lunes, 13 de julio de 2020

Medianoche / Serie Erótica



Medianoche
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—La luz de la noche se refleja en tus ojos —me dices, sentada a horcajadas sobre mí, en este sillón flotante de cristal.

—Y ¿Qué luz es esa? —pregunto, respirando profundamente y permitiendo que mis sentidos se llenen de ti y el aroma a jazmín y sándalo que traes contigo.

—La luz de todas las estrellas cuando entran en ti y buscan volver al infinito, quedando atrapadas en tus sueños —respondes.

—Mhmm —consigo liberar un sonido de comprensión, de satisfacción quizás. Siempre consigues hilar poesía cuando hablas de mí y yo no consigo ver esa magia que me adjudicas. Sin embargo, me deleito en ella, del mismo modo en que me deleito con el tacto de la piel de tu pecho al rozarla con los labios.

—Me gustan tus ojos de azul —dices, hundiendo los dedos en mi pelo, enredándolos en él.

—Pensé que te gustarían —te refieres a las lentillas que probé hoy y decidí enviar un mensaje para ti a través de la red, muchas veces lo hago, con la esperanza de que ese mundo virtual que se despliega a través de un móvil sea capaz de traspasar tiempo y espacio.

—Me gusta, ahora mismo son como el azul de la medianoche —aceptas, peinando mi pelo con ambas manos, desde la sien, hasta la nuca—. Aunque prefiero tus ojos castaños, el modo en que el abismo de tu pupila se rodea de ámbar oscuro y destella en un verde tenue que me habla del modo delicado en que percibes la esperanza.

Desde luego, consigues poesía y aunque no consigo ver lo que tú ves, te amo por permitirme amarme a través de tu visión.

Te miró intensamente, tus ojos también son hermosos, nunca he sabido definir su color, en ellos encuentro matices y me recuerdan a la vida y sus tonos, a veces grises, otras casi tan amarillos como el sol. Bajo la mirada y me quedo prendado de tus labios, están ligeramente separados, como si el amor y el ansia pudiesen entrar en ti a través de ese diminuto espacio. Quisiera profanarlos con mis dedos, la lengua y mi propia boca, pero me contengo, o lo intento. Noto el deseo arremolinado en mi sangre, empujándola para que corra más rápido y con más intensidad. En ese momento, y de forma involuntaria, hundo los dedos en tus muslos.

—Me encantas —me dices, tú también te has quedado prisionera en la imagen de mi boca.

—Demuéstralo —te pido, con un tono de exigencia que no puedo disfrazar.

¿No sabes el modo en que te busco en cada mirada que me ronda?

¿No sabes cómo grita mi alma por encontrar un lugar en medio del desastre de mi vida?

—¿Qué quieres que haga? —preguntas, aún acariciando mi nuca.

No lo comprendes o simulas no hacerlo. El mundo ante mí se cierra porque no te encuentro en él. Quiero dar los pasos que le quedan a mi vida tomado de tu mano, asido a ti a cada momento para que la armadura que muestro a los demás, al fin, sea real e indestructible. Quiero abandonar la inseguridad y el dolor, que sólo encuentran un bálsamo cuando subo a un escenario y soy todos los matices de mí mismo. Quiero sentir que pertenezco a algo, a alguien, a ti.

—Poséeme

Respiras lenta y hondamente. La demanda está hecha y la comprendes en todos los sentidos que ésta proclama. Respondes a la petición que te profeso, con el conocimiento de todas las veces en que me has tocado y con la vehemencia de la primera de ellas.

Tu boca busca la mía y muerdes mi labio en lo que parece un acto de total desespero. Sin embargo, te demoras en él, lo oprimes hasta que la presión se convierte en una caricia que disfruto como si toda mi vida se encontrara prendida a ella, como si cada parte de mi estuviese conectada a ese mínimo trozo de piel y desde ahí paso al universo que te compone, en el que me amplio y crezco. Mantengo los ojos cerrados y  puedo sentir la humedad de tu boca, el toque de tu lengua que busca la mía y presiento el suspiro que vendrá, ese que liberas cuando tu cuerpo se ha tensado al extremo y luego se ablanda para mí, reconociendo el momento en que estás preparada para dejarme entrar.

—Dime tu nombre —te pido, como si se tratara de una ofrenda que me niegas siempre.
Suspiras, liberas el ansia que preveía y te sobrecoges ¿Por qué?

