Capítulo XVI
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Entré
lentamente en la oficina del doctor Hayman. Me sentía aturdida y confusa. Lo
miré de reojo, deseando preguntarle quién era ese hombre al que acababa de
despedir. Pero ese sentido común particular que últimamente estaba
desarrollando en torno a Bill, me hizo desistir.
—Siéntate
—me invitó, luego de cerrar la puerta y dirigirse hacia su escritorio—
¿Esperabas hacía mucho?
La pregunta
me pilló por sorpresa. No por su contexto, ni siquiera por su fondo; en
realidad yo me encontraba en un estado difícil de llevar.
—No —me
aclaré suavemente la garganta—, llegué hace un momento.
—Ya veo —se
sentó en su lugar, y desde ahí volvió a hablar— ¿Hablaremos de tu paciente?
—preguntó, regalándome una sonrisa a continuación.
Bajé la
mirada al expediente que traía en las manos. Quise tomar aire profundamente
para infundirme fuerza, pero no iba a delatarme delante de Hayman.
—Sí —acepté,
sentándome frente a él.
—Muy bien,
adelante —me pidió.
En ese
momento supe que debía sacar a Bill del centro.
—Bueno
—comencé, centrándome en la documentación que traía en mis manos—, el tiempo de
prueba ha concluido, y salvo algunas alteraciones poco relevantes en el estado
de ánimo del paciente, todo ha resultado como debía.
—¿A qué te
refieres con cómo debía? —preguntó. No quise alzar la mirada, continué
sumergida en mis papeles.
—Se la ha
quitado la medicación, salvo un tranquilizante leve, el paciente está
completamente libre de toxinas. Así que por mi parte le permitiría dejar el
centro sin problemas —en ese momento lo miré.
—Pero aún
está recibiendo medicamentos —quiso objetar.
—Nada que
una tila no pueda sustituir —respondí con determinación, aunque por dentro
temblaba como un flan.
—Permíteme
revisar los análisis —pidió, extendiendo la mano por encima del escritorio.
A pesar de
que en aquel informe que portaba estaban mis notas más generales sobre Bill, no
pude evitar sentir que todo eso caía en las peores manos. Quizás lo estaba
juzgando mal, quizás el doctor Hayman no sabía a quién le estaba entregando
informes de mi paciente, pero ¿Lo sabía yo en realidad?
Sólo tenía
unas cuantas palabras de aprensión por parte de un enfermo, que había sufrido un
episodio claro de alucinación en mi presencia.
¿Y si me
equivocaba?
Tal vez
debía considerar hablar con el doctor Hayman. Después de todo ¿No se suponía
que él debía ser mi guía en este caso?
Lo observé
atentamente mientras repasaba mi informe. Él me miró por encima de sus lentes
de lectura.
—¿Pasa algo
Seele? —pregunto con amabilidad.
¿Por qué
dudaba de él y no de Bill? ¿Por qué me permitía el involucrarme de este modo en
las emociones rotas de un paciente?
“Hay ciertos pasos en la vida que te llevan
irremediablemente al que será tu camino.”
—No, nada
—negué con un gesto suave.
Sabía que
estaba tomando una decisión que podía ser equivocada, pero la opción también
podía serlo, aunque probablemente no traería consecuencias a mi carrera.
—Al parecer
tu paciente se mantiene estable —habló, pasando las hojas del informe.
—Sí, lo
está.
—Las
sesiones no parecen haber avanzado demasiado —otra vez me miró por encima de
sus lentes.
—Han
avanzado —sentencié—. No siempre los pacientes cuentan las razones de sus
dependencias. Basta con que las reconozcan interiormente para comenzar con una
rehabilitación.
Me observó
en silencio, olvidando completamente el informe. Luego lo cerró y lo dejó sobre
su escritorio.
—Entonces
crees que va en vías de una rehabilitación —dijo.
—Es lo que
me muestran los antecedentes que le he entregado —No estaba diciendo nada que
no fuese verdad.
Él asintió
lentamente, recorriendo con la mirada los objetos de su escritorio. Parecía
estar esperando un suspiro, un sonido, cualquier reacción de mi parte que
abriera una fisura de inseguridad por la que entrar.
No se la
daría.
En ese
momento me di cuenta que estaba viendo al doctor Hayman como una especie de
enemigo del que debía protegerme.
—Bien Seele
—me habló, finalmente—, por mi parte puedes darle el alta a tu paciente cuando
decidas —asentí—. Eso sí, quiero estar informado de los resultados de las
sesiones que tengas con él, recuerda que es un alta parcial.
—Desde luego
—respondí y me puse en pie de inmediato.
—¿Las
sesiones serán aquí? —preguntó de pronto. Eso ni siquiera me lo había
planteado.
Así que
despeje la interrogante que me acababa de hacer de la mejor manera posible.
—En el
domicilio del paciente —contesté.
—Muy bien
—aceptó.
—¿Eso es
todo? —necesitaba salir de esa oficina y respirar profundamente.
—Sí, puedes
marcharte —me sonrió.
