallarla, pero me era
imposible. Mi cabeza razonaba el silencio, pero el resto de mí quería romperse
en sollozos. Noté que se me ablandaban las piernas; no, ya no podía más. La voz
de Bill llegó como un murmullo lejano que se mezclaba con el sonido de mi
tristeza. Lo escuchaba decir mi nombre, pero no podía responder. Estaba en
medio de una crisis, lo entendía, pero no era capaz de detenerla. Me senté al
borde de la cama y me parecía ver como caían las paredes, se derretían ante el
calor del infierno en el que estábamos él y yo y entonces lloré más fuerte,
temiendo por que mi llanto alertase a Tom ¿Es que no podía parar de preocuparme
por todo el mundo? Cerré los ojos de
forma instintiva; buscaba ocultarme de todo. Sentí una mano de Bill sobre mi
brazo, era un contacto tímido, como si no quisiera tocarme. Yo debía ser su
fortaleza; yo debía ser quien mantuviese la compostura, pero era incapaz. Se me
escapó otro sollozo cargado de pena, sentía que me faltaba el aire. Me llevé la
mano hasta el cuello, sólo podía tomar aire con pequeñas respiraciones ¿Qué iba
a pasar?, ¿me iba a ahogar?, ¿me iba a morir? Mis pensamientos eran caóticos.
—Mira lo que te he hecho —lo
escuché decir. Se había agachado frente a mí. Busqué mi voz, sentía que no
podía hablar. Me dolía el pecho y la garganta por el llanto.
—No has sido tú… —conseguí
articular, limpiando mis lagrimas con el dorso de la mano. Me lo he hecho yo,
me dije.
—Quisiera poder decir que desearía
no haberte conocido, de ese modo no estarías así —continúo—, pero hasta para
eso soy egoísta.
Sabía que en alguna parte de mi
mente existía una frase correcta para responder a eso, pero no podía hallarla. Alargué
la mano y le toqué el final de una ceja con los dedos, apenas lo rozaba. Bill
era frágil y hermoso incluso en su decadencia y a pesar de la mía; conseguía
que el corazón me batiera en el pecho como un colibrí, deseando de él todo lo
que podía llegar a ser. Si me iba a lo más profundo de mi misma, lo descubría
sonriéndole a mis esperanzas.
—Te dije que este día llegaría
—Bill tomó una de mis manos entre las suyas y dejó algo en mi palma—. Soy como
una estrella fugaz que miras desde la distancia. No debiste intentar alcanzarme
—miré lo que había dejado y a pesar de la poca luz, pude distinguir las
cápsulas doradas—. Ahora que ya me conoces, que ya me tienes en tus manos, te
das cuenta que mi brillo se apaga. Pronto sólo seré una piedra que un día
abandonarás junto al camino; y estará bien, porque será la única manera en que
te salvarás de mí.
Lo miré fijamente, mis ojos ya se
habían acostumbrado a la penumbra y podía distinguir sus facciones cansadas de
vivir.
—No quiero que te apagues
—supliqué. No, no quería que dejara de brillar para mí. En ese momento
comprendí que el amor no es ciego, lo cegamos por desesperación.
—Ya no tengo esa opción —su voz
sonaba extinta, tan triste como me sentía yo—. A veces me gustaría recordar lo
que se siente al ser perfecto.
—Puedes volver a internarte —la
voz se me quebró al terminar la frase. Decir aquello era reconocer mi derrota
en voz alta.
—¿Crees que eso puede ayudar?, ¿de
verdad lo crees? —preguntó.
—Podemos intentarlo —quizás él
podía curarse; quizás podíamos conseguir que todo lo que sucedía se diluyera en
aire. Tal vez podía intentar contarnos una historia; contarla y repetirla en mi
cabeza y en la suya antes de dormir; cuestionarla, analizarla, seguramente
llegaría el momento en que la consideraríamos una locura, hasta que ya la habríamos
escuchado tantas veces que terminaríamos por creerla.
— Yo estoy perdido Seele, no tengo
alma que se pueda reparar. Siento que las palabras brotan de mi garganta,
rotas, abiertas por la mitad; sangran todas mis miserias y yo sólo puedo mirar
el suelo empapado y esperar que alguien comprenda lo profunda que es mi herida
—Bill hablaba y yo no podía parar de derramar lágrimas que se habían vuelto
silenciosas. Ya no sollozaba, pero las gotas caían al piso, igual que las
miserias de las que hablaba él—. No quiero ser esto que soy…
Abrí la mano, dejé caer las
cápsulas al suelo y me deslicé, quedando arrodillada frente a él.
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—Me las ha dado Michael —le conté,
mirando las pastillas en el suelo—. Bueno, casi se las he robado…
—Shhh… —me dijo, con un suave
siseo que me alivió increíblemente. Me
tomó la mano y oprimió mis dedos. Su boca buscó la mía casi a tientas, encerró
mi labio con los suyos y se quedó así un instante, temblando. Yo le apreté un
poco más la mano y me mecí hacia su cuerpo para que el beso durara un poco más.