—Si te lo digo dejaré de Ser —me confiesas. No lo comprendo, ni siquiera me atrevería a hacerlo. No obstante, tus ojos me expresan el hermoso y frágil tejido del universo y yo sólo puedo entregarme a ti, a él, al todo del que siempre hablas y que nos compone.

Tu mano busca entre ambos para hacer física la unión de este pensamiento que ahora compartimos. Mi sexo se endurece hasta el dolor sólo con notar el roce de tus dedos y siseo cuando noto el modo en que lo empuñas. Recuerdo el toque de cada dedo, el modo en que los cierras y vas oprimiendo el conducto inflamado al subir y bajar con la caricia, preparándome y llevándome a murmurar letanías que hablan de placer. Me ofreces la entrada de tu cuerpo, ese punto que es más que sólo un lugar húmedo en el que cobijarme. Nuestras miradas cambian, se vuelven más intensas y por momentos parece que no me vieras. Me rozas, sin dejarme entrar ¿Puedes sentir la angustia que siento yo? ¿Puedes notar cómo se condensa la sangre en el punto del cuerpo que es capaz de unirnos? Yo sí lo hago y noto la presión de la sangre en mi sexo, en mis pezones, en las palmas de las manos, en mi boca.

¿Sabes lo que es desear y no conseguir alivio?

Yo sí.

—Quiero hacerte el amor —confieso, sabiendo que aún me debato en su concepto.

—¿Qué esconde esa frase hecha? —me dices, besándome y decidiendo que me dejarás entrar. Siento como me hundo poco a poco, me lo permites con más lentitud de la habitual y ambos vamos perdiendo el aliento. Hay tanto de ritual en la unión de nuestros cuerpos, yo dentro de ti, pero igualmente tú conteniéndome— A veces me parece una frase hasta presuntuosa y melancólica ¿Lo ves? —preguntas, exhalando, me tienes dentro por completo— Es como el canto a una añoranza desprovista y lejana… hacer el amor…

—… hacerte —interrumpo—… crearte… moldearte —te sostengo por la cadera con ambas manos y te indico movimientos suaves, adelante y atrás, que tú sigues sin remilgo—… atraerte…

—… inquietarte —continúas, sostenida de mis hombros, sin dejar de mirarme—… desesperarte…

—… excitarte —tus manos oprimen mis hombros y siento como me clavas las uñas.

—… provocarte —te detienes y me miras con intensidad.

Intento azuzar el movimiento, pero te niegas, sin dejar de mirarme, haciendo de cada segundo de espera se convierta en una angustia que el cuerpo apenas puede tolerar.

—… anhelarte —intento, arrastrando la voz. La piel se te eriza, lo noto en el tacto de tu cadera, de tus brazos que se rozan con los míos y en el modo en que tus pezones se marcan bajo la tela de tu vestido.

Siento como tu interior arde y escucho tu respiración que se agita sólo por el esfuerzo que haces de mantenerte inmóvil.

—… por favor —pido, acariciando con los pulgares la piel de tu vientre. Contienes el aire y suspiras la palabra.

—… ansiarte —dices finalmente, volviendo al ritmo que te marcan mis manos, adelante y atrás.

Cierro los ojos, quiero centrar mi atención en cada sonido que emites, en el roce de tu pecho sobre el mío, en el tacto de tus labios cuando intentan un beso que no llegas a concretar. Alzo las manos desde tu cadera, tú sigues con el movimiento, ondeando sobre mí, algo que nos estimula cada vez más. Te acaricio el cuello con calma, a pesar de los suspiros que me vas arrancando, recorro tus hombros y arrastró los tirantes de tu vestido. El gesto me permite ver tu pecho desnudo al instante y los acuno con las manos, acariciando los pezones con los pulgares, hasta llenarme la boca con uno de ellos. Y ahí está el sonido por el que esperaba, un quejido suave que se asemeja a un lamento.

El sonido de tu voz retumba dentro de mí como los truenos que rompen el cielo en medio de la tormenta. Son bellos y salvajes, los puedes oír por horas y fascinarte con el espectáculo de las luces que les preceden, pero siempre están destinados a alejarse, a disolverse con el viento.
Los movimientos se aceleran, la respiración se agita, los sonidos se vuelven ondas que viajan de ti a mí, entremezclándose. El corazón me late frenético, siento como palpita en mis venas, en mi cuello, en mi sien. Tú te sostienes de mí para que te rescate de las sensaciones que yo mismo te provoco, en un acto de inmolación.

