sábado, 27 de abril de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo XIII



Capítulo XIII

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Me encontraba en la habitación en la que mi doctora y yo tuvimos nuestras primeras sesiones. Miraba por la ventana y envidiaba a aquellos que podían pasear bajo el sol. Prácticamente todos nuestros encuentros anteriores se habían realizado en el parque, pero ella había dejado orden de que esta vez lo hiciésemos aquí. No estaba seguro de si eso era una buena o una mala señal. Habían pasado algunos días desde nuestro encuentro nocturno, y esta sería la primera vez que nos veríamos después de eso. Nada a mi alrededor me indicaba que ella hubiese dicho algo sobre el incidente no confesado que pesaba sobre nuestras cabezas. La seguridad seguía siendo la misma, las sesiones grupales en las que participaba poco continuaban efectuándose. Sólo me habían reducido la medicación.

Escuché la puerta abrirse tras de mí, miré de medio lado sin abandonar la posición que mantenía junto a la ventana. Seele entró, enfundada en una de esas tenidas formales que llevaba durante nuestras sesiones. El cabello perfectamente atado, dándole un aire de más edad ¿Por qué parecía necesitar tanto adoctrinarse a sí misma? ¿Temía no ser capaz de atar sus instintos?

La pregunta quedó en mi cabeza, girando como lo hacen aquellas intuiciones que sólo con el paso del tiempo comprobamos.

—Buenas tardes Bill —saludó con un tono bastante neutral, casi podría decir que el mismo tono amable y poco profundo de nuestro primer encuentro.

—¿Sabes que tenemos una canción que se llama “el dolor del amor”? —le pregunté.

Ella me observó mientras dejaba unos papeles que traía sobre una mesa.

—¿Y eso a qué viene? ¿Volvemos a las evasivas? —me interrogó.

Me encogí de hombros.

—Volvemos a las sesiones encerrados en esta habitación ¿No? ¿Por qué no comenzar todo de nuevo? —dije, con poco interés, enfocándome nuevamente en el parque. A la distancia vislumbré a Michael que permanecía sentado en un banco, moviendo los pies con inquietud.

—Ya veo —habló Seele, con un tono especulativo. Me volví hacia ella.

—¿Qué ves?

—No quieres perder el control jamás, ni siquiera cuando ya lo has perdido —respondió con sinceridad. De alguna manera sentía que la sinceridad estaba ganando terreno entre nosotros.

—Ahora mismo me siento bastante controlado —aclaré. Ella se sentó y cruzó una pierna sobre la otra. Estaba intachable. Su cabello, su blusa cerrada unos centímetros más abajo del cuello, el borde de la falda acomodado con exactitud en el inicio de su rodilla.

Sentí deseos de romper toda su perfección.

Nos miramos un instante. Sólo unos segundos.

—Me gustaría que te sentaras —dijo.

Miré el sillón que estaba a poca distancia, la habitación no era demasiado amplia. Me acerqué en silencio, me senté y subí un pie. Llevé mi pierna contra el pecho como si pudiese servirme de escudo.

Había llegado el momento de saber qué pasaba.

Seele abrió una carpeta que traía.

—Hasta nuestra última sesión habíamos registrado avances positivos —comenzó a decir. Yo me tensé, sabía que en algún momento hablaría sobre lo sucedido algunas noches atrás—. Tú me has solicitado el alta médica, y lo he estado considerando.

En ese momento me miró. Me sentía muy inquieto, no sabía lo que podía esperar.

—¿Has tomado una decisión? —la apremié.

—Sí —respondió, obligándome a esperar un poco más.

¿Debía mostrarme ansioso? ¿Debía continuar preguntando?

Decidí silenciarme, y en ese momento comenzó la contienda.

Seele bajó la mirada, revisando sus notas. Yo la observaba sin mediar palabra, y ella me daba pequeños vistazos, disimulando lo que sus ojos me decían: ¿cuándo vas a preguntar?

No lo iba a hacer, lo había resuelto así.

Miré por la ventana, buscaba la claridad del día. A veces me resultaba increíble darme cuenta de cuánto amaba aún esos pequeños detalles de la vida: un día soleado, el agua del mar en los pies… la brisa. Cada vez que reparaba en ello volvía a sentirme hundido porque era algo que no me sentía con derecho a disfrutar, volvía a desesperarme y a ser débil. Quizás por eso prefería la indiferencia, ella me mantenía a salvo.

—¿Tienes un cigarrillo? —le hablé, finalmente.

—¿Estás inquieto? —preguntó.

—No, sólo aburrido —continué mirando por la ventana.

