Capítulo XIV
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“Tantos suaves detalles que te convierten en
lo que necesito, pero que no puedo tener.”
La frase
permanecía escrita en la tablet, cuya pantalla era la única luz interior en mi
habitación. La ventana le permitía la entrada a una penumbra casi melancólica,
que me recordaba todas las horas que aún faltaban hasta el amanecer.
No podía
dormir, era algo tan habitual que ya no me sorprendía. Podía soportar las pocas
horas de sueño.
El miedo era
otra cosa.
Me mantenía
sobre mi cama, con la espalda pegada a la pared. Tenía la mirada fija en la
frase que había escrito, con la esperanza de que ésta fuese el comienzo de la
letra para una canción. Tantas de ellas habían empezado por las fantasías rotas
de mi alma.
Me pareció
ver algo moviéndose en un rincón de la habitación. Fijé la mirada en las
palabras con más ahínco que antes. Estaba en uno de esos momentos en los que
necesitaba aferrarme a algo que me pareciera real, porque de lo contrario la
realidad se distorsionaba y el pánico se
apoderaba de mí.
Noté la
respiración agitada, y como comenzaban a sudarme las palmas de las manos. Todo
mi cuerpo se tensaba, mientras la sombra en el rincón empezaba a tomar forma.
Cerré los ojos, apretando los parpados con fuerza, inmovilizado. El terror era así,
paralizante. Sientes, o presientes quizás, algo que está más allá de tu
comprensión; y en ese momento tu mente colapsa. Ella se acercaba, la sentía en
el aire que me rodeaba, en el frio que comenzaba a experimentar ¿Algún día se
iría?
Escuché un
ruido y me encogí de forma casi imperceptible, como un acto reflejo de
protección. Luego escuché mi nombre. Abrí los ojos un instante después de
comprender que no era la voz de Ella.
—Qué bien
que no estás dormido —la figura de Michael se recortaba contra la luz del
pasillo, y se perdió casi por completo cuando cerró la puerta.
—¿Michael?
—pregunté, a pesar de saber que se trataba de él. Me sentí confuso. En el
rincón predominaba la oscuridad.
Él cerró la
puerta y se acercó. La cama se hundió ligeramente bajo su peso, estaba sentado
junto a mí.
—Me han
dicho que te vas —habló. Yo aún permanecía perplejo y agitado. El pánico no
desaparecía del todo, pero al menos la compañía de Michael me servía.
—Las
noticias vuelan rápido —respondí a modo de queja, pero sin la convicción
necesaria para ello.
—¿Por qué te
vas? —preguntó.
El
resplandor de la tablet le iluminaba el rostro. Su pregunta me resultó
increíble, y a la vez muy propia de Michael.
—Necesito estar
fuera —intenté explicarle.
—Estar fuera
te hace daño —aseguró, y me sentí transparente—, además…
—¿Además?...
—pregunté. Michael me observaba con sus ojos claros y sombreados. Su atención,
su efímero entusiasmo por mí, me hacía falta. Necesitaba del interés de él, de
alguien; de cualquiera, de ese pequeño instante en el que me convertía en la
fascinación de un desconocido y lograba darle algo de sentido a mi vida.
Necesitaba
encontrar un valor en mí, aunque fuese a través de los ojos de otro ¿No era eso
el falso amor?
—Te
extrañaré —murmuró, acercándose un poco más a mí.
No me moví,
no me acerqué ni me alejé, simplemente se lo permití.
—No te vayas
—insistió. El calor de su cuerpo se encontró con el calor del mío. No nos
tocábamos, sólo nos mirábamos. Podía ver en los ojos de Michael el deseo, ese
truhán disfrazado de amor que tantas veces nos envuelve y nos empuja a la
locura.
Suspiré y
bajé la mirada. Era tan fácil olvidar todo y vivir el día a día. Vive el
segundo, había sido mi lema durante un tiempo, y ahora mismo me habría aferrado
a él como al oxígeno mismo, pero no podía.
—Necesito
irme —susurré.
—¿Para qué?
—sonó algo más ansioso, inquieto— Podemos salir cuando queramos, y puedo
traerte lo que necesites —metió su mano al bolsillo y puso sobre mi regazo una
tira de pastillas.
Las miré, ni
siquiera podía decir qué tipo de pastillas eran, pero sabía que podían darme un
escape provisional a esta vida. Arrugué el ceño. Tom me necesitaba fuera, no
podía dejarlo solo, él era mi única ancla a tierra. Mi ancla a la vida.
—Tienes que
irte Michael —le dije, devolviéndole las pastillas.
Las recibió.
Se quedó un instante mirándolas como si éstas tuviesen que darle una respuesta.
Luego me observó y acercó su boca a la mía, besándome. No se lo impedí, pero
tampoco le respondí. Era el beso desesperado de la despedida. Conocía el tipo
de caricia y el sentimiento. Conocía tantas cosas ya, que me sentía como un
viejo.
