domingo, 17 de marzo de 2013

Sonidos de mi mente - Capítulo I



Capítulo I
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Algunas creencias aluden a la existencia de un alma o espíritu que viaja, con el fin de aprender en diversas vidas las lecciones que se pueden llegar a tener durante la presencia en la tierra, de ese modo se llega a un nivel en el que las almas gemelas pueden llegar a reunirse. Siempre que todas las lecciones sean aprendidas.

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Podía notar un suave cosquilleo en el contorno del oído izquierdo, algo tan ligero como la brisa de una tarde de primavera, cálido y relajante. Me giré en la cama con cierta pereza, y abrí los ojos. La habitación se encontraba prácticamente a oscuras, sólo iluminada por una suave penumbra. Y la vi. Su figura esbelta, casi etérea, elevada varios centímetros por encima de mi cuerpo. Me sonrió ligeramente y con voz adormilada le hice una pregunta.

—¿Quién eres?

Su mano suave como un soplo de aire, se poso sobre mi pecho junto a mi corazón. Inhale profundamente, y aunque seguía sin conocer su nombre la reconocí a ella, una parte de mí lo hizo. La vi acercarse, noté el roce primero efímero de sus labios que se fue haciendo más real, más concreto. El toque de su cuerpo, que iba posándose delicadamente sobre el mío, me transmitió su calor. No había notado hasta ese momento que ella estaba desnuda, y también lo estaba yo. Durante una fracción de segundo pensé que aquello no era posible, pero la idea se esfumó del mismo modo que llegó, permitiéndome centrarme únicamente en ella.

—Recuérdame…

Me susurró apenas moviendo los labios. Y sin preverlo me sentí profundamente dentro ella, de un modo pleno. Sólo en ese momento comprendí cuánto la había extrañado, y la falta que me hacía.

—Siénteme…

Volvió a susurrar. La estreché contra mi cuerpo, queriendo impregnarme de ella.

—Te he extrañado…

Murmuré, pegando mi boca a su oído. Noté el fresco aroma a limón que tenía su cabello, un aroma añorado y lleno de evocaciones. Ella tomó mi mano y se la llevó a los labios, besando mis dedos con tanto amor que me emocionó.

—Encuéntrame —me pidió, y pude ver una lágrima brotar de sus ojos—. Devuélveme la vida —suplicó.

Tomó mi rostro entre sus manos, besándome en el instante en que un enorme placer me surcó, logrando en mí un estado de sumisión e ingravidez que casi podría decir que recordaba.

Su calor me abandonó cuando aún estaba inmerso en la levedad de las sensaciones. Creo que en ese momento desperté, aunque mis ojos ya estaban abiertos. Observé los rincones de mi habitación, y vino a mí un susurro que no supe si escuché o mi mente recreo.

“Encuéntrame”.

Me levanté de la cama, comprobando que mi ropa interior no estaba en su sitio. A pesar de que intenté recordar en qué momento me la había quitado, no logré hacerlo. Miré por la ventana, encontrándome con las tenues luces nocturnas de Nueva Orleans.

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Pasaba ligeramente de medio día, un hermoso medio día. Di un par de golpes en la puerta de la habitación de Tom y entré, únicamente porque tenía la absoluta seguridad de que estaría solo.

—Buenos días —hablé alzando la voz de forma leve.

La habitación se mantenía en la penumbra, así que abrí un poco las cortinas para que entrara algo de luz. Miré a mi hermano sobre la cama, que se removió molesto sin dejar pasar el reclamo pertinente.

—Quiero dormir.

Me acerqué.

—Nos estamos perdiendo la ciudad —le hablé a poca distancia de la cama.

Tom contestó oculto bajo la almohada.

—La ciudad estará ahí mismo en tres horas más.

—¡Tres horas! —exclamé

Él se oprimió más la almohada contra la cabeza, como si con ello pudiera evitar mis palabras.

Dejó pasar un momento, en el que yo me mantuve esperando. Se giró, observó el techo un instante, luego tomó la almohada y me la arrojó. La atajé.

—¡Bien! ¡Lo conseguiste! —se quejó.

—No sé de qué te quejas le dije—, has dormido más que yo.

—He tenido un mal sueño —me contó, mientras se sentaba en la cama y se masajeaba la sien.

—¿Quieres hablarlo? —pregunté, cuando tenía malos sueños siempre me servía contárselos a él.

Tom me miró considerando mi ofrecimiento, luego hizo una mueca de molestia y negó.

—No vale la pena —se puso en pie y se estiró como si quisiera tocar el techo, tal como hacía yo al despertar. Bostezó y se rascó la nuca de camino a la ducha.

—Pediré el desayuno —le avisé, tomando el teléfono que había en su mesilla.

—Yo paso —fue su respuesta, desde la puerta del baño.

Lo pensé un momento y colgué. Ya comeríamos algo por ahí, después de todo habíamos venido para ‘explorar’ ¿O no?

