Capítulo XV
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Bill y yo
caminábamos por el parque en busca de una zona para continuar con la sesión.
Cuando le pregunté por Luther Wulff su primera reacción había sido violenta y
casi paranoica, lo que me llevó de inmediato a recordar las primeras notas que
leí sobre él y su estado al ingresar al centro. Luego pareció pensárselo, y
cuando le insistí en si conocía el nombre se quedó en silencio.
—¿Hablarás
conmigo? —le pregunté, mientras buscábamos un lugar apartado.
Él mantenía su
férreo silencio.
—Quedémonos
aquí —le indiqué con poca cortesía, acercándome a un banco que había a unos
metros.
—Vamos más
allá —lo escuché decir a mi espalda. Lo miré—. Por favor —agregó.
A pesar de
lo frustrada que me sentía, comprendí que Bill quería hablar pero algo superior
a su voluntad se lo impedía.
—Bien —dije,
acercándome nuevamente a él. Una vez a su lado agregué una condición—, pero
tendrás que responderme.
Su mirada se
endureció. Su ceño a pesar de no estar fruncido permanecía rígido, dando a su
mirada un aire peligroso.
—No puedo
decirte mucho —contestó, avanzando a mi lado.
—Entonces me
dirás lo que puedas —sabía que estaba sobrepasando mi papel de médico. Estaba
exigiéndole una compensación por mi silencio, por ayudarlo a salir del centro a
pesar de saber que no se lo merecía del todo. Le exigía la confianza que yo
estaba depositando ciegamente en él.
Bill miró
disimuladamente al enfermero que nos seguía. Yo me di la vuelta y le hablé.
—Puedes
esperarnos aquí —le indiqué. El hombre me observó como si esperara a que
repitiera mi orden—. Estaremos bien —aseguré. Él asintió y se quedó de pie en
el sitio.
Me pregunté
en dónde era que conseguían a hombres como éste, parecía una especie de soldado
adiestrado para el ejército más que un enfermero.
Nos
acercamos a un banco que había cerca de un árbol. El sol calentaba demasiado
como para permanecer bajo él.
Bill se
sentó en el respaldo de madera, y yo me quedé de pie frente a él. Nos miramos
fijamente. A mí ya no me quedaba nada por decir, sólo podía esperar a que
comenzara a hablar.
—El nombre
que me has dado no es un nombre que debas conocer, no es alguien que debas
tener cerca —dijo, manteniendo la mirada endurecida, sin despegar sus ojos de
los míos.
—Ya es tarde
—sentencié. Sentía que iba descendiendo por una escalera hacia un profundo y
oscuro lugar.
Bill separó
los labios y tomó aire como si comenzara a sufrir un estado de ansiedad. Yo me
mantuve firme ante él, no podía mostrarle mi preocupación, al menos no aún.
Debía presionar un poco más.
—¿Quién es
Luther Wulff? —repetí la pregunta que antes le hiciera, y que tanto lo había
inquietado. Dejó de mirarme y su gesto se contrajo dolorosamente, se llevó una
mano al cabello y lo enganchó con los dedos. Estaba inquieto.
—No digas su
nombre —me pidió, mirando a la distancia.
—Está bien,
no lo diré más, pero necesito saberlo —insistí. Bill parecía recobrar
parcialmente la calma.
—¿Me das ese
cigarrillo? —pidió, sin mirarme a los ojos. Saqué uno de la caja y se lo
extendí. Él golpeó el filtro contra su mano, mientras yo buscaba el encendedor—
Esto no es justo —reclamó.
—¿Qué cosa?
—pregunté, acercando la llama al cigarrillo que ahora permanecía en su boca.
Aspiró el
humo profundamente, era su forma de buscar serenidad.
—Que me
estés sacando información así —dijo.
—¿Cómo? —me
miró, su rostro había mutado de la preocupación casi peligrosa a la
indiferencia. Soltó el humo muy despacio.
—Presionando.
—Necesito
respuestas —dije, desviándome en el modo en que su boca apretaba el filtro.
—No entiendo
tu insistencia —se quejó, molesto—. Deberías venir aquí, cumplir con el tiempo
que necesitas de terapia para sacar tu carrera, y olvidarte.
—Vaya, veo
que sabes algo sobre mi carrera —esbocé una pequeña sonrisa.
—Es lógico
que me informe sobre quienes me atienden ¿No? —se explicó.
—¿Y eso te
lo dijo tu hermano? —pregunté, acercándome un paso hacia él. Había ganado ese
terreno.
—Gemelo —me
increpó. No es que la definición fuese importante, pero Bill quería recuperar
el control que sabía perdido en mis manos.
—Gemelo
—acepté, dándole la falsa ilusión de control que necesitaba.
Continuaba
mirándome y su expresión que había sido de indiferencia, pasó a transmitirme
una insondable pasión.
—No juegues
conmigo Seele, ya me sé todos los juegos —me advirtió.
Me sentí
pequeña, y a punto estuve de retroceder el paso que había avanzado hacia él. Me
intimidaba.
