lunes, 29 de abril de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo XV



Capítulo XV

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Bill y yo caminábamos por el parque en busca de una zona para continuar con la sesión. Cuando le pregunté por Luther Wulff su primera reacción había sido violenta y casi paranoica, lo que me llevó de inmediato a recordar las primeras notas que leí sobre él y su estado al ingresar al centro. Luego pareció pensárselo, y cuando le insistí en si conocía el nombre se quedó en silencio.

—¿Hablarás conmigo? —le pregunté, mientras buscábamos un lugar apartado.

Él mantenía su férreo silencio.

—Quedémonos aquí —le indiqué con poca cortesía, acercándome a un banco que había a unos metros.

—Vamos más allá —lo escuché decir a mi espalda. Lo miré—. Por favor —agregó.

A pesar de lo frustrada que me sentía, comprendí que Bill quería hablar pero algo superior a su voluntad se lo impedía.

—Bien —dije, acercándome nuevamente a él. Una vez a su lado agregué una condición—, pero tendrás que responderme.

Su mirada se endureció. Su ceño a pesar de no estar fruncido permanecía rígido, dando a su mirada un aire peligroso.

—No puedo decirte mucho —contestó, avanzando a mi lado.

—Entonces me dirás lo que puedas —sabía que estaba sobrepasando mi papel de médico. Estaba exigiéndole una compensación por mi silencio, por ayudarlo a salir del centro a pesar de saber que no se lo merecía del todo. Le exigía la confianza que yo estaba depositando ciegamente en él.

Bill miró disimuladamente al enfermero que nos seguía. Yo me di la vuelta y le hablé.

—Puedes esperarnos aquí —le indiqué. El hombre me observó como si esperara a que repitiera mi orden—. Estaremos bien —aseguré. Él asintió y se quedó de pie en el sitio.

Me pregunté en dónde era que conseguían a hombres como éste, parecía una especie de soldado adiestrado para el ejército más que un enfermero.

Nos acercamos a un banco que había cerca de un árbol. El sol calentaba demasiado como para permanecer bajo él.

Bill se sentó en el respaldo de madera, y yo me quedé de pie frente a él. Nos miramos fijamente. A mí ya no me quedaba nada por decir, sólo podía esperar a que comenzara a hablar.

—El nombre que me has dado no es un nombre que debas conocer, no es alguien que debas tener cerca —dijo, manteniendo la mirada endurecida, sin despegar sus ojos de los míos.

—Ya es tarde —sentencié. Sentía que iba descendiendo por una escalera hacia un profundo y oscuro lugar.

Bill separó los labios y tomó aire como si comenzara a sufrir un estado de ansiedad. Yo me mantuve firme ante él, no podía mostrarle mi preocupación, al menos no aún. Debía presionar un poco más.

—¿Quién es Luther Wulff? —repetí la pregunta que antes le hiciera, y que tanto lo había inquietado. Dejó de mirarme y su gesto se contrajo dolorosamente, se llevó una mano al cabello y lo enganchó con los dedos. Estaba inquieto.

—No digas su nombre —me pidió, mirando a la distancia.

—Está bien, no lo diré más, pero necesito saberlo —insistí. Bill parecía recobrar parcialmente la calma.

—¿Me das ese cigarrillo? —pidió, sin mirarme a los ojos. Saqué uno de la caja y se lo extendí. Él golpeó el filtro contra su mano, mientras yo buscaba el encendedor— Esto no es justo —reclamó.

—¿Qué cosa? —pregunté, acercando la llama al cigarrillo que ahora permanecía en su boca.

Aspiró el humo profundamente, era su forma de buscar serenidad.

—Que me estés sacando información así —dijo.

—¿Cómo? —me miró, su rostro había mutado de la preocupación casi peligrosa a la indiferencia. Soltó el humo muy despacio.

—Presionando.

—Necesito respuestas —dije, desviándome en el modo en que su boca apretaba el filtro.

—No entiendo tu insistencia —se quejó, molesto—. Deberías venir aquí, cumplir con el tiempo que necesitas de terapia para sacar tu carrera, y olvidarte.

—Vaya, veo que sabes algo sobre mi carrera —esbocé una pequeña sonrisa.

—Es lógico que me informe sobre quienes me atienden ¿No? —se explicó.

—¿Y eso te lo dijo tu hermano? —pregunté, acercándome un paso hacia él. Había ganado ese terreno.

—Gemelo —me increpó. No es que la definición fuese importante, pero Bill quería recuperar el control que sabía perdido en mis manos.

—Gemelo —acepté, dándole la falsa ilusión de control que necesitaba.

Continuaba mirándome y su expresión que había sido de indiferencia, pasó a transmitirme una insondable pasión.

—No juegues conmigo Seele, ya me sé todos los juegos —me advirtió.

Me sentí pequeña, y a punto estuve de retroceder el paso que había avanzado hacia él. Me intimidaba.

