miércoles, 5 de junio de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo XX

Capítulo XX

.

Chateau Marmont era un lugar elegante. Majestuoso y reservado. De alguna manera, a pesar de sus toques vanguardistas, seguía siendo un trozo de Europa en medio de Los Angeles. No es que conociese demasiados castillos centenarios, pero las habitaciones a media luz y  los corredores de arcos que daban al jardín, me recordaban a esos trozos reconstruidos de historia en el viejo continente. El ruido sosegado de las voces, producía un eco murmurado que chocaba contra la piedra. Si no supiese que iba a una reunión con toques de fiesta, creería que me llevaban a algún paredón para ser exhibido y juzgado.

—¿Qué te ha dado que te has vestido así? —bromeo Tom, a mi lado, mientras recorríamos un amplio pasillo en dirección al ascensor. Se refería al traje blanco que había decidido ponerme.

Muchas veces mis indumentarias, las joyas y el maquillaje que llevaba, eran una especie de armadura que me protegía de todo lo que me rodeaba. Cuando me disfrazaba de una estrella de la música, podía enfrentar con un poco más de hipocresía a todo aquel que se me acercaba con falsas ilusiones.

—¿No te gusta? —quise bromear también, tocando la pajarita blanca que adornaba el cuello de mi camisa negra.

—No, es horrible —se sinceró mi hermano—, pero te sienta bien —aceptó finalmente.

Sí, esa era una de mis tantas ventajas ante los demás. La ropa me sentaba bien, me calzaba como si fuese un guante y la maestría con la que representaba mi papel de deidad, era la espada con la que arrancaba corazones y los sentía palpitar en mi mano. Quizás ese era el valor que veía Luther en mí, y por el que me mantenía a su lado como una mascota fiera e irremplazable.

El ascensor se abrió y nos permitió la entrada a una pequeña y silenciosa estancia. Una amplia puerta blanca nos esperaba a Tom, a David y a mí justo en frente. Los seis pasos que nos separaban resonaron en mis oídos como bloques de piedra.

—Está muy silencioso —dijo David, sonriendo, al oprimir un botón junto a la puerta.

—Las fiestas de Luther suelen ser muy… ¿Cómo diría? —siguió Tom.

—Exclusivas —dije.

Él siempre se encargaba de tener en sus fiestas a las personas adecuadas a sus intereses. Pocas veces había visto a “pajarillos” desprovistos de la maldad necesaria para este mundo salvaje de la música.

—Sí, se podría decir así —aceptó Tom.

En ese momento se escuchó la cerradura eléctrica. Nadie nos habló, pero seguramente desde el interior nos observaban mientras esperábamos en la entrada. Cuando la puerta se abrió, la hasta ahora silenciosa estancia se llenó con el ruido de la música y las voces que había en el interior. Un alto, adusto y elegante hombre nos recibió.

—Adelante, el señor Wulff los espera —dijo, pronunciando una frase correctamente programada, y que había escuchado más veces de las que quisiera.

Al entrar me encontré con algunas miradas que gatillaron de inmediato mi sonrisa amable y hasta complaciente. La máscara estaba alzada, y nadie podía notar que bajo mi piel la ansiedad estaba cautiva. Luchaba y me desangraba lentamente.

Comencé a recorrer el lugar, saludando a rostros conocidos y desconocidos. Las habitaciones del ático eran espaciosas y  estaban cómodamente comunicadas entre sí. Al entrar en la segunda estancia, hayamos a Luther. Reía, acompañado de tres personas más. Nos hizo un gesto, era obvio que nos esperaba, o quizás era más lógico decir que me esperaba.

—El ambiente parece agradable —dijo David, adelantándose a Tom y a mí, respondiendo el gesto de Luther con la mano.

—¿Estarás bien? —me preguntó mi hermano, refiriéndose al ambiente. El alcohol y lo demás que se movía en estas reuniones eran su principal preocupación.

—Sí, claro —quise tranquilizarlo, pero Tom me observó con una mirada profunda y acertada. Él sabía que yo no estaba bien, y también sabía que nunca le diría la razón.

