lunes, 3 de diciembre de 2012

La sombra en el espejo - Capítulo III



Capítulo III
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Estoy recostado en una especie de camilla. Entreabro los ojos y veo rostros desconocidos rodeándome. Me mueven, creo que me trasladan. Comienzo a escuchar mi propia respiración encerrada en la mascarilla que tengo puesta. Se humedece, quiero quitármela, pero mis manos no me responden. Me duermo.
Vuelvo a abrir los ojos, los parpados me pesan, estoy cansado. Alcanzo a ver a mi madre junto a mí durante el segundo que logro mantenerlos abiertos. Mi cuerpo parece querer dormir nuevamente, pero me obligó a abrir los ojos una vez más.
—Bill —escucho susurrar a mi madre.
Su susurro me duele, me aprisiona el pecho ¿O es otra cosa?
Miró alrededor. Intento observar a quienes están junto a mí.
—¿Tom? —apenas escucho mi propia voz.
Y lo comprendo. Creo que lo sé antes que me lo digan. Él no está. Él ya no estará nunca más. El dolor es tan fuerte, tan profundo y desgarrador que me quema. Me hunde el pecho, pero no puedo gritar. Ni llorar. Ni hablar. Cierro los ojos nuevamente y me sumerjo en el sueño, un sueño en el que lloro y grito hasta que mi garganta se desgarra, hasta que ya no logro emitir ni un solo sonido.
Escucho mi nombre, alguien intenta arrastrarme de regreso pero no quiero volver, quiero llorar y sentir. Quiero morirme con él.
—¿Bill?
Mi nombre en la voz de Sarah y el sueño mezclado con el recuerdo se van diluyendo. Golpes en la puerta van adormeciendo las emociones hasta que soy consciente de la realidad. Una realidad en la que lo único que mantengo del sueño, son las lagrimas que bañan mis ojos. Lagrimas que no me dicen nada.
—Sí —respondo con la voz enronquecida por el llanto.
—¿Estás bien? ¿Puedo pasar? —insiste desde el otro lado de la puerta.
—Estoy bien… pasa… —tiro de la manta, y me cubro mejor desde la cintura hacia abajo, tampoco me importa demasiado que me mire ¿Qué puede ver? Sólo soy un patético hombre sin sentimientos.
Me observó desde la puerta, yo pasé el dorso de mi mano por ambos ojos recogiendo la humedad de ellos.
—Muchacho, tus gritos se oían desde fuera —me dijo asustada.
Noté que traía en la mano un teléfono móvil.
—¿Has llamado a alguien? —quise saber, mirando su mano directamente.
—No —aseguró, acercando su mano a mi frente para tocarla. Me moví hacía atrás—, pero he estado a punto de hacerlo —concluyó seriamente como si me advirtiera, extendiendo nuevamente la mano hasta mi frente. Esta vez se lo permití.
—Ha sido una pesadilla —acepté.
—Lo imaginaba —retiró la mano—. No tienes fiebre —dejó caer el teléfono en el bolsillo de su delantal—. Te prepararé el desayuno.
—Gracias.
—Por nada.
Salió de mi habitación, cerrando la puerta. Yo me dejé caer nuevamente sobre la cama, mirando el techo. Intenté recordar el sueño con todos los detalles que me era posible, pero no logré encontrarme con la angustia y la desesperación que sabía que sentía en él. Y ni siquiera esa ausencia de emociones me desesperaba.
Me levanté, y luego me senté a desayunar en la cocina junto a Sarah.
¿Cuántos días tendría que pasar aquí?
No estaba seguro de estar incomodo en realidad. El silencio permanente y la falta de conversación me resultaban aceptables. Escuché la melodía de mi teléfono en la habitación.
—¿No vas a contestar? —me preguntó Sarah, que estaba sentada frente a mí, pelando unas patatas.
Me puse en pie, sin decir nada. Caminé hasta la habitación, y una vez en ella miré la pantalla del teléfono que ya había dejado de sonar. Era George.
Mamá había dicho que vendría en unos días. Lo cierto es que me daba igual si estaba, como si no. Pero comprendía que en algún momento eso tenía que cambiar ¿No?
No era normal, o lógico que estuviera así, mi hermano había muerto ¿Por qué no dolía?
Miré a través de la ventana. La casa abandonada en la que había estado ayer parecía esperarme.
Dejé el teléfono caer sobre la cama y rebusqué entre mis cosas una libreta que había traído. Quizás podría escribir algo estando ahí. Salí de la habitación, de camino a la cocina. Sarah aún ocupada con algunas patatas.
—¿Quién era? —quiso saber.
—Georg.
