miércoles, 13 de marzo de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo X



Capítulo X
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Me despertó el sonido de mi teléfono móvil. Al principio pensé que se trataba de la alarma, pero casi de inmediato corregí ese pensamiento y le di a “responder”. Era mi madre.
—¿Sí? —contesté adormecida— … estaré —la comida familiar de los domingos era algo que no podía saltarme por mucho que quisiera—…sí —continué respondiendo a su interrogatorio de madre, ese que al menos había dejado de ser diario—…ok—me di vuelta en la cama, y dejé que mi brazo colgara por el costado hasta tocar la alfombra. Me pesaban los parpados—…mmm… no, iré sola… yo también te quiero…
Corté la llamada, pero no me levanté de inmediato. Dejé que mis pensamientos vagaran por ideas inconclusas.
Benjamín había estado muy extraño la noche anterior. Salimos a comer una pizza con algunos de sus amigos, y cuando quise contarle los avances con mi paciente, cortó la conversación con un: “ahora no es el momento”.
Nunca había evitado un tema de esa manera.
Miré la hora en mi teléfono, pasaban de las diez. Busqué una canción en el reproductor de música, y me acomodé con los ojos cerrados cuando ésta comenzó a sonar. No dormiría más, pero tenía derecho a disfrutar de la única mañana en la que podía regodearme en la cama.
‘That Day’ comenzó a sonar.
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Caminaba por el pasillo hacia el parque. Era domingo, y Tom había venido a verme como siempre. El enfermero abrió la puerta y me dejó salir, a poca distancia me esperaba mi hermano.
—Hola —dijo. Lo miré pero no detuve mi andar. Ambos comenzamos a recorrer el lugar.
Sabía que no podría mantener mucho más el silencio. Tom se esforzaba por que le hablara cada vez que venía. A veces maldecía cuando se frustraba, otras simplemente se iba inmerso en el mutismo que yo le imponía.
—La doctora Lausen dice que vas progresando —me contó—, dice que estás colaborando.
Miré a la distancia. Me encontré a Michael que estaba junto a un amigo que parecía muy interesando en mantener su atención. Probablemente sería quién le proveía de recursos. Él le sonreía, y luego me miraba.
Me detuve frente a un banco del parque, y me senté en el respaldo.
—Quisiera que nuestra relación mejorara también —continuó. Yo miré a mi espalda, Michael no me quitaba los ojos de encima.
Hacia dos noches desde la escapada que habíamos tenido, finalmente todo había salido bien. Ni él ni yo nos volvimos a dirigir la palabra después de ello, pero en el aire se había quedado una invitación para volver a escapar.
—Todo se está volviendo muy complicado —continuaba Tom.
Yo seguía observando a Michael, y considerando su oferta. Quizás era la angustia tan asfixiante que había sentido la que me llevaba a seguir buscando un escape. Escuchaba a mi hermano hablar pero no quería prestarle atención. Ahora mismo necesitaba evadirme. El dolor y la culpa estaban muy cerca.
—Tendré que negociar un nuevo contrato con Luther.
Las palabras de Tom me obligaron a mirarlo. Sentí como se me heló la sangre en un segundo.
—¿Qué dijiste? —le pregunté.
Tom me miró asombrado. No le había dirigido la palabra desde que me ingresara aquí.
—Que… me están presionando…
El corazón se me agitó. No podía permitir que él se mezclara en toda esa inmundicia.
Me puse en pie.
—No Tom —hablé categórico.
Él pareció reponerse de su sorpresa.
—¿Y qué piensas? ¿Qué el mundo se detiene porque tú no quieres seguir en él? —me reclamó, dejando salir la frustración que tenía.
Miré al piso, y luego a Michael a la distancia. Debía hacer algo, no podía seguir aquí.
—Tom —observé detenidamente a mi hermano. No podía decirle nada, nunca le había dicho nada, pero esperaba que mis ojos le trasladaran mi suplica—, prométeme que no hablarás con nadie hasta que yo salga de aquí.
Él me miró, y luego negó suavemente.
—No sé Bill… no sé cuánto tiempo estarás aquí, y esto ya es insostenible. Georg y Gustav necesitan dinero. Si no nos movemos…
—Tom… promételo —insistí.
Volvió a mirarme. Sabía que no estaba convencido, sobre todo después del modo en que me había ingresado aquí.
—Me parece increíble que vuelvas a hablarme para esto —en sus ojos podía ver el reproche. Me dio la espalda y comenzó a caminar de regreso al edificio.