De ese modo nuestras conversaciones que antes eran fluidas, divertidas y llenas de verdades, se habían convertido en grises espacios de silencio.

Me mezclé entre la gente, ya se encargaría Luther de hacerme inevitable su presencia. Salí a la terraza, la ciudad de Los Angeles se apreciaba perfectamente desde la altura. Miré a la distancia, observando la zona en la que vivía Seele. Me pregunté qué estaría haciendo un sábado por la noche. Quizás una de esas luces fuese la de su ventana.

—Te sienta bien el blanco —escuché junto a mí. Era Luther— ¿Estás dejando atrás tu oscuro pasado? —preguntó, extendiéndome una copa.

—Ojalá el traje lograra eso —contesté con la misma desfachatez que él, recibiendo lo que me ofrecía.

Miré el interior, cuestionándome el contenido. Una parte de mí siempre tenía reticencias, la otra necesitaba escapar.

Bebí un largo sorbo, comprobando que se trataba de vodka, una de las mejores bebidas si no querías anunciar a todo el mundo que estabas bebiendo. Era fuerte y no tenía olor. Nadie sabía que bebías hasta que las piernas comenzaban a fallarte o se te enredaban las palabras en la lengua.

—¿Ha sido muy duro esta vez? —preguntó, refiriéndose a mi tratamiento.

—No me des conversación, sólo dime a quién quieres hoy —corté sus preguntas, tajante. Resignado a mi función.

Luther rió.

—Mi chico astuto —dijo, dejando caer su mano sobre mi hombro—. A ti nadie te engaña.

Sus palabras me llenaron de melancolía. Sonaban como si hablara de alguien muy lejano para mí. Me sentí de pronto, como si estuviese en un pasillo viendo pasar las versiones de mí mismo, desde aquel niño que quería cantar en un escenario, pasando por el muchacho que se subía a éste, cantando que pasaría a través del monsoon para llegar a su destino. Y luego estaba ese otro, el que había roto en mil pedazos sus propios sueños.

—Terminemos luego, quiero irme a casa pronto —le pedí, bebiendo un poco más.

—Vaya, no recuerdo que antes tuvieses tanta prisa por cumplir mis peticiones —habló, dejando que la certeza de sus palabras se mezclara con la diversión.

—Tenemos un convenio y yo cumplo con mi parte —me expliqué, volviendo a las luces de Los Angeles.

—Yo también, muchacho. Yo también —me recordó.

Como si alguna vez me permitiera olvidarlo.

—Bueno, abreviemos —dijo, girándose de cara al ático. Yo lo imité—. La chica que está ahí junto a la chimenea se llama Eglé, está entra las mejores opciones de inversión para la nueva temporada. Sé que tiene un álbum listo para ser producido, y que las ofertas están muy altas.

—¿Ya ofertaste? —pregunté, observando a la muchacha. Era alta, de cabello castaño y ojos alegres.

—Desde luego ¿Por quién me tomas? —bromeó— Ya sabes cómo va esto. Necesito que le des un empujón para que se decida.

—¿Voy directo a ella? —quise saber. Intentaba mantener la cabeza fría. Fijarme sólo en el objetivo.

—Sí, pero ya sabes, a veces toca ir más arriba —me advirtió.

Lo consideré, sin querer pensar mucho más en ello.

—¿Qué edad tiene? —pregunté, al verla sonreír con tanta dulzura.

—Diecisiete —dijo, con tranquilidad.

Sentí como se me revolvía el estómago. No era la primera vez que hacía esto para él, y probablemente no sería la última.

—Tienes dos semanas, y si me consigues esto podemos olvidar las multas por el retraso de tu álbum —me ofreció. Luther siempre hacia lo mismo, disfrazaba de buena voluntad un negocio que para él era perfecto.

—Ya me disculparás, pero se me ahogan los agradecimientos en la garganta —respondí, dejando que la amargura del vodka hablara por mí.

Él rió alegremente.

—Me encanta tu humor —intentó un halago, fingiendo una amistad que no existía entre nosotros.

—Vamos, preséntame —le dije, comenzando a avanzar. Noté su mano presionando mi hombro. Lo miré.