Aquella
sonrisa que semanas atrás me resultaba condescendiente, ahora me parecía
hipócrita. Tenía que calmarme o mi juicio caería del todo.
Mientras
abría la puerta para salir, no pude evitar pensar en cuánto de lo que aquí se
había hablado lo sabría Luther Wulff en cuestión de horas.
Respiré
profundamente cuando entré en la oficina que ocupaba durante mis turnos. Busqué
un cigarrillo, me temblaban las manos, comencé a fumarlo torpemente. Sólo
cuando el humo recorrió mi garganta empecé a calmarme. Me acerqué a la ventana,
esperando que el verde del paisaje me relajara. En ese momento vi a Bill
sentado en uno de los bancos del parque. Parecía tranquilo, lo que de alguna
forma me tranquilizaba a mí también. Quizás no estaba cometiendo un error.
Después de todo no siempre se puede avanzar sólo por el terreno seguro ¿no?
El auto
convencimiento también era una patología.
Sacudí la
ceniza del cigarrillo y volví a aspirar el humo. Bill alzó la mirada,
observándome. Este momento lo habíamos vivido el día en que me asignaron su
caso, y volvíamos a vivirlo hoy, que estaba dispuesta a dejarlo salir de aquí.
Nos miramos y nos mantuvimos así bajo un silencio obligado por la distancia,
pero que de alguna forma supe que existiría a pesar de estar frente a frente.
El teléfono
interno del centro sonó.
—¿Si?
—respondí.
—Doctora
Lausen —dijo Amanda—, el señor Kaulitz está aquí.
—Bien, voy
de inmediato —contesté, antes de apagar el cigarrillo.
.
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Había salido
al parque hacia un momento. Era una hora intermedia entre mi sesión grupal y la
privada que solía tener con Seele. Intentaba mantenerme calmado, a pesar de la
inquietud que sentía. Ella me había dejado ver señales y creía que el salir de
aquí sería inminente, pero aún no me comunicaba su decisión. Esperaba que lo
hiciese hoy.
Alcé la
mirada hasta la ventana en que la había visto por primera vez. Me sorprendí al
encontrarla ahí, observándome. Fue sólo un instante en el que ninguno de los
dos apartó la mirada, como si nos conociéramos profundamente. Luego se alejó,
pero yo continué mirando la ventana, esperando a que apareciese otra vez.
—¿Te vas o
no? —escuché la voz de Michael.
Estaba a mi
espalda, se había acercado sigilosamente.
—Aún no lo
sé —contesté, quitando la mirada de la ventana.
—¿Tu doctora
no te lo ha dicho? —continuó preguntando. Lo tenía muy cerca, así que me moví
ligeramente evitando su respiración en mi cuello.
—No —dije—
¿Y cómo va tu tratamiento? —quise evitar más preguntas. Michael tenía la
facultad de llevar todo a su terreno.
—Ya sabes
—respondió.
—¿Saldrás
pronto? —insistí.
—Sí
—aseguró.
Me giré para
mirarlo mejor. Su respuesta no me parecía coherente, su rehabilitación no
avanzaba, yo tenía pruebas irrefutables de ello.
—¿Te darán
el alta? —pregunté, perspicaz.
La pequeña
sonrisa de Michael confirmó mis sospechas.
—No hagas
estupideces —le dije, volviendo a la hoja que había arrancado a un árbol y que
doblaba en múltiples partes.
—Puf —lo
escuché bufar—, aún no sales de aquí y ya te has convertido en un aburrido.
Se sentó a
mi lado.
—Si quieres
verlo así —contesté. No tenía deseos de discutir.
Ambos nos
quedamos en silencio un momento.
—Cuando
llegaste eras divertido —se quejó— ¿Qué te ha pasado?
—No lo
entenderías —negué suavemente.
Michael hizo
un sonido de hastío.
—Siempre
dices lo mismo —volvió a quejarse.
Por un
segundo tuve deseos de escupir mis razones, pero no lo haría, nunca lo haría.
Ni con él, ni con nadie.
—¿Has hecho
algo realmente terrible en tu vida? —le pregunté de todas formas. Empujado por la
presión que ejerce el tener por tanto tiempo un secreto.
Michael se
rió.
—Unas
cuantas —contestó.
—No me
refiero a insignificancias —intenté aclarar. Dentro de mis consideraciones no
estaban los robos menores o las fiestas sin inhibiciones—, si no a algo que te
condene, algo realmente horrible —mi voz se fue apagando a medida que terminaba
la frase. El ímpetu siempre se extinguía mientras más cerca estaba de confesar.
—No lo sé
—se encogió de hombros—. Algunos dicen que por esto me iré al infierno —removió
las muñequeras que siempre llevaba y me enseñó dos gruesas cicatrices.
Él había
sido más valiente que yo, o más cobarde; eso dependía de a quién se lo
preguntaras.
—¿Valió la
pena? —quise saber, de todos modos.
—Por un
momento sí, luego me di cuenta de que me habían salvado —miró en otra
dirección.
Ambos
mantuvimos el silencio por un instante.