Me quedé observándolo, yo era una mujer en comparación con él que apenas había dejado atrás la adolescencia hacia un par de años. Pero lograba que me sintiera como una niña perdida e insegura. Tenía que remediar eso.

Bajé la mirada e insistí con mi pregunta.

—¿Me dirás algo más? —dije, con poca cortesía.

Él no respondió de inmediato, a cambio vi la ceniza de su cigarrillo caer sobre la hierba fresca. Finalmente volví a mirarlo, Bill parecía estar esperando a que lo hiciera. Sus ojos se quedaron fijos en los míos, cavilando las palabras que iba a pronunciar.

—¿Qué estarías dispuesta a hacer para proteger mi secreto? —preguntó.

—¿Hablas del Hecho de tu pasado? —me sentía estimulada por el rumbo que estaba tomando la conversación.

—Sí —aseguró. El cigarrillo se consumía lentamente,

—Depende —quise ser coherente—, no puedes hacerme esa pregunta sin darme más detalles.

—¿Irías a la cárcel por mí? —esta pregunta fue igual de avasalladora que la anterior. Era como si me atacara en espera de mi primera reacción. Muy inteligente de su parte, pero yo era la profesional aquí.

Lo miré atentamente.

—Si vale la pena me arriesgaría —respondí, esperando ganar su confianza. De todas maneras no creía que él fuese a decir más. Esto sólo era un juego, él mismo me lo había advertido; se los sabía todos.

—¿Y cómo puedo saber si lo considerarás valioso? —cuestionó. Para ese momento mi corazón se había disparado, y casi me atrevería a decir que el suyo también.

—Tendrás que arriesgarte como yo —le respondí, con toda la sinceridad que me fue posible.

Bill no dejó de observarme mientras le daba una profunda calada a su cigarrillo. Por mucho que quisiera evitar las conjeturas vanas, algo me decía que ese secreto que guardaba tenía que estar relacionado con Luther Wulff.

El humo salió de su boca, disipándose de inmediato.

—Quizás lo haga —habló decidido. Yo sentía un nudo en la garganta—, pero no será hasta salir de aquí. No puedo exponerme a que me retengas —sentenció.

A pesar de suponer que no diría nada, me sentí frustrada y molesta. Me crucé de brazos y observé a un grupo de pacientes que hacía su terapia en el parque.

—No sé para qué me molesto —me quejé.

—Porque te importo —afirmó. Volví a mirarlo, había un doble fondo en sus palabras.

—Claro, como paciente —intenté aclarar. Bill bajó la mirada, y casi me pareció ver que luchaba por no permitirme ver una sonrisa.

—Toma —extendió el cigarrillo—, fuma conmigo.

Miré su mano, no estaba pasándome el cigarro, estaba ofreciéndome que fumara mientras él lo sostenía ¿Se daba cuenta de ello?

—No puedo hacerlo —rechacé la oferta.

—¿Podrás alguna vez? —insistió.

—Quizás —acepté ¿Qué problema podía haber en compartir un cigarrillo?

Seguramente Benjamín encontraría muchos.

Miré la hora en mi reloj, nuestro tiempo de terapia expiraría pronto y no habíamos avanzado nada.

—Si te doy el alta, qué me asegura que en una terapia externa cooperarás más —le pregunté.

—¿Tu fe en mí? —sonrió, luego aspiró una última calada.

—No es un argumento de peso —confesé. Ahora mismo mi fe en él estaba bastante debilitada.

Bill tiró el cigarrillo sobre la hierba y lo aplastó con el zapato. 

—Luther trabaja con nosotros —dijo—. Conmigo —corrigió, y me dedicó una mirada completamente neutra, carente de emociones. Quería aislar a ese hombre de él mientras hablaba. Intentaba darme algo para que confiara.

Me acerqué un paso más, presa de una sensación de confidencialidad que quería proteger.

—No figura entre los ejecutivos de la discográfica —mencioné. Bill soltó una corta risa cargada de sarcasmo.

—Luther no figura en ninguna parte, pero es dueño de todo —sus palabras intentaban ser las de un narrador imparcial pero eran despectivas, en cada silaba pesaba la frustración que sentía.

—Es por eso que… —comencé a decir, pero me silencié antes de decir más.

—¿Qué? —preguntó, exigente.

Apreté los labios, mirando directamente sus ojos. Había determinación en ellos, inquietud; miedo.

—Que le envían informes de tu estado —le conté, sabiendo en que al decirle esto me estaba arriesgando un poco más.

En ese momento me di cuenta de lo peligroso que era arriesgar ‘un poco más’. Mientras más lo haces, más lejos está el límite.

Nuevamente emitió una sonrisa rota, dejó de mirarme y se enfocó en la distancia.

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La risa de mi padre se mezclaba con la de mi hermano y Benjamín, cuando mi amigo había contado una anécdota de la facultad que yo había enterrado en mis recuerdos, por el bien de mi imagen. Mi madre me observaba con una sonrisa que escondía más que diversión. Sabía perfectamente que la presencia de Benjamín era algo que ella aprobaba sin ocultarlo.