—Toma, por si te hace falta —me entregó una pequeña caja de metal. Sabía perfectamente cuál era su contenido.

Me tragué una vez más mi orgullo, pensando en la banda y en lo que ella significaba. Pensando en Tom, en Georg, en Gustav; ellos habían puesto sus ilusiones en algo que yo había arruinado, y que intentaba mantener en pie sin que la fractura fuese visible.

.
.

Estaba sentada sobre unas rocas a la orilla del mar. Ver el movimiento del agua me tranquilizaba y me impactaba a la vez. La fuerza de las olas al romper contrastaba con el ritmo imperturbable de éstas. Me permití cerrar los ojos y alzar la cabeza para recibir los rayos de un sol debilitado por la tarde. Escuché una melodía que reconocía y abrí los ojos intentando situarme. Ya no estaba sentada sobre las rocas, me encontraba en un acantilado. El mar chocaba contra la pared de piedra como si buscara destrozarla. La melodía se escuchaba aún, era mi teléfono que sonaba en algún punto entre el mar y yo. Busqué algo a lo que aferrarme, sentía como el vacío me llamaba. El miedo se aunaba con el deseo inquietante de arrojarme. Luché contra el anhelo suicida que me oprimía el pecho, hasta que finalmente cedí.

Di un salto en la cama, y me desperté con el terror debilitándome el cuerpo. La melodía de mi teléfono sonaba desde la mesa de noche. Lo tomé y respondí casi sin tiempo para pensar en quién llamaría de madrugada.

—¿Sí? —respondí.

“¿Sabías que de noche las calles son todas iguales?” —escuché, sólo me tomó un instante reconocer aquella voz.

—¿Bill? —pregunté de todos modos. Recibí el silencio como respuesta— ¿Dónde estás? ¿Qué hora es?

“Las tres, las cuatro quizás” —otra vez guardó silencio.

Me puse en pie, intentando despejarme.  

—¿Dónde estás? —insistí— ¿Pasa algo?

Lo escuché suspirar y le di un momento para que se decidiera a responder. Bajo mi ventana, en la calle se escucharon unas risas, casi de inmediato las volví a oí en el teléfono. Me puse en pie de un salto y me asomé por la ventana. Los dos pisos que me separaban de la calle, y la baja iluminación no me impidieron reconocerlo. Bill estaba junto a un coche, con el cabello platinado y un pantalón blanco. Me vio y bajó el teléfono, cortando la llamada.

—Espera —pedí, aunque ya no me escuchara.

Nos quedamos observándonos desde la distancia. Una parte de mí se sentía como en ese abismo con el que había soñado.

Comencé a buscar su llamada en mi teléfono y se la devolví. Vi como se llevaba el móvil al oído, pero no dijo nada. Sabía que era yo.

—Sube —le dije. Una sola palabra que no necesitaba más argumento. Lo vi negar con un gesto—. Sube —repetí.

Bill estaba aquí por algo, yo no podía ignorar eso. Bajó la mirada a sus zapatos, sin responder.

—¿Quieres un té o un café? —le pregunté. Esperando a que la invitación lo ayudara a decidirse. Volvió a mirar hacia mi ventana.

“Café” —aceptó.

—Bien, comenzaré a hacerlo —corté la llamada, sin dejar de mirarlo. Él se guardó el teléfono en el bolsillo y dio una pequeña carrera para cruzar la calle.

Solté el aire, aliviada. Pensé en lo precaria que sería mi apariencia, con una camiseta gigante que usaba como pijama. Me puse un pantalón de deporte, y cuando me estaba poniendo el brasier lo escuché tocar a la puerta. Dos golpes pequeños, casi tímidos. Me puse la misma camiseta con la que dormía, de camino a abrir.

—Hola —le dije, en cuanto lo vi. No nos habíamos llegado a saludar.

—Hola —contestó.

—Pasa, me pondré con el café —le conté, de camino a la cocina que había junto a la pequeña sala.

Lo observé, mientras cargaba la cafetera, parecía inquieto. Llevaba las manos en los bolsillos del pantalón y miraba a su alrededor como si esperara encontrar algo que lo asustaría.

