lunes, 27 de junio de 2016

Complicidad / Serie Erótica


Complicidad
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Entre tintes, olor a químicos y un que otro elemento menos agresivo, salí del salón en el que me acababan de colorear el cabello. Las raíces se me habían quedado oscuras y las puntas algo inanimadas, así como me sentía estos días, pero después de ese último momento de mirarte a los ojos y creer en la posibilidad, pensé en que debía poner mi energía en lo factible y no en todo lo demás que parece augurar sólo terror.
Miro al cielo. La luna es creciente y eso, inevitablemente, siempre atrae algo bueno; al menos es lo que quiero creer. No soporto pensar en los seres que apagan sus almas con desesperanza, tal como quién apaga un cigarrillo con el zapato.
Camino hasta el coche y luego hasta casa. Hoy todo está solitario y frío, pero no es el tipo de frialdad que hiela el aire, es del tipo que llena todo de silencio. Mi hermano intenta reanimar su espíritu con el ruido mundano de la ciudad por la noche; yo sólo te espero. Con el tiempo he aprendido a tener calma, algo que hasta hace unos años me parecía inalcanzable. He aprendido, también, que el rosa no siempre es rosa, o el violeta, o el verde; cada cosa que vemos está matizada por las experiencias que llevamos a cuestas, se compone de los caminos que hemos andado y de las ilusiones que hemos puesto en nuestros pasos. Ojalá un día pudiese saber, ciertamente, que tú has caminado mi mismo sendero aunque yo no te viese; de ese modo recibiría a la muerte en paz, porque te sabría mía, alma de mi alma, más allá de lo que mis ojos ciegos pueden ver.
Me remuevo el cabello, ya platinado, y me observo en el espejo del baño. He dejado la puerta abierta a mi paso, como suelo hacer cuando estoy solo; encuentro cierto rebelde placer en hacer algo tan simple como eso. Enredo los dedos en mi cabello y los dejo descender por el borde de mi sien, hasta mis patillas; luego me acaricio la barba a manos llenas y pienso en la necesidad que tengo de afeitarla también, como a otras partes de mi cuerpo, para consumar mi estado de apariencia perfecta. Reflexiono sobre ello un par de segundos, mientras observo mi rostro cansado ante el espejo. Saco la máquina de un mueble lateral y compruebo que aún tiene carga suficiente. Me vuelvo a mirar y pienso en la posibilidad de dejarlo para mañana, después de todo qué importa un día más.
Escucho una respiración a poca distancia y me sobresalto. Miro con rapidez: Eres tú.
—No quería asustarte —me dices, desde tu postura desenfadada. Descansas un hombro contra el umbral de la puerta y todo tu cuerpo reposa en ese punto de apoyo, sin embargo tus ojos me muestran la añoranza que has sentido; la reconozco, es idéntica a la mía, quizás por esa misma razón es que busco entregarte la dignidad de lo cotidiano.
—No lo has hecho —vuelvo a mirarme en el espejo y paso los dedos por mi barba y luego los enredo en mi cabello sin perderte de vista, a pesar de no estar mirándote directamente.
Te acercas y tocas la máquina que he dejado sobre el mueble.
—No voy a cortar mi pelo —te digo al recordar otro momento juntos.
—¿Estás seguro? —preguntas, luego tocas mi cintura, la acaricias y buscas mi piel bajo la camiseta. El contacto se me antoja candente, lo he ansiado más de lo que conseguiría decir, pero conservo la calma para que ambos disfrutemos de este momento adeudado por el destino.
Separo los labios, quiero decir algo, pero detengo mis palabras porque necesito centrar mis pensamientos en cada roce de tus dedos, que en este instante descienden por mi vientre y mi ingle, enredándose en el vello de mi sexo; justo alrededor de él, sin llegar a tocarlo.
—¿Qué buscas? —pregunto, intentando sosegar mi respiración, como si no me estuviese incendiando; como si no me importarán tus manos aventureras. Intento disimular el deseo enorme que tengo de girarme y atraparte contra la pared para que no te disuelvas en este instante. Sin embargo me mantengo en calma, porque ambos necesitamos de la fantasía de creer que esto es nuestra vida, que es lo habitual, que nos encontraremos uno junto al otro al despertar mañana.
—Quiero ayudarte —dices al retirar tus manos de dentro del pantalón de algodón que visto y te llevas un pequeño suspiro que no puedo contener, mezcla de decepción y alivio—. Ven —agregas, mientras tomas la afeitadora y te sientas en una silla junto al lavamanos.
Supongo lo que pretendes y todo mi cuerpo responde erizándose hacía ti, como si me absorbieras, como si no pudiese resistirme a tu atracción.
Me acerco y me quedo de pie. Te veo separar las piernas para que pueda acercarme más y la caída que hace la tela de tu vestido entre ellas me enciende tanto como la visión que tengo de tu seno. Me parece increíble sentir el palpitar de la sangre en mi sexo, después de tantos días en los que me he sentido apagado por tu ausencia. Me miras y sé que tú también experimentas la misma extraña sensación; pero ambos callamos, ambos queremos proteger este instante en el que somos magia.
Estoy tan enamorado de ti que la vida se me hace pequeña y cada sensación de mi cuerpo es una explosión de éxtasis dedicada a ti ¿Sabes la fortaleza de debo tener para no gritar cada vez que tu respiración toca mi piel?