La amargura de las lágrimas se me acumulaba en la garganta y sabía que rompería
a llorar en cualquier momento. Me sentí más pequeño y más miserable que antes,
como si eso fuese posible. También me sentí poseedor de un milagro que no sabía
cómo aceptar, uno que me emocionaba, pero que no era capaz de vivir.
Dejamos de besarnos, pero no de
respirarnos; aún nos manteníamos uno pegado al otro.
—¿Cómo puedo aceptar esto de ti
cuando te he hecho tanto daño? —le pregunté, entre lagrimas: las suyas y las
mías— ¿Cómo puedo pretender amarte? —comprendí el milagro. Ella me regaló una sonrisa,
mezcla de calma y melancolía. Decir te
amo, debería ser algo hermoso, debería estar rodeado de un camino llano
cargado de esperanzas, no al borde de un precipicio en el que parece el único
anclaje para no caer.
—Ya no pareces tan frío —acotó. Le
acaricié la mano con el pulgar.
—Si no controlo lo que siento, un
día me moriré de pena —le confesé.
Su boca se volvió a acercar a la
mía, su labio temblaba, me rozó queriendo iniciar otro beso que se reprimía por
la tristeza tan profunda que compartíamos; nos estábamos partiendo por la
mitad, lo sabíamos. La rodeé y la apreté contra mi cuerpo, con más torpeza que
acierto. Quise besarla, pero aquello parecía una batalla por romperle la boca
con la presión de la mía. Las lágrimas me corrían por las mejillas, ahogándome
en la garganta y la escuché sollozar. La solté, levantando las manos como si me
entregara, luego las llevé a mi rostro y contuve mi llanto con el dorso de
ellas, mientras me sentaba sobre los talones.
—Lo siento —conseguí decir—… lo
siento —repetí, sin saber qué, de todo, era lo que lamentaba más.
Nos quedamos así por un tiempo,
uno frente al otro. No había palabras para decir, no había forma de explicar,
ni razón capaz de comprender lo que nos sucedía. Ambos sabíamos que el paso más
sabio era el de alejarnos, pero ninguno de los dos quería darlo.
—¿Por qué crees que amamos tanto?
¿Crees que sea para encontrar alguna salvación? —preguntó.
—Si me hablas de salvación, el
mundo pierde sentido para mí —dije, en medio de una sonrisa adornada de
lágrimas.
—Quizás te sientes más vivo en
medio de la tragedia —razonó. Volvía mi Seele cubierta de analítica.
—Quizás… —concedí.
Mantuvimos el mutismo de un
momento atrás. Ella se arrodillo y extendió una mano hasta la camiseta que yo
vestía para quitármela.
—Si te vieras como yo te veo… —su
voz sonaba tan dulce, que parecía una invitación para perderme en medio de un
sentimiento infinito.
—¿Y cómo me ves? —pregunté, sin
poder ocultar el miedo de oír su definición.
Mi torso estaba desnudo y ella me miró como si buscara la definición en los tatuajes que tenía mi piel. Luego negó con un gesto suave. La luz que se encendía en el jardín y se filtraba por entre la cortina, me permitía verla un poco mejor.
—Por más que pienso en las palabras que definan lo que eres para mí, llego a la conclusión de que las palabras son un lenguaje hecho para los que aún no escuchan el alma —su voz estaba cargada de sentimiento. Se quitó la camiseta que llevaba, que era la mía, la misma que le había dejado por la mañana. Sonrió como si se diese cuenta de algo—. Demasiado sentimentalismo para una mente científica —agregó. Yo deslicé un dedo por la hendidura que se formaba en su estómago, desde el pecho hasta el ombligo.
—Seele significa alma —le repetí aquellas palabras que eran lo primero que recordaba de ella con total claridad. En cuanto la había conocido, lo había relacionado y de alguna manera eso era relevante para mí.
—Sí, eso significa —aceptó, tirando del primer ojal de mi pantalón—. Anda, quítatelos —me pidió. Bajé la mirada y ésta fue a caer sobre las cápsulas doradas. Mis pensamientos me llevaron hasta las fotografías que acababa de ver desperdigadas y a lo que representaban.
—No creo que sea buen momento —confesé. Ella acababa de abrir la cremallera de su pantalón.
—Sí lo es —aseguró—. Es momento de quitarnos las capas.
—¿Y qué ganaremos con eso? Nada cambiará —desnudó una pierna y luego la otra.
—Claro que ganaremos —insistió, liberando el segundo botón de mi pantalón—. Conseguiremos vivir en el presente que nos debemos. Ya deja de masticar el pasado; no cambiará porque te ahogues en él. Sólo podemos intentar vivir lo mejor posible con lo que nos han dejado los errores —para ese momento ya estaba libre el tercer botón.
—Sabes, cuando te decides y me hablas de la vida como si valiese la pena, llego a creerlo —sin darme cuenta, las lágrimas habían cesado— ¿Te enseñaron esto en la facultad?