—Cuéntales ahora de el día en que tuve que rescatarte de una clase de ballet —increpé a mi amigo.

—Oh, no —dijo, con la voz clara y alegre—. Estamos en tu casa, es a tus padres a quienes les toca conocer tus trapos sucios.

—¿Ah, sí? —pregunté, intentando darle a mi expresión la gravedad necesaria para parecer enfadada.

—¡Claro! —seguía riendo— Es una especie de norma general.

—¡Pues ya me tocará a mí ir a tu casa y contarle a tus padres unas cuantas historias! —me defendí.

—¡Hecho! —extendió su mano hacia mí para cerrar el trato.

—Sin arrepentimientos —dije, sellando el reto.

Rato más tarde Benjamín y yo nos fumábamos un cigarrillo en la parte de atrás de la casa. El día era cálido e invitaba a pasear por la playa. Casi no recordaba la última vez que había ido a dar un paseo a orillas del mar. Llevaba demasiados días sumergida en el trabajo, el que efectuaba en el hospital y en centro. A pesar de estar en casa de mis padres, y de distraerme todo lo posible, no dejaba de pensar en ese nombre que había descubierto y lo que podía significar.

—¿Me contarás que te preocupa? —escuché a Benjamín junto a mí.

—¿Qué? —pregunté, algo distraída.

—Si me contarás qué te preocupa —repitió.

Lo pensé un instante.

—No me pasa nada —volví a fumar. No me sentía preparada para el sermón que me daría Benjamín si le contaba sobre mi última sesión. Era demasiado consciente de las licencias que me estaba tomando.

—Subestimas lo mucho que te conozco —dijo él, fumando a continuación.

Lo miré, pero él se escabulló  a un rincón del jardín. Sabía que si le seguía el juego, terminaría confesando.

Lo observé desde la distancia, iba recorriendo el camino de rosales que mis padres mantenían junto a una de las paredes. No le prestaba atención a las flores, sólo caminaba. Cuando estuvo a varios metros de distancia se giró y me miró directamente. Quise ser lo suficientemente fuerte como para no doblegarme ante lo que me decían sus ojos. Podía leer en ellos el reproche y la preocupación. Tuve que mirar mis zapatos.

Terminé con el cigarrillo mientras veía de reojo como se acercaba.

—¿Quieres que demos un paseo? —preguntó. Me sorprendí, porque pensé que volvería a insistir con que le contara ese ‘algo’ que él sabía que escondía.

—Me gustaría pero lo cierto es que tengo trabajo pendiente…

—Vamos —me interrumpió, adivinando mis excusas—, prometo que no te interrogaré —extendió su mano hacia mí, invitándome.

Lo miré fijamente. En ocasiones me preguntaba qué había más allá de Benjamín. Era mi amigo, lo conocía y sabía que podía contar con él, pero una parte de mí sabía que su compañía era por algo más que simplemente prefería ignorar.

—Vamos —acepté, sonriéndole y depositando mi mano y mi confianza en la suya.

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Dos días después estaba frente a la puerta del Robert Hayman, esperando a que estuviese libre para hablar de mi paciente y de su alta médica. Había repasado varias veces el informe que le entregaría, en el que omitía por completo nuestra última conversación. El nombre de Luther no se mencionaba para nada.

La puerta del doctor Hayman se abrió. Tensé la espalda, necesitaba mostrarme profesional y segura, para que mi determinación lo convenciera de la decisión que había tomado sobre el caso.

—Sí claro, será un placer recibirlo cuando usted quiera —dijo Hayman a un hombre que salía con él. Era alto y ligeramente canoso.

—Estaremos en contacto —respondió éste. Su modo de hablar resultaba extraño, con un leve acento, por lo que asumí que sería extranjero.

—No tenga duda —continuó Hayman, estrechando la mano del hombre firmemente—. Hasta luego Luther.

Sentí que el corazón se me detenía, y la sangre me bajaba hasta los pies.

—Hasta luego —respondió el hombre, comenzando a caminar en mi dirección.

Me miró mientras avanzaba. Sus ojos eran azules, intensos y peligrosos. Por un momento sentí que leía a través de los míos, que me desollaría con tal de saber lo que ocultaba. Luego la lógica me indicaría que él no podía conocer esos secretos, pero en el momento en que pasó a centímetros de mí y me sonrió con una máscara de amabilidad que no escondía su fuerza despiadada, experimenté algo muy cercano al terror.

Debía ser el mismo Luther, no podía tratarse de otro.

—Seele, pasa —me indicó Hayman.

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Continuará.

Bueno, bueno… aquí estoy con el capítulo 15 ^^ . Lo cierto es que esta historia me gusta mucho, me cansa mucho y me llena de expectativas. Espero que ustedes vayan comprendiendo poco a poco a los personajes.

Un beso, y muchas gracias por leer.

Siempre en amor.

Anyara


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