Lo observé, y vi una parte de mí mismo en él, esa
que se desespera y anhela morir para descansar. Las cicatrices que Michael
llevaba en las manos, las tenía yo en el alma de forma invisible pero igual de
dolorosas. Lo envidiaba por lo que él podía hacer. Su locura, su permanente
estado de irreverencia le permitía dejar de pensar y dar ese paso, porque cuando el veneno invade tu
sistema sólo queda abrir las venas y desangrarte.
—Quiero un cigarrillo —dijo.
—Y yo… no te imaginas cuánto.
.
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Tom Kaulitz leía con cuidado el documento que le había entregado.
Llevábamos unos minutos reunidos y le había puesto al tanto del alta de su
hermano.
—¿Hay algo que no comprenda? —pregunté, las condiciones del alta eran muy
claras y estaban perfectamente enumeradas para no llevar a equívocos.
—El documento es conciso —aceptó, dejando el papel sobre la mesa de
reuniones.
—Pero hay alguna objeción ¿No es así? —dejé la pregunta abierta, porque
sabía que Tom Kaulitz se manejaba con la misma inquietante minuciosidad de su gemelo.
Él se mantuvo pensativo, creando un pequeño vacío en la conversación.
Podía suponer su intranquilidad, ambos la compartíamos.
—¿Está Bill realmente preparado para salir de aquí? —formuló su pregunta.
Yo bajé la mirada un instante. Él lo aprovechó para complementarla— Mi hermano
puede ser muy persuasivo, puede parecer muy entero y seguro de sus pasos, pero
si lo traje aquí fue por algo.
No pude evitar mirarlo directamente mientras hablaba. Sus palabras eran
como un reflejo de mi consciencia, de esa parte de mí que temía dejar salir a
Bill.
—Acepto que hay riesgos en enviarlo a casa —comencé a decir. Tom se iba
tensando un poco más con cada una de mis palabras—, pero es el único modo que
veo para avanzar.
—¿Jugando con su seguridad? —preguntó, molesto. No sin razón— ¿Se hará
cargo usted de él día y noche? —comenzaba a alzar la voz. Algo poco conveniente
si quería que todo pareciese normal. No podía darme el lujo de dar más
explicaciones a Hayman y si Tom no estaba de acuerdo, tendría que darlas.
—Comprendo su preocupación, pero no puedo ser una doctora de veinticuatro
horas —aclaré. En su mirada podía ver la profunda preocupación que sentía por
su hermano—, pero sí puedo ofrecerle una amplia disposición. Me interesa la
recuperación de Bill tanto como a usted —intenté calmarlo.
Tom se dejó caer, apoyando la espalda en la silla. Parecía cansado.
—Estoy en medio de muchas exigencias en el trabajo —comenzó a decir—. Sé
que Bill querrá involucrarse en todo y lo hará bien —se rió con cierta ironía.
—El trabajo puede funcionar como una terapia —aseguré.
—No en su caso —afirmó él.
En ese momento relacioné la música, las palabras de Bill sobre Luther y
su necesidad de salir para actuar como un escudo entre su hermano y él.
—Tom —hablé, el me miró. Las facciones de su rostro estaban rígidas por
el enfado—, Bill tiene muchas cosas que contar, pero no dirá nada mientras esté
aquí —él se mantuvo en silencio—, firme el consentimiento para la terapia
externa y le prometo que haré todo lo que esté en mi mano para ayudarle.
Ambos nos observamos. Nos medimos como dos contrincantes, del mismo modo
en que Bill se media conmigo.
—Él no puede estar sólo —quiso condicionar.
—Nos encargaremos de que no lo esté —dije. Sin saber cómo podría cumplir
con aquella promesa.
—Si hay alguna crisis, la llamaré, así sean las tres de la madrugada —me
advirtió.
—Bien —acepté. De todos modos ya estaba renunciando a horas de sueño por
éste paciente.
Luego de eso continuó mirándome como si esperara a que una nueva
advertencia apareciera en su mente. Finalmente, cuando no pudo pensar en nada
más, acercó el papel y tomó el lápiz que yo le había extendido antes y firmó.
Estaba hecho, me acababa de convertir en niñera a tiempo parcial de una
bomba de tiempo.
.
Continuará…
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Aquí estoy con
un capítulo más de Cápsulas. Éste es más bien uno de transición en el que los
elementos para seguir adelante se están poniendo en orden. A pesar de ello, se
dejan ver ciertas cosas importantes.
Espero que les
guste y que me dejen sus comentarios.
Un beso enorme,
y gracias por leer.
Siempre en
amor.
Anyara
Me gusta muchisimo , sin duda la lealtad de hermanos elamro siempre sera un factor importanisimo ... me gusta muchisimo Selee ... ¿en que te has metido?
ResponderEliminarATT: PEQUE :D
Mi linda peque. Muchas gracias por pasarte por aquí!!!! Muakkk ♥
EliminarSeele no sabe en lo que se está metiendo, pero algo me dice que se está metiendo porque su espíritu aventurero se lo pide.
Gracias por leer, mi niña ♥
Cada vez me atrapa más !!
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