Siento la sangre bullir por las venas, por los capilares de la dermis, y todo lo que mi cuerpo desea es que me empuje hacia ti, así me reciba tu sexo o tu boca. Tus dedos enlazan la cintura de mi pantalón de algodón que entrega la misma resistencia de la orilla  de un río ante el caudal estrepitoso. Tus manos actúan con maestría y mi sexo brota, salta, desde la tela que lo aprisionaba y se muestra ante tu rostro como un mástil de carne dispuesto a pelear cualquier batalla. Te humedeces los labios y los separas y sólo puedo pensar en que me engullas hasta que tu boca toque mi vientre; sin embargo, es una de tus manos la que toca mi sexo y lo aparta, luchando con su rigidez y comienzas a deslizar la máquina que recorta el vello que hay alrededor. Siento como mi pene late contra tu palma, la sangre presiona a través de él e inflama la punta hasta que se amorata. No puedo evitar el llevar una mano a mis testículos que se han endurecido y me causan dolor, un dolor que comprendo como parte de la necesidad y que comparo con el dolor que mantengo en el pecho cuando te espero. Quizás sea ese pensamiento el que aquieta mi ansia, porque ahora estas aquí y quiero disfrutarte del modo que sea, aún a costa del sufrimiento de mi cuerpo. Te observo y me lleno los ojos con el recuerdo de cada sombra que se crea en tu piel; el modo en que tu mirada cae y las pestañas me ocultan tus pupilas, el movimiento lento de tu muñeca: arriba, atrás, abajo, arriba; tratando la herramienta como una extensión más de tu mano y me acariciaras con ella. Cierro los ojos y respiro por la nariz, más rápido de lo necesario, soy consciente de la carrera que lleva mi corazón y del salto que pega cuando atrapas mi pene desde su base, acunándolo en tu mano, para depilar el otro lado. Te miro y ya no puedo controlar las imágenes que crea mi mente. Mi sexo está apuntando hacia tu boca, está lleno, duro y me duele de ansiedad. Llevo mi mano tatuada hasta tu boca y con el pulgar toco tu labio inferior y lo arrastro hasta que veo tus dientes y tu encía húmeda. Tu mirada se encuentra con la mía y olvidas el trabajo que estas ejecutando. Te veo ladear la cabeza, comprendo lo que pretendes y el orgasmo se anuncia en mi vientre. Tu lengua asoma y toca mi sexo desde abajo y se extiende por él con tanta calma que parece que voy a reventar antes de que llegues a la punta. La humedad de tu boca manda mensajes que mi mente lee sin llegar a comunicárselo a mi pensamiento, lo sé porque mi cuerpo arde, palpita y quiere escapar de sí mismo sin coherencia. Te sostengo la quijada, conteniendo las ganas de llevarte a lo que deseo. Tocas la punta de mi pene, la humedeces y esta brilla por esa humedad. Una parte de mí es deseo puro, otra es puro amor; ambas parecen colisionar dentro de mi mente y de mi cuerpo y me causan un escalofrío que me estremece por completo. La piel me arde, la siento en contacto con el aire helado. Te vuelvo a acariciar la boca y te meto el pulgar en ella, ansioso porque comprendas mi desesperación. La visión de tus labios encerrándolo y ver tus mejillas hundirse por la succión me obligan a palmear el aire y sostenerme de lo primero que encuentro. Siento que me fallan las piernas y que el deseo se espesa en mis venas.
Vuelves a sostener mi pene hacia un lado y tomas la máquina con la intención de terminar tu trabajo.
—No, por favor, no puedo más —te susurro con la voz oscurecida, apenas capaz de articular las palabras. Entonces te miro, me miras y todo lo que somos, queremos y buscamos se filtra a través de ese contacto. Tomo tu rostro entre mis manos como si fueses de cristal; mía, delicada y preciosa. Me permites la caricia sólo por un instante y como si temieses a tu propio sentir, sueltas la máquina y te apoderas de mi pene y mis testículos con ambas manos y todo mi cuerpo se tensa. Tu mirada ha cambiado, te has vuelto salvaje. Me empuñas y te acaricias los labios con la punta inflamada. Otra vez suplico en medio de un suspiro—. Por favor — y siento el calor húmedo del interior de tu boca. Te metes mi sexo con calma y ya no sé si razono lo que estoy mirando. Siento el toque de tus dedos como si tocaran música en teclas imaginarias, buscando la nota adecuada.
Cuando busco a mi alma, siempre pienso en ti, en tus ojos, en tu boca, en tus besos que me abren el mundo; que me llevan a cerrar los ojos y a indagar en la oscuridad lo que me es negado en la luz marchita de lo que me han pintado como vida. Como ahora, que cierro los ojos y me pierdo en el placer que buscas arrancar de la raíz de mi sexo succionando de forma  despiadada y a la vez mi mente vaga en el lujurioso deseo de amarte con la mirada de lo increíble por el resto de mi existencia, por todas mis vidas. Todo alrededor se convierte en humo y en agonía; mi propia voz agónica crea una melodía que no reconozco.
Te miro nuevamente, me siento mareado, a punto de desplomarme. Observo, de forma casi inconsciente, el modo en que tus pulgares presionan el conducto inflamado bajo mi pene por el que saldrá mi semilla. La siento, se aglomera caliente en mis testículos que se han convertido en dos nueces duras llenas de savia. Oh, mi amor, si supieras como deseo en este momento instintivo, plagar de estrellas el espacio de tu vientre hasta crear un universo que brille lleno de vida.
Quiero entrar en ti —pienso, sin llegar a articularlo; mi vientre se endurece y la voz se me rompe en un quejido cuando mi semen te llena la boca.