La escuché reír bajito, como quien guarda un secreto celoso en el fondo de un baúl bajo la cama.
—Anda, quítate todo —pidió una vez más, mientras buscaba en su espalda el broche de su sujetador. Su pecho estuvo desnudo ante mí y se me vinieron a la cabeza varías frases profanas que no llegué a decir. Sin embargo, acerqué la mano a uno de sus senos y lo acuné en la palma para sentir su peso. Ya la conocía suficiente, la había tenido en muchas noches de amor como para saber el modo en que encajaba, pero no me cansaba; y ahora, en medio de la fragilidad del momento, tocarla me parecía lo más racional y lo más cercano a una droga; y a la paz.
—Me gusta el tacto de tu piel —le confesé; hipnotizado por el claroscuro que se formaba en su pecho—. Me gusta cómo se contrae tu pezón cuando lo tocó, así, despacio —la escuché suspirar.
Apoyó su mano en mi hombro, como si necesitara de eso para no perder el equilibrio.
—¿Crees que hacer el amor cambiará algo? —le pregunté.
—No lo sé —confesó, conteniendo el aire cuando cerré los labios entorno a su pezón. Noté como la piel se arrugaba contra mi lengua y saboreé el gusto particular que tiene la piel en esa zona. Sí, tocarla, amarla y sentirla, parecía lo más racional.
La abracé con insistencia, quizás con más fuerza de la que debía, me llené la boca con su pecho, con uno y luego con el otro. Metí las manos bajo sus bragas y comprimí su trasero para acercarla más. No medía mis pasos, no los pensaba porque lo único en lo que podía pensar era en el miedo a no tenerla, a dejar que partiera de mi vida ¿Y si esta era la última vez? Me sentía tan ansioso, tan terriblemente angustiado que por más que deseaba clavarla con mi sexo, este no respondía. Mi cuerpo no conseguía conectar con mi mente, o quizás sí. Deje que mi frente descansara en su seno, Seele me acunó y dejé que mi oído escuchase a su corazón.
—No corras, no hay prisa —susurro—. Se puede hacer el amor así, sólo así.
—¿Abrazados? —pregunté.
—Abrazados, en silencio y sin movernos —sus dedos se enredaban en mi cabello revuelto. Me reí.
—Como los ancianos —no podía dejar de sentir lástima de mí mismo.
Seele tomó mi rostro y enfocó sus ojos en los míos. Había una exquisita mezcla en ella entre la amante y la psiquiatra.
—¿Por qué pareces enamorado de tu dolor? —la pregunta me atravesó la cabeza, del mismo modo que lo haría una lanza entre los ojos.
¿Estaba, realmente enamorado de mi sufrimiento?
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Continuará.
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N/A
Este capítulo ha salido complicado porque quiero expresar la situación del alma a través de hechos físicos. Solemos actuar sin meditar y mis escritos siempre buscan un sentido profundo a lo que somos. Espero que les haya gustado y espero, también, no tardar demasiado con el siguiente.
Besos.
Siempre en amor.
Anyara
Pero que hermosooooo cada día esta historia se carga mas de emociones ... Que bonito de verdad es algo nas allá de.lo físico cuando leo lo que seele siente por Bill puedo verte a ti también porque lo amas bonito;con el cuerpo y con el alma 😍 gracias por un capitulo mas de cápsulas.
ResponderEliminarMuchas gracias mi Lixi ♥ Me alegra mucho que la historia te siga gustando, es un poco complicada de escribir, pero ahí vamos... jejejejeje...
EliminarCreo que es inevitable que una se filtre en las palabras cuando él es mi muso ♥ ♥ ♥ ♥
Ufff uno de los caps más intensos emocionalmente hablando, ambos estan en un punto del que no saldran sino es juntos, creo q ella lo sabe, el aun esta demasiado absorto en su pasado como para querer hacerlo....
ResponderEliminar}
Enamorado de su sufrimiento, esa frase me dejó pensativa, cuantas veces nos dejamos arrastrar por esa actitud no?
Gracias por el cap, ha sido un hermoso regalito para comenzar la semana, besito Any
Yo también creo que no salen si no es juntos. A veces me cuestiono de si los personajes deben mantenerse unidos, pero al final concluyo que sí porque la esencia de mis historias está en el amor, no en el trágico, en el que suaviza la vida.
Eliminar"Enamorado de su sufrimiento" es algo que no descubrí hasta que estaba terminando el capítulo y sí, muchas veces veo a mi alrededor más dolor que alegría.
Me alegra que te gustara Eve.
Lo prometido es deuda y Yo vengo a pagar.
ResponderEliminarSiempre he amado el que puedas plasmar en letras cada emoción, mi imaginación vuela y vive en la admosfera de la historia. Genial. jejejeje me encanto eso de estar enamorado del dolor :) Saludos.
Gracias por pagar Gabi! :D "Su review es mi sueldo"
EliminarMe alegra que te gustara el capítulo. Ha salido complicado de explicar, pero al final ha salido. Hay capítulos que son como un parto.