Me quedé
observándolo, yo era una mujer en comparación con él que apenas había dejado
atrás la adolescencia hacia un par de años. Pero lograba que me sintiera como
una niña perdida e insegura. Tenía que remediar eso.
Bajé la
mirada e insistí con mi pregunta.
—¿Me dirás
algo más? —dije, con poca cortesía.
Él no
respondió de inmediato, a cambio vi la ceniza de su cigarrillo caer sobre la
hierba fresca. Finalmente volví a mirarlo, Bill parecía estar esperando a que
lo hiciera. Sus ojos se quedaron fijos en los míos, cavilando las palabras que
iba a pronunciar.
—¿Qué
estarías dispuesta a hacer para proteger mi secreto? —preguntó.
—¿Hablas del
Hecho de tu pasado? —me sentía estimulada por el rumbo que estaba tomando la
conversación.
—Sí
—aseguró. El cigarrillo se consumía lentamente,
—Depende
—quise ser coherente—, no puedes hacerme esa pregunta sin darme más detalles.
—¿Irías a la
cárcel por mí? —esta pregunta fue igual de avasalladora que la anterior. Era
como si me atacara en espera de mi primera reacción. Muy inteligente de su
parte, pero yo era la profesional aquí.
Lo miré
atentamente.
—Si vale la
pena me arriesgaría —respondí, esperando ganar su confianza. De todas maneras
no creía que él fuese a decir más. Esto sólo era un juego, él mismo me lo había
advertido; se los sabía todos.
—¿Y cómo
puedo saber si lo considerarás valioso? —cuestionó. Para ese momento mi corazón
se había disparado, y casi me atrevería a decir que el suyo también.
—Tendrás que
arriesgarte como yo —le respondí, con toda la sinceridad que me fue posible.
Bill no dejó
de observarme mientras le daba una profunda calada a su cigarrillo. Por mucho
que quisiera evitar las conjeturas vanas, algo me decía que ese secreto que
guardaba tenía que estar relacionado con Luther Wulff.
El humo
salió de su boca, disipándose de inmediato.
—Quizás lo
haga —habló decidido. Yo sentía un nudo en la garganta—, pero no será hasta
salir de aquí. No puedo exponerme a que me retengas —sentenció.
A pesar de
suponer que no diría nada, me sentí frustrada y molesta. Me crucé de brazos y
observé a un grupo de pacientes que hacía su terapia en el parque.
—No sé para
qué me molesto —me quejé.
—Porque te
importo —afirmó. Volví a mirarlo, había un doble fondo en sus palabras.
—Claro, como
paciente —intenté aclarar. Bill bajó la mirada, y casi me pareció ver que
luchaba por no permitirme ver una sonrisa.
—Toma
—extendió el cigarrillo—, fuma conmigo.
Miré su
mano, no estaba pasándome el cigarro, estaba ofreciéndome que fumara mientras
él lo sostenía ¿Se daba cuenta de ello?
—No puedo hacerlo
—rechacé la oferta.
—¿Podrás
alguna vez? —insistió.
—Quizás
—acepté ¿Qué problema podía haber en compartir un cigarrillo?
Seguramente
Benjamín encontraría muchos.
Miré la hora
en mi reloj, nuestro tiempo de terapia expiraría pronto y no habíamos avanzado
nada.
—Si te doy
el alta, qué me asegura que en una terapia externa cooperarás más —le pregunté.
—¿Tu fe en
mí? —sonrió, luego aspiró una última calada.
—No es un
argumento de peso —confesé. Ahora mismo mi fe en él estaba bastante debilitada.
Bill tiró el
cigarrillo sobre la hierba y lo aplastó con el zapato.
—Luther
trabaja con nosotros —dijo—. Conmigo —corrigió, y me dedicó una mirada
completamente neutra, carente de emociones. Quería aislar a ese hombre de él
mientras hablaba. Intentaba darme algo para que confiara.
Me acerqué
un paso más, presa de una sensación de confidencialidad que quería proteger.
—No figura
entre los ejecutivos de la discográfica —mencioné. Bill soltó una corta risa
cargada de sarcasmo.
—Luther no
figura en ninguna parte, pero es dueño de todo —sus palabras intentaban ser las
de un narrador imparcial pero eran despectivas, en cada silaba pesaba la
frustración que sentía.
—Es por eso
que… —comencé a decir, pero me silencié antes de decir más.
—¿Qué?
—preguntó, exigente.
Apreté los
labios, mirando directamente sus ojos. Había determinación en ellos, inquietud;
miedo.
—Que le
envían informes de tu estado —le conté, sabiendo en que al decirle esto me
estaba arriesgando un poco más.
En ese
momento me di cuenta de lo peligroso que era arriesgar ‘un poco más’. Mientras
más lo haces, más lejos está el límite.
Nuevamente
emitió una sonrisa rota, dejó de mirarme y se enfocó en la distancia.
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La risa de
mi padre se mezclaba con la de mi hermano y Benjamín, cuando mi amigo había
contado una anécdota de la facultad que yo había enterrado en mis recuerdos,
por el bien de mi imagen. Mi madre me observaba con una sonrisa que escondía
más que diversión. Sabía perfectamente que la presencia de Benjamín era algo
que ella aprobaba sin ocultarlo.