—¿Me contarás qué pasa? —le pregunté, acercándome a él mientras me trenzaba el cabello para ordenarlo un poco.

Tomó aire profundamente, parecía querer hablar, luego negó varias veces y desvió su mirada de la mía.

—Desahógate Bill, para eso estoy yo —lo empujé un poco más con mis palabras.

—Me duele la cabeza —dijo, y se llevó ambas manos a la cabeza, apretándose como si buscara aliviar el dolor.

—Siéntate —le pedí, guiándolo para que se acomodara.

Cuando estuvo sentado lo miré de pie frente a él. La altura me daba cierta sensación de control que necesitaba. Ni él, ni yo estábamos teniendo una buena noche. Cuando Tom dijo ‘a cualquier hora’ debí suponer esto.

—¿Vienes de esa reunión? —pregunté, recordando la reunión que tendría con Luther.

—Sí —no me miraba, mantenía la cabeza inclinada y se cubría los ojos con las manos.

—¿Tienes miedo de algo? —quise saber.

Él negó suavemente, manteniendo la postura.

—Ya no puedo más —murmuró muy despacio, tanto que si no fuera por el silencio de la noche creo que no lo habría oído.

—Puedes contarme lo que sea, no tienes por qué sufrir más, Bill —le dije, sentándome a su lado.

Rió suavemente y con ironía.

—Se puede sufrir mucho en la vida, Seele, pero cuando se hace algo como lo que yo hice la palabra sufrir cobra otro significado. Es como si pagaras una deuda eterna —habló con calma.

—Nada puede ser tan terrible —toqué su brazo en un gesto de ánimo. Deseaba que él supiera que podía contarme cualquier cosa.

Abrió ligeramente las manos, descubriendo su rostro. Miró la mía y luego quiso mirarme a los ojos, pero no llegó a hacerlo.

—He querido decir esto tantas veces —comenzó—. A veces creo que he estado esperando el momento apropiado para hacerlo,  pero sé que no hay uno.

Su respiración se había agitado, y yo casi evitaba respirar. Estaba segura de que nos encontrábamos más cerca que nunca de esa confidencia que Bill escondía de todo el mundo. Una parte de mí se sentía expectante como médico, pero la otra: la inconveniente, se moría por abrazarlo y decirle que todo estaría bien, que fuese lo que fuese ese secreto tan terrible que guardaba yo lo ayudaría.

—Déjame mirarte —me dijo de pronto, fijando sus ojos en los míos. La nostalgia, la tristeza y la resignación parecían un sólo sentimiento, pesado y doloroso dentro de él—. Sé que después de esto nunca más me mirarás igual.

—Siempre te miraré igual —le aseguré.

—Sí, la doctora que llevas dentro lo hará —sus ojos recorrían mi rostro, como si deseara grabar mi expresión en su memoria. Tomó mi mano, que aún descansaba sobre su brazo, y la retuvo en la suya por un instante. Su pulgar ejerció una intensa presión en el interior de la palma y a punto estuve de recuperar mi mano de un tirón por el bien de ambos, luego me soltó. Tomó aire profundamente y lo liberó. Iba a hablar—. La mujer de la que te he hablado, la que me pesa en la consciencia, la que me persigue, la que no me permite vivir; está muerta.

—¿Muerta?

—Recuerdas cuando te dije que en mi mundo si te encandilas, tropiezas —preguntó, mirándome directamente. Asentí con un gesto, él lo repitió—. Yo la maté.

La pequeña y concisa confesión era radical, no dejaba espacio a interpretaciones, la mirada de Bill tampoco.

.
Continuará.
.

He aquí un nuevo capítulo. Me ha costado sacarlo, porque es difícil contar entre líneas tantas cosas. Espero que se comprenda bien.

Espero que les haya gustado el capítulo y me cuenten sus impresiones.

Un beso.

Siempre en amor.


Anyara.