Volví a la ventana y observé el lugar. Habíamos visitado muchas ciudades durante estos años, aunque no siempre podíamos recorrerlas. Esta en particular no parecía ser una ciudad de las más visitadas, no parecía tener nada demasiado relevante; pero me gustaba la idea de hacer una parada de un par de días en ella. Quería transitarla, sentirla.

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—¿Crees que podamos encontrar algo interesante aquí? —preguntó Tom, mientras paseábamos por las calles más céntricas de la ciudad.

—Eso espero —confesé, mientras observaba los letreros luminosos que colgaban de las tiendas. En su mayoría eran pequeños sitios que no parecían ofrecer gran cosa, pero había algo en la precariedad y en el deterioro de los rincones que lograban que el lugar me interesara.

En mi mente se repitió la frase de mi sueño, esa que sonó cuando me desperté.

“Encuéntrame”.

—Ya llevamos casi una hora fuera, y a mí me está entrando el hambre —habló Tom.

—No vinimos para encerrarnos ¿O sí? —contesté.

Como Tom no me respondió me giré para mirarlo, y lo descubrí perdido en la corta falda de una chica con unas piernas estupendas.

Lo esperé, cuando volvió a mirarme me reí y continué caminando.

—¿Qué? —me siguió.

Reí un poco más.

—¡¿Qué?! —volvió a insistir, alcanzándome.

—Nada —hice un leve gesto negativo, aún sonriendo.

—Estaba bien —se defendió, refiriéndose a la chica.

—¿Te he dicho algo? —me encantaba molestar a Tom, jugar con su poca paciencia y hacerlo tropezar consigo mismo.

—No, pero… ¿Viste esa minifalda? —preguntó, volviendo a girarse pero para ese momento la chica ya estaría fuera de su vista.

—En realidad vi sus piernas —confesé.

—Bueno, claro… aunque la falda cubre justo el sitio…

—¡Calla! —lo interrumpí.

Ahora Tom rió.

—¿Por qué te escandalizas? —continuó riendo.

—Ya, ya —le hice un gesto con la mano para que se detuviera—… me conozco tus explicaciones gráficas.

—No me dirás ahora que no piensas en el sexo —lo conocía, ya no se callaría.

—¿Te parece que es una conversación para tratar en plena calle? —lo miré.

Se encogió de hombros.

—No creo que muchos aquí hablen alemán —expresó. Tenía que darle la razón.

—De todos modos —me defendí, no le iba a dar una victoria tan fácilmente.

—Qué aburrido te has vuelto —bufó—, hasta los quince no pensabas más que en los rinconcitos húmedos de las chicas —cerré los ojos, lo tenía que decir— y luego se te metió en la cabeza la idea del amor verdadero.

—Cuando madures lo entenderás —me escudé.

—Eso es lo que siempre dices, pero no creo que sea cuestión de madurez —se defendió él.

Comenzaba a acercarse otra chica que vestía provocativamente, sabía que la atención de Tom se perdería en ella.

Y así fue.

—¡Wow! Este lugar mejora por momentos —se animó.

—Me alegro —quise ser amable.

—No me refiero a las chicas —aclaró.

Lo vi caminar delante de mí, y entrar a una pequeña tienda cuya puerta parecía obligarnos a inclinar la cabeza para poder entrar.

—Zapatillas —susurré.

—Sí… —su expresión era nuevamente animada, como un niño feliz.

—Qué aburrido —me quejé, pero mi hermano ya había comenzado a avanzar dentro de la tienda, que no parecía tan pequeña una vez que entrabas.

—¡Ah! Te toca aburrirte por mí —sonrió.

Y tenía razón, habíamos acordado estar juntos en todo momento, como una especie de medida de seguridad. No habíamos querido traer guardaespaldas. Habíamos venido por influencia mía, Tom no tenía precisamente demasiados deseos de conocer esta ciudad. Lo cierto es que yo tampoco tenía muy claro cuál era la razón que me había traído hasta aquí. Hacia algunos días, pasando los canales de televisión en una de esas tardes muertas y aburridas, mostraron un poco de éste lugar. Se comentaba que intentaban llamar la atención del turismo para poder resurgir después de los duros golpes que la naturaleza le había dado. Vi una especie de recuento de los lugares que se podían visitar, y entre ellos nombraron una tienda de antigüedades que desde ese momento he querido visitar.

—Mira ésta —me dijo Tom, atrayéndome nuevamente a la actualidad.

En el expositor había una serie de zapatillas, de diversos diseños y colores.

—¿No son iguales a las que hay en la tienda de Los Ángeles que sueles visitar? —pregunté, mientras comenzaba a buscar mi móvil en el bolsillo para jugar un poco, y matar el tiempo.

—¿Qué dices? —se indigno.

Lo miré.