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Durante las últimas sesiones Bill se había mostrado más colaborador. A su manera distante y reservada, habíamos podido ahondar en sus puntos de vista, y saber dónde se encontraba la razón de sus excesos. Pero hoy parecía diferente. Casi no me había mirado a los ojos, y los minutos que llevábamos paseando por el parque se habían convertido en una conversación monótona. Yo hacía preguntas, y él respondía con monosílabos.
Finalmente me detuve, esperando a que se diera la vuelta. Cuando lo hizo, continuó esquivando mi mirada.
—¿Hay algo que quieras contarme? —lo interrogué.
—No —respondió.
—Te noto…
—¿Qué? — se encogió de hombros.
Buscaba un adjetivo que lo calificara.
—Extraño.
Suspiró.
—¿Tienes un cigarrillo? —quiso saber.
Su respuesta no pareció una evasiva.
Me acerqué a un banco y comencé a buscar en mi bolso. Bill se sentó a mi lado en cuanto le extendí el cigarrillo. Empezó a fumar, y yo esperaba que aquello aliviara un poco la tensión que cargaba encima, pero no fue así.
—¿Me contarás ahora? —pregunté, con más condescendencia de la necesaria.
Él aspiró profundamente, reteniendo el humo unos cuantos segundos para luego liberarlo con una larga exhalación. Observé cada detalle, cada gesto, como si fuese la primera vez que veía algo así.
—Tom ha estado aquí —dijo.
Aquella no era demasiada información, pero al menos era un comienzo. Me obligué a centrarme en él como paciente.
—Eso es bueno ¿No? —comencé a indagar.
—No sé qué responderte —habló tajante, volviendo a fumar.
—Es tu gemelo, siempre me has hablado con mucho afecto de él.
Bill soltó el humo con la misma cadencia suave de antes.
—Sí, lo quiero, pero no es bueno que me tenga cerca.
—¿Por qué? ¿Por aquel hecho? —insistí. Me miró, parecía contrariado.
—Tom siempre ha tenido la facultad de leer mis pensamientos —dejó escapar una sonrisa irónica—, pero aquello lo he escondido muy profundamente y no dejaré que salga —sentenció, volviendo a aspirar el humo.
Ahora fui yo la que emitió un sonido sardónico. Me miró inquisitivo, aún oprimiendo el cigarrillo en los labios.
—Me vas a disculpar, pero tienes todos esos sentimientos a flor de piel —lo puse en evidencia.
Dejó de mirarme y observó a la distancia, en dirección a un edificio abandonado que había al final del parque.
—Ya lo sé, por eso quise permanecer aquí, para que él no lo descubriera —aceptó.
—¿Algún día me dirás ese secreto tan terrible?
Se giró hacia mí nuevamente. Sus ojos castaños me observaban sagaces. Por un momento sentí que deseaban comunicarse en un idioma que aún no estaba lista para comprender.
—No sabes cómo desearía contárselo a alguien —confesó.
Su voz fue sincera y clara. Noté la presión en mi pecho, y un ansia abrumadora de estrecharlo en un abrazo.
Por un instante pensé que me contaría, pero desvió la mirada nuevamente.
—Tom se está sintiendo abrumado por el trabajo —dijo. Sacudió la ceniza del cigarrillo y volvió a fumar.
—¿Tom? —no me parecía que su hermano fuese una persona que se abrumara con el trabajo.
—Sí —me miró— ¿Por qué te parece tan extraño?
Entonces observé al enfermero que nos acompañaba y que permanecía a unos metros de nosotros. Desde esa distancia no escuchaba nuestra conversación.
—Tom no parece una persona débil —hablé sinceramente.
—No lo es —aceptó él.
—¿Y entonces? —lo increpé.
—Oh, Seele Lausen... esta situación tiene más aristas de las que puedas imaginar —se terminó el cigarrillo, lo dejó caer y lo aplastó con el zapato.
—Oh, Bill Kaulitz… no subestimes mi capacidad de comprensión —contraataqué.
Apoyó un codo en su pierna y dejó descansar la cabeza en su mano. Me observaba, casi podría decir que me contemplaba. Tuve que reprimir un suspiro, recordándome mi papel de psiquiatra.
—Eres una mujer interesante ¿Lo sabías? —me dijo.
—No hablamos de mí.
—Claro que no, y es una lástima.
Me mantuve en silencio, esperando para que dijese algo más. Algo que me sirviese con la terapia.
—¿Qué tengo que hacer para salir de aquí? —habló sin tapujos.
Lo observé y evalué la fortaleza de sus palabras. Analicé su estado de ánimo, no parecía especialmente ansioso o inestable. Habíamos mantenido una conversación coherente y bastante sensata.
—Tus últimas evaluaciones han sido buenas —acepté—. Tu trabajo grupal ha estado bien valorado.
—¿Entonces puedo irme? —preguntó.