5 comentarios:

  1. Bueno pues creo que hemos llegado al punto máximo de la historia el ha revelado su secreto, en cuanto a como reaccionara su psiquiatra ni idea, pero esto suena interesante por que y ahora que sucederá después de esto? Me ha gustado mucho gracias por compartir, estaré muy al pendiente del siguiente.

    ResponderEliminar
  2. Ayyyyy!!!! Finalmente supe en qué fiesta usó su smoking blancooooo!!!! Aquí ha olvidado en el auto el sombrero negro de paño rústico (¡qué bueno!) Por fin tuvo el valor de enfrentar con otra actitud a Luther, poco a poco hasta que descubra la otra mitad de la verdad......

    Me cae que a partir de ahora Seele se pondrá para dormir un seductor pijama de seda, jajaja, ¡hay que estar presentable en todo momento!, aunque no hay como la comodidad de una camiseta y bragas :)

    A ver, Seele tocó su brazo en un gesto de ánimo... Mmmm.... :)

    Gracias!

    ResponderEliminar
  3. .....Interesante e intrigante, dos elementos fascinantes de esta historia....Me ha impresionado enterarme q Bill cumple ciertas tareas misteriosas para Luther...con resignación y rebeldía al mismo tiempo....una mezcla muy peligrosa.

    Y luego Bill llega al tope de su angustia y busca desahogarse....ya me temía esa verdad y tengo mis sospechas de el cómo, pero esperaré q me lo cuentes con detalles....Ahora el papel de la doctora Seele, será determinante para sacar a su "paciente nocturno" de la pesadilla en la que vive...espero ansiosa ver cómo lo afronta...

    Un gran cap mi Any *__*....

    PD: Será q el atuendo nocturno de Seele le ayudará a su "paciente" a "desahogar sus miedos y frustaciones"....será un método interesante....jeee jee jeee

    ResponderEliminar
  4. Ayyyyyyyyyyy caramba hablooooo lo dijoooooooooooooooooooo ainsssssssssssssss que gran capitulo y lo dejas alli justito.... escucho tu risa malefica jajaajajajaj.... y ese Luther ainss provoca ahogarlo... tiene a Bill alli mas sometido pobre de mi niño...

    ResponderEliminar
  5. La verdad no recuerdo porque no comente este capítulo, según yo, lo había hecho... ja, mi pésima memoria, supongo.

    Ya leí el capitulo reciente y como ya sé los acontecimientos que sucedieron me centraré en la extraña relación entre bill y Luther. Entiendo que él, tenga a Bill sujeto por las manos y sin la "voluntad" de negarse a cooperar "voluntariamente" con él y aunque Bill se sienta y se sabe en las manos del tipo, trata de no dejarse ¿humillar? más por Luther y revela su carácter, rebelde, brioso que creo fue lo que vio Luther en él, para perseguir tanto esa asociación musical con ellos.

    He de decir que me fascina el Bill irónico, de humor negro, arrogante que se permite sacar (tal como lo escribiste) en cuanto a los negocios se trata y esto me hace recordar la entrevista para el documental con Wolfgan Joop, cuando ambos mencionaban que muchas cosas en sus respectivos medios se obtenían por medio de una sonrisa y vaya que la usaban...en serio, leí ese fragmento de Bill y Luther interactuando y me vino la imagen de Bill y Joop.

    En cierta forma, Seele, ya atrajo a Bill a sus dominios, claro, digamos que con el consentimiento de él y Bill accedió a comentarle su terrible secreto. Seele, sabe que más que el interés profesional, ya los une una atracción y ahora será importante ver como actuara ella tanto en lo profesional como en lo sentimental, si en verdad cambiara su actitud ante Bill en manera de rechazo o cual sera su proceder.

    En serio ame esta parte:

    "Sí, esa era una de mis tantas ventajas ante los demás. La ropa me sentaba bien, me calzaba como si fuese un guante y la maestría con la que representaba mi papel de deidad, era la espada con la que arrancaba corazones y los sentía palpitar en mi mano. Quizás ese era el valor que veía Luther en mí, y por el que me mantenía a su lado como una mascota fiera e irreemplazable."

    Muy buen capitulo. Besos!
    Adriana.

    ResponderEliminar