—Mierda —su
voz se rompió contra mis labios, y una de sus manos asió mi nuca para que el
beso tuviese más fuerza.
Me pegué un
poco más a la pared y giré el rostro, evitándolo.
—Michael
—pronuncié su nombre, intentando que se centrara.
—Quiero que
te quedes —jadeo, con la mitad de su cuerpo pegado al mío. Su boca volvió a
buscar la mía.
—Déjalo ya
—lo contuve, arrastrándome por la cama para alejarme.
Michael sujetó
mi camiseta, intentando retenerme.
—No —sostuve
su mano con la fuerza suficiente para subrayar mi negativa.
Sé que me
miró aunque la luz de la tablet, perdida contra la cama, ya no podía
iluminarlo.
—¿Por qué?
—reclamó, alzando ligeramente la voz con una mezcla de desilusión y orgullo
herido.
Había tantas
razones, y una sola a la vez.
—Porque yo
no puedo —acepté. Me sentía emocionalmente incapaz. Lleno de una vida amarga
que no podía compartir. Imposibilitado de mostrarme tal cuál soy.
—Puedo
ayudarte —ofreció, intentando abrir mi pantalón.
—No —alcé la
voz, poniéndome en pie de un salto—. No es eso.
Por mucho
que intentase explicárselo, Michael no sería capaz de comprender. Él estaba
aquí, como quien está de campamento por un fin de semana. Él no tenía intención
de curarse o de entender que estaba enfermo. No, Michael no me entendería.
Miré hacía
el rincón de la habitación, con recelo. Estaba vacío.
—Es por ella
—me acusó.
Lo miré algo
asustado.
—¿Ella?
—pregunté, notando la presión en mi pecho ¿Cómo podía Michael saber de Ella?
—Sí, la
doctora que tienes —aclaró. Noté como se aligeraba el peso en mi pecho— ¿Te has
acostado con ella?
Lo observé,
se había puesto de pie frente a mí. Comenzaba a hablar como un amante engañado.
No pude evitar reír ante lo absurdo de la situación.
—¿Por qué te
ríes? ¿Lo has hecho? —comenzaba a alterarse.
—Claro
Michael —ironicé—, en medio de una de nuestras sesiones en el parque, y de paso
formamos un trío con el enfermero.
Las palmas
de sus manos golpearon contra mi pecho, empujándome.
—Mierda ¿Por
qué te burlas? —reclamó.
Comencé a
negar con un gesto, que se convirtió en palabras.
—No me
burlo… es sólo que esta situación es absurda.
En ese
momento su móvil sonó. Ambos supimos que era la señal para irse.
—¿Volverás a
visitarme? —preguntó, bajando la mirada.
—Probablemente
no.
Michael
soltó una débil risa.
—Tanta
sinceridad no es necesaria, al menos miénteme —me pidió, volviendo a mirar mis
ojos.
Hacía mucho
que había aprendido a enfocarme sólo en mis propósitos. Si tenía que ser cruel
para conseguirlos, lo era. Si tenía que utilizar a las personas y desecharlas
luego, lo hacía.
Me acerqué a
Michael y toqué mis labios con los suyos, en un beso casto y casi dulce. Como
si aún hubiese algo de inocencia en mí.
—Volveré a
visitarte —dije.
Ambos
sabíamos que era una mentira.
.
.
Me
encontraba en la sala de descanso del hospital, hacía unos minutos que había
terminado mi turno y aún tenía una media hora antes de ir al centro
psiquiátrico para mi sesión con Bill. Me llevé ambas manos a cada lado de la
frente y me masajee la sien esperando calmar la tensión que sentía. Llevaba
días intentando dilucidar quién era Luther Wulff pero no obtenía respuesta.
Había
revisado la lista de teléfonos de la ciudad. Luego la nacional, pero no
encontré nada. Había puesto su nombre en el buscador de internet, encontrándome
con varios resultados pero ninguno me llevaba a algo concreto. Había buscado,
incluso, los nombres de los ejecutivos de la discográfica en la que trabajaba
Bill, pero tampoco aparecía ningún Luther Wulff.
—¿Aún aquí?
—escuché a Benjamín desde la puerta.
—Sí —hice el
ademán de cerrar mi portátil, pero finalmente no lo hice.
—¿Trabajando?
—preguntó, entrando en la sala.
—Algo así
—mis respuestas eran demasiado escuetas. Sabía que podía confiar en él, pero
sentía como si tuviese mucho que decir, y nada a la vez. Sólo tenía un nombre y
una sospecha.
—A ver ¿Qué
pasa? —preguntó, sentándose frente a mí.
Lo miré un
instante. Benjamín podía ser la persona más exasperante del mundo, pero también
la más comprensiva y equilibrada.