Ambos nos quedamos en silencio, esperando a que el otro hablara. Finalmente lo hice yo.
—Saldré a caminar —le avisé.
—Veo que llevas una libreta, escribir te hará bien—acotó.
—No sé si escribiré.
—Intentar ya es suficiente —me miró con un deje maternal que parecía adormecido en ella—. Deberías llamar a tu madre —me sugirió.
—Cuando regrese lo haré.
—Recuerda que comemos a la una.
—Sí.
De ese modo, y luego de aquella corta conversación, salí de la casa. El frio fuera me pareció algo menos intenso, quizás me estaba acostumbrando a él.
Comencé a caminar hacia la casa abandonada y miré tras de mí, notando que Sarah me observaba desde la ventana como hiciera la tarde anterior. Eso no impidió que me abriera paso por el bosque.
Una vez que estuve dentro de la casa volví a observar todo alrededor con algo más de detalle, sin encontrarme con nada que me sorprendiera particularmente. Sólo una segunda piedra en medio de la sala, que sería la causante de la rotura del segundo cristal de la ventana. Subí la escalera, y cuando me dispuse a entrar en la segunda puerta recordé que la tercera no la había revisado. La puerta estaba abierta, así que simplemente miré el interior. Me encontré una cama para dos personas, y un armario enorme a un costado. La ventana hacía esquina y permitía observar una amplia perspectiva del paisaje.
No despertó mayormente mi interés. Sin embargo la habitación con el espejo me agradaba, había algo en ella que la convertía en el sitio más atrayente de toda esta sucia casa. Observé el lugar que con la luz que entraba hoy me permitía notar el papel que cubría las paredes, aunque no noté nada particular en él. Cuando concluí que no tenía más alternativa que sentarme directamente en el suelo, lo hice. Quedé frente a la ventana. Abrí la libreta que traía y observé la hoja en blanco. Comencé a pensar, buscando algo sobre lo que escribir. Amor. Tristeza. Soledad. Amargura. Dolor.
En ese momento me detuve. Sabía lo que significaba cada uno de esos conceptos. Comprendía cómo debían sentirse, pero no lograba experimentar ninguno. Quizás, y muy precariamente, la soledad.
Observé a través de la ventana. Desde la posición en la que me encontraba sólo me era posible ver el cielo gris. Ni siquiera un pájaro lo surcaba. Las nubes resultaban tan cerradas que no lograbas diferenciar una de otra.
Recordé otro momento en el que el cielo estaba igual de llano. Claro que entonces no había nubes en él.
—¿Crees que existan los fantasmas? —le pregunté a Tom, que estaba recostado en su silla junto a la piscina.
—Te dije que no vieras esa película —me respondió con voz cansina.
—No es por la película —le expliqué, notando el calor del sol en la piel—. Bueno, sí lo es —acepté.
—Si es que te conozco —argumentó sin darle mayor relevancia.
—Pero dime —me incorporé en la silla para mirarlo. Tom continuaba de cara al sol— ¿Crees o no?
Suspiro algo agotado. Yo me reí, sabía que me respondería.
—A veces haces preguntas tan insustanciales —se quejó, sentándose para beber algo.
—Piénsalo —insistí— ¿Recuerdas en la casa del abuelo, como no podíamos dormir?
—Porque éramos muy pequeños, y tú un miedoso —me acusó.
—¡Ja! —me reí en su cara— Si no recuerdo mal el que pedía compañía para ir al baño eras tú —alcé ambas cejas para darle énfasis a mis palabras.
—¡Pero porque sabía que tú querías ir! —intentó defenderse en medio de risas.
—¡Lo que pasa es que eres un miedoso y no lo reconoces! —seguí molestándolo.
—¡¿Miedoso yo?!
—¡Sí! —me reí en su cara.
Se acomodó nuevamente en su silla.
—Bah… no vale la pena discutir contigo —intentó parecer desinteresado.
—Lo que pasa es que no puedes discutirme.
Tom alzó su dedo medio ante mi cara. Sabía que se le habían acabado los argumentos.
—Ahora responde ¿Crees en los fantasmas? —insistí con mi pregunta inicial.
La mano de Tom se alzó muy lentamente, y volvió a enseñarme el mismo dedo como respuesta.
Suspiré ante el recuerdo, apoyando ambas manos en el suelo de madera. Noté una pequeña, y casi imperceptible presión en el pecho. Me recreé en ella, pensando que quizás podría llegar a hacerse más grande, que podía llegar a convertirse en el dolor que probablemente debía sentir. Pero se apagó del mismo modo en que había aparecido.