—Desearías estar fuera —conjeturó. Entonces la miré, presentía que no se refería al parque.

—Sí.

Nos miramos por un instante. Luego Seele sacó un cigarrillo y me lo entregó. Se acercó con la llama del encendedor, y pude ver sus labios separarse ligeramente cuando mi boca se cerró en torno al filtro.

—Acompáñame, fuma conmigo —le ofrecí el cigarrillo. Luego alcé la cabeza para liberar el humo.

Seele se reacomodó en su sitio.

—No debo hacerlo —respondió, enfocándose nuevamente en sus notas.

—Hay tantas cosas que no deberíamos hacer y sin embargo hacemos —concluí, volviendo a fumar.

—Eso nos convierte en personas débiles —dijo Seele, dejando sus notas.

La miré fijamente y separé los labios, soltando el humo.

—Depende —respondí.

—¿De qué? —preguntó.

De pronto sentí como la burbuja que en ocasiones nos aislaba, comenzaba a cerrarse a nuestro alrededor.

—De si quieres hacerlo o no.

Ella dejo su posición, inclinándose hacia adelante. Me resultaba agradable sentirla próxima.

—Te refieres a si te obligan —volvía la Seele curiosa y analítica.

Asentí y aspiré una profunda calada. Ella pareció medir mis palabras, volviendo a hablar cuando tuvo una nueva conclusión.

—¿Permitir que alguien te obligue no te convierte en una persona débil? —insistió con su teoría.

La ironía que me producía su afirmación no se dejó esperar, brotó de mi garganta en forma de una sonrisa casi trágica.

—Hay que ser muy fuerte para permitir que alguien te doblegue —contesté.

Ella arrugó levemente el ceño, era obvio que no estaba de acuerdo conmigo y no lo estaría nunca. El mundo de Seele estaba regido por patrones comunes, patrones que marcaban una relativa normalidad; el mío no.

—¿Te refieres al ‘Diablo’? —preguntó. La conversación dejaba de ser hipotética.

Me tensaba siempre que llegábamos a este punto. La miré casi de reojo ¿Cuánto podía confiar en ella? Hacía tanto que no confiaba en nadie.

—Sí —acepté. Sus ojos se iluminaron con esa luz particular que los inundaba cuando sentía que avanzaba.

—¿Y qué te obligó a hacer? —formuló la pregunta con voz cautelosa.

La mire directamente. La miré y no quise retener nada de lo que mis ojos querían confesarle. Sabía que Seele estaría leyendo la tristeza, la desilusión; la culpa. Pero a pesar de ellos no dejé de observarla. Luego de eso, volví a enfocarme en la ventana.

—No puedo hablarte de eso —volví a aspirar el humo, conteniéndolo al hablar—, al menos no mientras esté aquí.

Soné todo lo decidido que la fragilidad que me inundaba me permitía. Muchas veces me había plateado qué tan preparado estaba para el mundo de la música. Lo cierto es que estaba dispuesto para trabajar mucho, para dormir poco y mal. Me sentía fuerte para enfrentar una crítica despiadada, pero había tantas otras cosas en el submundo de la música que quizás debí prever, pero ¿Qué se sabe en realidad con quince años?

Seele aceptó mi negativa con demasiada facilidad.

La observé mientras se ponía de pie y buscaba algo en su bolso. La última calada del cigarrillo se filtró por mi sistema.

—He propuesto darte el alta —dijo, y me sorprendí.

Caminó hacia mí con una pequeña caja metálica que dejó a mi lado en el sofá.

—¿Y cuándo podré salir? —pregunté, intentando esconder la prisa que sentía.

Ella abrió la caja y pude ver los elementos en su interior: una goma, alcohol, algodones y una aguja.

—En unos días, siempre que cumplas con ciertos requisitos —tomó mi brazo izquierdo. Lo sostuvo por el codo, rodeando la parte de arriba con la goma para luego ajustarla.

—¿Qué requisitos? —observé sus movimientos.

Seele buscó con dos dedos la vena en mi brazo. Golpeó sobre ella un par de veces y luego de aplicar el alcohol me pinchó con la aguja. Mi sangre comenzó a llenar el tubo de cristal.

—Se te suspenderá la medicación, y se te tomará una muestra de sangre a diario —comenzó a explicarme.

—¿Tomarás la muestra tú? —pregunté. Ella sonrió suavemente. Soltó la goma de mi brazo y retiró la aguja, presionando el pinchazo con un algodón humedecido con alcohol.

—Algunas veces sí —aceptó, comenzando a guardar los implementos.

—Entonces ¿No vendrás a diario? —insistí. Saber que había aceptado dejarme salir del centro, me relajó.