¿Cómo podemos entregarnos de este modo a ese instante de muerte y temer morir?

Las piernas se me tensan, necesito explotar dentro de ti, profundamente en ti, para sentir que aceptas lo que soy, tal cual soy.

Me encierras en un abrazo y yo te correspondo, tus movimientos se han vuelto rápidos y exigentes. Nos mantenemos muy unidos, conectando todo lo que somos en un instante de éxtasis. Tu boca está a centímetros de mi oído y se me eriza la piel con cada respiración entrecortada que liberas. Quiero alzar la cadera y darte un soporte férreo para que alcances el orgasmo. Sin embargo, también quiero amarte despacio, como si tuviésemos todas las vidas para hacerlo.

—Te amo… —dices como si temieras a las palabras y a sus consecuencias. Es apenas un susurro que no llegaría a adivinar si no lo suspiraras en mi oído.

Mi corazón se dispara y choca contra el tuyo, se han convertido en compañeros que se encuentran al unísono, van y vuelven, creando una resonancia infinita. Quiero susurrar tu nombre, quisiera tener uno que musitar.

—Mi amor… —me conformo, abriendo las manos sobre tu espalda, para mantener de forma férrea tu cuerpo junto al mío. La oscilación sinuosa del tuyo se rompe en temblores. Tu libertad está ahí, mi amor— ¿La sientes? —te pregunto, intentando mirar tu expresión. Tus ojos se entreabren y me observas, dejándome adivinar en ellos las poesías que tú me cuentas sobre los míos—… mi amor… —te vuelvo a decir y noto los temblores que se acumulan en  mi propio cuerpo.

El aire alrededor se convierte en una caricia que me eriza la piel y me provoca lamentos. Tiemblas y te sostengo, pegada a mí. Tu sexo me presiona con cada sacudida de tu orgasmo y el estímulo tira del mío, arrancándome un quejido que se mezcla y confunde con el tuyo. Nos mecemos, nos aferramos, nos enredamos, nos pertenecemos.

Amo el pensamiento indefinido que surge durante el clímax y el modo en que me mantengo fuera de mí mismo, siendo parte de ti y de todo lo que sientes. Tú y yo, unidos de un modo que creo que no llegaré a contar con el burdo lenguaje humano. Quizás algún día, en una canción.
Respiro sobre tu pecho, hay tanta emotividad en el segundo exacto en el que bajamos de la gloria y tocamos nuevamente la realidad.

—No salgas de mí —me pides. Cuántas lecturas puede tener esa frase, ahora, que somos sólo uno.

—No podrías amarme siempre —confieso, aún no me regalas poesía que defina mi opacidad—, no me quieres ver, no querrías saber los oscuros tonos que escondo.

Has acomodado tu cabeza sobre mi hombro y la silla colgante que nos sostiene se mece suavemente. Siento tus dedos acariciando mi mejilla, la barba, la mandíbula, hasta detenerte en el lunar que hay bajo mi labio y crear círculos en torno a él.

—Oh, mi amor, los veo todos, los visiono, los conozco y los integro, porque son tuyos y en ellos te despliegas —tu voz suena apacible y segura, como si pudieses domar cualquier bestia.

—Hablas de algo que no entiendes —digo, tentando la fe que comienza a crecer dentro de mí. Temo a que no imagines lo que hay en mi mente, ni los locos experimentos que he hecho en mi vida. Tomo tu mano y la acerco a mis labios, para dejar un beso en tu palma. Mi sexo se estremece, aún dentro de ti.

—El amor no es mejor o peor por el modo en que lo haces —susurras y siento tu aliento cosquillear en mi cuello y como tus palabras abren mi alma—, adquiere su valor por la emoción real que pones en él.

—Hacer el amor… —repito la frase, quizás comprendiéndola.

—Sí…

Te incorporas sentada sobre mí, tus ojos han cambiado al color de la medianoche, como si reflejaran la intensidad de los míos. Hay seguridad y certeza en ellos, parece que nada pudiese tocarnos hoy, ahora, en este preciso momento de creación.

—Amaré tu alma hasta en las noches más oscuras —sentencias.

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N/A

Erótica siempre ha sido un enlace para amar a Bill, da igual los colores que vista o cuánto le cueste caminar en esta vida que nos encierra.

Gracias por leer y acompañarnos en el amor.

Anyara


















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