Suspiré y adopté la misma posición que él. Ambos nos miramos por un largo momento.
—Algo no me cuadra Bill —le conté. La postura en la que nos encontrábamos le daba un toque confidencial a nuestra conversación.
—Y no te cuadrará Seele —respondió con calma, sin romper el contacto visual—. Hay cosas que no te contaría ni aunque fueses mi mejor amiga, ni aunque fueses más que eso —se me contrajo el estómago ante esa declaración ¿Me consideraba para algo más?
Apreté un puño, recordándome que yo era su doctora.
—Si no confías en mí, mi trabajo no estará hecho. Si no hago mi trabajo puedes recaer —me sinceré.
—Yo no me curaré —continuaba mirándome—. Lo más cercano a una cura es dejar de existir.
Un escalofrío recorrió mi espalda, y dejé la posición que teníamos.
—Dejar de vivir nunca es una solución —le aclaré. Sabía que mi voz estaba demostrando la preocupación que sentía.
Él sonrió un poco, aún observándome con el mismo gesto.
—Dejé de vivir hace mucho —dijo con resignación, para luego ironizar—. La vida para mí se ha convertido en pequeñas dosis de muerte diaria.
—Comparto tu sarcasmo —dije.
—¿Estás de acuerdo conmigo? —sonrió.
Descansé la espalda en el asiento y crucé las piernas, acomodando el borde de la falda en mitad de mi rodilla.
—Creo que te estás muriendo poco a poco al seguir adelante con tu adicción —pensé que objetaría algo  pero se mantuvo en silencio. Yo continué—. Creo que hay otra manera de enfrentar los errores…
—Cuando son simples errores —me interrumpió.
—Siempre son errores, más o menos graves, pero errores —aclaré.
Ambos nos callamos. Nos mirábamos y examinábamos. Yo me regodeaba en las innumerables sensaciones que me despertaba. No sabía qué pensaría él.
—¿Qué pecado me podrías adjudicar? —preguntó, cambiando de posición. Esta vez se quedó sentado de medio lado hacia mí, evidenciando su completa atención.
—¿A qué te refieres? —necesitaba que se explicara mejor.
—¿Cuál es la cosa más terrible que me imaginas haciendo? —volvió a formular la pregunta.
Sus ojos inteligentes parecían tan francos ¿Qué terrible hecho podía adjudicarle?
—Sé que le has hecho un daño que no te perdonas a esa mujer —mencioné.
Bajó la mirada.
—¿Y qué has pensado que puede ser ese algo? —volvió a mirarme, esta vez con cierto resquemor.
No estaba segura de que fuese buena idea desplegar mis teorías, pero Bill parecía más dispuesto que en otras ocasiones a hablar.
Me arriesgaría un poco.
—Rompiste una promesa —dije.
—No llegué a conocerla tanto como para eso —negó.
—¿Pasaron poco tiempo juntos? —indagué.
—Horas —su voz sonaba desprovista de emociones, parecía esperar el peor de los juicios ¿Le importaba lo que yo pensara?—. No dices nada.
—No estoy aquí para enjuiciarte —le aclaré.
Su mirada cambio. Se hizo más recelosa y profunda, como la un animal herido que espera el golpe de gracia. Lo extraño es que no era la primera vez que veía esa actitud en él. Bill siempre esperaba ese golpe, pero éste nunca llegaba.
—¿No tienes más teorías? —preguntó.
Lo cierto es que el misterio que envolvía a aquella mujer, era tan indescifrable para mí como el mismo Bill.
—Podría enumerar muchas alternativas, desde las más probables a las más descabelladas, pero no estoy aquí para adivinar —concluí.
Por mucho que deseara conseguir detalles, no iba a hacerlo con un juego como este.
—¿Me crees capaz de algo horrible? —quiso saber.
En ese momento comprendí que la respuesta batallaba en mi interior. Había una parte de mí que gritaba un ‘jamás’. La otra entendía que esta no era una relación de amistad, era una relación profesional y debía abordarla como tal.
—El ser humano llevado a extremos es capaz de cosas que no imaginamos —acepté.
Él sonrió con esa sonrisa amarga que más de una vez me había mostrado.
—No puedo confiar en ti si no dejas de verme como a un paciente —me confesó.
Todo el cuerpo se me tensó ante sus palabras, que parecieron tirar de las mías como si me las arrancaran de la boca.
—No sabes el esfuerzo que me significa verte sólo como un paciente —le confesé yo.
Noté como el corazón se me comprimía en el pecho para expandirse a continuación, con un único y doloroso golpe.
Continuará.
Aquí con un capítulo más, intentando darle forma al misterio. Espero que les guste y que me cuenten que les parece.
Gracias por leer.

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