Cerré los ojos, y dejé que mi cabeza cayera contra un hombro y luego el otro, relajando el cuello. Me pareció ver un destello a través de los parpados cerrados. Abrí los ojos de inmediato y se alertó mi oído cuando escuché una risa lejana. Me quedé muy quieto, creo que casi no respiraba para no hacer ruido, pero no volvió a repetirse el sonido. Todo estaba en silencio. La única luz que entraba era la que se filtraba por la ventana, y la casa parecía vacía a excepción de mi presencia.
Me puse en pie y observé por la ventana, esperando encontrar a algún niño jugando alrededor de la casa o al menos cerca, pero el lugar permanecía igual de desolado. Entonces escuché nuevamente la risa, y la espalda se me tensó. Provenía de muy cerca, aunque parecía muy lejana. Di un paso atrás de forma sigilosa y observé el espejo a mi izquierda. No le había prestado atención desde el día anterior que lo había visto.
Me fui moviendo suavemente hasta quedar frente a él. Mi imagen se reflejaba borrosa debido a la capa de polvo que lo cubría. Me moví, siendo seguido por mi reflejo en su superficie. Entonces la risa se escuchó otra vez, y me quedé muy quieto observando. Me sentí ligeramente perturbado ante la imagen que se iba abriendo poco a poco en el cristal, al igual que la risa que se hacía cada vez más nítida y próxima.
“… Sí, saldremos mañana… sí…”
Escuché la voz, y luego la risa nuevamente de una chica. Sólo lograba ver sus piernas moverse sobre el suelo.
Acerqué mi mano hasta el cristal y lo toqué con dos dedos, con una precaución incomprensible. El espejo no me iba a tragar ¿No? Ante ese pensamiento retiré la mano, había comprobado que continuaba siendo el duro material que debía ser. Quizás era mi mente la que estaba divagando ahora mismo ¿Estaría dormido?
No, no podía estarlo porque mis emociones ahora mismo eran planas como el cristal de este mismo espejo. Sin relieves, sin ondulaciones. Completamente rectas. Si estuviese dormido, podría sentir algo.
“…Te llamaré luego, cuando regrese… ¿Qué si estoy feliz?... ¡muchísimo!”
La chica continuaba hablando, la forma en que las palabras fluían me hacían pensar en una conversación telefónica.
—¿Hola?
Probé sin resultado.
“Sí, sí… espera… ¡ya voy!... sí, mi madre que quiere que le ayude con la comida… bien… adiós…”
En ese momento vi su mano sobre la rodilla, y un teléfono en ella. Mi suposición había sido correcta.
Se puso en pie frente al espejo, y yo di medio paso atrás cuando la vi tan cerca. Permaneció de costado al espejo y luego se dio la vuelta, dejando caer el teléfono sobre la cama que se veía al fondo. Se estiró como si quisiera tocar el techo con las manos. La camiseta que llevaba se le subió, dejando al descubierto parte de su estómago.
“¡Ahh!”
Exclamó soltando el aire cuando dejó caer los brazos. Yo enfoqué un poco más la mirada para verla mejor a través del velo de polvo que tenía el espejo. Ella se acercó entonces hasta él y me quedé muy quieto.
¿Me vería ella a mí?
Comenzó a acomodarse el cabello que parecía de un castaño muy claro. Acerqué nuevamente la mano hasta el espejo y esta vez la arrastré por encima de su rostro, llevándome parte de aquella película que velaba su imagen. Sus ojos de un color gris oscuro se clavaron en los míos sin pestañear siquiera.
—¿Me ves? —susurré.
Ella se acercó un poco más y yo la imité de forma refleja. Se tocó el mentón con la uña.
“Maldito grano”
Se escuchó una voz de fondo a la que ella reaccionó de inmediato.
“¡Voy!”
La vi alejarse y salir por la puerta de la que alcanzaba a ver sólo un trozo del umbral. Luego el sonido seco de ésta al cerrarse, y el silencio en una habitación vacía como en la que estaba yo ahora mismo.
—¡Bill!
Escuché una voz fuera de la casa. Me moví hasta la ventana y me encontré con la mirada de Frederick que había venido por mí. En su gesto pude adivinar que él, al igual que Sarah, no aprobaba que yo estuviese aquí.
—¡A comer! —me avisó desde abajo.
—¡Voy!
Me encontré repitiendo las palabras de la chica en el espejo. Volví a mirar en él, encontrándome con mi reflejo sobre la superficie cubierta de polvo a excepción del lugar en el que había limpiado con mi mano.
Continuará…
Bueno, vamos avanzando. Es una historia extraña, ya se los dije. Espero que les vaya gustando. De momento agradezco un montón a quienes están leyendo y comentando.
Su comentario es mi sueldo ^^
Siempre en amor.
Anyara

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