martes, 26 de enero de 2016

Cápsulas de Oro / Capítulo XLVIII


Capítulo XLVIII
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Corría por la calle para llegar a tiempo; no estaba segura de a dónde debía ir ni que era lo que estaba buscando, pero sentía una necesidad acuciante. El corazón me latía muy fuerte, en parte por el esfuerzo, aunque también por la ansiedad. Me detuve cuando me hallé en una estación de tren medio cubierta por la niebla. Estaba vacía, al menos de mi lado del andén. Al mirar hacia el otro lado me encontré con Bill; sin embargo, no era a él a quién buscaba. Le mantuve la mirada por un instante cómo si tuviese que responder a mi angustia, como si en él estuviese la respuesta. Sentí el vacío de sus ojos, no me miraba; era como si no estuviese aquí, su mente estaba en otro lugar, perdida. Me quedé atrapada en una sensación de derrota tan profunda, que el dolor no alcanzaba para explicarlo.
Un tren cruzó la vía a baja velocidad y llamó mi atención; todo sucedía demasiado rápido. Dentro de uno de los vagones vi lo que buscaba, la razón por la que corría y se disparaba mi ansiedad que ahora se matizaba con desesperación. Había una niña de unos cuatro años, solitaria. Tenía el cabello ondulado y rubio ¿Era yo? ¿Era alguien que conociera? Me miró, deseando que la acompañara. Mantenía su mano aferrada a uno de los soportes que había en mitad del vagón. Perseguí el tren, que no paraba; la niña me pertenecía de alguna manera, estaba segura.
—¡Pare! ¡Pare! —grité tan fuerte, que noté el desgarro en la garganta. Golpeé el metal de los vagones; corriendo junto a la máquina mientras el andén me lo permitió. La angustia por detenerlo era tan enorme que me oprimía el pecho y las lágrimas apenas me dejaban distinguir a la niña.
No lo entendía ¿Por qué se me iba la vida con ella?
Finalmente el tren se alejó y comprendí lo inútil que era seguirlo. Miré al otro lado del andén, buscando a un Bill que tampoco estaba ahí; me había quedado sola y vacía.
Me desperté sollozando, notaba las lágrimas calientes y el pecho dominado por la tristeza. Me tarde tres o cuatro segundos en comprender que se trataba de un sueño. Sin embargo, la sensación de desesperación continuaba presente. Miré junto a mí y Bill permanecía dormido. Por un momento pensé en hacer lo mismo, pero luego esa consideración se rompió; necesitaba consuelo, necesitaba aferrarme a él y que me abrazara tan fuerte que me enganchara a la realidad. Busqué su cercanía con insistencia, sabía que lo iba a despertar, por muy profundo que fuese su sueño. Lo sentí removerse y me buscó en su primer acto consciente.
—¿Qué pasa? —musitó con voz adormilada.
—Abrázame —le pedí, apretando mi cuerpo contra su costado como si quisiera fundirme con él.
—¿Eh? ¿Qué pasa? —volvió a preguntar, rodeándome con ambos brazos. Yo sólo atinaba a esconder el rostro contra su costado; no podía ni comenzar a explicar lo que sentía—Shhh… Tranquila —intentó— ¿Quieres que te traiga agua? —negué con un gesto rápido de mi cabeza y le hundí los dedos en la costilla— Tranquila, tranquila, no me iré —se apresuró a decir, para luego girarse y quedar frente a mí, de ese modo yo podría esconderme mejor del mundo.
Nos quedamos así un instante. Bill acariciaba mi cabeza y me daba pequeños besos adormilados ¿Qué hora sería? ¿Dos, tres de la madrugada? El silencio en la calle sonaba tan alto que no me dejaba dormir; era paradójico. Me quedé un momento pensando de forma analítica en el significado de mi sueño, repasé en mi mente los elementos: el tren, la niña, Bill, la niebla. Necesitaba despejarme un poco, estaba confusa. Quise levantarme.
—¿A dónde vas? —preguntó. Su voz parecía alerta, a pesar de la languidez de su cuerpo.
—Por agua, ya vengo —intenté calmarlo con una sonrisa que él no vería, pero que se filtraba en el tono de mis palabras.
Salí desnuda de la cama, tal y como había permanecido en ella. Tomé un vaso y vacié agua fría de la nevera en él; todo ello, acompañada de una luz baja que había en la mesilla de mi pequeño salón. Bebí y me quedé observando a Bill que estaba acostado en mitad de la cama, con sus largas piernas extendidas hacia la esquina inferior que daba a su espalda. Comprendí el espacio mínimo que ocupaba yo hasta ese momento en el lecho, más como una anécdota que otra cosa. En ese momento sentí como si nuestra vida estuviese llena de detalles cotidianos. Pensé en el sueño, ya con algo más de objetividad. La niña representaba la realización de un deseo; podía tratarse de mi necesidad de volver a ser niña y la desesperación por recuperar esa parte inocente en mí misma. Quizás la partida, el tren, el viaje; podía significar el alejamiento, la necesidad de huir de lo que sucedía a mi alrededor, pero entonces ¿Por qué estaba tan desesperada ante la partida de la niña? Bebí un poco más de agua ¿Y si la niña representaba otra cosa? No pude evitar imaginar que esa criatura pudiese ser de Bill y mía. Una ola de calidez me recorrió por completo ante la idea. Sacudí la cabeza, negándome; no podía permitir que creciera un anhelo tal, no lo necesitaba, no lo quería.