—Cuéntales
ahora de el día en que tuve que rescatarte de una clase de ballet —increpé a mi
amigo.
—Oh, no
—dijo, con la voz clara y alegre—. Estamos en tu casa, es a tus padres a
quienes les toca conocer tus trapos sucios.
—¿Ah, sí?
—pregunté, intentando darle a mi expresión la gravedad necesaria para parecer
enfadada.
—¡Claro!
—seguía riendo— Es una especie de norma general.
—¡Pues ya me
tocará a mí ir a tu casa y contarle a tus padres unas cuantas historias! —me
defendí.
—¡Hecho!
—extendió su mano hacia mí para cerrar el trato.
—Sin
arrepentimientos —dije, sellando el reto.
Rato más
tarde Benjamín y yo nos fumábamos un cigarrillo en la parte de atrás de la
casa. El día era cálido e invitaba a pasear por la playa. Casi no recordaba la
última vez que había ido a dar un paseo a orillas del mar. Llevaba demasiados
días sumergida en el trabajo, el que efectuaba en el hospital y en centro. A
pesar de estar en casa de mis padres, y de distraerme todo lo posible, no
dejaba de pensar en ese nombre que había descubierto y lo que podía significar.
—¿Me
contarás que te preocupa? —escuché a Benjamín junto a mí.
—¿Qué?
—pregunté, algo distraída.
—Si me
contarás qué te preocupa —repitió.
Lo pensé un
instante.
—No me pasa
nada —volví a fumar. No me sentía preparada para el sermón que me daría
Benjamín si le contaba sobre mi última sesión. Era demasiado consciente de las
licencias que me estaba tomando.
—Subestimas
lo mucho que te conozco —dijo él, fumando a continuación.
Lo miré,
pero él se escabulló a un rincón del
jardín. Sabía que si le seguía el juego, terminaría confesando.
Lo observé
desde la distancia, iba recorriendo el camino de rosales que mis padres mantenían
junto a una de las paredes. No le prestaba atención a las flores, sólo
caminaba. Cuando estuvo a varios metros de distancia se giró y me miró
directamente. Quise ser lo suficientemente fuerte como para no doblegarme ante
lo que me decían sus ojos. Podía leer en ellos el reproche y la preocupación.
Tuve que mirar mis zapatos.
Terminé con
el cigarrillo mientras veía de reojo como se acercaba.
—¿Quieres
que demos un paseo? —preguntó. Me sorprendí, porque pensé que volvería a
insistir con que le contara ese ‘algo’ que él sabía que escondía.
—Me gustaría
pero lo cierto es que tengo trabajo pendiente…
—Vamos —me
interrumpió, adivinando mis excusas—, prometo que no te interrogaré —extendió
su mano hacia mí, invitándome.
Lo miré
fijamente. En ocasiones me preguntaba qué había más allá de Benjamín. Era mi
amigo, lo conocía y sabía que podía contar con él, pero una parte de mí sabía
que su compañía era por algo más que simplemente prefería ignorar.
—Vamos
—acepté, sonriéndole y depositando mi mano y mi confianza en la suya.
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Dos días
después estaba frente a la puerta del Robert Hayman, esperando a que estuviese
libre para hablar de mi paciente y de su alta médica. Había repasado varias
veces el informe que le entregaría, en el que omitía por completo nuestra
última conversación. El nombre de Luther no se mencionaba para nada.
La puerta
del doctor Hayman se abrió. Tensé la espalda, necesitaba mostrarme profesional
y segura, para que mi determinación lo convenciera de la decisión que había
tomado sobre el caso.
—Sí claro,
será un placer recibirlo cuando usted quiera —dijo Hayman a un hombre que salía
con él. Era alto y ligeramente canoso.
—Estaremos
en contacto —respondió éste. Su modo de hablar resultaba extraño, con un leve
acento, por lo que asumí que sería extranjero.
—No tenga
duda —continuó Hayman, estrechando la mano del hombre firmemente—. Hasta luego
Luther.
Sentí que el
corazón se me detenía, y la sangre me bajaba hasta los pies.
—Hasta luego
—respondió el hombre, comenzando a caminar en mi dirección.
Me miró
mientras avanzaba. Sus ojos eran azules, intensos y peligrosos. Por un momento
sentí que leía a través de los míos, que me desollaría con tal de saber lo que
ocultaba. Luego la lógica me indicaría que él no podía conocer esos secretos,
pero en el momento en que pasó a centímetros de mí y me sonrió con una máscara
de amabilidad que no escondía su fuerza despiadada, experimenté algo muy
cercano al terror.
Debía ser el
mismo Luther, no podía tratarse de otro.
—Seele, pasa
—me indicó Hayman.
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Continuará.
Bueno, bueno… aquí estoy con el capítulo 15
^^ . Lo cierto es que esta historia me gusta mucho, me cansa mucho y me llena
de expectativas. Espero que ustedes vayan comprendiendo poco a poco a los
personajes.
Un beso, y muchas gracias por leer.
Siempre en amor.
Anyara
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