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N/A
Este capítulo de Erótica lleva varios días en proceso, resultó algo más “candente” que los últimos, pero creo que se lo merecían nuestros protagonistas y nosotros. Espero que les guste.
Un beso
Siempre en amor
Anyara











5 comentarios:

  1. ¡WOW! no sabia que te podía encontrar aquí me encantó

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  2. UUfff vaya cap Any, mas q merecido para los torturados protagonistas y sus inocentes seguidoras *_*, hoy si me voy a soñar feliz...

    Muaaakkk

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  3. "Entonces te miro, me miras y todo lo que somos queremos y buscamos se filtra a través de ese contacto" y siento que en esta fase se resume erotica, en mirar con el corazon a quienes queremos y deseamos un contacto eterno... hermoso capi mi any, perfectamente erotico <3 adoro como escribes y amo esta serie... un abrazo grande.

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  4. Y todo se resume en estar uno a lado del otro en completo abrazo para complementar él alma con un infinito amor.

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  5. Adoro la fusión de la "animalidad" de nuestros sentidos que nos lleva, paradójicamente a sublimar las sensaciones hasta tocar el cielo con el alma. " Me besas y oh, empieza mi vida". David Bowie. Saboreo la palabra "salvaje"... Este será uno de mis shots favoritos. Arde en llamas.

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