Es inverosímil, para la comprensión aprendida del ser humano, entender que deseamos de un modo visceral algo que nos prohibimos de forma consciente.
Me quedé mirando a Bill y se me aceleró el pulso. Un par de imágenes eróticas de él hundiendo sus dedos en mi cadera y su voz siseando un orgasmo, me atizaron en el sitio adecuado para despertar mi deseo; mi mente jugaba con mis emociones. No sabía si podía acusar aún la responsabilidad a la hierba que me había fumado horas atrás o simplemente a un instinto arcaico y básico; sin embargo, me acerqué a la cama decidida a saciarme de él. Sé que mi pensamiento no era del todo claro, mi deseo, de forma superficial, sólo atendía a una necesidad sexual. Sin embargo, en el fondo había algo más; quizás era sólo que necesitaba llenar el vacío que me había quedado después del sueño.
Permanecí de pie junto a la cama, observando hipnotizada el modo en que las pestañas le decoraban las mejillas. Noté como el amor me inundó el pecho, del mismo modo en que el mar inunda las embarcaciones hasta llevárselas al fondo. Permanecí resguardada en el silencio y en su inconsciencia, así me permití mirarlo un poco más y reconocer que amo la manera en que sus mejillas se llenan como lo hacen las de los niños, contrastando con los aros que sellan sus labios como carceleros de ese secreto que no se atreve a revelar. En ocasiones me pregunto si en realidad los seres humanos somos tan complejos o si somos sólo un montón de señales creadas en un lenguaje que no todos pueden leer.
Me arrodillé sobre él y le rodeé las caderas con mis piernas. Bill me miró y volvió a cerrar los ojos, para abrirlos otra vez.
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—¿Qué pasa? —pregunté, dejando escapar una sonrisa cómplice.
—¿Tengo que explicarlo?—contestó, rozando sus labios sobre los míos. Parecía esperar por un beso que no iba a pedir. Reí sin poder evitarlo, me alegraba ver que Seele parecía más tranquila.
Me giré en la cama, quedando boca arriba. Entrecerré los ojos para poder distinguir los suyos, aunque de inmediato sus pechos captaron mi atención. Había algo hipnótico en el modo en que estos caían como pidiendo que los tocara, que los midiera en tamaño y peso; y eso hice. Acerqué una mano y escondí el pezón con ella, lo notaba contra la palma y lo acaricié, arrastrándolo con suavidad. El roce la estimuló; lo noté por el modo en que soltó el aire contra mi boca. Su lengua se metió en ella, descarada y ansiosa; separé los labios para permitirle hurgar más y mejor. Para ese momento eran mis dedos los que oprimían el pezón; deseaba satisfacerla, darle aquello que parecía reclamar casi con desesperación. Quise preguntarle qué pasaba, qué la hacía correr de ese modo, pero sabía que todos los miedos que Seele albergaba los había puesto yo. Por un momento, un solo segundo, pensé en parar ya y no darle más espacio al sufrimiento. Sin embargo, no era tan fuerte como para renunciar a ella. Su boca devoraba la mía y yo quería que lo hiciera, que se llevara de mí todo lo que pudiera, todo lo bueno que encontrase; no necesitaba nada para mí.  Comprendí que cuando un sentimiento brota así, tan indefinible y amplio como lo que sentíamos ella y yo, nada podía pararlo. Me llevé el pezón a la boca y lo oprimí entre los labios; lo avivé con la lengua, lo estrangulé contra los dientes. Seele se quejaba, temblaba y se desesperaba de ese modo contradictorio que prima en medio del amor.
Meció la cadera y sentí la humedad y el calor brotar. La necesidad afloró en nuestra piel, consiguiendo que cada roce se convirtiera en un aviso de tormenta. Ya no tenía más voluntad que la de hundirme en ese espacio que sentía tan mío. Llevé una mano por entre nuestros cuerpos y se chocó con la suya que iba en la misma dirección. Nuestros dedos se cruzaron y ambos, antes de plantearlo siquiera, nos estábamos uniendo. Entrar en Seele era deseo, culminación, ansia, paz, desasosiego; todo mezclado en un coctel de sensaciones y emociones que en algún momento estallaría. Me incorporé hasta sentarme y ella soltó un jadeo que me erizó la piel. La mantenía firmemente unida a mí; no la soltaría.
—Ya soy tuyo —confesé, susurrando junto a su oído. Era una confesión llana, cargada de significado.
Sus manos se sostuvieron de mis brazos, usándolos como un punto de apoyo para sus movimientos, que llegaron acompasados y tan rápidos que apenas me permitían tregua. Parecía decidida a llevarse mi orgasmo de inmediato, como si nos faltara tiempo, como si no fuese a haber otra oportunidad. Comencé a quejarme bajito, sentía la presión en los testículos y en el vientre; cada movimiento de Seele, cada resistencia de su cuerpo sobre el mío, era soplar sobre la llama que no hacía más que crecer. Cerré los ojos e intenté besarla; sin embargo, los labios me temblaban y no conseguía darle un beso certero. El ritmo frenético que llevaba se ralentizó de pronto y buscó mi rostro con las manos. Abrí los ojos para mirarla y encontrar en ellos cualquier petición que quisiera hacerme.