—Nunca lo he hecho.

—No quieres involucrarte emocionalmente —la miré de reojo.

—No debo hacerlo —contestó sin devolverme la mirada.

—Eso no significa que no quieras hacerlo —la presioné un poco más, sin saber qué buscaba.

En ese momento me miró directamente. Le mantuve la mirada un instante, pero no fui capaz de seguir haciéndolo. Su respuesta estaba ahí, clara como el agua, pero impronunciable.

Me puse nervioso.

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La palabra ‘Diablo’ estaba escrita en una pequeña hoja de papel. La observaba como si esta tuviese que cobrar vida en algún momento, y revelarme ese secreto tan enorme que escondía. Sabía que aquella referencia era el centro de lo que sucedía con Bill, el núcleo. Era consciente también, que él no me contaría nada mientras estuviese encerrado aquí. Así que necesitaba sacarlo del centro.

Quería creer que esa era la razón por la que no había comentado mis sospechas, cuando el doctor Hayman me había interrogado por teléfono sobre mi extraña visita nocturna. Le había contado lo mismo que al encargado: no sabía si había apuntado la medicación correcta, él se había mantenido en silencio un instante, alentando aún más mi desconfianza.

¿Qué pasaba con Bill que lo hacía tan importante para él?

Marqué lentamente dos líneas bajo la palabra ‘Diablo’ ¿Qué clase de persona podía ser catalogada de ese modo?

Personalmente me costaba mucho definir a alguien con tal dosis de recelo ¿Quién sería?

En ese momento recordé la extraña explicación que me dio Hayman cuando habló de los informes de mi paciente. Era cuestión de sumar uno más uno.

Tomé el teléfono para llamar a Amanda, la encargada de enfermería y secretaria del doctor Hayman. Antes de hacerlo, lo pensé mejor y colgué. Quería hacerle una pregunta, pero por alguna razón supuse que sería mejor hacerlo directamente, sin intermediarios.

Tomé mis cosas, ya estaba sobre la hora en la que regresaba a casa, pero antes iría a su oficina.

—Hola Amanda —la saludé del modo más coloquial que pude

—Doctora —me sonrió— ¿Qué la trae por acá?

—Verás, tengo que enviar el último informe de uno de mis pacientes pero no tengo la dirección ¿Podrías dármela? —pregunté, sintiéndome más una investigadora que una psiquiatra.

—Claro —se dispuso a buscar en el computador.

—El paciente es Bill Kaulitz —se me apretó el estómago al decir su nombre.

Ella tecleó el nombre, y luego de un corto instante me respondió.

—Aquí aparece Tom Kaulitz como tutor ¿Necesita esa dirección? —preguntó.

—Sí, y otra más, tengo entendido que se envían informes a dos personas —me aventuré.

—Hmn —hizo un sonido reflexivo, mirando fijamente la pantalla—. Aquí aparece un segundo nombre, pero no tengo dirección —negó suavemente.

—¿No? ¿Y cómo lo entregan? —insistí.

—Aquí figura el doctor Hayman como responsable —entonces me miró—, seguramente él los entregará en mano —sonrió, sintiendo que había cumplido con su deber.

Yo me sentí más confusa aún.

—Ya veo —intenté disimular— ¿Me podrías dar el nombre de esa persona? —pregunté. Al menos un nombre ya era algo.

—Sí, claro —tomó una pequeña hoja de un taco de notas y escribió el nombre.

—Gracias —dije, cuando me lo entregó.

Salí de la oficina con la extraña sensación de haber protagonizado un oscuro pasaje en esta historia.

Comencé a recorrer el pasillo en dirección a la salida. Una puerta se abrió varios pasos por delante de mí, era la sala en la que se efectuaban las terapias grupales.

Las personas comenzaron a salir y pude distinguir a Bill en el grupo. Llevaba las manos en los bolsillos del pantalón. Otro paciente, Michael, le pasaba un brazo por encima de los hombros.  Bajé la mirada y ralenticé el paso, no quería darle alcance.

Miré el papel que me había dado Amada y leí el nombre.

 ¿Quién sería Luther Wulff?

Alcé la mirada y me encontré con que Bill estaba parcialmente girado, observándome. Michael se giró también, y la sonrisa picara que adornaba su rostro comenzó a apagarse.

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Continuará.
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N/A
Hola… espero que el capítulo les haya gustado. Los diálogos son complicados, es algo que les he mencionado desde el inicio, hay mucho por decir y no se puede decir mucho a la vez. Sí, sé que es una molestia, pero así se construye esta historia.

Les dejo un beso enorme. Muchas gracias por leer.

Siempre en amor.

Anyara


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