—Sólo pregunto —me encogí de hombros.

—Mira ésta —volvió a pedir, tomando unas de color azul.

—Son azules, como las otras azules que tienes —puntualicé.

—Y tú tienes más de un pantalón negro —contestó, dando en uno de mis puntos débiles.

—Entendido —acepté con voz resignada.

Le tocaba a Tom perder mi tiempo.

En ese momento se nos acercó una vendedora. La observé atentamente, buscando en ella algo que no comprendía del todo. Esperaba que nuestras miradas se encontraran, y cuando sucedió ella me sonrió con amabilidad, pero nada pasó. Entonces miró a mi hermano y él comenzó a pedir algunas cosas, y a sonreír a la chica como si también quisiera llevársela. Yo bajé la mirada a mi teléfono y me senté en un rincón a esperar.

—Insisto, el día mejora por momentos —expresó Tom alegremente, sentándose junto a mí.

—Sólo venimos por un par de días —le recordé.

Tom sonrió.

—Justamente por eso es tan bueno —contestó alegremente.

Liberé una sonrisa irónica.

—Tú no tienes arreglo —le dije.

—¿De verdad no te dan ganas de desempolvarte un poco? —preguntó.

Yo perdí una vida en el juego que tenía en el móvil, pero decidí contestarle con tranquilidad.

—Me controlo.

—A ver, déjame la mano —tiró de mi mano derecha, pero yo tiré en contra.

—Déjame en paz —se me estaba esfumando la tranquilidad.

—Créeme hermanito, eso no puede ser bueno.

Resoplé.

—Me iré a recorrer esto yo sólo —le advertí.

—Tranquilo, ahí viene mi vendedora favorita —volvió a sonreír.

—Te espero aquí —le avisé, pero no se puso de pie de inmediato.

—No puedes decirme que esa no es una delantera excelente —susurró cuando la chica comenzó a acercarse.

La miré fugazmente para comprobar lo que Tom decía, luego volví a la pantalla de mi móvil.

—Buen envase ¿Conoces el contenido? —le pregunté.

Ese era el eterno cuestionamiento que hacía a las aventuras de mi hermano. Quizás no a las chicas que conocía que bien podían ser chicas muy buenas, sino a él; a su poco interés en el fondo de esas mismas chicas.

—Eres un mata pasiones ¿Sabías? —volvió a susurrar— No me extrañaría que esta noche yo durmiese acompañado… ¿Y tú?

Se puso en pie para recibir lo que la chica traía. En mí jugó nuevamente el recuerdo de aquel susurro de mi sueño.

“Encuéntrame”.

Salimos de aquella tienda veinte minutos más tarde, con un par de zapatillas, hambre y un número de teléfono que Tom había guardado en el bolsillo trasero de su pantalón. En el rostro llevaba una sonrisa radiante.

—¿Ahora nos vamos a comer algo? —me preguntó.

Y su ánimo, desde que habíamos salido del hotel, había cambiado completamente.

—Quiero ver una dirección que hay en la calle siguiente —le conté.

—¿La tienda de antigüedades?

—Sí, ya que estamos aquí, podemos aguantar el hambre un poco más.

—Bien, yo voy tan contento que hasta puedo esperarte.

—¿Cómo te pone a ti una cita? —lo miré, divertido.

—Casi cita, todavía no lo es —aclaró.

—Por esta —indiqué la calle a nuestra izquierda.

Nos metimos por ella. Las tiendas no eran muy diferentes a las que ya habíamos visto. Lo cierto es que esta parte de la ciudad había aguantado muy bien los embates de la naturaleza, aunque claro, habían pasado algunos años ya desde aquello.

—Tendría que ser —murmuraba, mirando los números en los edificios que estaban puestos en diferentes tamaños, colores; materiales y diseños—… aquí.

Nos encontramos frente a una casa de dos pisos, con una reja de metal que en su mejor tiempo debió ser negra y que estaba entreabierta. Un pequeño antejardín de no más de cuatro metros cuadrados, y al final de él había unas puertas con cristales y marcos de madera de color blanco que parecían muy antiguas. El interior apenas se distinguía por la escasa luz.

—Esto es un poco tétrico ¿No? —preguntó Tom.

—Es una tienda de antigüedades —respondí, empujando la reja de metal que chirrió con el movimiento y un escalofrío me recorrió la espalda. Me sentí como si pudiera reconocer el pequeño camino que ahora estaba andando hasta esa puerta blanca.

Continuará…

Aquí les dejo el primer capítulo de esta historia y espero que les guste. Muchas veces me cuestiono en si las historias “románticas” no son un cliché, pero en más de una ocasión llego a la conclusión de que intento contar lo que supongo es el amor. Entrega, pasión y un Universo entero cuando lo encontramos.

Un beso, y gracias por la compañía de quienes se animen a recorrer esta historia conmigo.

Siempre en amor.

Anyara

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