—Quiero esto, siempre… Tus ojos en mis ojos —habló como si se tratara de una confesión. Meciéndose con suavidad sobre mí.
Sus mirada estaba inundada del sopor de la pasión. Cada pocos movimientos un pequeño gesto, mezcla de dolor y placer, cruzaba su rostro; era como si me mirara a un espejo, veía en ella mis propias sensaciones. Sostuve su cadera por ambos lados con las manos abiertas, firmemente para que no se me escapara, y acentúe la fuerza del vaivén, marcando un adelante y atrás que Seele aprobó con un jadeo que pareció robarle todo el aire. Sus ojos se cerraron y se sostuvo de mis hombros, oprimiéndome con los dedos.
El roce de su interior se hizo más intenso. Mi sexo se hundía y retrocedía dentro de ella, endureciéndome hasta el dolor. No podía parar, ya no; ninguno podía.  Su boca tocaba la mía con besos que apenas alcanzaban a ser una caricia y yo no conseguía dejar de mirar su expresión, compuesta de goce y sufrimiento. Amaba cada gesto, cada movimiento; el modo en que se separaban sus labios buscando más aire; su desesperación, el modo en que sus pezones se rozaban contra mi pecho, la manera en que su cuerpo ardía a punto de recibir a un orgasmo caprichoso que se negaba a llegar.
El vientre se me contrajo, endureciéndose. Quise parar, porque aún no quería que mi placer llegara; no sin antes verla deshacerse entre mis brazos.
—No pares —murmuró con la voz perdida en medio de un jadeo. Sentí la raíz de mi sexo tensarse como si quisiera arrancarme la vida y ante la insistencia de los movimientos de Seele, no pude evitarlo. La atraje con fuerza para que su sexo se tragase el mío; una vez, dos, tres, y estallé. Un quejido gutural salió de mí como si brotara directo desde el pecho. Sentí la fuerza de la eyaculación empujar por los conductos, hasta desembocar en el valle que hallaría en el interior de Seele. Temblaba de forma incontenible, mientras me vaciaba. Le pertenecía, le estaba entregando mi voluntad, mi placer, mi semilla; todo.
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Seele se ajustaba la falda a la cintura, acababa de salir de la ducha y me había dejado a mí atrás. La miraba mover las manos con prisa, ansiosa por la hora. Yo permanecía en la puerta del baño, mientras me secaba el pelo con una toalla. No estaba seguro de qué pasaría con nosotros después de hoy. Casi no habíamos dejado tiempo para las palabras durante la noche. Se batió el cabello con las manos, para ayudarlo a secar y me miró. Sus movimientos, hasta ahora rápidos, se calmaron y se quedó así un momento, observándome mientras sus dedos paseaban por entre las hebras de cabello.
—¿Qué piensas? —fue lo primero que pensé y dije. Ella se quedó un instante más en silencio, separó los labios como si se preparara para decir muchas cosas.
—Nada —dijo, finalmente, evadiendo mi mirada. Caminó hasta la ropa que había sobre el sillón y de mis pantalones cayó la tira de pastillas que había comprado el día anterior. Ambos nos quedamos observando la evidencia, como si nos fuese a hablar— ¿Y eso? —preguntó. Su voz sonó más calma de lo que podía esperar.
—Nada —contesté y me apresuré a recogerlas.
—¿Te las ibas a tomar? —la pregunta sonó directa, aunque sin el reproche que caracterizaba a Seele, era como si la doctora se hubiese marchado.
—Sí, ayer, cuando creía que todo era una mierda —decidí que lo mejor era la sinceridad.
—¿Y hoy? —continuó, con la voz temblorosa. La miré y le extendí la tira de pastillas; Seele las tomó y las observó.
—¿Dónde las has conseguido? —quiso saber y antes de que respondiese, agregó algo a la pregunta— ¿Te las ha dado Michael? —su voz sonó cargada de preocupación. No parecía deberse sólo a las pastillas, había algo más.
—No, pero… bueno… ¿Importa? —las pastillas parecían haber pasado a un segundo plano.
El silencio se apoderó de la habitación y Seele ya no parecía tener prisa. Se quedó mirándome a los ojos.
—¿Desde cuándo lo conoces? —la pregunta era extraña, iba dirigida en una dirección diferente a la esperada.
—No lo sé ¿Tres años? —ella desvió la mirada a un punto y a otro, era como si estuviese buscando respuestas en sus recuerdos— ¿Pasa algo? —pregunté con insistencia, acercándome un paso hasta ella, intentando encontrar su mirada.
—No estoy segura —respondió sin mirarme, llevándose una uña entre los dientes. Yo le sostuve la mano. Finalmente se enfocó en mis ojos—, creo que ayer me siguió.
Se me hizo un nudo en el estómago; algo me decía que Michael era capaz de eso, desde que había llegado al centro había estado obsesionado con Seele y mi cercanía con ella.
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Continuará.
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N/A
Bueno, al fin tenemos un nuevo capítulo. Hay muchas ideas revoloteando en este. Creo que es imposible que no nos llenemos de preguntas, anhelos y miedos cuando somos tan vulnerables frente al amor.
Espero que les haya gustado y que me cuenten sus opiniones.
Un beso.
Siempre en amor
Anyara