Suspiré.
—Es mi paciente
—confesé, esperando por su parte el reclamo correspondiente, pero él ni se
inmutó. Decidí continuar—. Sé que le están entregando informes de su estado a
alguien que no es su tutor, y no sé de quién se trata.
Benjamín se
echó atrás en su silla.
—Tu trabajo
no es investigar. Céntrate en curar a ese paciente —objetó.
—Es que
siento que curarlo pasa por saber este tipo de cosas —intenté explicarme.
—Sientes…
—repitió.
—Sí.
En ese
momento se inclinó hacia la mesa, mostrándome cercanía. Se miró las manos como
si evaluara sus palabras, luego me observó.
—¿Recuerdas
cuando en sexto discutiste conmigo porque decías que eras más afín a las ideas
de Freud? —preguntó con calma.
—Sí, pero
¿Qué tiene que ver aquello con esto? —no comprendía su punto.
—Entonces te
dije que tú eras más de Jung —continuó.
Arrugué el
ceño y volví a enfocarme en la pantalla de mi portátil.
—No me estás
ayudando —me quejé.
Él volvió a
apoyar la espalda en la silla.
—No busques
a ese alguien de forma independiente, búscalo a través de tu paciente —me
sugirió.
Entonces lo
miré directamente.
—Eso es
lógico —acepté.
—Gracias
—sonrió Benjamín. Yo le sonreí también— ¿Te vienes a comer conmigo?
Miré la hora
en mi reloj, y negué.
—Lo siento,
no me da tiempo —me disculpé, comenzando a recoger mis cosas— ¿Mañana? —le
ofrecí.
—Mañana no
puedo yo —se puso en pie sin mirarme.
Me sentí
malvada. Llevaba un tiempo sin prestarle a mi amigo la atención que él merecía.
—El domingo
—solté. Él me miró—. Será en casa de mis padres eso sí —me encogí de hombros.
—Me agradan
tus padres —sonrió.
—Y tú les
agradas a ellos —me encogí de hombros—. No sé por qué.
.
Rato más
tarde, mis tacones resonaban contra el mármol de los pasillos del centro.
Abrazado contra el pecho llevaba mi carpeta de informes y la caja de metal con
lo necesario para la muestra de sangre que le tomaría a Bill hoy. Sabía que era
absurdo, pero ese pequeño momento en el que él extendía su brazo hacía mí y yo
introducía la aguja, me resultaba de una intimidad abrumadora.
Quizás debía
considerar el ir a terapia yo también.
Cuando
llegué junto a la puerta de la habitación en la que efectuábamos las terapias,
el enfermero de día me saludó con un gesto que respondí. Lo siguiente fue tocar
mi cabello y comprobar que estaba ajustado en un perfecto recogido.
Entré y me
encontré a Bill observando por la ventana, del mismo modo que hiciera la última
vez que nos habíamos visto.
—Buenos días
—dije, cerrando la puerta.
—Traes
cigarrillos —fue la respuesta que recibí.
—Vaya,
parece que alguien no ha tenido buena noche —me animé a bromear, mientras
dejaba mis cosas sobre la mesilla, junto al sofá.
Bill no
respondió. Lo observé un instante, continuaba con la mirada perdida en el
parque.
—Si quieres,
te tomo la muestra de sangre y salimos —le ofrecí.
Entonces me
miró y asintió sin palabras. Estaba retraído, encerrado en sí mismo.
Se acercó al
sofá y se sentó en él, ofreciéndome su brazo. Cuando me acerqué pude ver las pequeñas
señales, levemente amoratadas, de las muestras anteriores.
—Bill
—murmuré su nombre, cuando comencé a hundir la aguja en su piel.
—¿Qué? —su
voz sonaba cansada.
Busqué sus
ojos durante el instante en que el tubo de cristal se llenaba de sangre. Me
miró. Me mantuve reflejada en su mirada un instante antes de volver a la aguja
y comenzar a quitarla.
—¿Quién es
Luther Wulff? —pregunté.
Bill retiró
el brazo con rapidez, antes que terminara de quitarle la aguja. La sangre
comenzó a brotar desde el pinchazo que se había abierto más de lo necesario.
—¡¿Qué
haces?! —me alteré, sosteniendo su brazo para poner el algodón con alcohol en
la pequeña herida.
—¡¿De dónde
has sacado ese nombre?! —exigió, poniéndose en pie.
—Bill —le
hablé, intentando que se calmara. Él pareció comprenderlo.
—Dime Seele
—insistió. Esta vez no levantó la voz.
Continuará…
N/A
Hola!!!... aquí estoy con un capítulo más
de esta historia que me cuesta un tanto construir. Lamento el retraso. Espero
que les haya gustado.
Un beso.
Siempre en amor.
Anyara.
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