6 comentarios:

  1. Lo que hacen unas copas jajajajajaja esta genial... Siempre he dicho que los.sueños dicen mucho de lo que deseamos.en realidad y que muchas veces.reprimilos. me encanta este capitulo , cada escena, cada toque... Es ver.el.alma de seele y eso.me gusta.

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    1. Ha sido un capítulo muy melosoooo... jajajajajajaj... el vino era suave y de notas afrutadas :P Mentira :D
      Me gusta como ha quedado, de alguna manera los personajes presienten algo, ya veremos qué es :D
      Un beso, mi Lixi y gracias por leer ♥

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  2. Qué me alegra encontrarme con un capítumo mas de esta enigmatica historia.

    Adoro la conexión de estos dos, ambos tan necesitados del otro.

    Michael ese personaje es muy interesante y misterioso, se asoma y cada vez nos deja mas interrogantes.

    Espero tu barcito tenga mas botellitas de vino para q pronto podamos recibir otro cap, muchos besitos *-*

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    1. Las resacas no son muy amables con mi cabecita xD
      Sí, Michael es un personaje que siempre está ahí, dejando algo que no debemos olvidar. Habrá que investigarlo a fondo ¿No? :D
      Muchas gracias por leer y acompañarme con esta aventura ♥

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  3. Esta fabuloso y a la vez confuso por ese extraño sueño, que significado tendra???

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  4. Muy interesante el capitiulo, me quede pensando en el significado de los sueños, y que el soñar niños significa problemas, ahora que si soñar con una niña te da otra causa de problemas jejejeje pues vamos por ello, jajaja mmm bueno mejor no, digo un bebe sin haber arreglado el problema de Bill como que sería mas complejo, en cuanto a Michael es escudriñar todos sus aspectos y ver que tiene escondido bajo la manga, me gusto mucho aunque si te soy sincera se me hizo muy corto el capitulo, un muajaja al final. Saludos.

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